El caso de Rosalía es realmente curioso. ¿Una jovencita de Sant Esteve Sesrovires, pequeño municipio de la comarca del Baix Llobregat, en el área metropolitana de Barcelona, que se transforma en la nueva estrella del flamenco? Sí, efectivamente. Con apenas 24 años, Rosalía Vila, criada en una casa donde ella podía distinguir que había llegado el fin de semana porque sus padres ponían en continuado discos de Supertramp, Queen, Bruce Springsteen y Bob Dylan y fan declarada del R&B y el trap, hoy no solo llena cada lugar donde se presenta en España, sino que también ha sido calurosamente elogiada por uno de los grandes referentes del género, el veterano guitarrista Pepe Habichuela, que decretó: "Es una niña, canta como una vieja".
En 2016, antes de la edición de su notable disco debut, Los Ángeles (2017), Rosalía se lució como invitada del rapero madrileño C. Tangana en "Antes de morirme", un trap sensual y pegajoso que ya superó las 21 millones de reproducciones en YouTube y en el que se repite más de una vez la línea "antes de morir quiero el cielo", una ambición que podría pensarse perfectamente como su propia hoja de ruta.
De la muerte, de hecho, se habla mucho en Los Ángeles. De la pérdida, el vacío y el dolor, asuntos que suelen preocupar mayormente a gente de otra edad que la de Rosalía. Pero ella piensa con agudeza que "la muerte forma parte de la vida, está presente en todo lo que sucede y es un abismo interesantísimo al que asomarse". Y por eso es el punto de fuga de un disco intenso y conmovedor. El flamenco es el lenguaje primario y personal para abordar el tema de muchos modos distintos. Tantos que hasta aparece en el menú I See A Darkness, una lúgubre pero exquisita visión del prócer del folk alternativo americano Bonnie Prince Billy que Johnny Cash bendijo con su voz en la sorprendente etapa final de su carrera.
Rosalía creció en las afueras de Barcelona, heredó el nombre de su abuela y un día, a los 13 años, escuchó por primera vez a Camarón de la Isla. Estaba pasando la tarde en un parque arbolado del Baix Llobregat con unos amigos que ponían música a buen volumen en sus coches, con las puertas abiertas de par en par. Entonces quedó flechada, suele repetir ella, y decidió empezar a formarse para dedicarse a la música. Esa formación fue muy dispar: "Música moderna, técnica lírica y cante flamenco", sintetiza.
Su maestro principal fue el cantaor Chiqui de la Línea, encargado de iniciarla en el flamenco clásico y responsable de buena parte de su rica identidad artística. Con él, una especie de sensei flamenco, aprendió a valorar las melodías de cantaores pioneros: La Niña de los Peines, El Niño de la Huerta, Niño Gloria… Grabaciones muy modestas en las que la voz quedaba inevitablemente expuesta, como queda la suya –y cautiva, realmente– en "La hija de Juan Simón" o "El redentor". En realidad, en todo Los Ángeles la voz, que Rosalía ya maneja con una autoridad asombrosa, juega un papel decisivo. La potencia, el inusitado aporte de un guitarrista atípico, ajeno a la tradición flamenca pero lleno de ideas y buen gusto, como Refree, seudónimo del catalán Raül Fernandez, versátil y actualizado productor de otra gran cantante española contemporánea, la también catalana Silvia Pérez Cruz, y de Lee Ranaldo, el exguitarrista de Sonic Youth.
El enfoque un poco oblicuo de un género tradicional –una especie de versión indie del flamenco, digamos–, el llamativo look de Rosalía (uñas largas y pintadas con esmalte glitter, indumentaria por lo general de aspecto casual pero bien calculada), un Instagram caliente y muy activo con 115 mil seguidores y una actitud juvenil e indolente (hace poco le mandó un mensaje de WhatsApp al cantante Pablo Alborán para felicitarlo por una de sus performances y filtró sin querer el número de móvil del famoso malagueño) la acercaron a un público joven y bastante específico. Que el Primavera Sound, uno de los festivales alternativos de mayor renombre en la actualidad, la haya convocado dos veces dice bastante del perfil de esta artista voraz y muy enfocada en el desarrollo de su carrera que cerró en marzo la gira internacional de Los Ángeles con un par de conciertos en Miami y Nueva York. En junio, otro dato para confirmar la dirección hacia la que apunta su mira artística, se presentará en el Sonar, conocido festival catalán de electrónica experimental que tiene su versión argentina, con una puesta en escena y un sonido que, adelanta, no tiene nada que ver con lo que hizo hasta ahora.
Es curioso –aunque no completamente excepcional– que una artista tan joven tenga tan claro lo que quiere. Rosalía supo de muy chica que tenía un don, que ese don podía transformarse en un poder y que ese poder le podía servir "para hacer algo", como resume ella ahora. "Desde muy pequeña cantaba y bailaba por toda mi casa o por la calle –recuerda–. Estando en Granada, les decía a mis padres que quería aprender a tocar la guitarra española. En la escuela, siempre que podía, me ponía a trastear con cualquier cosa que tuviera a mano y generara un sonido. Hay un momento muy importante en mi vida: yo tenía 7 años, estaba en una comida familiar y mi padre me pidió que cantara; entonces canté con los ojos cerrados, y cuando los abrí vi a toda la familia llorando. ¡Un dramón! (risas). Fue un antes y un después para mí".
Después llegó al flamenco, de una manera un poco casual: "Era la música que escuchaban mis amigos cuando yo era adolescente –cuenta–. Desde el primer momento que escuché la voz de Camarón tuve una intuición. No solo desde la perspectiva de intérprete, sino también de compositora, arreglista y productora. Siento que para aportar a un género debes conocerlo en profundidad. Tener unos buenos cimientos es indispensable para lograr una propuesta interesante y personal".
Es probable que sea justamente la singularidad de la propuesta de Rosalía el argumento que la ayudó a imantar al público millennial, por lo general distante del ajetreado universo del flamenco, sin que eso implique haberla alejado del interés de los cultores con experiencia. "La globalización ha sido muy positiva en muchos aspectos –reflexiona la joven catalana–. Pero a la vez también provoca que la música y el sonido se estandaricen. De ahí que la gente se canse y busque de nuevo lo singular y las raíces. Ahora más que nunca, y no solo en la música, tiene más valor aquello que es original. El flamenco está viviendo uno de los momentos más brillantes y vivos de su historia. Es algo para celebrar", subraya categóricamente.
Ella misma es una chica de la generación que está disfrutando la explosión de artistas únicos y venerables como Kendrick Lamar y James Blake, dos de sus favoritos. Tiene claro cuál es el espíritu de la época en el plano de los consumos culturales: "Kendrick no es el típico rapero. Cuando grabas discos como To Pimp a Butterfly y DAMN, está claro que estás haciendo la música que te gusta hacer, con riesgo y sin concesiones. Creo que es muy importante no perder eso como artista –señala Rosalía–. Habrá veces que acertarás y otras que te equivocarás. Pero es la única forma de crear un espacio que nadie antes imaginaba que existiera, de agitar un género o una escena, de romper un status quo o de crecer a lo largo de los años en tu oficio y acercarte a aquello que llaman maestría. James Blake tiene una manera muy especial de producir, y creo que también se parece a Kendrick en ese perfil de artista: siempre está avanzado, hace música del futuro. Los admiro muchísimo a ambos".
DE LOS BEATLES A BOB MARLEY
La música anglosajona forma parte del frondoso background de Rosalía. Tras familiarizarse durante años con las canciones de los Beatles y Bob Marley gracias a sus padres, empezó a hacer sus propias selecciones. Bonnie Prince Billy fue una de ellas, y su música marcó a fuego una escena premonitoria: "I See A Darkness" es la primera canción que Refree y ella hicieron juntos, con voz y piano. "Es interesante que esa fuera la primera canción que tocáramos y que sea también la última del disco –argumenta–. Que conste en el disco es una declaración de principios porque no creo que haya una música mejor que otra ni barreras entre géneros musicales. Más tarde, una vez grabado el disco, escuché la versión de Johnny Cash y me encantaron su interpretación y su voz".
Refree descubrió a Rosalía en un homenaje a la rumbera Maruja Garrido que se hizo en el Mercat de les Flors, en el centro de Barcelona. Su buen olfato le indicó que estaba frente a una artista especial, pero no sabía nada de ella, que ya se había cruzado con colegas de más recorrido como Juan Gómez "Chicuelo" y Rocío Márquez. La contactó muy pronto y se convirtió en su socio irreemplazable. "Raül es la otra mitad indispensable para un disco como Los Ángeles –ratifica ella–. Nos hemos complementado muy bien en todo momento. Tenemos una conexión fuerte haciendo música y solemos pensar muy parecido cuando trabajamos. Es muy libre tocando y también muy visceral. Me inspira mucho".
Con una vieja guitarra flamenca de segunda mano tocada con un estilo poco ortodoxo para los cánones del género y unas cuantas ideas de producción simples, pero imaginativas y eficaces, Refree fue pieza clave de un disco cuyo título puede remitir tanto al arcángel San Rafael como a la populosa ciudad de California. "Sí, Los Ángeles puede tener que ver con la divinidad, con estos seres que te esperan en el cielo cuando mueres. O con la ciudad de donde surgió la música de The Doors, Kendrick Lamar y el West Coast, que forma parte de mi background musical y visual", añade Rosalía, una artista que, contrariamente a lo que podría adivinarse siguiendo sus pasos, dice moverse por pulsiones, guiarse básicamente por la intuición y tener una confianza ciega en que ese método nunca falla, independientemente de la opinión de los demás. "Me parece bien que luego esa música sea un hit del verano o una canción que solo tenga diez plays en Soundcloud. Da igual... Al final, cada proyecto tendrá el recorrido que de forma natural le corresponda. No quiero pensar en la crítica o en la repercusión de lo que hago. No quiero perder mi centro y la organicidad a la hora de abordar un proceso creativo. Mi prioridad como música es buscar la emoción".
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