Rincones icónicos. Halston y la era dorada del diseño de interiores en Nueva York
Mientras no puedas subirte a un avión no habrá mejor forma de viajar a Nueva York en primera clase que mirar una y mil veces Halston, una serie excepcional sobre un personaje igualmente excepcional como fue Roy Halston Frowick, ese chico de Missouri que en la década de 1970 se convirtió en el primer diseñador de moda en alcanzar ventas masivas en los Estados Unidos. Solo producciones como The Crowne y Downton Abbey pueden compararse con la cuidadosa recreación de los espacios donde transcurrió la vida de este ser talentoso que conoció la cima para caer tempranamente, tal vez víctima de su excesivo hedonismo. En el fondo, de eso trata esta nueva producción de Netflix: de la obsesión por la belleza.
Protagonizada (bastante bien) por Ewan McGregor, el guión nos lleva por interiores espectaculares y rincones icónicos de esa Nueva York que atravesaba quizá la mejor década de su historia. La estética del diseño de Halston y su personalidad, un hombre que solo tenía lo mejor de todo, dictaba el espíritu de la puesta en escena. Era el mayor desafío para el equipo: máxima calidad hasta en el mínimo detalle. “Esta es la historia de un hombre que diseñó cada uno de sus espacios de vida y trabajo para mostrar sus modelos y creaciones de la mejor manera. Como director, buscaba una recreación exacta del mundo de Halston. Sentí que cuanto más auténticos pudiéramos ser, más entenderíamos el genio de Halston”, explicaba el director Daniel Minahan a la revista Architectural Digest.
La tarea quedó en manos de Mark Ricker (nominado al Oscar por la película Black Bottom), quién intentó crear con precisión detectivesca cada ambiente, desde el primer estudio donde recibía a sus clientas, su fabuloso piso en el Upper East Side, las oficinas espejadas en la Olympic Tower, el desfile de 1973 en Versalles y la discoteca emblema de la ciudad, Studio 54, además de exteriores que dan cuenta lo fascinante e inspirador del momento que le tocó vivir. “Estos son escenarios icónicos y quería asegurarme de que lo hiciéramos bien”, decía Ricker con modestia. Y lo logró, con creces.
En pocos capítulos -desarrollados cronológicamente- el guión transcurre en ambientes perfectos, de una atemporalidad visionaria, y más o menos en este orden:
Bergdorf Goodman
La tienda de departamentos fundada en 1899 sigue siendo la más exclusiva de Manhattan. Halston tuvo ahí el primer golpe de suerte: en el sector de accesorios exhibían sus primeras piezas inspiradas en la memoria de su madre. El sombrero modelo pillbox elegido por Jackie Kennedy inmortalizó su nombre y agotó las ventas. Fue uno de los pocos interiores donde alcanzaron a filmar antes de la pandemia, y para lograr el aspecto original del salón, Ricker investigó fotografías y hasta miró el especial de televisión sobre Barbra Streisand (My name is Barbra) emitido en 1964 desde ese lugar.
Su primera oficina
Su gusto por la decoración empieza a cristalizarse en el primer atelier donde recibía a sus clientas, un enorme edificio industrial en la calle 68 y Madison, cuya decoración encargó al interiorista Angelo Donghia. Es resultado es un calco de las fotos de época: la alfombra de sisal natural y los tonos crema de muebles y adornos están ahí, tal como Halston lo había pedido. Ricker pudo replicar también el primer desfile que hizo ahí, para el que Donghia armó entonces un oasis de paredes y techos entelados. “Este fue nuestro escenario más vibrante, adornado con tela batik como una tienda beduina y lleno de enormes ramos de orquídeas blancas y palmeras en macetas”, cuenta Minahan en el artículo.
Studio 54
Esas noches interminables explican la paulatina decadencia de Halston. Rodeado de gente glamorosa, siempre de traje, gafas negras y acompañado por el amante venezolano que lo habría llevado a la perdición, la discoteca fue como su segunda casa. De hecho, cuando cerró por un incendio, él pensó en reabrirla. A causa del confinamiento el equipo no pudo filmar en el lugar, pero Risker encontró el Hammerstein Ballroom en la calle 34, donde montó la escenografía tal y como era. “El lobby fue rediseñado enteramente. Redujimos el espacio con cortinas Mylar y reconstruimos a escala la famosa barra de oro y la cabina del DJ, así como el neón, las columnas de luz con bombillas y, por supuesto, los sofás plateados con almohadones tubulares”, explicaba. En la serie se ve hasta a una Bianca Jagger montada sobre el caballo blanco, como en el pasado.
Sus oficinas en la Olympic Tower
Ubicadas en el piso 21 de un edificio en esquina sobre la Quinta Avenida, fueron replicadas casi a escala en los escenarios de Broadway, en Brooklyn. Tenían ventanales de piso a techo, vistas al imponente al horizonte de la ciudad (recreado digitalmente pues, de los setenta a hoy, cambió, y mucho) y muros revestidos con espejos; llenas de orquídeas y color rojo vibrante en alfombras, sofás, sillas y muebles laqueados. Ricker investigó las revistas para dar con imágenes de personajes y diseños. Curiosamente en la serie no se ve ningún mueble típico de oficina, como los archivos.
Sus casas
Ricker, junto con la decoradora Cherish M. Hale, consiguió una foto de la primera casa de Halston que mostraba una alfombra de cebra y sillas de cuero. Encontrar los muebles adecuados para recrear el espacio fue “una verdadera búsqueda del tesoro”, explicaba, así que hubo que imitar algunos, como la alfombra (cuero de vaca pintado). El productor se confesó sorprendido por el cambio de estilo posterior, cuando Halston viró al minimalismo total que se aprecia en su mansión de cuatro pisos en el Upper East Side -de fachada brutalista y diseñada por el arquitecto Paul Rudolph. Con sus escaleras flotantes, doble altura y mucha espacialidad, fue refugio de la elite culturosa. Por su salón con sofás rectos, pocos adornos y gran chimenea pasaron Andy Warhol, Truman Capote, Bianca Jagger y Liza Minnelli, su mejor amiga; también Elizabeth Taylor, Lauren Bacall, Anjelica Huston y Diana Vreeland, fans y musas de su obra. Conocida como la Halston House, luego paso a manos de diseñador Tom Ford. Al no estar disponible, la producción consiguió una vivienda similar en el Red Hook de Brooklyn. La original era insuperable.
El Palacio de Versalles
Era misión imposible desplazarse hasta Francia, asi que la producción se embarcó en la tarea de encontrar un edificio que imitara el lujo del Palacio de Versalles, donde en 1973 un grupo de diseñadores debutantes compitió por el podio de la moda americana. Halston presentó ahí una de sus colecciones más famosas, a la par de Bill Blass, Oscar de la Renta y su competidor directo, Calvin Klein. El lugar sustituto fue W.B.Thompson Mansion, una antigua casona construida por Carrère y Hastings a principios del XX, y de estilo estilo Renaissance Revival, un hallazgo muy digno.
Entre otros sitios, el rodaje incluyó el lobby del Loew’s Jersey Theatre, el Park Land Hotel y la Brooklyn Public Library, además de los encantadores senderos del Central Park. “Lo más complicado de todo fue que los interiores de Halston eran tan iconoclastas y atemporales que resultaban demasiado contemporáneos” explicó Minahan, a la revista. “Nuestra estrategia fue constrastar el aspecto caótico del Nueva York de los años 70 con la precisión de los interiores controlados por nuestro protagonista”.
Sin dudas, así como Sex and the City puso en órbita a la ciudad renovando sin proponérselo la oferta turística de la isla, que flota como un témpano diamantino, Halston la dignifica, hoy más que nunca.
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