Una carrera en la industria de las tecnologías del sexo acaba de comenzar, por lo que la nueva disrupción no tendrá que ver con mejorar nuestra vida cotidiana facilitando tareas o ahorrando tiempo, sino con proveer compañía y placer. Entre los desarrollos que prometen revolucionar el mercado se encuentran el uso de VR (tener experiencias sexuales a través de realidad virtual), nuevas dating apps y juguetes sexuales de avanzada.
Según la especialista en tecnocultura Leah Reich, los humanos han utilizado juguetes sexuales por cientos de años, desde instrumentos primitivos (el dildo más antiguo que se conoce tiene más de 20.000 años y data del Paleolítico), pasando por la patente del vibrador en 1902 en manos de Hamilton Beach Brands, hasta llegar a la primera incursión en un robot sexual bautizado Roxxxy en el 2010.
Sin embargo, ahora una firma californiana llamada RealBotix busca cruzar la frontera, fusionando inteligencia artificial y programación con distintos avances técnicos –y mucho marketing–, para dar a luz a Harmony, un muñeco sexual inteligente. Harmony, un mix entre IA y prostéticos, es solo uno de los modelos que se comercializan con el objetivo de "integrar tecnologías emergentes de vanguardia con muñecos de silicona para proporcionar un puente entre la tecnología y la humanidad a nivel emocional, mental y físico".
¿Qué hay de nuevo?
Si bien los robots humanoides ya están entre nosotros desde hace un tiempo, y existen proyectos dedicados a estudiar el impacto de la antropomorfización de las máquinas en la cultura (Project Aiko, por ejemplo), la fabricación de robots diseñados especialmente para tener relaciones sexuales es algo relativamente nuevo y poco explorado a nivel social.
Combinando variables como inteligencia artificial, robótica, sensores táctiles, calentadores e interfaces de realidad virtual y aumentada, Robotix pretende dar origen a una nueva generación de muñecos sexuales masculinos y femeninos con características hiperrealistas que reaccionen al tacto y a la interacción humana, ya que tendrán la capacidad de escuchar, recordar y hablar con naturalidad como una persona real.
Hace unos meses, los titulares se plagaron de un suceso curioso, como parte de un experimento sociológico del director Jimmy Mehiel para su documental I Want My Sex Machine: le abrieron una cuenta de Tinder a Harmony. En cuestión de minutos consiguió decenas de pretendientes, que lejos de espantarse por el hecho de que fuera sintética, parecieron no tener mucho inconveniente.
Para desterrar cualquier duda o intención de engaño, el mensaje era claro: "Hola. Soy una robot anatómicamente correcta y sexualmente competente con la más avanzada inteligencia artificial. Estoy en Tinder para encontrar a chicos interesados en mí". Además, se publicaron tres fotografías de la robot.
Las voces críticas se preguntan por las consideraciones éticas detrás de estos desarrollos.
Según contó Mehiel, el experimento duró dos horas, en las que Harmony cosechó casi 100 pretendientes. El experimento se completaba con una simple pregunta: "¿Tendrías sexo con una robot?". Aunque entre las respuestas recibió algunos insultos, de las 57 personas que contestaron la pregunta, 32 personas (el 56%) admitieron que lo harían.
Ética y erótica de los robots
Si el hablar de muñecas sexuales que se parecen a mujeres reales como productos, o para pornografía, te hace un poco de ruido, a muchos y muchas les pasa lo mismo. Lo cierto es que aunque esta firma también está ofreciendo modelos masculinos, el producto tiene un mayor consumo y marketing apuntado a varones heterosexuales. Por otro lado, persiste el sesgo cultural respecto de las supuestas diferencias sexuales por género: que los hombres se excitan con lo visual y táctil, mientras que las mujeres con lo imaginario –una novela romántica y una copa de vino bastan–.
Asimismo, algunas voces críticas se preguntan por las consideraciones éticas detrás de estos desarrollos. Entre ellas se encuentra Kathleen Richardson, profesora de Ética y Cultura de la Universidad De Montfort (UK), quien advierte que no se trata de legislar sobre la vida sexual y privada de las personas, pero sí notar que los robots sexuales emergen en un contexto comercial y, en algunos casos, de ilegalidad, en donde se promueven ciertas ideas respecto del sexo en las que no priman la empatía y la conciencia sobre el otro y sus deseos. Valdría agregar aquellos cuestionamientos sobre la industria pornográfica en torno a la cosificación de la mujer, el rol pasivo que se le asigna y el tema del consentimiento, reflotados en debates recientes.
Por su parte, el eticista David Levy sugiere hacer una diferenciación entre robots que no son conscientes y aquellos que en algún momento puedan llegar a tener conciencia, o tengan las características externas de un humano con personalidades construidas. Después de todo, los estamos programando para "ser" personas, plantea Levy.
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