Es el heredero de la dinastía de zares que tanto admira Vladimir Putin. Su madre, la gran duquesa María Vladimirovna Romanova, es la jefa de la Casa Imperial
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Los Romanov son probablemente una de las familias reales más famosas y desposeídas de la historia. En cuanto los bolcheviques tomaron el poder en 1917, tras el triunfo de la Revolución Rusa, el zar Nicolás II fue despojado de sus palacios y títulos y recluido con su familia en el campo, ya que se resistía a dejar su país y abandonar a su pueblo frente a la amenaza comunista. Finalmente, fue cruelmente asesinado junto a su mujer, la zarina Alejandra, y sus cinco hijos en Ekaterimburgo, en 1918.
Muchos de los descendientes de los Romanov siguen viviendo esparcidos por el mundo y dos ramas de la familia reclaman el título de cabeza de la Casa de los Romanov. Durante muchos años, el destino de al menos una de las hijas de Nicolás II, la Gran Duquesa Anastasia, fue incierto y cautivó la imaginación del público, con varios libros y películas producidos sobre su destino. ¿Sobrevivió a la masacre?, se preguntaron durante décadas historiadores y novelistas.
DOS LÍNEAS DINÁSTICAS SE DISPUTAN LA JEFATURA DE LA CASA ROMANOV
En 1886 el zar Alejandro III (1845-1894) decretó que los hijos y nietos de un zar debían ser titulados Gran Duque o Gran Duquesa de Rusia, con el tratamiento de Alteza Imperial. Todos los demás descendientes llevarían el título de Príncipe o Princesa de Rusia, con el tratamiento de Alteza Serenísima, excepto el hijo mayor de cada bisnieto, que debía llevar solamente el tratamiento de Alteza.
La línea de sucesión rusa había sido establecida claramente en 1797 por el zar Pablo I, hijo de Catalina la Grande, y codificada por última vez por Nicolás II en 1911. La Corona pasó a la línea de sucesión masculina por primogenitura y quedó establecido que la jefatura de la Casa Imperial solo podría ser ocupada por una mujer en caso de haberse agotado los herederos varones. Estas reglas, que fueron diseñadas para evitar reclamos conflictivos al trono, debían también aplicarse a los pretendientes al trono.
Desafortunadamente, la fortuna de los Romanov, así como la de muchas de otras casas reales, se esfumó y eso significó que los matrimonios dinásticos –entre familias reinantes- no fueran tan comunes como antes. Con el correr de los años, la mayoría de los Romanov comenzaron a casarse de manera morganática, como se llama al enlace entre dos personas de rango social desigual (una noble y un plebeyo, por ejemplo). De acuerdo con la legislación de la Casa Imperial, los descendientes de tales matrimonios perdieron su lugar en la línea de sucesión.
Es así como, más de 100 años después de la Revolución, los Romanov han aceptado en gran medida el hecho de que “la sangre es más espesa que el agua” y la mayoría de ellos se ha unido para crear la Asociación Romanov, con la intención de mantener sus lazos familiares, defender la memoria del pasado imperial de Rusia y llevar a cabo actos de beneficencia dentro de la propia Rusia, según lo permitan las autoridades gobernantes. Estos Romanov hoy están de acuerdo en que la restauración de la monarquía solo se lograría mediante el voto democrático, por lo que los argumentos entre familias sobre la precedencia son bastante inútiles.
En 1998, los restos del último zar asesinado y su familia fueron formalmente enterrados en San Petersburgo, antigua capital imperial, y más de 50 integrantes de la familia imperial viajaron desde todas partes del mundo para asistir al funeral. Fue una ceremonia extraordinaria y muy emotiva, ya que el último zar Romanov no solamente fue canonizado sino llorado por parientes nacidos muchos años después de su muerte, así como también por sucesores del régimen que lo asesinó.
La controversia sobre si alguno de los hijos del zar sobrevivió a la masacre de 1918 llegó a su fin definitivo en 2008, cuando las pruebas de ADN revelaron que los restos humanos encontrados a poca distancia del principal lugar de enterramiento eran, en efecto, los del zarevich (príncipe heredero) y una de sus hermanas.
Por décadas, muchos miembros del clan Romanov reconocieron como jefe de la Casa Imperial Rusa al príncipe Nicolás Romanovich Romanov, quien murió en 2014. Era tataranieto del zar Nicolás I y se convirtió en líder de la familia tras la muerte de su primo, el gran duque Vladimir Kirillovich (1938-1992), ya que era el primer varón en la línea de sucesión.
Sin embargo, la única hija de Vladimir, la Gran Duquesa María Vladimirovna (68) nunca estuvo de acuerdo. Ella, que jamás formó parte de la Asociación Romanov, alega que Nicolás, así como muchos de sus primos varones, había perdido sus derechos dinásticos por que el matrimonio de uno de sus antepasados había sido morganático. Con el paso de los años, el reclamo de la gran duquesa María y su hijo, el gran duque Jorge Mijáilovich (40), comenzó a contar con el apoyo de una gran cantidad de monárquicos rusos.
Según la última edición del Almanaque de Gotha (compendio detallado de todos los datos de las casas reales, la alta nobleza y la aristocracia europeas), María Vladimirovna reclamó formalmente la jefatura de la Casa Imperial de Rusia por ser la única hija del Gran Duque Vladimir Kirillovitch. Se basó en la interpretación de que la primogenitura masculina sucede solo entre los nacidos de matrimonios de igual rango, según la cual, después de la extinción total de la línea masculina, se permite la sucesión femenina; y sobre la base del deseo por mandato del Gran Duque Vladimir de que su hija fuera su sucesora.
En 1969, cuando cumplió 16 años y alcanzó la mayoría dinástica, María hizo un juramento de lealtad a su padre y prometió defender las Leyes Fundamentales de Rusia que regían sobre la sucesión al trono. Un par de años más tarde y cumpliendo los deseos de su padre se matriculó en la Universidad de Oxford, en donde se graduó en Historia y Literatura rusas.
Consciente de la importancia de las leyes estipuladas por sus antepasados, la Gran Duquesa María se casó en septiembre de 1976 con su primo tercero, el príncipe Francisco Guillermo de Prusia, bisnieto de Guillermo II, el último káiser de Alemania y tataranieto de la reina Victoria de Inglaterra, en la Capilla Ortodoxa Rusa de Madrid. Francisco Guillermo se convirtió a la fe ortodoxa rusa antes de la boda, tomó el nombre de Michael Pavlovich y recibió el título de Gran Duque de Rusia de parte del padre de María. La pareja se estableció en Madrid, pero se separó en 1982, un año después del nacimiento de su único hijo, Jorge Mijáilovich, a quien su abuelo Vladimir le otorgó el título de Gran Duque de Rusia al nacer. Tres años más tarde, en 1985, Francisco Guillermo volvió a llevar su título y su tratamiento prusianos.
La gran duquesa María educó a Jorge para que fuera su sucesor al frente de la Casa Imperial y desde muy pequeño le inculcó el amor por Rusia y su compromiso con sus antepasados y su posición como líder de los Romanov. Jorge fue bautizado el 6 de mayo de 1981 en Madrid y su padrino fue el rey Constantino II de Grecia. En su bautismo también estuvieron presentes Juan Carlos y Sofía de España y Simeón y Margarita de Bulgaria. La noticia de que Jorge Mijáilovich sería conocido como gran duque de Rusia llevó al entonces presidente de la Asociación Romanov a emitir un comunicado, en el que decía que dicha asociación no reconocía al recién nacido gran duque como un miembro ni de la Casa Imperial Rusa ni de la familia Romanov.
Jorge pasó su infancia en España, por lo que habla perfectamente el castellano. Al igual que su madre, cursó sus estudios universitarios en Oxford. Su primer trabajo lo obtuvo en la Comisión Europea, donde fue asistente de la política española Loyola de Palacio. Tiempo después se mudó a Luxemburgo, en donde trabajó en la Dirección General de Energía Atómica y Seguridad de la Comisión Europea. Su carrera siguió en ascenso y en 2008 se trasladó al sector privado y fue nombrado asesor del Director General de MMC Norilsk Nickel, una importante empresa rusa de extracción de níquel. En 2012 fue nombrado director ejecutivo de Metal Trade Overseas, el principal centro de ventas de Norilsk Nickel en Suiza. Finalmente, en 2014 fundó su propia empresa, Romanoff & Partners, con base en Bruselas, que se dedica a construir relaciones estratégicas entre representantes de alto nivel de la Unión Europea y empresarios rusos.
Tras la muerte de su abuelo, el gran duque Vladimir, en 1992, María lo sucedió como soberana y guardiana del trono de Rusia, convirtiendo a Jorge en su heredero. Poco tiempo después, con título de zarevich, Jorge visitó Rusia por primera vez junto a su madre y su abuela, la Gran Duquesa Leonida, nacida princesa de Georgia.
Aunque para muchos la historia de los Romanov parecía lejana, el 17 de julio de 2018 las nuevas generaciones rusas conocieron por primera vez a la Gran Duquesa María y a su heredero cuando formaron parte del cortejo que presidió la ceremonia litúrgica que se celebró para conmemorar el centenario de los asesinatos del zar Nicolás II y toda su familia y que fue celebrada por el patriarca Cirilo I de Moscú, decimosexto Patriarca de toda Rusia y actual cabeza de la Iglesia ortodoxa rusa.
A principios de 2021, la gran duquesa María anunció el compromiso de su hijo Jorge con la escritora italiana Rebecca Virginia Bettarini (39), hija del diplomático italiano Roberto Amedeo Simeone Bettarini. La madre del novio decretó que tras el enlace Bettarini llevaría el título de Princesa con tratamiento de Alteza Serenísima y el derecho a usar el apellido Romanov. Por supuesto, muchos puristas que apoyaron en su momento a la gran duquesa María en su posición para ocupar la jefatura de la Casa Imperial, debido a su respeto de las leyes de sucesión impuestas por Pablo I, se opusieron a esta unión. Se sintieron decepcionados por el pasado plebeyo de Bettarini, ya que su matrimonio con el Gran Duque Jorge era definitivamente morganático. Paradójicamente, los argumentos que siempre usó la gran duquesa María para reafirmar su posición como única heredera legítima de los Romanov se contraponían a la realidad y dejaban a la Casa Imperial desprotegida con este casamiento.
El matrimonio civil se celebró el 24 de septiembre de 2021 en la capital rusa y la boda religiosa tuvo lugar el 1 de octubre en la grandiosa Catedral de San Isaac, en San Petersburgo. Entre los 1500 invitados a la boda estuvieron los reyes Simeón y Margarita de Bulgaria, el jeque Mohammed bin Hamad bin Khalifa de Catar, los duques Duarte Pio e Isabel de Braganza, el príncipe Manuel Filiberto de Saboya, los príncipes herederos Leka y Elia de Albania, los príncipes Luis Alfonso y Margarita de Borbón, y los duques Aimone y Olga de Aosta, además de varios miembros de la nobleza rusa y la aristocracia europea. Todos quedaron fascinados al revivir lo que eran las pomposas tradiciones de los zares y se maravillaron cuando vieron entrar a la nueva princesa Romanov con un espectacular vestido en satén blanco de la diseñadora libanesa Reem Acra y luciendo una maravillosa tiara kokoshnik de Chaumet, en homenaje a los tradicionales tocados rusos que han inspirado una infinidad de tiaras reales a lo largo de la historia.
“RUSOS Y UCRANIANOS SON HERMANOS”
Aunque el gran duque Jorge no tiene interés en reclamar el trono ruso, decidió radicarse en Moscú junto a su mujer, hoy llamada princesa Victoria Romanova, y quien desde la capital de su nueva patria dirige la Fundación Imperial Rusa, creada en 2013 para celebrar el 400 aniversario de la Casa de Romanov y lanzar iniciativas que impulsen la investigación médica y la protección del medio ambiente, así como la recaudación de fondos para resolver problemas de emergencia.
Y es precisamente ahora, que Rusia ha comenzado una guerra contra Ucrania, que la emergencia humanitaria en esa región se ha convertido en un tema de interés mundial. Por eso, LA NACIÓN logró hablar en exclusiva con el gran duque Jorge para conocer su opinión de lo que hoy sucede el este de Europa. Y aunque su deseo no es causar controversia, su posición como heredero de los Romanov y descendiente de la poderosa dinastía que reinó Rusia por tres siglos lo convierten en una voz autorizada para contarnos su visión de los hechos y el futuro de la patria que lleva en su sangre.
-¿Qué representa hoy ser un Romanov?
-Significa ser descendiente de una familia que por 300 años ha construido la historia de Rusia y de Europa. Es algo más que llevar un linaje conocido a nivel mundial y que todavía genera interés, por lo que nosotros como descendientes tenemos muy claro que debemos siempre representar dignamente a la historia de nuestra familia. Mi trayectoria tanto en el sector público como en el privado también deja en claro que para mí es muy importante que la gente me defina por mi trayectoria profesional y no solamente por mi apellido.
-¿Cómo fue vivir en el exilio parte de su vida? ¿De qué forma su madre hizo que usted desarrollara un gran amor por Rusia?
-Nuestra familia se vio obligada a exiliarse. De los Romanov solo los que terminaron en el extranjero pudieron sobrevivir. Todos nuestros parientes que se quedaron en Rusia después de 1917 fueron ejecutados. Pero nunca hemos experimentado ningún sentimiento negativo hacia nuestro pueblo, y, aunque parecía imposible, pudimos finalmente regresar después da la caída de la URSS. Cada generación de nuestra familia fue criada en el amor por Rusia y en la disposición de siempre servirla. La base de tal educación es la fe ortodoxa rusa y el respeto por la gran cultura de nuestro pueblo.
-¿Cree que la historia ha sido injusta con su familia? ¿De qué forma cree que ha cambiado la percepción del pueblo ruso hacia los Romanov desde la llegada de los bolcheviques al poder en 1917?
-Por supuesto que ha sido injusta. Tras la llegada de los bolcheviques al poder, la crueldad que se manifestó contra los Romanov fue extrema. No nos olvidemos la forma en la que asesinaron al zarevich Alexei, de solo 13 años, y a sus hermanas, también muy jóvenes, las Grandes Duquesas Olga, Tatiana, María y Anastasia. Como la historia siempre termina siendo escrita por los ganadores, durante más de 70 años la propaganda oficial en la URSS buscó maneras de borrarnos de la historia o desacreditarnos por completo ante los ojos del pueblo. Cuando se derrumbó la Unión Soviética nació una enorme curiosidad por el pasado y se volvió a hablar de nuestra familia de manera correcta. Así que la Historia finalmente fue justa con nosotro. Cuando tuvimos la oportunidad de volver a Rusia fue muy emocionante ver como nuestros compatriotas nos recibieron con amor, simpatía y cariño. Desde hace 30 años participamos en la vida pública de nuestra patria buscando un lenguaje en común con todos nuestros compatriotas, sin importar su origen o su fe, incluso con gente que aún mantiene ideas de izquierda. Por supuesto, el que el zar Nicolas II y su familia hayan sido canonizados por la iglesia ortodoxa ha sido para nosotros un gran acto de reconciliación.
-La cultura rusa es una de las más importantes de todos los tiempos. ¿De qué forma usted trabaja para seguir preservando ese enorme legado artístico y cultural?
-Sin duda. Y la Casa Imperial forma parte de esa historia. Por ejemplo, fue gracias a Catalina la Grande que Rusia se abrió a la cultura europea de manera significativa. La Casa Imperial siempre se ha quedado como la continuación histórica de Rusia y lleva más de tres décadas trabajando activamente en proyectos artísticos, sociales y culturales. También, a través de nuestras fundaciones, hemos retomado lo que era una parte importante de las actividades de la familia imperial: la beneficencia. Desde hace muchos años ayudamos a desarrollar proyectos para proteger a niños autistas y a familias de bajos recursos a través de un banco de alimentos.
-En su último comunicado, su madre, la Gran Duquesa María, habla de una gran patria rusa y de que los rusos y los ucranianos pueden ser considerados pueblos hermanos. ¿Hasta qué punto considera que esta guerra, que azota al este de Europa, posiciona injustamente a los rusos del lado incorrecto de la historia?
-Tal y como afirmó en el comunicado mi madre, la Gran Duquesa María, los rusos y los ucranianos son hermanos que hablan el mismo idioma, comparten la misma historia, tienen la misma religión y los mismos valores y ambos se consideran la misma gente. Por eso el dolor que todos hoy sentimos es muy grande.
-El año pasado se casó con la princesa Victoria y a su boda asistieron miembros de varias casas reales. ¿Qué representa para usted ser el heredero de la Casa Imperial Rusa?
-Es una enorme responsabilidad, pero también un gran honor. La Casa Imperial hoy día tiene la función de ser un vínculo entre tradición y modernidad. También consideramos prioritario nuestro trabajo humanitario y dedicar parte de nuestro tiempo a las actividades históricas, culturales y sociales en las cuales la Casa Imperial está involucrada en Rusia y en el extranjero.
-¿Cómo es vivir hoy en Moscú siendo un Romanov?
-La princesa Victoria y yo antes vivíamos en Bruselas, pero decidimos mudarnos a Moscú para poder seguir ampliando nuestro trabajo humanitario. Actualmente presidimos dos fundaciones, por lo que viajamos mucho a lo largo y ancho de toda Rusia, así como también por varias de las ex repúblicas soviéticas. Participamos en eventos históricos y culturales en todo el mundo promocionando la cultura rusa. Y aunque hoy la familia imperial no tiene ningún status o cargo político, nosotros queremos seguir trabajando como representantes de la continuación histórica de la gran Rusia.
-Junto con su mujer, usted preside la Fundación Imperial Rusa. ¿De qué se ocupa esta fundación en estos momentos de conflicto con Ucrania?
-Nuestra fundación brinda toda la asistencia posible a los necesitados en la zona de conflicto. En los últimos días hemos distribuido sesenta toneladas de comida. Seis mil refugiados y dos mil niños están recibiendo ayuda y un hogar temporal gracias al trabajo que estamos haciendo. Y aunque en algunas iniciativas trabajamos en solitario también coordinamos operaciones en conjunto con otras ONG para aumentar de eficiencia de la asistencia humanitaria.
-En los últimos tiempos se ha comparado la actitud de Vladimir Putin con la actitud de un zar. ¿Considera injusta o desconsiderada esta comparación?
-En Occidente los medios llevan años llamando así a todos los presidentes de la Federación Rusa. Ya llamaban al Presidente Yeltsin “zar Boris” así que no es nada nuevo, aunque si totalmente incorrecto. Un zar y un presidente no tienen nada en común y en Rusia nadie los compara ni los ha comparado nunca de esa forma. Los mismos presidentes rusos siempre han dicho que ellos son democráticamente elegidos y encabezan a la Federación Rusa como líderes de un Estado republicano.
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