¿Sabés por qué existen los girasoles de Van Gogh?
Nanette, el especial para Netflix de la australiana Hannah Gadsby, es una emboscada extraordinaria: se presenta como un show de stand up y deriva en un relato brutal y constructivo sobre el abuso, el machismo , la demencia y el arte. En la sala llena de la Ópera de Sidney, Gadsby anuncia su retiro de la comedia tras haber hecho carrera riéndose de sí misma, de su vida de lesbiana criada en la isla de Tasmania, donde la homosexualidad fue delito hasta 1997. "¿Entienden lo que significa el autodesprecio cuando viene de alguien que vive en los márgenes? –dice ella–. No es humildad. Es humillación".
Licenciada en Historia del Arte, Gadsby dedica unos minutos de su performance a hablar de cómo la cultura patriarcal privilegió la reputación por sobre la humanidad de los artistas, de Picasso a Polanski, y discute el mito del genio adelantado a su tiempo ("¡Nadie está adelantado a su tiempo! Solo los bebés prematuros, y después se ponen al día"). Van Gogh, dice Gadsby, era un pintor postimpresionista en pleno auge del postimpresionismo, y si vendió un solo cuadro en su vida no es porque fuera un incomprendido, sino porque padecía una enfermedad mental que le impedía hacer contactos. "¿Saben por qué existen los girasoles? –dice al final del monólogo–. No existen por el sufrimiento de Van Gogh, sino porque tenía un hermano que lo amaba".
Theo Van Gogh fue un merchant destacado del movimiento impresionista, y posibilitó que su hermano mayor siguiera pintando aun cuando decidiera no comercializar su obra por cuestiones éticas. Van Gogh hizo la primera de sus dos series de girasoles en Arlés, en el sur de Francia, al final del verano de 1888. Un viento del norte lo había obligado a trabajar adentro y en una semana de éxtasis pintó esas naturalezas muertas vibrantes para dar color a la habitación donde se alojaría su admirado Paul Gauguin. Esas nueve semanas de convivencia tensa terminaron mal y son historia aparte, pero los girasoles quedaron como un símbolo de la hipersensibilidad cromática de Van Gogh, que había accedido a un nuevo tipo de pigmentos. "En lugar de reproducir lo que veo –le escribió Vincent a Theo–, uso el color de forma más arbitraria para expresarme con fuerza".
El óleo más famoso de la serie, el que estampa las postales más vendidas de la National Gallery de Londres, muestra quince girasoles en distintas etapas de floración. Puede verse como "una meditación sobre los caprichos del tiempo", como escribió el crítico inglés Alastair Sooke, pero técnicamente es "un giro dinámico a la larga tradición holandesa de la pintura floral del siglo XVII". Hay otros dos también muy conocidos: los tres girasoles sobre fondo turquesa, que pertenece a una colección privada y no es exhibido desde 1948, y el de fondo azul profundo, destruido en el bombardeo norteamericano a la ciudad japonesa de Ashiya en 1945.
Dos años después de esa cumbre otoñal impresionista, Van Gogh se pegó un tiro. Seis meses más tarde, a los 33 años, Theo murió por una demencia paralizante. Bajo la cama de Van Gogh habían quedado decenas de lienzos sin secar. Fue Johanna Bonger, viuda de Theo, la que entendió el valor de ese tesoro y se lo presentó al mundo. Organizó exposiciones, editó la correspondencia entre hermanos y convirtió a Van Gogh en estrella. Tenía 28 años y un bebé recién nacido. A ella también le debemos los girasoles.
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