La música de El llanero solitario te volaba la cabeza y te hacía saltar el corazón. La escuchabas y te creías capaz de enfrentar a un ejército. A tus 8 años, esos acordes te metían una pila solo comparable a la que luego sentirías por "The Trooper", de Iron Maiden. No sabías que la melodía del Llanero era, en realidad, el finale de la obertura de Guillermo Tell, ópera compuesta por Rossini en 1829. Tell fue el personaje de leyenda, símbolo de la independencia suiza, obligado a disparar con la ballesta a una manzana colocada sobre la cabeza de su hijo. La flecha nos lleva a Robin Hood, y Robin Hood nos conduce a El Zorro. Se dice que estos justicieros fuera de la ley inspiraron al Llanero, pero el Llanero era un ranger de Texas. Un policía. En términos cromáticos, representaba el opuesto del Zorro.
En sus andanzas nocturnas, Diego de la Vega se disfrazaba de negro sobre un caballo ídem. El Llanero montaba a Plata, corcel blanco como la nieve, y vestía colores claros. Los unía, sí, el antifaz. Vos conociste al Llanero en dos versiones. Una serie con actores de los años 50, protagonizada por Clayton Moore, y un dibujo animado de los años 60. Creado originalmente para la radio en 1933, el producto era un tsunami de latiguillos. El enmascarado gritaba: "¡Hi-Yo, Silver!", y cabalgaba a la velocidad de la luz, en medio de una nube de polvo, junto a su fiel amigo indio, que se llamaba Tonto, aunque acá lo tradujeron como Toro. El noble y asimilado salvaje hablaba poco, pero tenía sus palabras de identidad: "¡Vuela, Taca!", para indicarle a su águila que se pusiera a laburar, y "Kimosabi", para referirse al Llanero. ¿Había amor? Sssh. Secreto en la montaña.