Ron Galella, el último paparazzo
Pionero en la no siempre amable caza de celebridades, el fotógrafo es hoy objeto de un gran reconocimiento. La Revista dialogó con él en su casa
NUEVA JERSEY.– A los 71 años, los dientes de Ron Galella son perfectos. “¡Porque son todos falsos! –se apresura a aclarar–. Los míos quedaron en el puño de Marlon Brando hace casi 30 años.”
La anécdota, quizás una de las más famosas de la larga lista del decano de los paparazzi en los Estados Unidos, se remonta a 1973. Brando, que en ese momento vivía recluido en Tahití, había viajado a Nueva York para aparecer en un programa de televisión en defensa de los indios. A la salida, intentó escapar del asedio hacia el Barrio Chino, pero Galella lo corrió, pidiéndole alguna foto sin anteojos oscuros. Harto, Brando se dio vuelta y le rompió la cara. “Fue doloroso, pero mis dientes le causaron una infección en la mano y él también estuvo tres días de hospital”, se ufana hoy Galella, un señor de pelo blanco y mirada dulce, que vive en un tranquilo suburbio de Manhattan con su mujer, Betty, y una colección de más de 2000 conejos de juguete.
A partir de entonces, Galella continuó fotografiando a Brando, pero protegido con un casco de fútbol americano.
“Es que así es Galella. Una mezcla de humor, riesgo e irreverencia. Sus tácticas pueden ser controvertidas, pero lo que lo separa del resto de los paparazzi es que el resultado final es siempre extraordinario. Es uno de los grandes fotógrafos del siglo, un artista en un rubro que no es reconocido como arte”, asegura Margery King, curadora de la muestra sobre Galella inaugurada en el Museo Andy Warhol, en Pittsburg, que desató un renovado fervor por Galella.
Al mismo tiempo, una de las más prestigiosas galerías del SoHo está realizando una gran exposición con sus obras. Y Gucci acaba de imprimir un libro-objeto de lujo con sus fotos más conocidas, que se agotó en cuanto apareció en las librerías y del que ya están preparando una segunda edición.
“Nos hicieron una fiesta enorme en Hollywood para el lanzamiento, nos llevaron en un avión particular y nos dejaron en Gucci para que nos vistiéramos como millonarios. Mi mujer estaba encantada, pero yo quería matarme: ¡Elton John había estado comprando ahí minutos antes y me lo había perdido!”, se queja Galella con una gran sonrisa y un fuerte acento ítalo norteamericano.
“Me compré esta casa –habla de su palacete lleno de brillos, reproducciones grecorromanas y enanos de jardín que parece salido de la serie Los Soprano– para tener algo en qué entretenerme, pero no puedo con mi genio.”
Galella es considerado un pionero de la cultura de las celebridades en los Estados Unidos. Trabajó antes de que la fama se convirtiera en una industria controlada y fue uno de los primeros en cruzar la línea entre las estrellas y su público. Como un voyeur profesional, Galella usó métodos invasivos y controvertidos, que algunos llamaron tenacidad, otros obsesión. Como la famosa marca cuerpo a cuerpo que durante años realizó tras Jackie Kennedy Onassis y que hoy, mientras toma su té helado de la tarde, recuerda con nostalgia.
–Su juicio contra Jackie Kennedy es de lectura obligada para los estudiantes de Derecho y lo convirtieron a usted mismo en una celebridad. ¿Cómo fue la verdadera historia?
–Primero me arrestaron por tomarle fotos en el parque, pero el juez dijo: “Galella es un fotógrafo de celebridades, ella es una celebridad, estaba en un lugar público, caso cerrado”. Pero ella apeló porque era muy cabeza dura y porque Onassis pagaba por todo. Finalmente, pusieron a un juez nombrado por Kennedy. Obviamente, perdí, y me obligaron a mantenerme a 8 metros de ella todo el tiempo. Pero quebré esa regla cuando la descubrí con un nuevo novio, Maurice Templesman. Fuimos otra vez a juicio, e intenté demostrar que había quebrado la regla cientos de veces, que en todas esas fotos ella aparecía sonriendo a la cámara, encantada, y que era el novio nuevo el que estaba molesto por aparecer en los diarios porque tenía una esposa paralítica que no quería darle el divorcio. Pero me pusieron al mismo juez, volví a perder y tuve que comprometerme a no fotografiar nunca más a nadie de la familia Kennedy.
–¿Le guarda rencor a Jackie?
–Para nada. Finalmente, todo lo que hizo en mi contra me trajo una publicidad que de otra manera jamás hubiera tenido. Pero creo que debería haber sido más comprensiva, porque ella misma era una fotógrafa amateur bastante buena. En la Corte aclaró que la diferencia estaba en que ella le pedía permiso a las personas antes de disparar. Pero yo no lo hago porque mi approach es el del paparazzo: alguien que busca descubrir a las celebridades con la guardia baja. La belleza que yo retrato es inherente, y más natural.