La familia de la novia entregaba parte de su patrimonio como ayuda. Lo habitual era que pasara a ser administrada por el esposo, pero sin que la mujer perdiera la propiedad.
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El 5 de junio de 1605, Ana de Melo (15 años) y Juan Díaz de Ojeda (39) contrajeron matrimonio en la Catedral de Buenos Aires. Nadie en la joven ciudad, con apenas veinticinco años de vida, menos de seiscientos pobladores y 144 manzanas, fue ajeno al acontecimiento ya que la pareja tenía mucha figuración social. En cuanto a los pormenores, hemos decidido detenernos en la dote establecida para don Díaz de Ojeda que se estipuló el 26 de mayo, diez días antes de la boda. De esta manera, lograremos abordar aspectos de las costumbres de la época en la que le tocó gobernar a Hernandarias y conocer objetos y su valoración económica.
La institución de la dote era habitual, siguiendo la tradición española que fue heredada de la Antigua Roma. La familia de la novia entregaba parte de su patrimonio como una forma de ayuda para que iniciaran la vida conyugal con cierto apoyo económico. Lo habitual era que pasara a ser administrada por el esposo, pero sin que la mujer perdiera la propiedad.
Aquella acción permite explicar dos usos habituales en nuestro tiempo: las listas de casamientos en las casas de regalos y el hecho de que que el padre de la novia sea quien pague la fiesta. Antes de adentrarnos en el tema, aclaramos que Juan de Melo Cuitiño, cinco años menor que su yerno, ya había muerto y la viuda se casó con Cristóbal de Cáceres. Agregamos, como curiosidad, que tanto el padre como el abuelo paterno de Ana habían sido hijos naturales, denominación que cabía a los hijos concebidos fuera del ámbito del matrimonio. Don Juan, por su parte, también tuvo hijos naturales, pero Ana era hija de su esposa.
Para una más clara comprensión referida a los valores registrados en la dote, ubicaremos las cifras de la tasación refrendada por el escribano Francisco Pérez de Burgos a la izquierda, aunque en el documento figuran inmediatamente después de cada descripción. Ahora sí, esta fue la dote que, en nombre de don Juan de Melo Cuitiño, su viuda doña Juana Olguín de Ulloa y Cristóbal de Cáceres ofrecieron al novio.
Herramientas, animales y esclavas
— 200 pesos, que era el valor de cien hectáreas en el pago de La Matanza.
— 50 pesos, tres yuntas (es decir, tres pares) de bueyes.
— 12 pesos, seis arados.
— 12 pesos, tres herramientas de carpintería: una azuela (hacha de mango corto y hoja perpendicular al mismo), un hacha y un escoplo (es decir, un formón).
— 60 pesos, un molino de mano, moliente y corriente, con sus aderezos. Al respecto, queremos aclarar que la expresión “corriente y moliente” se empleaba como sinónimo de ordinario. En este caso, se refería los instrumentos simples pero necesarios en toda cocina. Con el tiempo amplió su significado y podía hablarse, por ejemplo, de una persona “corriente y moliente”, es decir, común.
— 26 pesos, cuatro camas de atahona. En este caso, no se trata del sentido habitual de la palabra cama, sino de hierros que se emplean en los molinos. Atahona es el término que se empleaba para mencionar al que funcionaba por la tracción de un buey o una mula que hacía girar la rueda.
— 60 pesos, unas piedras de atahona. Según vemos, la dote de Ana contenía incluso instrumentos para la molienda. También animales.
— 200 pesos, doscientas ovejas. Más claro imposible: cada oveja valía un peso.
— 120 pesos, doce cabezas de puercas, lo que nos permite comprender que en 1605 una puerca tenía el valor de diez ovejas.
— 300 pesos, un solar (es decir, cuarto de manzana) que fue de Diego de Olabarrieta, linde con el solar del escribano Pérez de Burgos —el mismo que daba fe de la dote— y por otra parte con el solar del Cabildo. Sin dudas, una ubicación privilegiada sobra la cuadra del Cabildo, en diagonal a la Catedral. El espacio mencionado es aquel donde se asentaría luego el Palacio Municipal (Bolívar 1).
— 800 pesos, una negra llamada Marta con dos hijas, Clara e Inés. De acuerdo con la tasación las tres esclavas figuraban entre los valores más preciados de la dote.
— 20 pesos, unos tapiales con su recaudo. Este era otro objeto común: un par de tablas o listones que se colocaban en forma paralela y eran la horma para construir una tapia o pared. El recaudo, en este caso, eran clavijas que afirmaban los listones para que se mantuvieran paralelos.
— 1000 pesos, valor en dinero “que el licenciado Tellez Ruano, ex fiscal de la Real Audiencia de la Plata, había dejado en manos de Gabriel Paniagua pertenecientes a la doncella”.
— 1200 pesos, tal era el valor de 150 arrobas de azúcar (unos 1.800 kilos) “que Marco de Acevedo, vecino del Espíritu Santo, costa del Brasil, debía a la esposa de Díaz de Ojeda como bienes que fueron del dicho su padre”. Interpretamos que se trata de un legado que el finado Juan de Melo dejó a su hija.
La escritura que detalla el patrimonio de la novia menciona además:
— 40 pesos, dos cajas de echar ropa con sus llaves y cerraduras.
— 25 pesos, una cuja de cama, es decir, su armazón.
— 70 pesos, una bacía grande de azófar. La bacía era una fuente o vasija que se empleaba para el aseo personal. El material, azófar, era una combinación de cobre y calamina, que daba un color entre cobrizo y dorado.
— 200 pesos, un pabellón de tafetán azul, imprescindible para subir la cama. Esta seda evitaba la molestia de los mosquitos.
— 500 pesos, una delantera de grana, de cama. Vemos aquí otro de los objetos valiosos: la cabecera de la cama con el mullido respaldo forrado en género color granate.
— 50 pesos, dos almohadas con sus aceruelos (fundas), labrados lo uno y lo otro. Para mayor claridad, tantos las fundas como las almohadas eran labradas.
— 60 pesos, cuatro sábanas de ruan de cofre. La aclaración “de ruan” indica que se trataba de un género de algodón estampado. En cuanto a “de cofre”, permite especificar que se trataba del clásico color bermejo que se usa en la parte interior de los alhajeros y baúles.
Ropa de mujer, patrimonio de la unión
La lista proseguía con objetos de uso más personal. Es posible que a algunos les sorprenda que la siguiente nómina es de ropa de mujer. Sin embargo, era la forma de aclarar que el vestuario de la dama pasaba a conformar el patrimonio que administraría el marido. Así se establecía y a nadie le llamaba la atención. Veamos esa ropa:
— 60 pesos, cuatro camisas de mujer, de ruan. En aquel tiempo, la palabra camisa señalaba a una prenda interior, como un camisón. Es decir, ropa que toma contacto con la piel.
— 24 pesos, cuatro gorgueras de red con sus puños, (la gorguera al cuello, son aquellas que en la imaginación se nos figuran como hechas de papel crepe; en cuanto a los puños, se colocaban en las muñecas, haciendo juego con la gorguera).
— 20 pesos, dos tocas de red (o mantillas para el pelo).
— 20, dos tocas de espumilla de seda.
— 22 pesos, una toca de seda.
— 100 pesos, una gargantilla de perlas gruesas.
— 150 pesos, un vestido de damasco azul.
— 100 pesos, un vestido de rajeta, ropa y saya de jubón de tela. Rajeta es un paño grueso de baja calidad. Saya de jubón es una falda que se complementa con un jubón , es decir, una prenda ceñida que cubría desde los hombros hasta la cintura. En este caso, el empleo de la preposición “de”, aclara que no se trata de todo el conjunto, sino de la saya, solamente..
— 150 pesos, ropa y saya de raso negro con jubón. En cambio, en este registro, la conjunción “y” indica que son las dos partes.
— 300 pesos, una imagen de un crucifijo de oro con sus perlas y una cadenilla de aljófar (perlas pequeñas), y dos sortijas de oro, la una con “esmeralda verde” y otra con una piedra blanca, y un berrueco (perla irregular) engastado en plata con una cruz en la dicha plata.
Los últimos objetos aportados al matrimonio fueron:
— 6 pesos, cuatro cucharas de plata.
— 30 pesos, un par de anteojos de camino, en caja de plata, con su tafetán. Aquellos rudimentarios anteojos de sol tenían vidrios gruesos y se empleaban para prevenir la acción del sol y del polvo en los ojos.
— 50 pesos, dos cofres de Flandes, es decir, dos baúles rústicos.
— 60 pesos, un manto de soplillo. Muy a la moda de aquel tiempo, el manto de soplillo (suave, delgado) era un accesorio de gala.
— 6 pesos, dos pares de chapines. Otro accesorio fundamental. Los chapines, que solían ser de corcho, se colocaban por encima de los zapatos de las damas. En términos actuales, eran plataformas que protegían los zapatos del barro de las calles.
— 100 pesos, un colchón con su lana, una frazada de Chile, y una sobrecama de grana (en este caso, “paño fino”).
Hasta aquí, la dote que llevó la novia al matrimonio por un valor de 5.803 pesos. De total, tres mil pesos correspondían al dinero efectivo, los 1800 kilos de azúcar y las tres esclavas. Este era considerado el patrimonio de la familia, que se vio incrementado en otros dos mil pesos que aportó el novio de su propio capital, “acatando la nobleza de mis señores suegros y la virginidad y bondad de la dicha doña Ana de Melo, mi esposa”.
De procurador a descuidado
Como información complementaria diremos que al año siguiente del casamiento, Díaz de Ojeda fue nombrado procurador de la ciudad. También, que fue acusado por daños y perjuicios debido a un curioso hecho. Para participar de una “justa de cañas” (una parodia de los lances entre caballeros medievales), pidió prestadas dos ligas nuevas, para ajustar las medias. El prestador se quejó porque, según denunció, no le fueron devueltas en las mismas condiciones.
Ojeda administró el patrimonio durante cinco años y medio. Murió en enero de 1611. En agosto de ese mismo año, buena parte de la dote pasó a manos de don Antonio de Melo, primo y nuevo marido de Ana. A esta altura, la dama tenía 21 años y su flamante marido, 20. El matrimonio no llegó a consolidarse lo suficiente. En 1618 (antes de cumplir los siete años unidos), el esposo marchó a Lima y Ana quedó viviendo sola enfrente de la Catedral. Lejos habían quedado los fastos de su fiesta de su primer compromiso en tiempos del gobernador Hermanarais. En 1630, la dama no tuvo más remedio que vender su exclusiva esquina (el campo ya había sido liquidado) para mantenerse.
Ana de Melo murió en 1638 cuando se cumplieron veinte años del abandono de su segundo marido. Sus restos descansan en la iglesia de la Merced (actuales Reconquista y Teniente General Juan Domingo Perón). El viudo regresó a Buenos Aires y se casó, el 30 de diciembre de 1642, con Leonor de Rivera, una de las siete hijas del poderoso don Antonio Bernaltes de Linares, quien se opuso tenazmente a la unión. En este caso, no hubo dote.
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