Sabrina Critzmann. “Un bebé no se hace más fuerte por dejarlo llorar”
"Pobrecito ese bebé, mirá cómo la madre va viendo el teléfono y no le da bola", escuchó hace unos días Sabrina Critzmann, mientras caminaba con su hijo Lisandro en la mochila de porteo, llevaba una bolsa en una mano y respondía un mensaje con la otra. Y el comentario le dolió. Sabía que no tenía que darle importancia, pero le dolió. Primero porque Lisandro, de 9 meses, estaba profundamente dormido y ni se enteró de lo que pasaba. Pero también porque ella es pediatra y ese mensaje era para tranquilizar a una mamá desesperada. "Las palabras de esa desconocida dolieron y generaron culpa –posteó ese mismo día en su cuenta de Instagram @sabrina.pediatriaypuericultura, donde tiene más de 100.000 seguidores–. Porque así nos tratamos: cargando kilos de culpa sobre las madres, hagan lo que hagan, decidan lo que decidan. Podemos hablar horas de crianza respetuosa, pero primero tenemos que aprender a respetarnos entre nosotros. Si no, ¿qué les mostramos a los niños?".
Sabrina se transformó en el último tiempo en una referente indispensable de esta corriente. A sus masivos perfiles en redes sociales se suma la aparición de un libro titulado Hoy no es siempre, guía para una crianza respetuosa (Planeta), que ya encabeza la lista de más vendidos del país y va por una segunda edición. Allí pasa revista a los temas que hoy en día circulan entre madres y padres (mapadres, como a ella le gusta decir): colecho, porteo, baby led weaning (alimentación autónoma y autorregulada), berrinches, enfermedades de infancia, pies descalzos, movimiento libre y mucho, mucho más. Pero este libro es, también, una historia. Íntima, desgarradora y, al mismo tiempo, llena de luz, Porque además de ofrecer datos y consejos útiles Sabrina cuenta su propia experiencia como mamá de Juan Ignacio, su primer hijo, que falleció a los 7 meses de edad, en agosto de 2017. Los días en la neo, la lactancia en duelo, el amor y el dolor que la atraviesan, la decisión de donar sus órganos, la relación con el entorno y su nueva maternidad, vivida con este bagaje encima, le dan un marco diferente a la información que brinda. De ahí la inmediata empatía que genera esta médica de 31 años, que también dicta talleres de deconstrucción alimentaria para relacionarnos de otra manera con la comida.
–Lo primero que llama la atención es que en el libro les pedís perdón a varias mamás. Por haberles recetado fórmula demasiado pronto, por no haber tenido suficiente tiempo…
–Sí, lo que sucede es que durante la formación de la facultad uno es un número, más en una universidad pública como la UBA, donde yo me formé y a la cual le tengo mucho cariño y agradecimiento, pero la realidad es que uno es un número. La residencia es un sistema verticalista en el cual los médicos se "retan" unos a otros, y eso se traduce en el maltrato al paciente. Y todo eso tiene que ver con las condiciones en las que uno trabaja. Yo siempre digo que no vas a conocer a una persona estando de guardia con ella porque lleva 24 horas sin dormir, a veces sin comer, es alguien totalmente diferente en otro contexto. Esas muchas horas, ese mal pago, ese estrés, se traducen en el trato a los pacientes y así también tenemos violencia por parte de las familias: es un ida y vuelta donde perdemos todos. La raíz es muy profunda. Entonces en ese mapa atendés a mucha gente y hay que hacerlo rápido, no te quedás hablando y conociendo a todos. Nos enfocamos en algunas cosas y lo cierto es que las familias por ahí necesitan otras respuestas. Mi cambio de enfoque, en ese sentido, es relativamente nuevo. Uno cuando tiene hijos empieza a ver la vida de otra manera.
–Tu propia maternidad, además, empezó en una neo…
–Sí, mi maternidad empezó ahí. El año anterior yo había rotado como residente en la neo y un año después, era una mamá de la neo. Viví todo eso, y durante la vida de mi hijo mayor, y lo que luego fue su internación y su muerte, también. Me decía: "Ahora yo soy la madre, no soy la médica acá". Y pude ver todas esas fallas en la comunicación, en el trato, cosas de las que por ahí el médico no se da cuenta, pero que existen. Así que pensé en empezar a subsanarlo.
–¿Tu idea de contar esto fue para llegar a otras mamás que vivan algo parecido?
–Sí, un poco sí. Era una voz en el libro que hace a lo que soy yo ahora, y quería contar eso. Yo creo que los duelos son muy personales, muchos me dicen: "Pero cómo, tan rápido", y es porque los duelos son personales. Mi hijo falleció en agosto de 2017, y no es que hicimos un rato de duelo y se terminó. El duelo continúa toda la vida, hay distintas maneras de enfocarlo, a mí me han escrito mamás que han perdido niños y por ahí lo pueden decir recién ahora. Lo que pasa es que la muerte de un niño es un tabú, de eso no se habla. Yo lo hablo bastante y hay gente que se siente incómoda, porque es un bebé que se murió y uno no está preparado para que pase eso. Pero a partir de leerme empezaron a contarlo, a contarles a los hermanitos que hubo un hijo anterior, o a hablar de pérdidas gestacionales que también son muy invisibilizadas. En el libro hablo de lactancia en duelo, por ejemplo, algo que casi nadie menciona. La licencia que te da el Estado por la muerte de un hijo son tres días. Definitivamente hay que trabajar mucho en este camino. También quise contar el tema de la donación de órganos, si bien no profundicé, quise contarlo. Porque para nosotros fue natural, es bueno para mí pensar que eso pudo suceder.
–¿Cómo definís crianza respetuosa?
–No es muy diferente de lo que ya hacen muchas familias. Hay una idea errónea de que son "cosas": tenés que colechar, tenés que dar la teta, tenés que portear. Como si hicieras una check list y ya está. Otra idea falsa es la del niño sin límites que genera este tipo de crianza. Nada de eso es cierto, y lo único importante es que cuando decimos "crianza respetuosa" estamos hablando de crianzas que no lo son y que sí existen. Los bebés necesitan siempre una figura de apego, que puede ser la mamá o puede ser otra persona. Necesitan el contacto y los cuidados. Hay una relación asimétrica entre el adulto y el niño, y el adulto hace de una base segura. El niño puede descansar ahí, pero también puede salir y volver. De eso se trata lo respetuoso más que de los actos, porque si no se vuelve un mandato. Siempre hay que respetar lo que le pasa al niño, pero también lo que le pasa al adulto. Están el puerperio, la depresión posparto, la vuelta al trabajo: un montón de sentimientos a los que hay que prestarles atención.
–También están los mandatos al revés, como el imperativo de lactancia de libre demanda: ¿qué pasa con las madres que no pueden o no quieren amamantar?
–Estamos en un momento en el que todo lo que hacemos las madres se juzga. A una la juzgan porque le da al bebé la mamadera, a otra porque le da la teta en el colectivo, a otra porque lo amamanta hasta los 3 años, a otra porque el hijo come papilla. La gente interviene en el bebé ajeno: juzgan si lo tenés con los pies descalzos, si lo abrigaste mucho o poco, ¡hasta hay gente desconocida que toca a tu bebé! A mí me pasa todo el tiempo que me juzgan. En mi cuenta de Instagram me increpan: "¿Por qué no me respondés?". Y yo tengo un bebé chiquito, me encantaría responder todo, pero no puedo. En fin; a lo que voy es a que cada decisión debe partir del deseo. Si vos hacés colecho y dormís mal, ¡no lo hagas! O baby led weaning, si te da mucho miedo, dale papilla y después pasás a las texturas. Todo lo que sea rígido no va, porque la vida no es rígida. Lo único que nunca hay que descuidar, repito, es que los bebés y los niños necesitan una base de apego: es una necesidad. Alzarlos, abrazarlos, no dejar que lloren: nada de eso es malcriarlos. Un bebé no se hace más fuerte por dejarlo llorar. Y eso es algo que hay que tener en cuenta incluso antes de ser mapadres. La demanda de un niño es enorme: un recién nacido puede estar 23 horas del día a upa, porque lo necesita tanto como al alimento. Tenés que tener un entorno que te acompañe para poder enfrentar eso.
–¿A eso le llamás crianza en tribu?
–En la antigüedad los seres humanos tenían muchos hijos y había mucha gente en una casa, había muchos brazos para ese bebé. No recaía todo en una sola persona: ese agotamiento de estar quizás 24 horas en un departamento a solas con un bebé sin tener un brazo que te ayude no existía. A eso me refiero, a entornos que ayuden a criar, que nos dejen tener un descanso, o nos traigan comida, o nos permitan tomarnos cinco minutos para bañarnos.
–¿De qué se tratan los talleres de deconstrucción alimentaria?
–Es un taller que dicto con Soledad Barruti y Natalia Kiako. Hablamos de qué estamos consumiendo, cómo nos engatusan la industria alimentaria y la letra chica del envase, por qué surgen estos productos y cómo impactan en nuestra salud, por qué hay una epidemia de enfermedades crónicas no transmisibles como la diabetes y la hipertensión, y cómo nuestros niños se están enfermando cada vez más. Y después hablamos de qué podemos hacer para estar mejor, para cambiar los hábitos familiares, dónde buscar ciertos alimentos y cómo cocinarlos. Lo importante es reconectar con el placer de la comida. Las guías alimentarias de Brasil, por ejemplo, son hermosas y son muy claras, dicen eso: coma con alguien, dialogue en la comida, que haya una comunicación más allá del alimento.
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