Sabor local: el regalo de moda para traer de los viajes
Si en los 80 eran los discos o las zapatillas, y en los 90, los perfumes franceses, hoy, en pleno auge foodie, las delis pasaron a ser el souvenir preferido de época
"Al llegar a otro país, lo primero que hago es visitar un supermercado. Ahí se mezclan mis dos pasiones: la del diseño de los packagings y la gastronómica", cuenta Darío Muhafara, diseñador gráfico especialista en tipografías y socio de los restaurantes Green Bamboo y Malvón, mientras acomoda en los estantes de su cocina lo que trajo la semana pasada, de sus recientes vacaciones en Brasil: leche y agua de coco, jugos pasteurizados de maracuyá y de cajú, ajíes picantes en conserva, café tostado, un queso Minas frescal ("delicioso para desayunar, con aceite de oliva y pimienta", dice), un generoso frasco de dulce de leche con coco, además de bebidas como la cachaça Ypioca y el Brasilberg, la versión amazónica del digestivo alemán Underberg.
Mientras sus mellizas de cinco años juegan en el jardín de la casa, Darío insiste: "Traer comida es una manera de perpetuar el viaje, de recordar en Buenos Aires lo vivido en cada destino. A su vez, son muy buenos regalos para amigos a los que sé que les gusta comer o cocinar. De Asia le traje al arquitecto que hizo mi casa una mezcla de garam masala, porque es un fanático de las especias. En Venezuela compré un picante de hormigas para el encargado de Green Bamboo, a quien le gustan las cosas exóticas. Y esto tiene su ida y vuelta: también mis amigos me traen alimentos de sus viajes". La experiencia relatada por Darío es hoy un lugar común del turista contemporáneo, un signo de nuevos tiempos culinarios. Así como en los 80 (pre-CD) se traían discos de ediciones inconseguibles en la Argentina o zapatillas de marcas que acá no existían y en los 90 perfumes franceses, en los últimos años las delis gastronómicas pasaron a ser el nuevo objeto de deseo. Un cambio que incluye la estética de los alimentos, con envoltorios y diseños elaborados, pero que también hunde sus raíces en las culturas populares de cada región.
"La comida es una parte de la vivencia más íntima de un viaje. No se me ocurriría pedir una milanesa en lugares donde ésa no es la comida local; prefiero probar lo que comen los lugareños, recorrer sus mercados", dice Javier Tenembaum, de 39 años.
Adrián Bono es un eterno viajero y CEO de The Bubble, un portal de noticias de América Latina en inglés. Nació en Mallorca, vivió en los Estados Unidos y hace algunos años se instaló en Buenos Aires. Sus valijas siempre llevan productos exóticos: chocolates con orégano o pimienta y maníes saborizados con chili son sus favoritos. "Me gusta probar golosinas, té y café", dice. Tener tantos amigos extranjeros es una clara ventaja: "A todos les pido algo, saben que me gusta probar cosas nuevas y por eso me trajeron, por ejemplo, chocolate con panceta ahumada. A los colombianos, café Juan Valdez, mi perdición".
"Un sabor me significa más que un adorno -detalla por su parte Tenembaum-. Ahora estoy por irme a México, y ya tengo armada la lista de todo lo que voy a traer, empezando por picantes y todo tipo de salsas."
Lo cierto es que hoy, lasdelis gastronómicas cuentan con todas las características necesarias para convertirse en el souvenir perfecto de un viaje. Diversidad, precio, facilidad de transporte, originalidad. Hay opciones para todos los gustos y bolsillos: de dulces que utilizan frutas exóticas a tés en hebras que no pesan en la valija; de embutidos con tradición campesina a mostazas elaboradas con bourbon. Cada lugar ofrece su propia góndola, sea en mercados callejeros o en los grandes supermercados, donde incluso las marcas globalizadas poseen una oferta propia.
"Muchísimos turistas pasan por nuestros locales para comprar botellas que se llevan a sus países -cuenta Jaime Chemea, director ejecutivo de la cadena Winery-. Hoy un vino ofrece un valor agregado y percibido muy alto. Si pensás en ropa, te das cuenta de que, por un valor equivalente en dinero, un vino te da más en marca, en calidad y experiencia."
"El precio es parte del asunto -admite Darío-. En un supermercado en Londres, Río de Janeiro o Estambul, podés comprar cosas originales, desconocidas para nosotros, que generan mucho placer al regalarlas y abrirlas, y salen menos de $ 100 cada una. Por ese dinero, no hay competencia posible", asegura.
El auge en la venta de botellas y delis para llevar en las valijas generó a su vez la necesidad de envoltorios especiales, que aseguren su llegada a destino. Heladeritas flexibles y térmicas, geles que mantienen el frío por más de 24 horas, incluso valijas diseñadas con compartimentos especiales para botellas y frascos... "Tenemos distintas opciones. La línea Traveler incluye un estuche para tres botellas, de telgopor, que va sellado; también hay una funda, y ofrecemos envolver cada botella en cartón corrugado y colocarla en cajas", explica Jaime Chemea.
Sabor local
Cada país tiene sus best sellers regionales, que marcan el comienzo de un posible recorrido. Así como la Argentina es más que sus alfajores, España se hace fuerte en los jamones ibéricos y serranos, pero suma deliciosos quesos manchegos, mariscos enlatados de las Rías Baixas, arroces bomba valencianos, turrones de Alicante, entre otras delicias. Italia tiene sus pastas de sémola de trigo duro, sus conservas de alcauciles, sus hongos secos, sus variedades de arroz para risotto, mientras que Ecuador pisa fuerte con chocolates amargos, pero también con snacks de plátanos, cafés y salsas. La lista es interminable, tan amplia como las culturas y tradiciones de cada país.
"Cuando voy a la India, me encanta visitar el mercado Chandni Chowk, en Vieja Delhi. Mi parte favorita es la del mercado de especias. Hay desde frutos secos hasta más de 10 variedades de pimientas, canela en rama, tés en hebras, azafrán, chutneys y masalas. Gracias a mi trabajo -organizo viajes grupales en español a la India y Nepal-, voy todos los años y compro de todo un poco, que luego comparto con mi familia y amigos. La última Navidad armé unas bolsitas con especias (pimienta en grano, curry, cúrcuma, canela, nuez moscada) y las puse en el arbolito, todos quedaron contentos", detalla Florencia Giavedoni, mentora de viajerasporelmundo.com.ar.
A esta vivencia localista se le debe sumar además el free shop, la otra gran góndola de cada viaje internacional. Allí, además de un muestrario de productos regionales, se ofrece una vidriera internacional, seducción irresistible en una Argentina donde los importados no están a la orden del día. Cada año los free shops ceden más metros cuadrados a la oferta de comida. Así como en Ezeiza hay hoy carnes argentinas envasadas al vacío y alfajores de dulce de leche, los diversos duty free del mundo mezclan en sus anaqueles productos locales con las delicatessen más vendidas del planeta, desde una salsa Tabasco hasta una mostaza de dijon, desde salmón ahumado noruego hasta aceitunas rellenas con pimientos de piquillo, además de las golosinas en generosos packs, clásico souvenir para chicos y oficinas.
Aduana: el cruce peligroso
La aduana argentina, por orden y procedimiento del Senasa, prohíbe la importación de diversos alimentos, aun para consumo personal. "El ingreso sin autorización de productos y subproductos de origen animal, vegetal o animales vivos puede introducir plagas y enfermedades a nuestro territorio y afectar la producción nacional", advierte el sitio web del Senasa, en un apartado donde se detallan los alimentos permitidos (muchos y variados) y los prohibidos. Entre estos últimos, por ejemplo, aparecen los embutidos (salvo las conservas), y desde el área de comunicación de esta entidad advierten que, si bien muchos creen que se pueden traer chacinados envasados al vacío o comprados en otro free shop del mundo, no es más que un mito. Así como son miles las anécdotas de viajeros que pudieron entrar al país con jamones y productos frescos de recónditos lugares, otros vieron cómo su preciado souvenir gastronómico terminaba en la basura. Fue el caso de Martín Sigal, de 34 años, que viajó junto con su novia a Hungría. "Los salames que hacen allá son únicos, ahumados, muy especiales. Fuimos a Nagycsarnok, el Gran Mercado de Budapest, y compramos cuatro, cada uno de un kilo y medio. Nos quedaba un mes de viaje: primero fuimos a París a visitar parientes y ahí dejamos uno de regalo. Luego seguimos, cargando los casi 5 kilos de salame, aguantando la tentación de probarlos para poder traerlos enteros a la Argentina. Uno era para la familia de mi novia, otro para la mía, y el último para nosotros. Pero cuando pasamos las mochilas por los scanners de Ezeiza, nos las hicieron abrir. Yo pensé que buscaban tecnología, pero no: estaban detrás del salame. Ante nuestro ruego, la solución que nos dieron fue comerlo ahí mismo, con cuchillo y servilletas. Lo abrimos, les ofrecimos (se negaron, «por ética»), y luego de comer lo que pudimos, nos hicieron llenar una planilla, cortaron los salames en pedazos, los tiraron a la basura y les vertieron encima un líquido", cuenta Martín, con resignación. "Eso sí, si viajo otra vez, vuelvo a intentarlo. Pero esta vez, con un solo salame", asegura.
"Yo por las dudas guardo todo en la valija, bien adentro. Hasta ahora, nunca me sacaron nada", confiesa Darío Muhafara. Y empieza a preparar una moqueca de peixe para un grupo de amigos que van a cenar a su casa, con los ingredientes recién traídos de Brasil, y la cachaça lista para las caipirinhas.
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Producción Natalí Ini