Rocksario
Pasaron 25 años de la llegada de la Trova Rosarina a Buenos Aires. Reunidos en exclusiva por LNR, estos músicos que siguen visitando escenarios cuentan por qué nunca dejarán de cantar
El mundo estaba hecho desde hacía mucho tiempo, pero nosotros no lo sabíamos”, dice Fito Páez, en un viaje que lo transporta 25 años atrás. Mayo de 1982. Fito tenía 18 años y era el tecladista de un grupo de jóvenes rosarinos que soñaba con cambiar el mundo y cuyo desembarco en Buenos Aires popularizó al rock argentino. El escenario era otro. La Guerra de Malvinas servía como telón de fondo de una realidad que lastimaba demasiado. En las radios regía la prohibición de pasar música en inglés y los sueños de libertad y de un mundo mejor había que cantarlos en castellano. La gente quería escuchar y la Trova Rosarina, comandada por Juan Carlos Baglietto, Fito Páez, Silvina Garré, Jorge Fandermole, Adrián Abonizio, Rubén Goldín y Lalo de los Santos (fallecido en 2001), dijo presente. “Había una necesidad de decir cosas y había autores para decirlas”, asegura Fito, el primero de los músicos en llegar al encuentro organizado por LNR (Silvina Garré estaba de viaje, por lo que se sumó a la producción días después; ver aparte) para revisar aquellos años en los que los pensamientos se hicieron versos.
Grabaciones encontradas, recuerdos y fotos de veinteañeros hippies, de pelos largos y jardineros, se colaron entre risas y bromas en la entrevista a estos trovadores que, hoy como ayer, siguen recorriendo escenarios con aquellas y con otras canciones. “Lo que nos movía era la inconsciencia –dice el verborrágico del grupo, el tirafrases, como lo llaman a Abonizio, que junto con Fandermole y Goldín dejó Rosario por un rato para participar del reencuentro–. Las ganas de hacer las cosas por instinto, sin pensar en un plan; ése era el espíritu. No hicimos una resistencia cultural pensada.”
“Nos unió la necesidad –destaca Goldín–. No me voy a cansar de decir que teníamos la necesidad de sobrevivir en un medio que no te daba muchas opciones, porque hacer y tocar música no era cosa de todos los días.”
En cada gesto, Baglietto asiente la frase de sus compañeros de ruta y propone escuchar los discos de aquellos años. “Eran frescos, espontáneos; no había un plan, una dirección, un orden; sólo canciones.”
Fue a fines de 1981 cuando –tras lucirse en el Encuentro de Música Popular que la revista Humor había organizado, el 7 de agosto de 1981, en Obras Sanitarias, como protesta por la presentación de Frank Sinatra en el país– apareció la posibilidad de que Baglietto y sus amigos grabaran su primer disco. “Este debe de ser el único lugar del mundo donde se organiza algo en contra de Sinatra. Delirios de la época –piensa en voz alta Fito–. Si hay algo que recuerdo bien fue la conmoción que causó Baglietto desde el escenario. Su voz, su repertorio, su todo: su interpretación era única.”
Por la vida iba de jardinero; eso dicen de Juan. “Cantaba cuando podía, y animaba fiestas infantiles para ganar el pan; así andaba, de jardinero y gorra por la vida; era un hippie total”, reconoce. Y así fue presentado en el escenario de aquel Obras: “Por ahí anda un rosarino de jardinero y gorra...”.
Luego llegaría el Festival de La Falda, la atención de los medios y el bautismo que éstos les darían al llamarlos Trova Rosarina.
Malvinas, algo que decir
Eran tiempos oscuros. Los militares estaban en el poder y esperaban quedarse por largo tiempo en la Casa Rosada. Grupos y solistas eran prohibidos y perseguidos. Subir a un escenario no era cosa de todos los días; el destino era incierto y peligroso, hasta que el general Leopoldo Fortunato Galtieri dio su último manotazo de ahogado para seguir en el sillón: declarar la guerra a Gran Bretaña por la recuperación de las Malvinas.
Ni los Beatles ni los Rolling Stones podían sonar en las radios. Hablar en inglés no estaba bien. Fue entonces cuando nuestros músicos, los que estaban vedados, los que no eran vistos con buenos ojos, pudieron acceder al otro circuito. Ya lejos del under, comenzaron a cantar, a ofrecer shows y a sonar en las radios con letras que se animaban a cuestionar a la dictadura, para convertirse en portavoces de una generación harta de estar amordazada.
León Gieco hacía de Sólo le pido a Dios un himno; Pedro y Pablo se metían con Margaret Thatcher en Señora violencia e hijos, Charly García ironizaba con No bombardeen Buenos Aires y la Trova sacudía con su dolorosa metáfora en Mirta, de regreso, canción que hablaba de alguien que había estado “a la sombra”.
“…para el que vuelve del infierno ya no hay más fantasías, sólo quiere un tiempo blando, pero esto Mirta nunca lo sabrás…” (Mirta, de regreso, de Adrián Abonizio).
“Es muy complejo de analizar; no se puede tener un solo punto de vista”, asegura Páez, sobre aquel momento de nuestra historia. El revisionismo suele dividir las aguas para exponer las contradicciones del efecto Malvinas.
“Un fuerte sentimiento pacifista acarreó entre los músicos, que aunque sintieron que eran utilizados buscaron aprovechar ese novedoso espacio”, escribió el periodista Víctor Hugo Ghitta en la enciclopedia Historia del rock.
Coincidencias, coyunturas, Baglietto habla de ellas cuando mira hacia atrás. “No éramos muy conscientes del análisis posterior. Nosotros no hicimos ninguna canción ni disco para ni porque.” Fito está convencido de que el surgimiento de la Trova Rosarina fue “uno de los últimos fenómenos reales y sinceros sucedidos en la Argentina”.
La vida está llena de paradojas, y Abonizio hace hincapié en ello. “Se invaden las islas y se determina que se pase rock en castellano y como no podían poner todo el día lo mismo dieron lugar a cosas nuevas, pero nosotros, todos nosotros, veníamos trabajando desde hacía mucho tiempo en Rosario; no nos pusimos a componer porque las radios ponían rock.”
Mientras aguantaban las pilas, los colimbas se las arreglaban con las radios de bolsillo para sintonizar sólo Radio Provincia y Radio Colonia. Para los chicos, en Malvinas no había otras emisoras.
“Carlos Giordano, el primer colimba que desembarcó en Malvinas, aprendió música aceleradamente –escribió el historiador Sergio Pujol en su libro Rock y dictadura (Emecé)–. Aprendió en primer lugar Era en abril, esa canción que un locutor desinformado presentaba como de Litto Nebbia. Se trataba de una canción muy triste, y definitivamente alejada de cualquier guerra. Pero el solo hecho de que el mes del desembarco figurara en su título la había convertido en un hit del patriotismo. Era en abril: veinte veces por día se escuchaba esa canción y entraba en las radios pegadas a las orejas de Carlos y sus compañeros.”
“Sabes, hermano, lo triste que estoy/ se me ha hecho vuelo de trinos y sangre la voz./ Se me ha hecho pedazos mi sueño mejor/ se ha muerto mi niño, mi niño, mi niño./ Mi niño, hermano.” (Era en abril, de Jorge Fandermole)
Eran Tiempos difíciles aquéllos y fue con esa reflexión que Baglietto dio a conocer su primer disco –entraron a grabar en noviembre de 1981 apoyados por Emi-Odeón y por el representante y descubridor, Julio Avegliano– en 1982. Rápidamente, el LP que mostraba al rosarino simulando a El pibe, la clásica imagen de Charles Chaplin y Jackie Coogan, conoció el éxito y se convirtió en el primer disco de oro del rock argentino al superar las 30.000 unidades antes de fin de año. Los chicos de Rosario eran protagonistas de un fenómeno, de un momento histórico que incluía giras por el país de hasta diez shows por semana.
“La energía de Juan, Fito y Rubén era demasiado poderosa para no ser liberada –cuenta Jorge Fandermole–; es imposible pensar que esos talentos expresivos hubiesen permanecido sumergidos. Sería en ese momento o en otro, pero aquella energía necesitaba ser liberada. Eramos un grupo de artistas reunidos espontáneamente por intereses comunes, con una fuerte voluntad de trabajo y, por sobre todo, con un poderoso deseo de trascender.”
El 14 de mayo de 1982, Tiempos difíciles se presentó en Obras Sanitarias.
“El primer Obras –suspira Baglietto–, ¿se acuerdan? No sé si se acuerdan, pero tuvimos que optar entre llevar la batería en un flete o ir a comer.” Las cabezas asienten y las risas se entremezclan en cada recuerdo, como aquel que trae Goldín acerca de cenar galletitas de agua porque no había plata para otra cosa.
“La imagen de 60 u 80 personas afuera, en la puerta de Obras, no me la voy a olvidar más. Nos queríamos morir. Nos dijimos: «¡Uh!, ¿qué pasó? ¡Qué poca gente!» –cuenta Goldín, con cierta teatralidad–. En realidad, todo el mundo estaba adentro.” En Obras no había más lugar. Los que estaban afuera querían entrar.
Mirta, de regreso y Era en abril fueron el puntapié inicial de la Trova Rosarina, un grupo cuyas canciones ofrecían un preciosismo melódico poco usual en el rock, lo que la hacía difícil de catalogar. “No se laburaba desde ningún género –reflexiona Páez–. Yo traía a los Beatles, a los Rolling Stones; Rubén, a Spinetta, la música más jazzera; Abonizio, sus lecturas, el tango, su aproximación a Nebbia; Fandermole traía el folklore, y todo eso era un cóctel que encontró en Juan el ángel interpretativo y en Silvina esa voz tan linda para decir.”
“Somos un retazo de todo –arremete Abonizio–; nosotros rapiñábamos un pedacito de cultura de todo el país, del mundo. Armamos algo parecido a nosotros.”
Por un tiempo, la Trova tuvo que lidiar con el fantasma de ser “triste, melancólico, de tirar pálidas”, como se describía en las crónicas de la época. “A mí me preguntaban cómo era que un chico tan joven podía escribir cosas tan duras –confiesa Fito–. Qué sé yo; sólo las escribía. Pero no éramos tipos depresivos.”
Nostalgia tanguera, le decían algunos. “Me llamaba la atención que lo nostálgico se presentara como un problema sin darse cuenta de que era todo lo contrario; era una característica que nos marcó –destaca Juan–. Y la carga emotiva es lo que nos ha diferenciado. No cantábamos con tristeza, sino con crudeza.”
Y en esa crudeza rondaba la idea de cambiar el mundo cada vez que cantaban, cada vez que subían a un escenario. “Ese espíritu tiene que seguir estando; uno tiene que seguir buscando”, proclama Goldín. Pero el tiempo corre y Baglietto confiesa que uno se va poniendo menos pretencioso: “Uno va entendiendo que sólo se puede cambiar lo posible, y esto me parece que te pone un poco más certero. Hoy sé que no puedo cambiar el mundo”.
La música los hace sentir bien, vivos, libres. Un CD con viejas canciones suena de fondo. Todo está listo para la foto y, aunque no haya un fogón, las guitarras comienzan a ser rasgadas y las voces se confunden con aquellas canciones, con otras, con las que cada uno se apropia del momento. Allí están Baglietto, Fito, Goldín, Abonizio y Fandermole, 25 años después.
Vea las fotos del backstage de la nota en la galería
Para saber más:
www.jcbaglietto.com.ar
www.mundopaez.com
www.jorgefandermole.com.ar
www.rubengoldin.academiarosario.com.ar
Fito Páez
Terminada la década del 70, Fito se integró a la banda de Juan Carlos Baglietto, con la que llegó a Buenos Aires y protagonizó como autor, arreglador y tecladista el fenómeno musical conocido como la Trova Rosarina.
“Esencialmente soy el mismo flaco que empezó a tocar, soy el mismo que se encierra en la habitación a tocar el piano. Eso no se movió ni una pieza, porque sigo disfrutando de la música, de esos momentos.”
“Me propuse búsquedas, transformaciones. Ahora estoy en una etapa en la que quiero divertirme –asegura–. Ya estoy trabajando en un material nuevo de un clasicismo de formas impresionante. Piano y voz; toda la composición es muy austera, muy neta. Ahora voy por este camino, llegué nuevamente acá, después de las películas (Vidas privadas y la aún inédita ¿De quién es el portaligas?), de la literatura, de los hijos. Después de haber vivido un montón de cosas.”
Juan Carlos Baglietto
Via Veneto y Confidencias fueron los primeros grupos que integró en Rosario. Paralelamente, trabajó algunos años animando fiestas infantiles con el seudónimo de Juan Tolón. Luego formó Irreal, la banda predecesora de la Trova.
“Era más inocente, atolondrado, menos entendedor de cómo funcionaban las cosas en este medio. El paso del tiempo me enseñó a hacer las cosas por mí mismo, y eso me pone en una situación de autonomía. Hoy me veo, profesionalmente, mucho más sólido que cuando vendía más discos o llevaba más gente. Hubo épocas en las que la cosa era compulsiva. ”
El último viernes de mayo y los dos primeros de junio, el rosarino tocará en La Trastienda (Balcarce 460) las canciones de su último disco, Sabe quien. “Siempre canté aquellas estrofas que dicen lo que estoy sintiendo. Vivo con orgullo el paso del tiempo, el mirar hacia atrás. Soy un tipo que se hace cargo de lo que ha elegido.”
Rubén Goldín
Guitarrista, compositor y cantante, fue convocado por Baglietto. En 1985 editó su primer disco solista y en 1997 formó Rosarinos, junto con Lalo de los Santos, Abonizio y Fandermole. “Sigo pareciéndome al Rubén joven en cuanto al hambre, porque sigo teniendo el mismo hambre de música y de conocimiento. La música es un amor para toda la vida; eso les digo a mis alumnos.”
En Rosario tiene una academia de canto y en la tele se lo vio como coach en el reality show Operación Triunfo. Después de varios años sin grabar, Rubén está preparando un nuevo trabajo que saldrá a mediados de este año. “El espíritu de las canciones es amable. Hay un tema que le hice a mi viejo, Padre eterno, y uno a mi vieja, Vilma, donde hablo de su oficio de peluquera.”
En febrero de este año, Fandermole, Abonizio y Goldín se volvieron a unir en la feria del libro que se realizó en Cuba. “Juntos tenemos química –asegura–; por eso vamos a hacer un disco con material nuevo.”
Silvia Garré, la muchacha de ojos azules
Ella era la voz femenina, la que acompañaba en cada estrofa a Juan Carlos Baglietto, la que enamoraba con esos ojos azules. “Me siento orgullosa de haber pertenecido a la Trova –confiesa–. Eramos muy jóvenes y todo sucedió demasiado rápido.” Fue Juan quien la animó a subir a un escenario, primero como dúo, luego como parte de la banda con la que llegaría a Buenos Aires. “Creo que no tenemos la real dimensión de lo que fue nuestra aparición, lo que implicó llegar con canciones diferentes. La Trova fue muy renovadora.”
De aquellos años dice mantener intacto el amor por la música. La única razón por la que después de once años sin grabar decide volver al ruedo. Lo hará en junio próximo con El deseo. “Tengo ganas de sentirme feliz arriba de un escenario.” Incondicional admiradora de Joni Mitchell, Garré reconoce que este tiempo le sirvió para reencontrarse. Luego de la edición de Nuestro lenguaje sagrado (1995) decidió irse a Miami. “Fueron dos años y pico –cuenta–. Canté, compartí experiencias con otros músicos, escribí y me busqué a mí misma.” Por aquellos años retomó la carrera de psicología, la terminó y hasta se sentó del otro lado del diván. “Soy consciente de que el cambio está en mí.”
Lalo de los Santos
Compositor y cantante que formó parte de la Trova. A los 44 años, en marzo de 2001, falleció por causa de un cáncer. En el ’73 armó la banda Annus e integró el primer movimiento de rock de Rosario, Amader. Como bajista, tocó en los dos primeros discos de Garré y en el ’84 sacó su primer álbum, Al final de cada día. En el ’97 grabó Canciones rosarinas, resultado del encuentro con Abonizio, Goldín y Fandermole.
Adrián Abonizio
Es uno de los pilares de la Trova, por ser el autor de la mayoría de las canciones que ha grabado Juan Carlos Baglietto. Su nombre está ligado a infinidad de participaciones en trabajos de otros artistas y a la autoría de temas de diferentes estilos musicales. “Era un tipo con mucha bronca; vivía enojado con el mundo y lo único que me quedaba era escribir. Tenía la bronca natural de un pibe de 20 años. Ahora tengo más cosas, amplié un poco más el espectro y me volví más tierno con la gente. Son aprendizajes.”
Junto con “El Muerto” Sergio Sainz y Rodrigo Aberastagui, Abonizio despunta el vicio de seguir componiendo y tocando. “También tengo un dúo de tango y armé un disco en portugués.” Además de su regreso con Goldín y Fandermole, junto a quienes está preparando un disco con cosas nuevas y canciones no editadas, Abonizio está trabajando en una serie proyectos para conmemorar los 25 años de la Trova. “Se trata de un fascículo que se distribuirá junto con el diario La Capital, de Rosario, de un documental y de un libro.”
Jorge Fandermole
Autor de canciones inolvidables, como Era en abril y Canción del pinar, Fandermole reconoce: “Ninguno de nosotros abandonó el camino artístico. Lo más gratificante que tenemos es la permanencia, la continuidad. Han cambiado los lenguajes, los modos expresivos, las fisonomías, pero cada uno ha renovado su lenguaje y lo ha hecho más maduro”. En 2002 dio a conocer Navega y en 2005, Pequeños mundos, dos discos que lo trajeron nuevamente a Buenos Aires a tocar y a mostrar al Fandermole que nunca se pudo enmarcar en un género determinado. En la actualidad es docente en la Escuela Municipal de Música J. B. Massa, de Rosario.
En deuda estamos
Rosario siempre estuvo cerca”, canta Fito Páez, pero también tendríamos que recitarlo todos los que disfrutamos con el rock hecho en la Argentina. Las virreinales aspiraciones monopólicas de Buenos Aires tuvieron que aceptar la evidencia: si el rock de acá pudo ser, es porque, allá por los años 60, unos muchachos rosarinos decidieron tomar el tren, instalarse en la Capital y, ya convertidos en Los Gatos, propusieron e impusieron, gracias a un simple que se convirtió en éxito, la posibilidad del rock en castellano. En deuda estamos, entonces, con ese otro puerto que, unos años después, volvió a irrumpir con fuerza gracias a la inquieta Trova Rosarina, con un Baglietto pionero y un joven Fito Páez, entre muchos otros que trajeron su manera particular de cantar sobre la ciudad, que es una forma de cantarle al mundo.
Si Rosario trajo músicas y músicos, también aportó un estilo de hacer, un estilo colectivo del hacer. Así como aquel simple de Los Gatos incluía La balsa, cuya autoría compartieron Tanguito y Litto Nebbia, y Ayer nomás, de Moris y Pipo Lernoud, casi veinte años después Baglietto aportó la posibilidad de la interpretación, el poner la voz para hacer conocer, revisitados, los temas de otros. Y Páez, hoy, no sólo incluye a varios músicos de allá en su banda, sino que no deja de alentar e inspirar discos y creaciones de músicos de esa ciudad que sigue estando tan cerca.
Subeditora de la sección Espectáculos de La Nación
La nueva avanzada
Los rosarinos Coki Debernardi, Gonzalo Aloras y Vandera integran, según los medios especializados, una versión siglo XXI de la Trova Rosarina.
“Es distinta y novedosa –confesó en reiteradas oportunidades Aloras, guitarrista de la banda de Fito Páez–, porque somos todos muy diferentes estéticamente de aquella Trova, cuya característica era la uniformidad sonora.”
Para saber más: www.killerburritos.com.ar
www.gonzaloaloras.com
www.vandera.com.ar