Rocambole, imagen de rock en Recoleta
En una muestra de casi dos meses, con una concurrencia de unos 20.000 visitantes, el artista responsable de la gráfica del grupo Los Redonditos de Ricota convocó a un público impensable en el Palais de Glace
–Gracias, maestro –dice El Piri. Y se aleja, escrutando el papel arrugado que autografió el maestro. El Piri calza jeans gastados, zapatillas Topper Tenis que alguna vez fueron blancas y una remera negra con un dibujo en la espalda: un hombre mirando una cadena que levanta con su mano izquierda y que quiere cortar. El autor de ese dibujo es el mismo que acaba de firmar el papel arrugado. “Para El Piri. Rocambole.” Letra de imprenta, trazo firme. Una firma que El Piri conoce desde hace años, cuando empezó a comprar los discos de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota y a estampar las imágenes de las tapas en su indumentaria.
Rocambole (Ricardo Cohen, también llamado El Mono) es el encargado de la imagen de ese grupo de rock, tal vez el más popular de la Argentina. Lo es desde el principio, en 1978, cuando la banda se presentaba en un teatro Lozano, de La Plata.
Ahora mira la espalda negra de El Piri. El dibujo es uno de los que hizo para la gráfica del segundo disco de Los Redondos: Oktubre, con la k invertida. Dirá después Rocambole que ese álbum es un homenaje a todas las revoluciones y que por eso lo de la k al revés, y que los dibujos de ese disco son los más reproducidos. Sobre cualquier superficie: remeras, paredes, pieles.
–De chico –dice– quería ser dibujante de historietas. Ver la reproducción de mis dibujos en los quioscos de revistas. La realización es, para mí, eso: la reproducción. Eso de la obra única, del cuadro colgado en las paredes de una galería de arte, lo tomo con pinzas. Es darle demasiada importancia al arte, que es una cosa burguesa.
Pero su obra está, hasta el 24, en el Palais de Glace, en la Recoleta.
Casi diez mil personas visitaron ya la muestra, y se presume que lo harán otras diez mil. Muchos jóvenes.
Dice Rocambole: –Está lleno de pibes. Antes esto era impensable. Era un territorio del arte elitista, restringido.
Señala con el mentón –oculto detrás de una barba tupida y casi plateada– a tres adolescentes que miran la imagen de un hombre con mangueras conectadas a la cabeza y dicen cosas como: qué grosso, una maza, lo-redon-son-lo-má-grande-que-hay.
–Este es un espacio que también les pertenece a ellos –agrega.
Cuatro columnas centrales del espacio circular sostienen unos paneles de tela. Allí los visitantes pueden dejar mensajes. Para eso están los fibrones atados a unos elásticos que penden del techo. Mono: gracias por no devaluar el arte y por no encerrarte en el corralito (Lucas). Algún día será la vida hermosa (Ale y Sabri). Me acaban el cerebro a mordiscos... (Matías) Sobre la pared de tela que apunta a la entrada, las leyendas se confunden con las proyecciones de dibujos de Rocambole: hay personas que gritan con los ojos ocultos por manos filosas; hay viejos que tienen hambre; hay hombres con cuernos de cabra... Imágenes que parecen estar hechas de un material similar al de la voz de un sargento ordenando una carga.
Las personas se mueven por el Palais en pequeños grupos. Algunos son estudiantes de Diseño o de Artes Plásticas; otros, vástagos del conurbano más duro. Hay asimismo individuos de más de 40 años: ex hippies que perdieron la cabellera; profesionales anónimos que alguna vez adoraron a Hendrix; locos que nunca regresaron de un sueño ácido...
Cada fracción de esa vanguardia estética del rock criollo se detiene ante el afiche más viejo de Los Redondos, los bocetos de los primeros discos y las obras concluidas, mucho más grandes que la tapa de un CD.
Nació en Parque Patricios, pero después la familia Cohen se instaló en La Plata, donde su padre consiguió trabajo en un comercio.
Cuando empezó la escuela secundaria (Rocambole sólo era entonces, para él, el héroe del folletín de Ponson du Terrail que leía papá Jacobo), empezó a trabajar como dibujante de letreros, carteles, ómnibus y calesitas. –Cuando egresé del secundario me anoté en la carrera de Psicología. Cuatro años duré. No era lo que esperaba. Así que me pasé a la Escuela Superior de Bellas Artes. Eso fue en el 65. Al año siguiente fue el golpe de Juan Carlos Onganía. Yo estaba en el Centro de Estudiantes. Habíamos ganado las elecciones con una agrupación independiente. Pero no estaríamos mucho tiempo más. Vino un interventor que instaló en la Universidad un régimen milico y echaron a los profesores más interesantes...
–Rogambole... Eeesaaa... Lo redon hasssda la muerde –interrumpe un sujeto completamente borracho que huele a jaula de leones, los brazos con tatuajes carcelarios y un rosario blanco en el pecho–. Yo también soy famoso, loco. Pregundá en la hinchada de Chacarida. Pregundá bor El Bocón... Dame el faso.
Lo dice después de arrancar de la boca de Rocambole el habano que estaba fumando. El Bocón pide un autógrafo sobre el habano. Rocambole firma. El Bocón dice "aguante" y se mete en una sala de proyecciones, donde pueden verse cortos animados del artista: algunos fueron emitidos en los recitales de Los Redondos.
–Es el primer pesado que aparece, desde que empezó la muestra. Pero hay que dejarlo. Es inofensivo y además pagó los 2 pesos de la entrada. ¿En qué estábamos? Ah, sí, en que nos fuimos de Bellas Artes. Teníamos un proyecto: hacer una institución paralela a esa escuela superior, con los profesores que habían echado y hasta con un comedor universitario. Llegaron a comer unos 400 estudiantes. Fue el origen de la Cofradía de la Flor Solar.
La Cofradía se transformó rápidamente en una comunidad. Como las de los hippies de los Estados Unidos.Y aparecieron músicos que luego fueron iconos de la cultura del rock, artesanos, periodistas y artistas plásticos. Era 1967 y esta gente se negaba a una vida convencional.
El productor ejecutivo de la exposición, Diego Juan, interrumpe el relato de Rocambole.
–¡Se prendió un porro en la sala de proyecciones! ¿Qué hacemos? –dice el productor.
Enseguida aparece El Bocón. Ya no tiene el cigarrillo. Rocambole alza los hombros. El Bocón le pide a un visitante los 50 centavos que le faltan para pagar un póster con un dibujo del artista. Los consigue. Y se va del Palais de Glace. Sin el póster.
–He visto mentes brillantes que se han perdido. Pero el problema no es el hecho de consumir. Tiene que ver, más bien, con la personalidad de cada uno. Hay gente adicta a cualquier cosa.
En 1982 Cohen firmó por primera vez como Rocambole una historieta en la revista Cerdos y peces, pero su vínculo con Los Redonditos lo cuenta así.
–Guillermo Beilinson, el hermano de Skay, había conocido al Indio (Carlos) Solari en Valeria del Mar, en el verano de 1973. Se vinieron a La Plata y montaron un taller de estampado. Guillermo cantaba y filmaba películas de ciencia-ficción. El Indio actuaba y yo hacía los efectos especiales. Se proyectaban en un lugar que se llamaba El Club del Bucle. En 1978 apareció el nombre Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. A mí me tocó encargarme de la imagen: el vestuario de las bailarinas, del mago, la puesta en escena, los afiches y las entradas.
El primer disco de Los Redondos, Gulp, salió en 1985. No había fotos de sus integrantes en la tapa diseñada por Rocambole. Les parecía más importante dar a conocer el nombre de la banda que la imagen de los músicos. El concepto se repitió en casi todos los álbumes, salvo en Un baión para el ojo idiota, de 1988, y en Ultimo bondi a Finisterre, que salió diez años después.
–En Un bahión puse las caras transformadas. La boca de uno en la cara de otro y así. En Ultimo bondi ya habíamos montado el estudio Cybergraph, con Silvio Reyes y Juan Manuel Moreno. Filmamos a la banda y la presentamos como personajes de animación computada.
El estudio ya había recibido el premio ACE al mejor diseño de portada para disco, por el trabajo en Luzbelito, en 1997. Rocambole también ha hecho portadas para otras bandas y músicos. Por ejemplo, para un compilado póstumo de Frank Zappa. Después de firmar unos 30 autógrafos más, el artista dice que quiere descansar y leer a Guy Deford.
–Deford, del movimiento situacionista de la década del 50, decía que el mundo iba a estar dominado por la tecnoestética, que iba a ser reemplazado por otro aparente, que los trenes no iban a tener ventanas, sino pantallas...
Se detiene para recorrer con la mirada algunas de sus obras.
–Me dan letra estos profetas.