Ricardo Fort reservaba desde Miami y los DJs “manguereaban” al público: las noches frenéticas de Pachá, el boliche emblema de los 90
Fue elegido dos veces como la “mejor discoteca del mundo” por la prensa especializada; desde Fatboy Slim hasta Paul Van Dyk tocaron en sus pistas; la nostalgia de otros tiempos
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Una pregunta había alertado a los hinchas argentinos: ¿Diego Maradona iba a poder jugar contra Australia? Una versión indicaba que sus problemas con las adicciones podían impedirle entrar al país de Oceanía. Idas y vueltas, desmentidas del embajador y luz verde para Alfio Basile: el 10 volvía a ponerse la camiseta de sus amores. En paralelo, en la Costanera Norte, se trabajaba a contrarreloj para la apertura de Pachá, desconocido hasta el momento. Era el 12 de octubre de 1993 y la historia recién empezaba.
Ubicado en la costanera de la Ciudad de Buenos Aires, Pachá se erigió entre los 90 y los 2000 como el boliche más importante de toda la Argentina. Conocido como la cuna de la escena electrónica en el país, fue elegido como uno de los tres mejores boliches del mundo en 2002 y 2003 por la revista DJ Magazine.
Marcó un antes y un después en la noche porteña que veía de a poco surgir ese género, llamado “Marcha” en aquél entonces. Con ello vino, también, el deseo de las figuras del exterior de querer venir a tocar. Así lo recuerda hoy en día, en diálogo con LANACIÓN, Diego “Chino” Mauviel, histórico productor de Pachá desde sus comienzos.
Fundado en 1993, Pachá empezó siendo otra más de las franquicias del reconocido arquitecto español Ricardo Urgell, quién no solo fundó el boliche de Ibiza, sino que también fue responsable de la creación de casi 90 discotecas más en todo el mundo. Sin embargo, ninguna brilló tanto en esos años como el boliche porteño.
“Cuando abrió en el 93, mi hermano Gonzalo trabajaba en el Pachá de Ibiza, y lo mandaron acá para el mes de apertura… vino él y como 40 personajes que trabajaban allá: bailarines, magos, barmans… todo el staff estuvo un mes a pleno trabajando”, recuerda Carlos Alfonsín, histórico DJ de la escena y uno de los residentes más recordados de los ciclos de Pachá.
A pesar de sus inicios vinculados a la música electrónica, un cambio en los organizadores de las fiestas hizo que a partir de 1996 el pop y otros ritmos empezaran a copar las pistas. Lejos de atraer más público, la decisión de ampliar el espectro musical alejó a los habitués del boliche, que desilusionados cambiaron de lugar para salir.
Tuvo que pasar un año para que la música electrónica recuperara su lugar. Era 1997 y Pachá volvía a su clásico formato de la mano de lo que sería su ciclo más importante: las fiestas Clubland, todos los sábados del mes. “Los residentes éramos Hernán (Cattáneo), yo adentro y (Javier) Zuker en la terraza. Fue la época más famosa de Pachá”, rememora Alfonsín.
“En un año habíamos quedado aislados. Yo iba a los boliches a contar que Pachá volvía a ser electrónico, pero no éramos muchos y se hacía difícil remontar”, recuerda.
El crecimiento era lento, pero se iba notando. “Arrancó con 500 personas, después 700, después 800 y cuando se hizo la primera Cream que toco Deep Fish (la fiesta Cream, no la Creamfield) pasaron a 2000 en solo tres meses... y no bajó más”, agrega. Importada desde Liverpool, la fiesta Cream fue una especie de homenaje al ya cerrado boliche de música electrónica donde surgió la primera Creamfields. Un sábado al mes, la Cream se hizo presente en Pachá durante muchos de sus años más exitosos.
El resto de los sábados, las Clubland brillaban gracias a las residencias de Cattaneo, Alfonsín y Zuker, acompañados ocasionalmente por algunos de los DJs más conocidos del mundo. “Ellos alucinaban con la gente… en el 2000 fuimos elegida como la mejor discoteca fuera de Inglaterra, al año siguiente ya estábamos entre las tres mejores del mundo”, acota Alfonsín.
El lugar donde todo “el mundo” quería tocar
En épocas en donde las redes sociales no eran ni un proyecto en la mente de los más osados, el boca a boca era algo clave para poder difundir el lugar. Gracias a eso, Pachá se convirtió en el paraíso en donde todos los DJs del mundo querían tocar. “Los DJ de afuera se morían de ganas de venir a tocar acá. Ellos mismos eran los que lo votaban como uno de los mejores boliches del mundo y gracias a ellos se hizo famoso en todas partes”, explica Alfonsín.
“La primera vez que vino Fatboy Slim, yo cerré… apenas terminó, arranqué con Highway to Hell de AC-DC… él estaba guardando sus discos, y se quedó duro, no lo podía creer”, cuenta Javier Suker, músico de Poncho, y en su momento residente de la terraza en Pachá. “Después se cag...ba de risa, pero seguro pensaba: ‘Mirá este loco con lo que abre’. La gente explotó, él no lo podía creer”, agrega entre risas.
La terraza, la joya de la corona de Pachá
Entre los varios atractivos que tenía el boliche, la terraza era uno de ellos, no solo por su vista al Río de la Plata, sino también por ser un lugar alternativo a lo que pasaba dentro de la pista.
“En el 98 me convocan para hacer algo en la terraza; ahí fue todo muy despacio, pero fue muy fuerte. Al principio no salía nadie ahí, llegó el invierno y se puso una carpa con calefactores donde bailaban solo mis amigos”, explica Zuker.
Lentamente, el lugar empezó a llenarse y formó su propia identidad. “De repente empezábamos a los manguerazos a la gente, tirábamos agua en verano, era todo muy loco. Todos esperaban que los mojemos”, agrega Zuker. “Agarrábamos las mangueras de bomberos y empezábamos a apuntar para arriba, como si fuera una cascada”, concede “El Chino” Mauviel, histórico productor del boliche.
Este paisaje terminó encantando hasta a los artistas del exterior, quienes no encontraban algo así en los boliches de otras partes del globo. “Muchos venían a tocar a la pista de adentro y cuando salían y veían lo que pasaba, empezaban a insistir para tocar afuera, había una onda totalmente diferente. Se hacía de día y se ponía espectacular, estaba el río, súper Summer of Love, era como una discoteca de Ibiza con una vista al río; increíble”, señala.
El público y el sentido de comunidad
Cualquiera que haya sido habitué de Pachá en esa época repite la misma definición: “Era como un club”. “Cada DJ tenía su grupo de seguidores y amigos que iban todos los fines de semana, esos traían a sus amigos y así seguía la progresión… había grupos que se identificaban con uno o con otro, fue un poco eso. La gente ya se conocía, se veían todos los sábados y a veces hasta los viernes”, agrega Zuker.
“Hubo clientes que nos pidieron casarse en Pachá, tuvimos que cerrar un domingo y también varios sábados a la tarde, alquilaban el lugar y hacían la fiesta”, cuenta divertido “El Chino”. “Se mezclaba todo tipo de público. Fue un momento de la cultura que se daba así. Artistas, gays, trans, gente que no tiene plata, gente que tiene mucha plata… Ahí es cuando se arma bien”, asegura Zuker.
Sumado a la música y las fiestas, la teatralidad era importante para todos. Desde máquinas de tirar papelitos en momentos clave, hasta estrellitas de Navidad para todo el público, cualquier idea era tomada si aseguraba una mejora para el espectáculo.
“Una noche eran como las cinco de la mañana; yo ya estaba un poco más tranquilo a esa hora. Y cómo estaba un poco cansado me puse con un grupo de amigos en cuclillas. Justo había un tema que iba bajando y yo sabía que después subía, así que le pedí a la gente que también se sentara… se habrán sentado diez personas más o menos, cuando explotó salté... yo solo, claro”, recuerda “El Chino” Mauve antes de continuar: “A la semana siguiente ya lo hacía todo el boliche”.
Este ritual se convirtió luego en algo usual en los shows de Cattaneo y se exportó a todo el mundo. “La gente se le sentaba en San Pablo o en Ibiza”, agrega: “En la primera Creamfield vino Layo & Bushwacka! y pusieron esa canción; al toque se sentaron las cinco mil personas que los estaban viendo. Tengo todavía la nota que les hicieron en LA NACIÓN en donde contaron: ‘En un momento se nos sentó la gente, pensamos que era un repudio por ser ingleses y por las Malvinas; Hernán nos contó después que eso era un festejo’”.
Las noches de Ricardo Fort en Pachá
“Ricardo era amigo, antes que sea el “Ricardo” que todo el mundo conoció. Cuando falleció el padre, él empezó a venir, a mí me lo había presentado Mónica Guido, se hizo fanático del boliche”, cuenta “El Chino” Mauviel.
El vínculo se forjó de tal manera que incluso sonaba el teléfono y era el propio Ricardo, desde Miami, reservando una mesa. “Me decía: ‘¡Chino! Este sábado voy a ir a Buenos Aires y quiero ir a Pachá, pero solamente quiero la mesa que está al lado tuyo; si no está esa, no voy y me quedo acá'. Muy buena gente Ricardo, muy divertido, muy culto”, agrega.
Fue en Pachá donde Fort forjó su relación con Dani “La Muerte”, quién se convirtió en uno de sus guardaespaldas más conocidos. “Dani venía conmigo a la mesa, era un gran profesional. Empezaron a charlar y Fort lo terminó contratando, relata.
El adiós de Pachá
El final del boliche se dio de golpe y sin muchos anuncios. Hoy, con otros dueños, el edificio sigue con la tradición nocturna que dejó Pachá, ahora con el nombre de Moscú. Sin embargo, la electrónica perdió su lugar y ganaron los hits de cumbia, reggaetón, trap y el pop. De todas formas, hay que costumbres que nunca cambian: aún hoy, la terraza sigue siendo propiedad de la música electrónica.
“Yo sigo trabajando en el lugar, y me di cuenta con el tiempo y con lo que sigue pasando que nada se termina y que todo se transforma”, cierra el Chino.
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