Robert Mapplethorpe, mucho más que sexo, droga y rock & roll
"Yo estaba durmiendo cuando él murió. Había llamado al hospital para desearle las buenas noches como siempre, pero la morfina lo había dejado inconsciente. Me quedé escuchando su respiración fatigosa, sabiendo que ya nunca volvería a oírlo".
Así comienza el prólogo de Éramos unos niños, relato autobiográfico de Patti Smith sobre los inicios de su carrera en Nueva York junto a Robert Mapplethorpe. Uno de los grandes amores en la vida de la célebre cantante y poeta, que se transformó sin perder fuerza luego de que él asumió su homosexualidad.
Pasaron casi tres décadas desde aquella madrugada de marzo de 1989 en que, a los 42 años, dejó de respirar "el artista más transgresor y visionario de la fotografía contemporánea". Así lo definió el Malba en 2010, al presentar su primera retrospectiva en la Argentina. Ahora es el turno del Guggenheim: durante un año, el célebre museo exhibirá en Manhattan decenas de sus obras, incluidas las imágenes sadomasoquistas que escandalizaron a la sociedad neoyorquina.
"Nadie ve como nosotros", solía decirle Mapplethorpe a Patti en aquella minúscula habitación del mítico hotel Chelsea, donde convivían con la bohemia que definiría la identidad de una era. Allen Ginsberg, Janis Joplin y Diane Arbus fueron solo algunos de los legendarios artistas que encontró en los pasillos esta joven pareja, entonces anónima y hambrienta en todo sentido.
Ambos tenían apenas 20 años ese día de verano de 1967 en que Patti se le acercó en la calle y le preguntó si podía simular ser su novia para huir de un hombre que acababa de invitarla a su casa. Él la tomó de la mano y corrieron hasta el otro extremo del parque. "Gracias, me salvaste la vida", le dijo ella antes de presentarse. Sellaron así un vínculo que sobreviviría incluso a la muerte.
"Muchas cosas se han dicho acerca de Robert, y se dirán muchas más –escribió la poeta en Éramos unos niños–. Lo condenarán y lo adorarán. Censurarán o idealizarán sus excesos. Al final, la verdad se hallará en su obra, la esencia corpórea del artista. No se deteriorará. El hombre no puede juzgarla. Porque el arte alude a Dios y, en última instancia, le pertenece".
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