Hitos del kiosco que se convirtieron en favoritas en los años ochenta y noventa
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Caramelos, chocolates, chicles… Son muchísimos los dulces que se hicieron populares en Argentina desde hace más de 30 años. Pero, ¿todas tienen aún un lugar en los quioscos? ¿Cuáles llegaron a convertirse en favoritas de grandes y chicos? ¿Y cuáles quedaron en el olvido?
Son muchas las golosinas que lograron sobrevivir al paso del tiempo en el mercado quiosquero de nuestro país y, sobre todo, en el corazón de muchos argentinos que día a día vuelven a elegirlas para acompañar distintos momentos de su rutina. ¿Qué es lo que hace tan especiales?
“Para que una golosina se convierta en clásico, ante todo, no debe mutar, demasiado en su calidad, empaque, tamaño y sabor. Tiene que ser accesible y no debe tener variaciones innovadoras del tipo “nuevo sabor sandía”, que en vez de mejorar a la golosina no hace más que bastardearla. Lo más importante es que sea fiel al recuerdo que el consumidor tiene en su memoria emotiva, ya que no hay nada peor que comprar una golosina con entusiasmo y emoción creyendo que vas a reencontrarte con un sabor que te es familiar y luego decepcionarte”, detalla Naná, única crítica de golosinas del país, y aclara un dato importante: “No tiene que estar discontinuado o fuera de stock nunca, sino pasa de ser clásico a golosina de culto y no es lo mismo”.
Y algo muy similar piensa Lukas Achi, que lleva más de 20 años coleccionando envoltorios de alfajores. “Creo que, de mi generación, tengo 35 años, todos crecimos comiendo galletitas dulces interactuando entre la despensa y el quiosco. Para mí, recibir un alfajor era un clásico de las salidas con mi familia o del mate cocido con Guaymallen en la escuela, aunque mi conexión principal viene de mi vecina que, desde que era un niño, me regalaba alfajores. Para mí, una golosina que no es cara, que combina una parte crocante con algo suave y se puede combinar con alguna infusión posee los requisitos para ser un clásico”.
La golosina que representa tu infancia
Si hacemos una encuesta y preguntamos por “la golosina que representa tu infancia” o la que más recordás, son muchos los nombres que aparecen: desde Palitos de la selva, chocolate Jack, chupetín Topolin, alfajores, caramelos Sugus… La lista sigue, siempre acompañada de algún recuerdo o anécdota de aquellos años: una merienda mirando dibujitos, una visita a la casa de la abuela o el quiosco del colegio.
“Para las personas que crecimos en los 80/90, el consumo de golosinas fue parte de nuestra educación sentimental y está íntimamente ligada a nuestra memoria emocional en muchos aspectos. No sé cómo será ahora para los niños a los que, por suerte, se los concientiza más sobre mantener una alimentación saludable, lo cual celebro y mucho porque ya era hora. Pero, para las generaciones X, Y (y quizás previas también) las golosinas, por lo general, están asociadas a momentos bonitos de la infancia. La golosina en sí misma es sinónimo de alegría, recreo, celebración, compartir. Creo que al consumir una golosina del tipo retro hay una intención de recuperar un poco de todo eso que se va perdiendo a medida que cumplimos años”, reflexiona Naná.
Golosinas que quedaron en el camino
Muchas no llegaron a convertirse en clásicos, pero otras no pudieron siquiera sobrevivir al paso del tiempo. Para muchos consumidores, de manera injusta, claro. “En primer lugar, Librito, una golosina de chocolate que traía un minilibro coleccionable similar a la colección Fabulandia —golosina que además de ser deliciosa fomentaba la lectura—, obleas Nussini, Tubby 3 y 4, pastillitas Punch (ácidas como La yapa, pero cuadradas), caramelos ácidos Stani de cereza, caramelos Bolón, chocolate Lila Pause, chicles Dinovo Frutis, Space y Huevitos, Chiclets (Adams), Chicles Ouch (con forma de curita venían en latita), chocolatín Milkinis; estos últimos tres están presentes en países como Brasil, Suiza, y Canadá, y con variaciones en el sabor original”, explica la única crítica de golosinas del país.
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