Como tantos estudiantes que dejan tempranamente el hogar familiar, Miqueas tuvo que hacerse responsable de vivir solo y la necesidad lo llevó a lograr algo que nunca había imaginado
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Cuando Miqueas llegó a vivir a Buenos Aires, a sus 17 años, para estudiar medicina no imaginaba lo que el futuro le iba a deparar. En principio su plan era recibirse de médico algo que tenía muy claro desde los ocho o nueve años cuando vivía en Mar del Plata junto con sus padres y su hermano. El destino tenía algunos planes para él, incluyendo algunos tropezones, si algo se había propuesto el joven era que estaba dispuesto a hacer todo lo necesario para salir adelante. No tenía los medios económicos como para poder autoabastecerse, ya que sus padres no podían solventarle los gastos de vivir en una ciudad tan grande, así que se fue a vivir a lo de su abuela, en Martínez, un lugar que queda a más de una hora de viaje en colectivo para ir a la facultad, pero no tan lejos como la casa de sus padres, a 500 kilómetros.
Como tantos estudiantes que dejan tempranamente el hogar familiar, Miqueas tuvo que hacerse cargo de las responsabilidades que implica vivir solo. Durante cuatro años se hospedó en la casa de su abuela en Martínez, hasta que ella se enfermó y ya no pudo albergarlo. A sus 21 años tuvo que encontrar un lugar donde vivir y, especialmente, tener cómo pagarlo. “Yo no podía bancarme una pensión o un departamento, mis papás no me podían ayudar, o sea, que sí o si, por más que estudiara muchas horas, tenía que salir a trabajar.”, recuerda ahora, con 41 años el doctor Miqueas Thärigen, mastólogo y cirujano oncológico, que tiene su consultorio en Mar del Plata, donde vive con su mujer y sus dos hijos.
Empezó a trabajar como cadete para un tío suyo que por entonces -y hoy más de veinte años después sigue siendo- era administrador del consorcio de un edificio bastante particular.
“¿Qué te parece si los empezamos a subir?”
Pero lo que hacía para su tío más que un trabajo era una changa. Lo que ganaba no era suficiente para poder pagar el alquiler de un cuarto en una casa de familia y, mucho menos, para un departamento de un ambiente. “Mi tío me daba una mano pero no me alcanzaba para vivir”, recuerda. Tenía que rebuscárselas y entonces se le ocurrió una idea. No sabía en ese momento, cuando solo pensaba en cómo hacer para poder llegar a fin de mes y seguir estudiando en la universidad, que estaba sembrando la semilla de un gran proyecto a futuro. “Yo estaba en las oficinas de mi tío, en ese edificio antiguo, un palacio increíble, lleno de rincones, de historias y de secretos, en una zona muy turística de la ciudad: la Avenida de Mayo. Bajaba a la galería ubicada en la planta baja y veía muchos extranjeros recorriendo. Y le digo a mi tío: ‘¿qué te parece si los empezamos a subir? “, cuenta Miqueas. Y la respuesta fue: “Hacelo, encargate vos”. Era el año 2004 y con la necesidad como motor, la curiosidad como pasión y el manejo de inglés, como herramienta, empezaba el joven estudiante de medicina estaba dispuesto a poner todo de sí mismo para que el negocio funcionara.
Lo primero que hizo Miqueas fue ponerse a estudiar la historia del edificio. Por entonces no era mucho lo que se conocía acerca del Palacio Barolo que hoy, a cien años de su construcción, puesto en valor, es uno de los mayores atractivos de la ciudad. “Me puse a estudiar libros de arquitectura, de historia, me fui a la Sociedad Argentina de Arquitectura, recorrí y descubrí los rincones del edificio, anécdotas, símbolos y así desarrollé un guión que utilicé para armar las visitas guiadas en el Barolo. Dos veces por semana empecé a guiar a los turistas que llegaban. Difundí el servicio repartiendo volantes en la calle.”, cuenta.
Así, trabajando dos días por semana pudo autosustentarse para pagar el alquiler de un cuarto, en Pacheco de Melo y Pueyrredón, a una señora jubilada que necesitaba un ingreso. Buscó la oportunidad en los avisos del Buenos Aires Herald donde solían ofrecerse este tipo de rentas para estudiantes pero al final llegó por recomendación de amigos que conocen a amigos. El desafío era trabajar poco y que le vaya bien, porque necesitaba mucho tiempo de escritorio para poder estudiar. “Me pasaba 12 horas ‘cola en silla’ leyendo; soy de los que necesitan estudiar mucho y medicina es una carrera que demanda mucho tiempo; de hecho hay muy pocos estudiantes que trabajan mientras cursan la carrera.”, comenta Miqueas.
La idea funcionó
En 2005 ya le empezó a ir mejor con el turismo, y se animó a alquilarse un departamento de un ambiente. Estuvo diez años ahí, durante la carrera y la residencia hospitalaria después de graduarse.
El recorrido por el palacio era muy parecido al que se realiza en la actualidad, aunque el edificio no había sido restaurado y algunos de los atributos que hoy se aprecian, como el faro en funcionamiento, la escultura recuperada que Mario Palanti, el arquitecto italiano del Palacio Barolo hizo traer de Italia y se perdió en el camino, y los símbolos de la masonería que hoy están develados y son parte de los secretos que se muestran a los visitantes.
En el 2007 implementó otra idea, para agregarle valor a los servicios y poder cobrar un poco más: ofrecer una copa de vino a los visitantes. Pero no cualquier vino, sino el vino del Barolo, una propuesta que sigue vigente. “Tengo un primo que se dedica a hacer vinos. Entonces se me ocurrió comprarle el vino a él y mi mamá, que es artista, hizo la etiqueta con la cara del Dante.”, revela.
Esto es porque se cree que el Barolo fue concebido como un proyecto arquitectónico inspirado en la obra máxima del poeta Dante Alighieri, La Divina Comedia. La construcción del palacio se inició en 1919 yel edificio se inauguró cuatro años después, en Avenida de Mayo 1370, donde sigue funcionando hasta hoy como edificio de oficinas.
Pudo recibirse de médico y se fue a Jujuy
Así cuenta Miqueas: “me la fui rebuscando”, trabajaba los lunes y los jueves y los viernes hacía la vista guiada con la copa de vino. Los sábados, domingos y los demás días estudiaba. “No me quedaba mucho tiempo libre pero así me pude recibir de médico, que era lo que yo quería.”, recuerda.
En el año 2010 con el título flamante fue por otro sueño: el de ser médico en una zona alejada de la capital. Se inscribió en un programa de internado anual rotatorio de la UBA que permite a los médicos trabajar en distintos hospitales del país. Eligió el hospital de Maimará, en la provincia de Jujuy. “Me lo había recomendado mi mujer porque ella también había estado ahí y conseguí ir a Maimará. Fue una experiencia fantástica que me dio la posibilidad de conocer muchos pueblos y de ayudar a mucha gente.”, recuerda. Al volver a Buenos Aires, comenzó la parte que todo médico necesita para terminar su formación: la residencia médica. Eligió la especialidad ginecología en el Hospital Español de Buenos Aires.
Mientras, en paralelo comenzaba a armarse la dupla creativa con su hermano, quien también compartía la pasión por el palacio Barolo, sus historias, secretos, rincones que hablan de una época dorada de Buenos Aires, de los sueños de un italiano en el Viejo Mundo que veía promesas de futuro glorioso en estas tierras.
Los emprendedores vieron como su proyecto crecía lento pero a paso firme. Crearon Sombreros Tours, evocando la elegancia de los años 1920 cuando el Barolo estaba en su esplendor y el sombrero era un accesorio infaltable de la indumentaria para la gente elegante y profesional que circulaba por sus oficinas.
“Yo nunca me quise salir del objetivo de ser médico. Porque cualquier otra persona, al ver que su emprendimiento empieza a crecer, podría haberse dedicado por completo a eso. Pero si en vez de tener la disciplina de guiar dos veces por semana y el resto del tiempo seguir estudiando, capaz no hubiese sido profesional. Claro. Es algo que le pasa a muchos estudiantes, que dejan la carrera porque la medicina exige mucho sacrificio. A una edad en que mis amigos se la pasaban de joda entre los 20 y los 30, yo me la pasé trabajando y estudiando. Pero tenía en claro que quería ser médico, me gusta, lo disfruto, me encanta”, concluye.
Medicina y cultura para prevenir el cáncer de mama
El mastólogo es un profesional médico que se especializa en el cuidado de la salud mamaria. Se ocupa del diagnóstico, el tratamiento de las enfermedades de las mamas y también de su prevención. Acompaña a las pacientes en las diferentes etapas de las consultas: control anual de prevención, tratamiento de una patología mamaria, seguimiento de la persona luego de haber sido tratada por un cáncer de mama. Entre los 35 y los 37 años es el momento ideal para que mujeres con exámenes clínicos normales, que no tengan antecedentes familiares tengan una primera consulta con un mastólogo.
En su cuenta de Instagram @mastologiaok, el doctor Thärigen difunde información para prevenir el cáncer de mama y otros cuidados de salud femenina.
Además, teniendo en cuenta que los especialistas de la Sociedad Argentina de Mastología (SAM) recomiendan a sus afiliados que difundan los factores de riesgo y los síntomas de las enfermedades mamarias, que concienticen a sus pacientes sobre la importancia de cumplir los controles de rutina y qaranticen que las personas con mamas dispongan de una atención médica de calidad, tuvo una idea original. La de poner al servicio de la prevención del cáncer al palacio Barolo. ¿Cómo? Iluminando el cielo de Buenos Aires de color rosa, símbolo de la concientización de esta enfermedad. Así, con el fin de contribuir a las campañas de concientización que en todo el mundo suelen llevarse adelante para prevenir el cáncer de mama durante el mes de octubre, declarado el mes de la prevención del cáncer de mama, el faro del Palacio Barolo se enciende de rosa, a las 22 horas, todas las noche.
El faro del palacio Barolo
Está ubicado a 100 metros de altura y es más alto que el Obelisco, de 72 metros. Durante 40 años estuvo apagado hasta que lo restauraron en el 2010 para los festejos del Bicentenario de la revolución de Mayo. Situado en la cúpula del palacio se enciende todos los días, 15 minutos por noche y constituye el último punto del recorrido que hacen las visitas.
De esta forma Miqueas logró unir sus dos pasiones, el Barolo y la salud, para un fin mayor: el de llevar a la comunidad un mensaje necesario. Así fue como ese estudiante de medicina que volanteaba folletos por las calles de la ciudad un día vio que había llegado más alto de lo que había imaginado.
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