¿Repollo o París? La curiosa idea sobre bebés del escritor Bunge a los 5 años en 1880
En octubre de 1795, durante el virreinato de Antonio Olaguer Feliú, se bendijo en Montevideo el matrimonio María del Socorro Rita Calvo (14 años) y un inmigrante gallego que la doblaba en edad: Roque Gómez (28 años). Tuvieron veintidós hijos. Entre todos ellos, Lucía María Gómez Calvo.
Salteando relaciones, llegamos a una de las nietas de Lucía. Nos referimos a María Luisa Rufina Arteaga, nacida el 24 de mayo de 1853, también en Montevideo, pero en forma circunstancial, ya que la familia se había asentado en Buenos Aires. La fiebre amarilla de 1871 trajo una mala noticia al grupo. El padre de Luisa, Carlos Arteaga, murió en marzo, en tiempos en que faltaban un par de semanas para alcanzar el pico de contagios y muertes. María Luis, sus dos hermanas y su madre, sobrellevaron la fatalidad amparadas por el auxilio de los parientes.
Pero una nueva complicación se sumó: los médicos le informaron a la joven Luisa que, por cuestiones de salud, podría complicarse en situación de parto. Sin embargo, el consejo médico no fue tenido en cuenta. A los 21 años, se casó con Octavio Bunge el 11 de abril de 1874 en la Basílica de la Merced y a los nueve meses y monedas nació un varón de cuatro nombres: Carlos (por su abuelo Arteaga muerto en la fiebre amarilla), Octavio (por su padre), Rodolfo (por su padrino) y Augusto (por su abuelo Bunge). En su casa, el pequeño Carlos Octavio Rodolfo Augusto tenía su apodo, como corresponde. Le decían Canuto.
Entre sus cualidades no figuraban la de ser un chico tranquilo y sosegado. Ponía a prueba la paciencia de todos. Incluso, las de los hermanos que fueron naciendo: Augusto y Julio fueron los primeros. Además, era muy fantasioso y su imaginación volaba a los escenarios más surrealistas. Eso le jugaba en contra porque tenía muchas pesadillas. En otros casos, su candidez le permitía vivir situaciones fantásticas. Por ejemplo, le gustaba la lluvia porque la hija de la cocinera le había dicho que las burbujas que explotaban en el piso eran espíritus. Carlos Octavio se preguntaba adónde irían. ¿Dónde van los espíritus cuando llueve?
Con cinco años, Canuto Bunge era una máquina de hacerse y hacer preguntas. Tanto insistía cuando no recibía las respuestas, que le decían "el preguntón". En esa época nació su tercer hermano, Ernesto. Carlos Octavio quería saber cómo llegaban los hermanos a su casa, quién los traía, cuándo, por qué. Andaba de allá para acá preguntando y nadie le respondía; esto le daba más curiosidad. Cansada del constante interrogatorio, su abuela, "Mama Luisa" Sánchez Foguet de Arteaga, le reveló que los niños venían de París. A Canuto no le convenció mucho la respuesta y siguió indagando. Una criada le explicó que los chicos nacían de repollos. De inmediato, el pequeño Carlos Octavio relacionó la respuesta con la imagen que había visto en la vidriera de una farmacia. Se trataba de un bebe saliendo de una col.
En el transcurso de estas inquietudes, su madre volvió a estar embarazada. Así fue cómo luego del nacimiento de Ernesto, en enero de 1880, llegó Julia Valentina, en diciembre de ese año.
Según contó mucho tiempo después, estos nacimientos llevaron su imaginación a un lugar bien definido. Carlos Octavio Bunge, futuro sociólogo, ensayista y doctor en Derecho, compuso en su mente el lugar dónde nacían los niños. Lo hacían en París, en un extenso campo colmado por cientos y cientos de repollos.
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