Roberto Devorik: un argentino mundial
Asesor de vestuario de Lady Di durante 15 años, el actual manager para América del Sur de la firma Polo Ralph Lauren se inició diseñando tejidos en Londres. Lejos de su país, construyó una carrera exitosa, rodeado de nobles y famosos. Hoy sueña una vida de sencillez y humildad
Es amigo de las princesas Ana de Inglaterra y Cristina de Kent, de Barbra Streisand, Geraldine Chaplin, Karl Lagerfeld, Madonna, Anjelica Huston y Goldie Hawn. Intimo de Jacqueline Bisset, fue asesor de vestuario de Elizabeth Taylor y creó el look de Susan Barrantes para el casamiento de la hija Sarah Ferguson con el príncipe Andrés. Llevó a Inglaterra a Versace, Ferré, Missoni, Montana, Mugler y Christian Lacroix. Llegó a tener catorce boutiques en los lugares más top de Londres, por donde pasaron, entre tantas otras figuras, Ingrid Bergman, Grace Kelly, Mia Farrow, Eric Clapton, Sidney Poitier, Maggie Smith, Dustin Hoffman, Robert Redford, Elton John, Jeremy Irons, Christine Scott Thomas y sir Lawrence Olivier. En 1989, la Rosa Roja con la que lo condecoró la Reina Madre de Gran Bretaña lo consagró como uno de los más encumbrados referentes de la moda.
Pero tantas celebrities y tamaña trayectoria empalidecen al lado del capítulo estrella de la vida de Roberto Devorik, de 55 años, argentino, hijo de la heredera de la famosa y centenaria Maison Saint-Félix, donde se vestían Regina Pacini de Alvear y Eva Perón. Autodefinido "arquitecto de estilo e imagen", Devorik fue asesor de vestuario, primero, y confidente, después, de la princesa Diana de Gales durante quince años. "Vivir al lado de una mujer como ella, una de las grandes personalidades del siglo XX, fue la experiencia y el aprendizaje más importante de mi vida. Cuando murió, sentí que perdía a una hermana", recuerda hoy ante la Revista.
En medio de decenas de libros de arte y fotografía, y de revistas de todo el mundo mezcladas con platería y pequeños adornos, acompañado por un maravilloso Renoir y con una vista del Río de la Plata que quita el aliento, Devorik disfruta de su búnker porteño. Aquí, en el piso 21º del Kavanagh, vive cuando está en Buenos Aires. Desde hace dos años va y viene todo el tiempo. Un poco acá, un poco en Europa, un poco en su casa de The Hamptons, en Estados Unidos.
Los portarretratos repartidos por el living delatan no poco de la historia de este hombre apuesto, sofisticado y simpatiquísimo que comenzó su carrera diseñando tejidos en Londres para devenir sucesivamente, a lo largo de treinta años, gran empresario de la moda, asesor imprescindible de las mujeres más bellas del mundo, hombre de confianza de la realeza inglesa y manager de Polo Ralph Lauren para América del Sur. Una de las fotografías llama la atención especialmente. De traje, impecable, Devorik se inclina ligeramente ante una espléndida y elegante Diana a las puertas de Kensington Palace. Hay respeto y sobriedad entre el argentino plebeyo y la aristocrática mujer que pudo llegar a ser reina de Inglaterra. Pero algo se escapa de las rigideces del protocolo y los rigores del linaje. Se sonríen con una increíble complicidad.
Lady Diana
Diana decía que Roberto Devorik era el único hombre que la hacía reír con inteligencia y una de las escasas seis personas que tenían el número del teléfono rojo que conectaba, sin intermediarios, con los aposentos de la princesa en su palacio. Desde ese número le avisaron, el 31 de agosto de 1997, que Diana había muerto (ver recuadro).
La tragedia fue un quiebre en su vida. "Siempre dije que no iba a terminar mi vida en Inglaterra -recuerda-. Que quería morir al lado del mar, al sol, y si pudiera ser en mi país, mejor. Cuando murió Diana sentí que ya había pocas cosas que me retenían allá. En el ’99 vendí todo, y me mudé a los Hamptons."
Lady Diana Spencer y Devorik compartieron más de 15 años. La artífice del encuentro fue Beatrice Miller, editora de la edición inglesa de Vogue, que una tarde lo citó sin darle más explicaciones. "Te quiero presentar a la futura reina de Inglaterra", dijo Beatrice. El quedó paralizado. Frente a él, una chica vestida con una kilt, alta pero algo encorvada, con mocasines y un suéter de Shetland, lo miraba con los ojos hacia arriba, en un gesto que después dio millones de veces la vuelta al mundo.
-¿Cómo era Diana en ese momento?
-Tímida. Era una niña a la que de golpe se le abrió un mundo que creía conocer, porque era de noble estirpe, pero que era bien diferente. Una cosa es la aristocracia y otra, la realeza.
-¿Qué le cambió en su estilo?
-No creo que le haya cambiado algo. La asesoré, la ayudé a sacar lo mejor, lo más genuino y lo más brillante que había en ella.
-¿Y su relación con ella?
-Era muy divertida. Siempre la cargaba con los sombreros. Le decía que eran pesados, que parecían de Mary Poppins, y ella se mataba de risa. Le decía que las polleras eran demasiado largas, que ocultaban sus lindísimas piernas, que tenía que explotarlas más. La moda es un reflejo de lo que uno tiene adentro. Cuando se casó estaba esplendorosa. Después fue cayendo en su tristeza. Pero, en realidad, siempre estaba espléndida. Nunca voy a olvidar una vez que tenía que ir a Buckingham Palace a entrevistarse con el premier alemán Helmut Köhl. Cuando llegué, estaba en jeans y con una t-shirt blanca, sin make-up y con el pelo recién lavado. Le digo: "Diana, tendrías que ir así al palacio porque conseguirías todos los créditos alemanes que el gobierno inglés necesita". Y se mataba de risa.
-Usted visitó la Argentina con la princesa. ¿Qué fue lo que más le impactó a ella?
-La Orquesta Filarmónica de Ciegos. Nadie le había dicho que eran ciegos. Cuando ella escuchó el Himno Nacional cantado por ellos, en el Correo Central, se largó a llorar. Los quiso conocer uno por uno. Cuando murió, estaba en tratativas para llevarlos a Londres. Otra cosa que le impresionó fue el cielo de la Argentina. "Nunca vi un cielo de ese azul - me dijo-. Es el de la esperanza y la libertad."
Los amigos
Esté donde esté, en el Viejo o en el Nuevo Mundo, Devorik rinde culto a la amistad. En Buenos Aires, especialmente, aprovecha para estar con sus amigos de toda la vida. Hay nombres conocidos y otros decididamente ignotos. Graciela Doménech, Nené Láurenz, Laura Bertone, Margaret Henríquez y Cecilia Zuberbühler, entre muchos otros, que no necesariamente forman parte del mismo renglón social, integran el team nacional. Pero en Kensington Palace o en el Kavanagh, Devorik sigue siendo el mismo. La misma hospitalidad, la misma clase, la misma generosidad. Virtudes que, sumadas a los genes Saint-Félix y a una rigurosa disciplina de trabajo, le valieron un nombre dentro de la moda internacional, aunque nunca supo enhebrar una aguja ni dibujar. "He diseñado y me encanta, porque tengo gusto y sentido de la estética, pero lo mío es otra cosa -explica-. Vos me das un pedazo de género y me decís «se me casa mi hija, ¿qué me pongo?», y yo en dos minutos te armo el estilo." (Ver recuadro.)
Fue esa sabiduría innata lo que lo acercó a Liz Taylor, hoy otra de sus grandes amigas. Cuentan que se encontraron por primera vez en el restaurante Jo Adams, en Londres. Ella estaba con Rock Hudson. "Upa, los ojos más lindos del mundo", dijo Devorik. Ella se rió y le contestó: "Y vos te parecés al amor de mi vida".
-¿Es cierto que Elizabeth Taylor le dijo que usted se parecía a Richard Burton?
-Sí, muchos me lo han dicho. Ella quería que la asesorara porque tenía que ir al palco real, en Wimbledon, con la reina de Inglaterra. Me citó en su casa y, a la hora de probarse la ropa, bajó con un pantalón de terciopelo y una blusa de encaje adentro, bien al cuerpo, bien voluminosa y con sus pechos al aire, cuando se usaba la ropa lánguida. "Estoy bárbara", me dice. "La verdad, no. Así no podés ir al palco de la reina . Hay que cerrar la blusa hasta arriba y tiene que estar más suelta", le digo. "Mirá, querido, sos simpatiquísimo, pero yo con estos ojos y con esto (se señala los pechos) me gané el mundo. Si vos te creés que voy a cambiar a esta altura de mi vida, poneme diez millones en el banco y yo te llevo el apunte y hago lo que vos quieras." Bueno, hizo lo que ella quería, claro, pero genial, con un humor increíble… y con mucho cariño.
Los sueños
-Usted ha vivido, y vive, en un mundo de nobles y estrellas, muy diferente de la dureza que le toca hoy a la Argentina. ¿Cómo vive esta diferencia?
-Quizás es el momento más duro del bolsillo del país, pero sigue habiendo gente maravillosa. Duele ver las plazas abandonadas, los chicos revolviendo basura cuando deberían estudiar y estar a resguardo. No hay derecho, ni acá ni en Africa. Menos en un país rico como éste.
-¿Hace algo para ayudar?
-Sí, pero esas cosas hay que hacerlas en silencio. No para aparecer en los títulos.
-¿Un sueño?
-Estoy trabajando con un grupo de amigos para traer a la Argentina a Ellen Page. Es la musa de Andrew Lloyd Weber y quizá la mejor voz del mundo. Su sueño es cantar "Evita" en la Argentina. Y también es mi sueño.
-¿Conducir Polo Ralph Lauren en toda América del Sur también era su sueño?
-Siempre fui fiel al primer perfume que hizo Ralph, Polo, y a su ropa. Era una enfermedad que tenía y tengo. Un día nos encontramos en un cine, y cuando se enteró de que no estaba haciendo nada me dijo: "Sos muy joven para no hacer nada. El trabajo es bueno para la salud". Y aquí estoy…
-Lo logró finalmente…
-Lo decidí porque si tuve un héroe en mi vida fue Ralph Lauren. Un hombre que empezó vendiendo corbatas y creó un imperio, sin ruidos, sin escándalos, con sencillez, humildad y humanidad. Estas son las cosas que hoy quiero para mi vida. Es mi broche de oro.
Para saber más
www.polo.com
www.prisonplanet.com/archive_diana_murder.html
Fotos: Martín Lucesole y Gentileza R. Devorik
Argentinos & moda
"Me encanta cómo se visten. Son fantásticos. Un país que sufrió la crisis que vivió la Argentina, que estuvo cerrado al mundo por tantos años, y la mujer se ha mantenido ordenada, limpia, elegante... ¡Chapeau…! Todo con dignidad. Hay mucho sentido de la estética. Hablo de la gente común, de la que no tiene posibilidades de muchos gastos. Ni hablar cuando sí las tienen: son espléndidas."
"¿El hombre? Muy sobrio, elegante. Es mentira que el argentino no se anima al color. Es un preconcepto. Nosotros, en Ralph Lauren, trajimos color y fue lo primero que se vendió."
Lady Di y la teoría del complot
-¿La princesa Diana estaba enamorada de Carlos?
-Sí, siempre estuvo enamorada de él; yo pondría las manos en el fuego por lo que digo, y lo he hecho muy pocas veces. Lo sé por conversaciones que tuve con ella, por comidas en mi casa, almuerzos... En todo momento estuvo enamorada de él.
-¿Era cierto que él la trataba mal, con indiferencia?
-Eran dos caracteres diferentes. Sólo tenés que verlo al príncipe Carlos como yo lo vi, entrando en la nave principal de Saint Paul -cómo se puso los guantes, cómo caminó-, y verla a ella, para darte cuenta de todo. Le temblaba el ramo en las manos, se le movía el mentón de los nervios. Yo tuve la suerte de presentársela en el Palazzo Farnese, en Milán, a Hubert de Givenchy, que había conocido a las mujeres más divinas del siglo, y me dijo: "Hubo dos mujeres que han tenido tanta luz: Audrey Hepburn y esta señorita". Donde llegaba Diana, la gente se quedaba en silencio mirándola. Tenía un aura, un toque mágico.
-¿Qué opina de la teoría del complot para matarla de la que habla Paul Burrell, su mayordomo, en el libro sobre Diana?
-Quizá complot es una palabra demasiado fuerte, pero el libro de Paul es totalmente correcto. Ella siempre dijo que creía que la iban a matar.
-¿Usted lo escuchó?
-Sí, no puedo negarlo. Ella me lo había dicho. Yo viajé mucho con Diana. El último viaje que hice con ella fue a Roma, en un jet privado, desde la base Norton Brize. Ella sube y dice: "A ver si volamos juntos o nos vuelan…". "No seas ridícula", dijimos todos. "Tengo el presentimiento de que me van a matar en una de estas máquinas, en un helicóptero", contestó.
-¿Cómo se enteró de su muerte?
-Me hizo llamar Paul Burrell. Cuando volví a casa, sonó el teléfono. "Le van a hablar de Kensington Palace". Yo había hablado con ella días antes, cuando estaba en Portofino. "Le quiero avisar que la princesa de Gales ha tenido un accidente tremendo en París y está muy grave, y que el señor Dody al-Fayed también está muy grave", me dicen. No lo podía creer. A los cuarenta minutos me vuelven a llamar. Dody había muerto. "Diana está viva?", pregunto. "Sí, todavía vive", me dicen. Me piden que avise a lady Elsa Bocker, que era como la abuela de Diana. Esta y la muerte de mi padre fueron las experiencias más tristes de mi vida. Yo la quería mucho. Eramos muy amigos. Hubo épocas en que fuimos más amigos, y épocas en que lo fuimos menos, pero fue una mujer al lado de la cual aprendí mucho.
-¿Qué aprendió?
-Aprendí a valorar las cosas de todos los días: caminar, ver, oír, estar vivo. Al lado de ella he visto morir gente de sida, gente quemada, leprosos, he visto de todo... Y he visto con qué amor ella se comunicaba con toda esa gente, sin cámaras detrás. A veces yo no lo toleraba.
"Si estás conmigo en las grandes galas y en los grandes palacios, esto te lo tenés que aguantar", me decía.
Profeta en su tierra
Porteño y ariano (nació el 4 de abril de 1948), hijo de un industrial austroalemán y de la gran dama de la alta costura Ema Saint-Félix -mitad francesa, mitad italiana-, Devorik empezó el secundario en el colegio Cardenal Newman, pero lo terminó en el Nacional San Martín con el título que quería papá: perito mercantil. "La mía no era una generación de rebelarse, y estoy agradecido por aquel rigor. No sabés cuánto me ayudó en la vida", cuenta hoy.
El quería ser actor, pero papá dijo "ni loco". Intentó entrar en Braniff, pero no lo tomaron. Finalmente, consiguió trabajo como director de eventos para la Metro Goldwyn Mayer y organizó las premières de Los girasoles de Rusia, My fair lady y Doctor Zhivago cuando ni siquiera tenía 20 años. La llave de su destino, sin embargo, se la dieron los dueños de Carina, una boutique de la avenida Alvear, que le propusieron hacerse cargo de la sucursal que tenían frente al Museo Victoria y Alberto, en Londres, dedicada a argentinos viajeros.
Aceptó, por supuesto. "Vi el negocio y no me gustó. Le faltaba onda -recuerda-. Fui a ver proveedor por proveedor, Pringle of Scotland, la casa de los sweaters entre ellos, y les pedí cambios, colores más modernos, otros diseños." El rotundo éxito que obtuvo llegó a oídos de Arthur Hill, director gerente de Fenton Hill Group y dueño de tradicionales negocios de cashmere en Inglaterra, que lo "robó" y lo puso al frente de nueve de sus boutiques. "Les cambié la imagen a todos sus negocios e importé a Londres a los grandes de aquel momento: Versace, Genny, Montana…".
Cada vez era más conocido. Vogue y Harper´s lo citaban con frecuencia. Financial Times lo calificó como "el ejecutivo sudamericano del año". Madame de Rothschild, Emerson Fittipaldi, Saturnino Montero Ruiz, Lee Radziwill, Zsa Zsa Gabor, Juan Carlos de Borbón, entre otros VIP conocidos, lo incluían en sus agendas. Ya era un referente dentro del mundo de la moda, y el paso siguiente no sorprendió: asociado con una empresaria turca abrió Regine, la primera de las catorce tiendas propias que llegó a tener, entre las cuales hubo dos Versace, dos Ferré y también Regine, en Los Angeles, con el madrinazgo de Liz Taylor.
En esos años no olvidó su Argentina natal. En el ’83 vino para abrir una sucursal de Versace, pero decidió "esperar un momento más apropiado", según dijo en aquel momento a La Nacion. Siete años más tarde llegó con más de mil kilos de ropa para hacer Homenaje a Buenos Aires, un desfile a beneficio del Centro de Estudios sobre Nutrición Infantil (Cesni). Después volvió, más triunfal que nunca, acompañando a Lady Di como asesor de estilo y amigo.
Pero la muerte de la princesa lo hirió brutalmente y decidió abandonar Londres. Vendió todo, se instaló en The Hamptons, en EE.UU., y dirigió una puntocom de artículos de lujo hasta que se encontró con Ralph Lauren en un cine. Nuevo cambio en su vida: el célebre diseñador lo nombró vicepresidente de sus licencias para toda América del Sur, con sede en Buenos Aires. El regreso estaba sellado. Finalmente demostraría a su padre, ya fallecido, que ser profeta en su tierra no era un imposible.