"Vivimos en una era en la que la cultura pop ha enloquecido por lo retro", dispara Simon Reynolds en su flamante libro, en el que explica por qué vivimos como adictos al pasado. De Lady Gaga a los mercados de pulgas.
Durante la segunda mitad del siglo XIX y buena parte del XX, las vanguardias artísticas constituyeron movimientos disruptivos que fogonearon, a lo largo de los años, transformaciones de gran impacto que, en algunos casos, cambiaron la manera en que los hombres interpretamos nuestra vida cotidiana y observamos nuestro microcosmos. Estas vanguardias gozaron de mucho prestigio y funcionaron como rápidos destellos que serpenteaban por un corto período de tiempo hasta que eran institucionalizadas como saber canónico y reemplazadas por otras nuevas, que retomaban el ímpetu y el vigor que sus antecesoras habían perdido.
Sin embargo, en algún momento, en los años que median entre el Mayo francés y la época actual, las vanguardias comenzaron a empañarse, sobre el fondo de los cambios de gran escala, en los circuitos del tráfico económico y emotivo de nuestras sociedades. Junto con el auge y la consolidación de la práctica publicitaria –como la entendemos hoy, es decir, como la vemos en la serie Mad Men– que tomó las banderas de la creatividad y la sensibilidad para construir no ya revoluciones, sino marcas poderosas y las fatalistas fórmulas que anunciaban ese "fin de la historia" que finalmente nunca ocurrió, la pasión vanguardista de decretar la muerte de las vanguardias, aunque tuvo mucho de gesto y exageración, articuló algo que estaba pasando y que se percibía real.
Esta problemática es la que obsesionó a Simon Reynolds durante sus últimos años de trabajo crítico, y son estas obsesiones las que reúne su último libro, Retromanía. La adicción del pop a su propio pasado, un bellísimo objeto amarillo macizo, de casi 450 páginas, que lanzó recientemente –a mi criterio– una de las mejores editoriales independientes de la Argentina, Caja Negra.
Simon Reynolds (1963, Londres) es uno de los críticos musicales más reconocidos y prestigiosos de la actualidad.
Su obra es vasta e incluye no sólo artículos y ensayos en algunas de las más importantes revistas de rock del mundo, como Melody Maker o NME, sino también grandes volúmenes, como
Energy Flash
sobre música electrónica o
Rip It Up and Start Again
sobre pospunk. Y no sólo eso, sino que su fama lo situó en el panteón de los grandes
scholars
del rock, esa orgullosa y exigua tradición que consiste en haber innovado, de manera definitiva, la forma de
aproximarse a la música popular por medio del tráfico de conceptos provenientes del posestructuralismo francés o el mejor psicoanálisis,
con un estilo canchero y muy
easy-going
que mezcla referencias académicas con anécdotas basureras de la pop culture de todas las épocas.
"Vivimos en una era en la que la cultura pop ha enloquecido por lo retro", comienza el libro. Esto parece una pequeña incógnita, efectivamente obvia: como nunca antes en la historia hemos desarrollado la pasión por lo vintage, una inédita destreza de saqueo cultural que nuestras sociedades han perfeccionado en la última década como estrategia de creación musical y artística y como manera de saciar nuestra insaciable pulsión consumista. ¿A qué se debe este interés? ¿Por qué todas las bandas geniales de los últimos diez años suenan como bandas de los 60, de los 70, de los 80? ¿Por qué "lo nuevo" –en todos los niveles, desde la música hasta el mobiliario, pasando por la ropa– parece ser hoy, indefectiblemente, una reformulación de cosas que existían hace sesenta, cincuenta o cuarenta años? Simples y pequeños interrogantes que a lo largo de las páginas de Retromanía crecen hasta convertirse en una interesante reflexión apocalíptica sobre los alcances y los límites de las transformaciones culturales recientes y que tienden a responder, en última instancia y volviendo al inicio de este artículo, la pregunta acerca de cuándo, en qué momento y cómo el valor de las vanguardias artísticas (la pasión por el futuro) fue reemplazado por la valoración de las retaguardias subculturales (la curiosidad por el pasado).
Ese pasado que siempre existió como mera herencia, hoy, año 2012, funciona como leitmotiv de nuestras grandes promesas de bienestar. Para Reynolds, vivimos en sociedades adictas a su pasado que, como mendigos –pero mendigos recontra chic–, revisan en el tacho de basura de la historia para reciclar lo que otras épocas tiraron, abandonaron o descartaron. Su tesis, acaso polémica, apocalíptica y un poco nostálgica, es que la época actual no ha perdido la capacidad de innovar y de crear cosas nuevas, pero sí ha abandonado voluntariamente sus aspiraciones de futuro. La sensación de que los deseos deben satisfacerse de manera inmediata y de que a la vida hay que vivirla como un perpetuo presente, la hiperproliferación de las plataformas y las tecnologías que permiten archivar y reponer en una computadora hasta el registro más intrascendente de nuestro pasado lejano y reciente son algunos de los factores que contribuyen a este fenómeno y que Reynolds analiza paso a paso a lo largo de Retromanía, que surfea los más variopintos landmarks culturales de nuestra década, desde Lady Gaga hasta los mercados de pulgas de ropa usada en todo el mundo.
El libro tiene un valor adicional: aparecer en Argentina, con traducción nacional, antes que en cualquier otra parte del mundo hispanohablante, y a menos de un año de su edición original. En este sentido, merece una mención el esfuerzo de la gente de Caja Negra por recuperar una tradición editorial de avanzada, que en nuestro país parecía perdida, de alta calidad y atenta a las novedades en el exterior.
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