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Para las celebrities internacionales es un sitio aspiracional. Allí se reúne la realeza cada temporada en una geografía de ensueño. Una tradición originada en una leyenda. Todo a partir de la idea de un loco visionario que creó el espacio perfecto para un deporte de invierno que se convirtió en un clásico de las pistas de Saint Moritz, una ciudad exclusiva y legendaria.
Para 1865 el matrimonio formado por Johannes Badrutt y su esposa María buscaba nuevos horizontes. Él, un inquieto. Amante de las montañas nevadas, buscaron donde no hubiera nada y sus ingresos les permitieran adquirir su primera propiedad en los Alpes. Crearon así su primer pequeño alojamiento, en un pueblo desconocido, que se recostaba sobre la ladera de una montaña, con un impresionante valle de ambos lados.
Dos años más tarde decidieron mudar su albergue a una pensión que decidía cerrar, más cerca de la cima, donde se podía ver el paisaje en una especie de observatorio 360 grados. Allí fundaría con las primeras 12 habitaciones el que se convertiría en poco tiempo en el centro vibrante de la ciudad, el Kulm Hotel St. Moritz. El primer hotel en serio del lugar y que albergaría la historia de lo que son hoy los Juegos Olímpicos de Invierno. Ya para 1860 el hotel tenía dos pisos, la arquitectura era una mezcla de castillo europeo típico de los Hasburgo y cabaña invernal de la alta sociedad.
Nace una estrella
Saint Moritz era por entonces uno de los tantos sitios nevados que no deslumbraban a muchos. Badrutt, que entendía de negocios, sabía que no podía sostener su proyecto hotelero en las condiciones que vivía hasta entonces, con visitantes que solo se acercaban a disfrutar del verano florido digno de Heidi.
En 1864 fue su momento “eureka”. Decidió hacer una jugada maestra que, si resultaba, sería su consagración. Las grandes fortunas de entonces provenían sobre todo de Inglaterra. Llegaban buscando, como Thomas Mann en “La Montaña Mágica”, algo del aire seco y amable. Se quedaban un par de los meses de temperaturas más amigables y se retiraban en el invierno a hoteles sobre del Mediterráneo.
Badrutt creyó interesante mostrarles el otro lado de St. Moritz. Los sedujo para pasar Navidad y a quedarse hasta Pascua. Les propuso que si no les gustaba la experiencia, él se hacía cargo de todos los costos. La mayoría aceptó la ofrenda.
En el Kulm prepararon todo para que no tuvieran un segundo de aburrimiento. Crearon un torneo con diferentes disciplinas, proveyeron de todos los elementos para practicar cada deporte y crearon la Cresta Run, la primera pista perfecta para la práctica invernal.
El evento fue un éxito absoluto y la voz se corrió por toda Europa. La realeza corría cada temporada a refugiarse entre las torres y las almenas de Kulm. Fue en sus instalaciones donde Suiza exhibió luz eléctrica por primera vez. La primera bombita se encendió en su Gran Restaurante en 1879. Previamente Badrutt y su hijo varón habían concurrido a la mítica Exposición Mundial del año anterior en París. Allí descubrieron el adelanto y de regreso decidieron instalar una planta de energía hidráulica alimentada por los deshielos que permitía encender luces cada Navidad.
Marcas de lujo
Alta Engadina se denomina a la región que cobija a la ciudad en los Alpes Suizos. St. Moritz está dividida en el upper y down side. Un ascensor une La Serletta con Via Serlas en la parte superior. Es allí donde se encadenan los locales de las marcas más famosas: Armani, Miu Miu, Bulgari, Harry Winston, Jimmy Choo, Valentino… Entre ellas se cuelan galerías de arte y delicatessens de chocolate (imperdible Laderach).
No es necesario planear demasiado el recorrido. Es mejor dejarse llevar y que la sorpresa detenga. Vía Arona es una parada ineludible: allí se encuentra el Museo Berry, dedicado al artista Peter Robert Berry (1864-1942). La casa donde se encuentra instalado tiene todos los detalles tradicionales de la arquitectura típica de la zona.
Engadiner Museum (Museo de Engadina) se encuentra en Vía del Bagn. Es más un archivo histórico que lleva el registro de los sucesos a partir de todas las expresiones culturales.
La Chesa Futura (casa del futuro) es obra de Norman Foster, una construcción respetuosa con el medio ambiente, con armazón y revestimiento de madera, pensada para que en cien años no requiera mantenimiento. Mientras se camina a lo largo de la ciudad, se recorre la pista de competición en sí misma. Allí donde esquía la realeza cada temporada.
Vida en pista
El St. Moritz Curling Club tomó como sede el propio Kulm en 1883. En 1889 se inauguró el Tobogganing Club de Cresta Run. Los aficionados se acodan desde entonces a contar sus proezas en el Bar deportivo más antiguo de los Alpes, el Sunny Bar. Es allí donde se reúne la crema y nata del cresta, un deporte solo visto en St. Moritz, una especie de “pecho patín” que se realiza sobre trineos y que permite alcanzar unos 140 km por hora.
Es en el Sunny donde se despliega toda la memorabilia de los riders hasta hoy. En ese hotel se habló por teléfono por primera vez en Suiza. Fue también 1889. Con espíritu apasionado de un emprendedor sin barreras, siete años más tarde llegaría el campo de golf de 9 hoyos, hasta hoy el de mayor altura de Europa.
El Olympic Bob Run es el circuito callejero de deportes de invierno más grande del mundo. Con un espíritu parecido a la pista callejera de Mónaco para la Fórmula 1, esta pista de hielo natural es la sede de las Copas Mundiales y los Juegos Olímpicos de Invierno, que ocurrieron allí mismo por primera vez en 1928.
Allí están cada temporada, por estos días, alistados en el sitio que creó para todos ellos un loco visionario que nunca imaginó (o sí) a dónde llegaría su amada St. Moritz. El sitio que, cuando en el bar te cruzás con la hija mayor de Rainiero de Mónaco te dice, cual 007, “Carolina, solo Carolina”.
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