La historia del hombre que le dio nombre al torneo más importante del tenis sobre polvo de ladrillo
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En mayo de 2021, durante la pandemia, las autoridades de Roland Garros inauguraron una estatua de Rafael Nadal; de esa manera, el español recibía un reconocimiento por ser quien más veces ganara ese torneo. La ceremonia se realizó en las inmediaciones del estadio Philippe Chatrier, en un día de sol parisino, a pocos metros del busto de un aviador francés llamado... Eugéne Adrien Roland Georges Garros. Cuando los periodistas le preguntaron a Rafa si sabía quién era el hombre que le dio nombre a la competición, él respondió: “Claro que sé quién era. Este torneo es muy importante para mí. Por eso, es importante para mí saber quién era Roland Garros”.
Roland Garros nació lejos de Francia, pero era francés. Su madre, Clara Garros, dio a luz un 6 de octubre de 1888 en Saint-Denis, la capital de la isla Reunión, territorio francés de ultramar cercano a las costas de Madagascar.
Las crónicas de la época lo describían como un niño travieso, curioso e hípertalentoso. Cuentan que Garros dedicaba la mayor cantidad de horas posibles al deporte, que tenía una energía inacabable. Cuando salía del liceo Janson de Sailly, practicaba fútbol y rugby. Y en otros días de la semana, también tenis. En este último era, paradójicamente, muy malo.
Tristemente, su infancia se vio atravesada por un peligroso hecho. Inesperadamente, a los 12 años, contrajo una bacteria que produjo una gravísima infección. Los médicos le diagnosticaron neumonía, una enfermedad que por entonces, sin los avances que hoy tenemos en pleno siglo XXI, ponía en riesgo la vida de cualquier persona, incluso las más saludables. En un intento por curarlo, la familia lo envió a Francia, donde recibiría los mejores tratamientos. Se estableció en Cannes, en la casa de unos familiares suyos.
Afortunadamente, el pequeño Roland se recuperó exitosamente y con una rapidez que deslumbró a todos. Fue una de las tantas hazañas que logró en su corta, pero intensa vida.
No volvió a su tierra natal. Se quedó en Cannes y terminó sus estudios allí. Entre los 12 y los 18, siguió practicando deporte. Fútbol, tenis, rugby... los hacía todos. También se entusiasmó con el ciclismo. Cuando estaba por graduarse de la secundaria, decidió estudiar abogacía, pero ni siquiera empezó a cursar... Unas semanas antes, de pura casualidad, halló su verdadera pasión. Y acabó eligiendo otro camino.
Este quiebre ocurrió en 1909. Fue en la Grande Semaine d’Aviation de la Champagne, una prestigiosa muestra de aviación de la época, que se desarrolló entre el 22 y el 29 de agosto de aquel año. Ese día, Roland se fascinó con los modelos que volaron los pilotos. La mayoría de ellos eran monoplanos estilo “Libélula”, las históricas máquinas que hoy podemos ver en los museos de aeronáutica.
Volar era el destino de Roland. Era su destino. Ese día, selló un pacto consigo mismo: eligió cuál sería su carrera.
A fines de ese año, cuando ya tenía 19 años, inició su preparación para convertirse en piloto. Dio sus primeros pasos en un monoplano Demoiselle, un modelo muy parecido a aquellos de los que se había enamorado unos meses antes en el festival. 7 meses más tarde, obtuvo su licencia, la número Ae.C.F. N° 147. Luego continuó formándose: en 1911 se certificó para volar los monoplanos Blériot, en los que después participó en distintas carreras, como la de París a Madrid y el Circuito de Europa (París-Londres-París), donde finalizó segundo.
Roland era un ambicioso, quería batir récords y ser el mejor. Siempre buscaba autosuperarse. Un año más tarde logró establecer un récord de altitud, cuando llevó su avión a los 12,960 pies de altura tras despegar de Houlgate beach, en Francia. Sin embargo, a los pocos meses, el austríaco Philipp von Blaschke lo superó alcanzando los 14,300 pies. Garros no podía quedarse con los brazos cruzados... Entonces volvió a intentar y llegó a los 18,410 pies. Así era él: competitivo y ganador.
El primero en volar sobre el mediterráneo
Su fama se esparcía por todos lados. Gente de toda Europa viajaba sólo para verlo en acción. Y Garros les ofrecía eso: espectáculo. Todos se preguntaban cuál sería su próxima aventura, con qué los sorprendería... Y hacía tiempo que el francés tenía algo en mente. Soñaba volar sobre el mar Mediterráneo, desde Saint-Raphael, en el sur de Francia, hacia Bizerte, en Túnez. Nadie había podido hacer eso.
Los antecedentes no eran buenos. Tres meses antes, otro piloto francés llamado Édouard Bague había perdido la vida afrontando la misma ruta. Pero Garros intentó igual. La fecha fue el 23 de septiembre de 1913. Despegó a las 5.47 de la mañana, con las primeras luces del día, en un Morane-Saulnier (monoplano). Tenía el tanque lleno con 200 litros de gasolina y una reserva extra de 60 litros de aceite de ricino. Todo estaba en orden. La distancia a recorrer sería de 756 kilómetros en línea recta, sobrevolando Córcega y Cerdeña. Una gran parte del trayecto -400 kilómetros-, sería sobre el agua del mar, es decir que no había margen de error. La altura crucero sería de 3000 metros. Y el tiempo de viaje aproximado, 8 horas.
Increíblemente, sólo 90 minutos después de haber despegado, su monoplano comenzó a fallar. Lo primero que pensó Garros fue abortar la misión y aterrizar de emergencia en Córcega. Era “ahora o nunca”, porque estaba cerca de la isla francesa. De hecho, viró hacia allí. Pero algo le hizo cambiar de opinión. Al rato, el motor pareció responder, entonces siguió camino.
7 horas y media después emprendió el descenso. Aterrizó de milagro: le quedaban sólo 5 litros de gasolina en el tanque. Pero el noble Morane-Saulnier no se dejó vencer. Llegó a Túnez 7 horas y 53 minutos después de haber dejado Francia.
Un invento magistral que, años después, le terminarían robando
10 meses después, cuando estalló la Primera Guerra Mundial, Garros se enroló como voluntario en la Fuerza Aérea francesa. Allí, ingresaría como un novato, pues él volaba, pero nunca había estado en combate. Además, era bastante devoto de los monoplanos, que si bien eran más ágiles, no tenían la fiabilidad de los biplanos que elegían la mayoría de los pilotos militares.
Los métodos de defensa y ataque de la época eran bastante precarios. Los aviones, al principio, se dedicaban exclusivamente al reconocimiento. Recién se involucraron en batallas cuando los pilotos comenzaron a portar revólveres con los que le disparaban al enemigo desde la cabina. Había otras aeronave que usaban métodos más insólitos, como lanzar piedras pesadas, o ladrillos, al enemigo.
En ese contexto tan desfavorable para él, Garros actuó con perfil bajo e ideó una de las armas más sorprendentes y decisivas de la historia militar: adaptó una metralleta en el avión. Junto al ingeniero Raymond Saulnier, quien le había dado nombre al histórico Morane-Saulnier, perfeccionaron un sistema de sincronización que permitía ametrallar al enemigo a través de las hélices sin que las balas rozaran las hélices.
Cambió la guerra. Garros, si bien era un inexperto, contaba con un arma “del futuro”. Sin despeinarse, derribó cinco aviones alemanes y, durante la primera etapa de la guerra, produjo terror entre todos sus enemigos.
Abril de 1915 venía siendo, sin dudas, su mejor mes. En una racha impresionante, había derribado 3 aviones en solo dos semanas, e iba por más... Pero el día de 18, cuando sobrevolaba territorio belga en búsqueda de presas, fue alcanzado por la artillería antiaérea de las fuerzas alemanas, y su avión se precipitó como un pájaro muerto.
Garros no murió, fue capturado y trasladado a un campo de prisioneros en Magdeburgo. Sus enemigos se quedaron con los restos de la nave y los analizaron en un hangar. Los ingenieros alemanes, al mando del holandés Anthony Fokker, notaron que el francés no había podido destruir su aparato después de haber sido derribado. Y cuando vieron la ametralladora y las hélices, que habían quedado intactas, descubrieron los secretos de su arma letal... En cuestión de pocas semanas, copiaron el sistema y lo aplicaron en sus propias aeronaves.
El piloto estrella de Francia tardó una eternidad en volver a su país. Pero lo logró, 3 años después, cuando se escapó de Magdeburgo junto con su compatriota Anselme Marchal, también aviador. Robaron uniformes alemanes, se los pusieron y engañaron a sus captores. Cruzaron los Países Bajos, viajaron a Londres y, finalmente, llegaron a París, donde fueron recibidos como héroes.
La salud ocular de Garros se había deteriorado seriamente durante la etapa de cautiverio. Al regresar a Francia, los médicos descubrieron que estaba severamente miope. Georges Clemenceau, Ministro de Guerra de Francia, le ofreció un puesto como asesor. Su experiencia sería importantísima para entrenar a los pilotos más jóvenes. Pero no había cómo convencer a Garros, que quería regresar a la acción.
Esa decisión selló el fin de su carrera y de su vida. El 5 de octubre de 1918, Roland Garros despegó por última vez. Unos minutos después, derribó a un enemigo, comprobando que su habilidad estaba intacta. Pero, un instante después, lo derribaron. El Fokker D VII de la Fuerza Aérea de Alemania no tuvo piedad con él.
Así, poco antes de cumplir 30 años, y sólo 35 días antes del final de la Gran Guerra, Roland Garros falleció. Pero su figura se mantuvo intacta.
En 1927, nueve años después, el equipo francés de la Copa Davis, compuesto por “Los Mosqueteros” René Lacoste, Henri Cochet, Jacques Brugnon y Jean Borotra, ganó la Copa Davis contra Estados Unidos en suelo norteamericano. Al año siguiente, ambos países llegaron nuevamente a la final, que esta vez albergaría Francia.
No había en París ningún complejo de courts de tenis que tuviera una capacidad digna para que los campeones defendieran el título ante la mayor cantidad de espectadores posible. Entonces la municipalidad de París se lanzó a construir uno nuevo desde cero.
Hubo docenas de propuestas, pero el proyecto elegido fue el que propuso el Stade Français. La municipalidad y el club (principalmente de fútbol) firmaron un contrato de alquiler de 25 años por las 3 hectáreas donde se construiría todo. Emile Lesieur, presidente del club, pidió como única condición que fuera él quien eligiera el nombre del estadio. Solicitó que se llamara “Roland Garros”.
En la final de 1928, Lacoste, Cochet y Borotra (esa vez no estuvo Jacques Brugnon) derrotaron a los Estados Unidos por segunda vez consecutiva y le hicieron honor a uno de los héroes más nobles de la historia francesa.
Más tarde, dentro del Stade Roland Garros se construyó un nuevo court principal, que bautizaron “Phillippe Chatrier”. Es ahí donde hoy se juegan los partidos más importantes. Y el Abierto de Francia, cuyo nombre original es Championnats Internationaux de France de Tennis de Roland-Garros, comenzó a llamarse, directamente, el torneo de Roland Garros.
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