Con impronta colonial asentada en una historia de 500 años, la isla cambió la explotación de la caña de azúcar por las vacaciones all inclusive. Hoy es la más visitada en las Antillas, a pura playa, merengue y ron.
Primero se llega al Caribe como concepto, como una manera de estar en el mundo. Se llega con cada sentido. Los cinco, uno por uno. En el viaje del aeropuerto al centro entra el sol por las ventanillas como un todo rojo que baja atrás de las palmeras y en el fondo, el mar. Los paisajes tienen elementos constitutivos; en el Caribe hay palmeras. Muchas y de muchos tipos: palma mexicana, palma cola de pez y palma cana, la que le presta el nombre a Punta Cana, el extremo oriental del país, con gran concentración de hoteles todo incluido. La palma cana es resistente al salitre y a los vientos; se usa para techar los chiringuitos de playa y también el aeropuerto.
Ni bien abro los ventanales doble vidrio del hotel Odelpa Nicolás de Ovando, en el casco histórico de Santo Domingo, entra el sonido de la calle: la madre que llama al niño, el murmullo de los jóvenes que van a la plaza España, las risas del verano y una bachata rosa. Entran nombres caribeños: Joelyn, Graviel, Prudencio, Luz Amanda, Damaris, Albertico. Me asomo a la ventana y veo una construcción de piedra caliza y roca coralina con una cruz y un santo. Es de las más antiguas del Nuevo Mundo, mañana lo sabré.
Se llega al Caribe de a poco. Después de la vista y el sonido, aparece la temperatura, el calor, la humedad; los 30 grados se pegan en la piel y la vida se vuelve más leve con sandalias y poca ropa. Las plantas tropicales crecen y se hacen grandes rápido, como las bromelias y las orquídeas y el ave del paraíso y el bastón de emperador y el árbol del viajero. Lo exuberante es otro elemento constitutivo del paisaje natural y, a veces, también de las personas.
–Aquí las estaciones no se manifiestan, ¿me entiende? Ahora mismo estamos en invierno. Este es un país ardiente y noviembre es la parte más fresca del año. Dice Apolinario, el botones del hotel antes de preguntarme por Libertad Lamarque. Ni Messi ni Maradona. "Libertad Lamarque, yo vi sus películas, ¿ella era argentina no es cierto? Muy guapa".
Con el correr de los días aparecen las especificidades propias de esta isla, una de las tantas que existen en el Caribe. Después de Cuba, República Dominicana es la segunda más grande de las Antillas mayores. La isla entera se llama Hispaniola o La Española y está dividida en dos países: República Dominicana y Haití. El Paso de los Vientos la separa de Cuba y el Canal de la Mona, de Puerto Rico. Desde el patio del hotel veo el ferry de Ferries del Caribe que por 180 dólares viaja toda la noche hasta San Juan.
República Dominicana tiene diez millones de habitantes –alrededor de tres viven en Santo Domingo– y cada año recibe siete millones de turistas que vienen a buscar esa manera caribeña de estar en el mundo. Además de los estadounidenses y los alemanes, últimamente es destino de rusos. Lo comprobaré en un par de días en Isla Saona: la arena blanca y el mar turquesa se mimetizan con los cuerpos de nieve y ojos azules de los siberianos.
–Los rusos vienen y se tiran al sol a las doce del día y quedan rojos como camarón y duermen en el sol y yo los miro y no entiendo: ¡Señor! ¿Cómo pueden dormir al sol? –se pregunta Joelyn Guzmán, que trabajó con turistas. Ella no quiere nada con el calor. Ni caminar de aquí allí. Nada. Mejor a la sombra y más aún en un carro con aire acondicionado.
A la noche, cuando vuelvo al cuarto de hotel, encuentro las pantuflas frente a la cama, las sábanas preparadas y un detalle sobre la mesa: un cuenco de arroz con leche de coco. Me llevo una cuchara a la boca y con ese sabor sigo llegando al Caribe.
LAS PRIMACÍAS DE AMÉRICA
En La maravillosa breve vida de Oscar Wao, el escritor dominicano Junot Díaz, ganador del Pulitzer 2008 por ese libro, escribe que República Dominicana es el Kilómetro Cero del Nuevo Mundo. Después de llegar el 12 de octubre a una de Las Bahamas –todavía es polémico a cuál–, Colón pasó por Cuba y el 5 de diciembre puso el pie en La Española. Ya no quedan restos del primer fuerte en La Isabela –construido con los restos de la Santa María que había encallado en el río Artibonito–, pero sí quedan vestigios en Santo Domingo y los dominicanos están apostando fuerte a recuperarlos. La Hispaniola es el origen, el punto de partida que más tarde, cuando se descubrieron las masas continentales, quedó empobrecido y a la deriva. Pero acá, por donde camino ahora frente a un mulato con guayabera celeste que vende sombreros de paja, arrancó la colonización. Catedral, hospital, fortaleza, alcázar, universidad, calle, ellos lo tuvieron antes que ningún otro sitio. En Santo Domingo las reivindican como las Primacías de América.
Camino por la calle Las Damas que se llama así por las 30 mujeres que llegaron desde España con María Álvarez de Toledo, la esposa de Diego Colón, el primogénito del descubridor, navegante y gobernador de la isla al morir su padre, en 1508. Diego Colón se quedó hasta 1516, cuando el rey Fernando pidió que volviera y ya se quedó en España.
Toco las paredes en pie desde aquellos años. Qué resistente son la roca coralina y la piedra caliza. Paso por la embajada de Francia donde vivió Cristóbal Colón al regresar en 1493, y de repente el hombre-estatua se ve más cerca, de carne y hueso. A propósito, la disputa por sus restos sigue activa con pruebas de ADN y genetistas que investigan. Para los andaluces, el almirante descansa en la catedral de Sevilla y, según los dominicanos, está en el Faro Colón. El descubridor puede ser un buen gancho turístico pero las playas lo superan.
Recorro las calles del casco histórico con Rainer de la Rosa, que tiene 26 años, y tal como dice: "Soy negro, narizón y bembón".
–¿Qué es bembón?
–Cuando tienes una boca como la mía, grande.
Y se ríe, todo el tiempo se ríe. Dice que su padre quería "diversificar" la familia entonces eligió un nombre alemán para él y uno de la India para la hermana: Chándica.
–Fue su forma de explicarnos que el mundo era grande, que aceptáramos las diferencias. A pesar de nuestros nombres seguimos siendo tropicales jaja.
Hoy sus padres viven en la Florida, son parte de los dos millones de dominicanos que residen en Estados Unidos.
En las cuadras coloniales Rainer pasa revista a la historia, los taínos, el pueblo originario, la conquista, la independencia, la relación con Haití –nunca muy buena– y el dictador Rafael Leónidas Trujillo, que sometió brutalmente a su país entre 1930 y 1961.
En palabras de Junot Díaz: "Mulato con ojos de cerdo, sádico, corpulento: se blanqueaba la piel, llevaba zapatos de plataforma, y le encantaban los sombreros de estilo Napoleón". Durante los 30 años que estuvo en el poder, El Jefe o Fuckface, como lo llamaban, le cambió el nombre a todos los sitios históricos del país: el Pico Duarte, el más alto de Dominicana (3.098 msnm) pasó a llamarse Pico Trujillo y Santo Domingo, Ciudad Trujillo. Fue la Era del Tirano. El Fracasado, como también le decían, murió asesinado en 1961. Después tuvieron a otro dictador, Joaquín Balaguer que gobernó durante varios períodos hasta 1996. Ya en este siglo, la vida política se encauzó y desde 2012 el presidente es Danilo Medina que termina su mandato este año sin posibilidad de reelección.
La política da sed. Paramos en un colmado o almacén a tomar una bebida fresca porque hace calor. En el colmado se puede comprar, sentarse en una mesa a jugar al dominó o al 21 y tomar algo. Si es una cerveza, mejor si está vestida de novia, es decir tan helada que la recubre una capa de hielo. Fría que pique, dicen por acá. En los cajones del frente veo plátanos, noni, yuca, aguacate, yautía y coco. La ciudad está llena de colmados y cuando es más grande, tipo supermercado, es un colmadón.
Durante los días que paso en República Dominicana aprendo formas de decir tan distintas que me gustaría inaugurar una libreta como diccionario. El conuco es la huerta del fondo de las casas, ya lo nombraba Juan Luis Guerra: Ojalá que llueva café en el campo pa’ que en el conuco no se sufra tanto. Después de Bachata Rosa, Juan Luis, como le dicen en su tierra como si fuera un amigo, se volcó a la religión evangelista y dejó de tocar. Pero hace rato que volvió, sacó el disco Literal el año pasado, tiene un restaurante en el shopping Blue Mall de Punta Cana y los dominicanos lo siguen. "Yo lo amo", escucho decir a varios sobre él. Mi corazón retozón hace ¡pum! ¡kitipun!, canta en el estribillo del último hit y todos lo saben porque sin ser cantantes viven cantando.
Concho es un bus; una yupeta es un jeep; tostones son patacones (plátano frito); un drinks es un negocio donde se compra alcohol (ron Barceló o Portugal); y un six es un pack de cerveza, marca Presidente, por favor ("Vete por un six"); peloteros son los beisbolistas y el sentimiento de wanabe se refiere a las ganas de ser gringo. El inglés se infiltra en el español, lo traen las olas desde Miami (Tú me dices tu budget y veo qué puedo hacer; ok, ta perfect, habla una mujer al teléfono).
–Hazle caso a una embarazada comelona –dice Joelyn Guzmán después de recomendar el "morí soñando", un batido de chinola (maracuyá) con leche. También la sigo al probar el chillo frito, un pez de la zona, con puré de yuca, el mangú (puré de plátano) y la langosta en Playa Macao. No sabía que eran tan fanáticos de su comida, de su sazón. Estilo Bocachica, estilo Samaná (con coco, siempre) y moro con guandules (arroz con habichuelas) en cualquier ocasión, la comida es asunto serio. "Cualquier cosa menos que me hablen cuando estoy comiendo", dice Joelyn no bien llega el servicio de aguacate: una porción tan perfecta y brillante que parece de fantasía pero es real. Y mejor no pregunto más por un rato. Antes de sumergirse en su plato de pescado, se vuelve hacia mí una vez más: "Para decir mentiras y comer pescado hay que tener mucho cuidado", eso decía mi abuela.
Al Caribe –y a todos lados– se llega también con el oído. Oyendo.
VACACIONES TODO INCLUIDO
El turismo en este país empezó en los 70, en Puerto Plata, y no paró más. Exportan café, tabaco, chocolate, arroz, pero sobre todo importan turistas para vacaciones, casamientos y lunas de miel. Hoy es la principal industria –el 60%, inversión española–, la cambiaron por la caña de azúcar, que todavía es importante pero menos que el turismo.
En el avión vine sentada al lado de una mujer que me contó detalles sobre su fiesta de "revelación de sexo" en un lujoso hotel de Punta Cana.
–¿Revelación de sexo?
–Sí, muchacha, yo estaba embarazada y ahí me enteré de que sería una niña. ¿Y qué tu creés chica? Me puse a llorar cuando la playa se llenó de globos rosados. –Habla y muestra las fotos y videos en su celular.
En República Dominicana hay 80.000 habitaciones de hotel y se siguen sumando, como las el nuevo Club Med de Playa Esmeralda y otros resorts que están en construcción. Es la isla más visitada del Caribe. Tiene 27 campos de golf, un parque temático de aventura en la selva para pasar un día entero, como Scape Park, y playas con las que uno sueña. Ecoturismo en Samaná, exclusividad en Cap Cana y opción todo incluido en Punta Cana.
Ahora estoy en La Romana, en Casa de Campo Resort & Villas, uno de los primeros resorts de la isla. Además de hotel de lujo, el lugar tiene residencias, una marina, una réplica de una villa mediterránea del siglo XVI en Altos de Chavón y tres campos de golf, uno de ellos Teeth of the Dog diseñado por Paul Pete Dye, está entre los mejores del mundo. Para andar de acá para allá –de Punta Minitas al restaurante Piazzetta o del restaurante El Lago a las canchas de tenis– hay una flota de carritos fáciles de conducir y que hacen que uno se sienta en un mundo de juguete, controlado, limpio, sin sobresaltos.
Me cuentan que la casa de Shakira no está lejos y que Beyoncé y Vin Diesel, el actor de Rápido y furioso, vienen seguido. Mientras vivió, el diseñador dominicano Oscar de la Renta era habitué y, al parecer mientras viva, Julio Iglesias está encantado de venir.
–El otro día una compañera, guía como yo, me contó que iba en un crucero por la costa de Cap Cana y lo vio a Julio Iglesias tomando sol en su casa. Lo vio como pudo, un puntito oscuro debajo de una casa-palacio porque no tenía largavistas. Eso me dijo ayer Yulia Ushakova, una rusa que hace cuatro años vino a visitar a una amiga y se quedó a vivir. Es la típica rusa rubia de ojos azules, pero acá se soltó el pelo, se viste con flores y se unta aceite de coco en el cuerpo y manteca de cacao casera en la cara y en los labios ("¡Karla es la mejor marca!").
Entre los artistas del showbiz internacional y los peloteros estrella por momentos se ve que en esta isla circula mucho dinero. Hay showroom de Maserati y Volvo –y diez ferias anuales de vehículos–, yates y residencias que podrían aparecer en la revista Forbes.
Pero el modelo predominante en el turismo dominicano es el todo incluido con una lógica relación precio calidad. Acá los hoteles son ciudades. El Dreams Punta Cana, por ejemplo, tiene 600 habitaciones y trabajan 900 personas. Basta multiplicar esos números por la cantidad de establecimientos para entender que gran parte de la población vive del turismo. Cada uno tiene varios restaurantes –buffet, de pasta, asiáticos, más o menos elegantes– piscinas, animadores –clases de buceo, salsa, shows–, todo para que uno no quiera irse. La mayoría se queda a gozar del ron cola libre bajo las palmeras. Sin embargo, también es posible llegar hasta la playa, donde el hotel termina, y largarse a caminar por la arena o mojando los pies en el mar tibio. A diferencia de Bayahibe y La Romana, que miran al Caribe turquesa y más calmo, Punta Cana da al Atlántico y el mar tiene olas y buen surf en Playa Macao.
Si es temporada de sargazo –invasión de algas–, habrá un negro muy negro limpiándolo. Posiblemente sea un haitiano porque la raza en el país vecino no se mezcló tanto como en República Dominicana, donde hay más criollos y descendientes de los taínos. Además, llegaron muchos más esclavos a Puerto Príncipe que a Santo Domingo. Quizás el haitiano venda tallas o pasee una iguana, o un papagayo, o un monito para que los turistas se saquen fotos a cambio de unos dólares. La situación social en Haití es muy complicada. Ellos también tuvieron dictador, el temido François Duvallier, alias Papa Doc y luego su hijo, Baby Doc, y malos gobiernos, además de catástrofes naturales como el terremoto de 2010. Los que se animan a dejarlo todo, cruzan el río Masacre –límite natural– y vienen a probar suerte de este lado.
Camino hacia el lobby donde me encontraré con un empleado de marketing para recorrer el hotel, ver habitaciones, conocer salones y restaurantes. Pero antes de llegar recibo un mensaje en el celular anunciando que la visita está cancelada. El gerente de marketing manda a decir que no hay visita, que mejor disfruten. Esa es la mejor publicidad de este lugar. Acá se disfruta y es bastante fácil aplatanarse, es decir, sentirse tan cómodo que dan ganas de quedarse a pasar una temporada.
Se vuelve del Caribe de otro color. Tostado. Color de la corteza del coco maduro, de la hoja de tabaco secándose al sol. La piel queda suave después de unos días de sal y sol y aceite de coco. Y el paladar sorprendido de frutas tropicales: papaya, mango, piña, maracuyá, guayaba. Se vuelve con trenzas o algún accesorio floreado o una toalla fucsia en un intento de captar lo exuberante: el mar, el color, el sol, la música, el trópico. O se vuelve sin nada, pero con una sensación saludable. El Caribe hace bien.
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