Remate
Cinco últimas ideas antes del final
La mañana entera quedémonos contra la ventana, desnudándole al día lo poco que le queda: últimos trigos, últimas batallas. Vistámonos de noche cuando todo se haya apagado menos nosotros, las estrellas en el suelo. Caigámonos de la nube en la que andábamos, mejor aventura, de improviso en improviso y con meditadas formas. Para una muestra que no existe todavía es como reducir la belleza al esplendor de lo que su luz irradia; aquel m’illumino d’immenso de Ungaretti pronto cumple un siglo, ¡y qué pendejo!
Oda contra el plástico, porque también se puede cantar a la fealdad y la innobleza: “Del petróleo y hacia él, un destino / que pronto es desatino / botellas de un segundo / y a la basura, hartas / bolsas encogidas para sofocar / la vida en otros planetas / o para inundar / el nuevo Dios se esconde / por todos lados / y tarda siglos en degradarse / se posa, se roza / en vasitos y chau-chau / para la comodidad de lo fútil / platos, cubiertos, potes, macetas / en el fondo del mar / metáfora de nuevos arrecifes”.
Estacionar una hora cuesta lo mismo que dos rollos de cinta adhesiva tipo Scotch, que poco más que seis boletos de subte, que un paquete de fusilli multicereal de 250 gramos, que un atado de cigarrillos, que cinco minutos de masajes relajantes, que poco menos que dos litros de nafta premium en Casilda, que una edición barata de El manifiesto comunista, que una entrada al cine Bama los días miércoles, que tres euros. Todo depende del parámetro que tomemos para medir la cuestión. El mío fue de cuarenta y ocho pesos.
Entre tanto libro de cocina y cocineros, entre tanto foodie y food porn, quedé loco con Eating With The Chefs, del fotógrafo sueco Per-Anders Jörgensen (creador, junto a su mujer, Lotta, de la revista Fool). En el libro publicado por Phaidon se registran las comidas de personal de 18 restaurantes famosísimos, entre los que figuran Noma, Osteria Franciscana y Mugaritz. Una de las genialidades del mamotreto radica en las recetas de los platos captados que se ofrecen en modo malón: es decir, para 50 –o más– comensales.
Un amigo me refiere la siguiente historia: “Tuve que conseguir el CUIT de mi hermana ginecóloga, que vive en Barcelona, y al googlear su nombre me topé con un foro médico bastante sospechoso en el que algunas personas le agradecían en arameo, mientras otras la despellejaban sin descaro”. Esta pequeña anécdota es trasladable a otras áreas en las que la gente se descarga así nomás contra un servicio, una comida, un autor, una posada. Da un poco de miedo el resentimiento con el que brotan esos comentarios, ¿no?