Rumbo a un nuevo Tibet
¿Quién es Lobsang Sangay, el laico que, tras la renuncia del Dalai Lama a su liderazgo político, asumirá los deberes terrenales de un hombre considerado un dios viviente?
Lobsang Sangay no sabe exactamente qué día nació. Tampoco lo saben la mayoría de los pequeños niños y niñas que aparecieron junto a él en su primer día de clases, aferrados a las manos de sus padres, demasiado traumatizados como para recordar realmente cosas tales como sus cumpleaños. Si no fuera por el derramamiento de sangre que presenció su padre, Sangay ni siquiera hubiera nacido. Durante más de veinte años antes del nacimiento de su hijo, en 1968, su padre fue un monje budista en un remoto monasterio en el Tíbet.
Cuando llegó el momento de inscribir los datos de Sangay en el registro de la escuela, sus padres hicieron figurar el 10 de marzo como el día de su nacimiento. Lo mismo hicieron los padres de un tercio de sus compañeros de aulas. Para los tibetanos, el 10 de marzo es conocido como el Día Nacional del Levantamiento, que recuerda el punto más álgido de la rebelión armada de 1959 contra el dominio chino de su antigua patria.
"La historia de mi vida como refugiado está contenida en el hecho de que no conozco el día de mi propio nacimiento", reflexiona Sangay con el aire de un hombre muy acostumbrado a las penurias.
Por la ventanilla del pequeño avión en el que volamos hacia la estación en las colinas del norte de la India en Dharamsala, asoman los picos cubiertos de nieve del Himalaya, mientras Sangay comienza a narrarme su historia. Ninguno de los otros pasajeros en el avión le presta atención. Pero aunque para la mayoría podía ser aún un completo desconocido, en cuestión de semanas ocuparía el lugar de una de las figuras más instantáneamente reconocibles del planeta.
El 8 de agosto este hombre de 43 años, muy alto, conversador y encantador, asumió los deberes temporales de su santidad el decimocuarto Dalai Lama, que conmocionó a sus devotos en marzo pasado, cuando anunció que este verano boreal se retiraría de su rol como líder político del movimiento tibetano en el exilio que ha encabezado en las últimas cinco décadas.
La historia de cómo sucedió esto se va desplegando a medida que nuestro avión sigue la línea del Himalaya hacia el Norte. Sangay habla dolorosa y detalladamente de los eventos que obligaron a sus padres a atravesar estas montañas cuando se demostró fútil la resistencia al poderío del Ejército Popular de Liberación de China. Durante años antes de esto el ELP había estado atacando brutalmente al Tíbet, apuntando especialmente a monasterios y conventos con artillería pesada, en el intento de quebrar la profunda fe budista del pueblo tibetano y colocar el territorio vasto y estratégicamente crítico bajo el dominio comunista.
Sangay recuerda que de chico su padre le hablaba de un río cerca de su monasterio en el Tíbet oriental lleno de la sangre de monjes masacrados. Fue frente a este salvajismo que su padre abandonó la orden monástica y se convirtió brevemente en un luchador de la resistencia, antes de sumarse a decenas de miles de tibetanos que huyeron a través del Himalaya a Nepal, siguiendo a su líder espiritual, el Dalai Lama, al exilio.
Sangay y sus dos hermanos menores fueron criados cerca de uno de esos campamentos en Darjeeling, Bengala Occidental, donde su padre había conocido y se había casado con su madre (luego de que fuera abandonada, de adolescente, porque se había quebrado una pierna mientras huía a través del Himalaya).
Pese a tan duro origen, Sangay logró salir de la pobreza a través de logros académicos. Al ver que sobresalía en los estudios, sus padres vendieron una de las tres vacas de la familia para pagar su educación. Luego de un período en la Universidad de Nueva Delhi, obtuvo una beca para ir a la Facultad de Derecho de Harvard y permaneció allí como investigador superior, viviendo una vida privilegiada occidental los últimos quince años. Entonces su vida dio un extraordinario vuelco cuando el Dalai Lama hizo su sorpresivo anuncio el 10 de marzo, en el "cumpleaños" 43 de Sangay.
Sangay se encontraba en Dharamsala en aquel momento. Durante meses había estado haciendo campaña, tanto a larga distancia vía Internet desde Boston como recorriendo comunidades exiliadas en la India, para ocupar un puesto llamado Kalon Tripa (o primer ministro del gobierno tibetano en el exilio), rol que tradicionalmente ha sido poco más que un puesto administrativo dentro de una organización en gran medida subordinada al Dalai Lama mismo. Sangay había sido alentado a postularse para el cargo por aquellos de la comunidad en el exilio que querían ver a un laico más joven en el rol hasta entonces representado sólo por altos monjes budistas.
Así como movimientos de protesta vienen recorriendo el mundo árabe, el Tíbet también ha sido sacudido en los últimos años por crecientes manifestaciones contra la discriminación social, económica y religiosa crónica que sufren seis millones de tibetanos que ahora se encuentran viviendo dentro de China. Dos tercios viven mucho más allá de las fronteras de lo que los chinos eufemísticamente llaman la Región Autónoma del Tíbet (RAT), que cubre sólo la mitad de lo que los tibetanos reclaman como su antiguo territorio.
Desde la violenta represión contra los manifestantes en las calles de Lhasa en 2008, grupos de derechos humanos informan que ahora hay más prisioneros políticos tibetanos en cárceles chinas que en cualquier momento en la historia reciente. Según la organización GuChuSum, con sede en Dharamsala, que ayuda a antiguos prisioneros políticos que han escapado del Tíbet, había al menos 824 prisioneros políticos detenidos allí en marzo de 2011 y se desconoce el destino de muchos más que han sido arrestados.
En vistas de la creciente intranquilidad y tensiones en la comunidad de 145.000 exiliados en todo el mundo, frustrada por la falta de avances en cuanto a lograr mayor autonomía e igualdad para los tibetanos dentro de China, Sangay fue visto como una inyección de dinamismo y alta calificación muy necesitada por la conducción en el exilio. En Harvard se ha especializado en derechos humanos internacionales y gran parte de su energía ha estado dedicada a reunir a académicos tibetanos y chinos.
Pero parece que Sangay no estaba preparado para el anuncio del Dalai Lama de su retiro. Durante trescientos años, sucesivos Dalai Lamas han cumplido el doble rol de supremo guía espiritual del pueblo tibetano y su principal figura política. Pero al avanzar en su edad, el actual Dalai Lama (Tenzin Gyatso, un hombre de 75 años) ha dejado cada vez más en claro que quiere terminar con la "cultura de dependencia" que ha crecido en torno de su figura.
"Desde los años sesenta he subrayado repetidamente que los tibetanos necesitan un líder, elegido libremente por el pueblo tibetano, a quien yo pueda entregar el poder. Ahora claramente ha llegado el momento de poner esto en práctica", anunció el 10 de marzo. En el futuro, declaró, la conducción política corresponderá a quien sea elegido Kalon Tripa.
Cuando escuchó estas palabras, Sangay cayó en un "estado de negación". "Ese día fue el comienzo de una verdadera montaña rusa emocional, muchos momentos de ansiedad y mucha introspección", dice. "Comprendí que si lo que decía su santidad se hacía realidad, yo podría estar ocupando su lugar." Varias semanas más tarde, su ansiedad demostró tener fundamento. El 26 de abril, los resultados de una consulta realizada a lo largo de varios meses dentro de la comunidad en el exilio dio como resultado la elección de Sangay como el siguiente Kalon Tripa.
Cuando pregunto a Sangay cómo se siente respecto de asumir los deberes temporales de un hombre considerado por sus seguidores como un dios viviente en momentos en que el Tíbet se encuentra en una encrucijada tan crítica, Sangay responde que es su leh, o destino kármico.
A pesar de esta actitud humilde, los que conocen a Sangay lo describen como "extremadamente ambicioso", un rasgo inusual en la cultura tibetana, que valora tradicionalmente la humildad como una de las mayores virtudes. Con su esposa, una descendiente de uno de los reyes fundadores del Tíbet, también nacida en el exilio, tienen una hija de tres años. Piensa mudar su familia a Dharamsala cuando asuma su nuevo cargo.
Sangay cuenta una historia conmovedora de lo difícil que fue, dados sus antecedentes de pobreza, ganar la aprobación de los padres de su esposa para el casamiento, ante la presencia de incontables pretendientes ricos. "Le dije a su padre: ‘No soy nada ahora y quizá no merezca a su hija. Pero algún día le mostraré que seré alguien importante’. Por suerte me tomó la palabra", dice, con una amplia sonrisa en su rostro agradable.
Al aterrizar nuestro avión, Sangay se pone un par de antiparras de aviador y sale a la pista con su traje fino vistiendo su cuerpo atlético (es un entusiasta hincha del béisbol). No podría darse un contraste mucho mayor que el que se percibe entre Sangay y el monje crecientemente calvo cuyas funciones políticas está por asumir.
Mientras que para las autoridades chinas que gobiernan el Tíbet con puño de hierro el Dalai Lama es "un lobo envuelto en una toga, un monstruo con rostro humano y corazón de animal", para millones de budistas de todo el mundo es la decimocuarta reencarnación del supremo Buda de la Compasión. Globalmente es considerado un ícono de paz, reconocido formalmente en 1989, cuando se le otorgó el Premio Nobel de la Paz por su oposición sistemática al uso de violencia en la búsqueda del auto-gobierno para el Tíbet. Es alguien muy difícil de reemplazar.
Pese a la insistencia de Sangay de que seguirá apoyando la postura de larga data del Dalai Lama de reclamar negociaciones pacíficas para lograr la genuina autonomía para los tibetanos dentro de China –el llamado "camino medio"–, algunos señalan sus alabanzas a la "revolución de los jazmines" en el mundo árabe como indicativo de que esto podría cambiar en el futuro. "El nuevo líder (del Tíbet) tendrá que aprovechar los cambios en el mundo musulmán. Cuando se presente la oportunidad, se deberá aprovechar", dijo al hacer campaña por el cargo de Kalon Tripa, llevando a algunos a especular acerca de si el Tíbet podría pronto enfrentar su equivalente de la "primavera árabe".
Hasta ahora el peso moral que ha tenido el Dalai Lama ha evitado que la situación se vuelva más volátil. Una señal de la preocupación que muchos sienten ante la perspectiva de que disminuya su influencia son los repetidos ruegos emotivos, culminando en un pedido formal por parte del gobierno en el exilio de que cambie de idea respecto de ceder su poder temporal a un funcionario electo.
Cuando el Dalai Lama se negó, se le pidió que considerara continuar como "jefe de Estado ceremonial", con un rol constitucional similar al de la monarquía británica. "Si me dan una reina quizá lo considere" bromeó el monje envejecido con su sentido del humor característico, antes de rechazar firmemente el pedido.
Aunque sus partidarios aplauden la decisión del Dalai Lama de democratizar la conducción de su pueblo en momentos en que autócratas de todo el mundo se aferran brutalmente al poder, unos cuantos críticos creen que éste no es el momento para que se retire. "No veo nada maravilloso en que un pastor abandone su rebaño en mitad del desierto", dice Llasang Tsering, ex presidente del Congreso de la Juventud Tibetana, que habla de sí mismo como el "mal residente" en Dharamsala, porque se atreve a expresar un punto de vista diferente al del Dalai Lama.
Tsering cree que ha llegado el momento de que los tibetanos reconozcan que el "camino medio" no ha funcionado y de cambiar de rumbo hacia tácticas más confrontativas. "China no tiene necesidad de negociar con un montón de pobres refugiados", sostiene. "La gente está muriendo en la búsqueda de la verdadera libertad en el Tíbet y necesita apoyo internacional. Lo necesita ahora, antes de que sea demasiado tarde. Lo que está en juego en Tíbet no es sólo el destino de 6 millones de personas, sino también el control del techo del mundo, un área equivalente a dos tercios del tamaño de Europa, con vastas reservas minerales, donde tienen su origen todos los ríos importantes del Asia y donde China tiene importantes cantidades de bases de misiles estratégicos."
Pero dado, el peso económico chino y el hecho de que Pekín amenaza con consecuencias innombrables para cualquier país que acepte tener contacto formal con el Dalai Lama, una ola repentina de apoyo oficial para el Tíbet por parte de la comunidad internacional no parece posible. Pese a que es reconocido como un hombre de paz, especialmente por estrellas de Hollywood que lo adoran, la mayoría de los contactos del Dalai Lama con líderes extranjeros es a título de figura religiosa. Sangay no tendrá abierta esta puerta trasera espiritual.
Además de batallar contra la indiferencia internacional, Sangay también tendrá que lidiar con crecientes tensiones entre tibetanos mayores y jóvenes, tanto en el Tíbet como en el exilio. Un número creciente de integrantes de las generaciones más jóvenes –cada vez más frustrados, tecnológicamente educados y radicalizados– ahora están a favor de la independencia total. "Los jóvenes tibetanos tienen un nivel educativo cada vez más alto y son cada vez más conscientes de sus derechos. Están cansados de que se pinte a los tibetanos como una tribu exótica", dice Tenzin Tsundue, un escritor tibetano y activista por la libertad.
Dentro del Tíbet los jóvenes recurren a medidas desesperadas. El 16 de marzo, un monje de 20 años del monasterio Kirti, muy al Norte, se prendió fuego y murió a causa de sus heridas, en protesta por la creciente represión china. Esto llevó a que 300 monjes de esta institución fueran arrestados y llevados a un lugar desconocido. "De acuerdo con la fe budista, no debemos causar daño a nosotros mismos ni a los demás, por lo que se considera al suicidio como algo muy malo. Pero la situación en el Tíbet ahora es tan crítica que la gente se siente desesperada" dice Kanyag Tsering, un alto monje en un monasterio en Dharamsala.
El trato que pueden esperar los que son arrestados es ilustrado gráficamente por una ex monja que escapó del Tíbet vía Nepal en 2004 y que está tan traumatizada aún que pidió nerviosamente reunirnos en una colina remota en Dharamsala, donde nadie puede escucharnos. Luego de ser arrestada cuando era una joven monja de 16 años, Nyima, que ahora tiene 32, describe con gráficos detalles cómo fue torturada en prisión por cinco años. En el verano la obligaban a estar parada al aire libre sobre una caja con hojas de diario bajo sus axilas y entre las piernas. Si los diarios caían era golpeada salvajemente. En el invierno la obligaban a pararse descalza sobre bloques de hielo hasta que se le caía la piel. Cuando sustituyó los versos de una canción que se obligaba a cantar a las presas en alabanza a Mao con sus propias palabras en tributo al Dalai Lama, fue encerrada a solas por veintiún meses. "Quiero que la gente sepa lo que está pasando dentro del Tíbet. Si la gente sabe esto, cómo es que no ayuda", dice con apenas más que un susurro. "Es cierto que necesitamos ayuda urgente. Se acaba el tiempo. Muy pronto el Tíbet no será más que un gigantesco museo, nuestra cultura estará muerta en los hechos", concluye Kanyag Tsering.
Pese a esta desesperación, Sangay insiste en que mantendrá los principios pacifistas al enfrentar el desafío del liderazgo. "Vea lo que logró Gandhi con su movimiento no violento. Yo creo que el Tíbet puede lograr el éxito eventualmente. Si lo hace será la historia más hermosa del siglo XXI", dice alzando los brazos como en actitud de súplica. Sostiene que los cambios en la geopolítica podrían llevar a un avance en la impasse que ya dura décadas en las relaciones sino-tibetanas.
Es un argumento cauto y conciliatorio. Pero Sangay da la impresión de ser un hombre que no muestra su juego. Claramente, es un operador astuto. En una cultura que rechaza la autoproclamación, se deleita en describir cómo hace campaña por el puesto de Kalon Tripa "no haciendo campaña", recorriendo en cambio las comunidades de refugiados tibetanos en la India, dando conferencias sobre historia tibetana y derechos humanos, de modo que su rostro sea más reconocible que los de sus rivales en el momento de la votación.
Sangay admite que en su juventud fue un "activista de línea dura". En sus tiempos de estudiante a menudo su vida se vio interrumpida: pasó cortos períodos en la cárcel por protestar a favor de la independencia de Tíbet delante de la embajada china en Nueva Delhi. Sostiene que se tranquilizó con el paso de los años, citando el adagio de Churchill de que si uno no es liberal de joven no tiene corazón y si no es conservador a los 40, no tiene cabeza.
El único indicio de los verdaderos sentimientos de Sangay respecto del actual régimen chino aparece en una anécdota que cuenta acerca de lo sucedido cuando solicitó permiso para viajar a Lhasa hace varios años: como la mayoría de los exiliados tibetanos de menos de 50 años, nunca había puesto un pie en el Tíbet. Luego de la muerte de su padre quiso viajar a la capital tibetana para encender una tradicional vela en un templo budista en su memoria. Pero se le negó el permiso. "Eso fue muy doloroso", dice Sangay. "Comprendí el tipo de gente con la que estaba tratando".
Dada la posibilidad de que el sucesor político del Dalai Lama pueda adoptar una postura mucho más dura en el futuro, la cuestión de quién lo reemplazará algún día como líder espiritual se vuelve cada vez más acuciante.
Pocos dudan de que Pekín intentará contener la inquietud en la región instalando su propio sucesor espiritual. En clara contradicción con siglos de tradición, en los que sucesivos Dalai Lamas han sido reconocidos como tulkus reencarnados o altos monjes a través de un proceso misterioso de rezos y divinización, el gobierno chino, oficialmente ateo, no ve nada paradójico en el anuncio hecho en 2007 de que es el único que tiene derecho a decidir quién sucederá a Tenzin Gyatso cuando éste muera.
Mientras tanto, se dice que el Dalai Lama mismo está considerando alternativas para su sucesión espiritual.
UN TIBETANO DE SANGRE PURA
A veinte kilómetros de Dharamsala, por un camino muy poceado, se encuentra un posible sucesor del Dalai, bajo virtual arresto domiciliario. Desde su escape dramático del Tíbet en enero de 2000, a la edad de catorce años, luego de días de manejar por complicados pasos montañosos, andar a pie para esquivar controles fronterizos y un tramo a caballo, Ogyen Trinley Dorje ha sido tratado con mucha desconfianza por las autoridades indias, que mantienen agentes de seguridad en guardia permanente a las puertas de sus cuartos privados en el monasterio de Gyuto, en Sidhbara.
Como jefe de la escuela Karma Kagyu del budismo tibetano, Dorje es uno de los dos monjes que se atribuyen el título de decimoséptimo Karmapa, reencarnación de Buda anterior al Dalai Lama en más de doscientos años. En los últimos cinco siglos, sucesivos Dalai Lamas pertenecientes a la tradición Gelug o de "Sombrero Amarillo" han consolidado el control sobre los cuatro linajes principales del budismo tibetano: Gelug, Kagyu, Sakya y Nyingma. Después del Dalai Lama y el Panchem Lama, el segundo de la jerarquía Gelug, el Karmapa, es ampliamente considerado como el tercero de la jerarquía espiritual tibetana, en la medida en que existe un orden esotérico.
La posición de Karmapa adquirió mayor significación, sin embargo, luego de la misteriosa desaparición en el Tíbet de Gendun Chökyi Nyima, identificado por el Dalai Lama, a través de la adivinación tradicional, como el undécimo Panchen Lama, en 1995. Poco después de su elección, este niño fue detenido por las autoridades chinas y no ha sido visto desde entonces; pese a afirmaciones de los chinos de que ahora vive tranquilamente con su familia en algún lugar del Tíbet y no quiere ser molestado, Gendun fue reconocido internacionalmente como el prisionero político más joven del mundo. El hijo de cinco años de dos miembros del Partido Comunista, nombrado luego por los chinos como su elección de Panchen Lama, es rechazado por los tibetanos devotos.
Luego de la huida de Dorje del Tíbet, las autoridades indias expresaron dudas acerca de que China hubiese dejado escapar a tan alta figura religiosa. Comenzaron a circular rumores de que es un espía chino.
La posición de Dorje se vio aún más complicada este año cuando se encontró alrededor de un millón de dólares en divisas, en gran parte yuanes chinos, en baúles en el monasterio de Gyuto. Titulares sensacionalistas en la prensa india que afirmaron que era un "espía" chino hicieron que el Dalai Lama y otros en la comunidad en el exilio reclamaran que se esclareciera el origen del dinero. Según el círculo del Karmapa, el dinero provino de donaciones no solicitadas de devotos que intentaban ayudarlo a construir un nuevo monasterio. El dinero no había sido depositado en cuentas bancarios, explicaron, debido a la pesadilla burocrática a la que se enfrentan los tibetanos al realizar transacciones en un país en el que, como refugiados, tienen pocos derechos legales. Si bien esta explicación en general fue aceptada, Dorje sigue siendo tratado con desconfianza por la administración india, que controla férreamente el acceso público a él.
Considerando estos antecedentes, esperaba que el Karmapa estuviera muy en guardia cuando lo entrevisté. Por el contrario, parecía aliviado de tener la oportunidad de responder a estas acusaciones. Sentado en una silla forrada en seda en un cuarto pequeño y aireado en el punto más alto del monasterio de Gyuto, con un intérprete a sus pies, aseguró: "Soy un tibetano de sangre pura y para cualquier tibetano no puede haber nada peor que ser acusado de ser un espía chino". Cuando le pregunto lo que piensa acerca de la posibilidad, que me sugirió Tenzin Takhla, de que podría algún día convertirse en el próximo Dalai Lama, responde: "Nadie puede ser el Dalai Lama salvo la reencarnación del Dalai Lama. Es el único".
En el pasado el Dalai Lama también ha planteado la perspectiva de que el rol muera con él, si el pueblo del Tíbet siente que no tendría utilidad contar con otro Dalai Lama después de su muerte. Luego de la promulgación del decreto donde el gobierno chino se adjudica el poder de decisión sobre quién sucederá al Dalai Lama, aparece el peligro de un "duelo de los Dalai Lama". Toda esta incertidumbre sobre la futura dirección espiritual y política augura nubes de tormenta sobre el Tíbet. Por más mensajes de paz que difunda el Dalai Lama, hay un mantra de más peso que aparece por doquier en Dharamsala: "No importa lo que suceda, no importa lo que ocurra a tu alrededor, ¡nunca te rindas! ¡Nunca te rindas!"
TIEMPOS CRITICOS
"Si la gente quiere que cambie de política, lo haré", admite Lobsang Sangay en relación con el creciente malestar frente a la impasse en las negociaciones con China. "Eso no significa que esté proponiendo un cambio en la política oficial. Pero donde hay represión hay resistencia", concluye, recurriendo a una cita muy gastada del antiguo némesis del Tíbet, Mao Tse-tung.
No es menor el desafío que enfrenta el sucesor político del Dalai Lama, quien en su memoria lleva la historia de los miles de tibetanos exiliados que debieron soportar trabajos durísimos en la construcción de caminos de montaña en los territorios del norte de la India, o los que cultivaban pequeñas huertas en torno de improvisados campamentos de refugiados (cerca de uno de los cuales se criaron Sangay y sus dos hermanos menores).
SUCESOR ESPIRITUAL, SE BUSCA
El Dalai Lama ha hablado de la posibilidad de tener como sucesora a una mujer, agregando que si esto fuera a suceder desearía que fuera hermosa. La mayoría de las mujeres tibetanas con las que hablo toman esta posibilidad como algo serio. "Sea hombre o mujer, la cosa más importante es que el sucesor sea de buena calidad", dice Rinchen Khando, ex ministra en el gobierno tibetano en el exilio, casada con el hermano menor del Dalai Lama.
Tradicionalmente los Dalai Lama han sido identificados como reencarnaciones a edad muy temprana, a través de métodos antiguos de adivinación, una vez que el anterior Dalai Lama hubiera muerto. Sin embargo, en la actualidad no se descarta que la elección se realice en un proceso similar a la manera en que el Papa es elegido por un colegio de cardenales. También se considera la opción de que el nombramiento recaiga en uno de los altos lamas de las cuatro escuelas principales del budismo tibetano. Finalmente, podría ocurrir que el Dalai Lama mismo elija su sucesor antes de morir, por medio de un proceso llamado "reencarnación reconocida antes de la muerte".
Christine Toomey