Remate
Cinco últimas ideas antes del final
Mesdames et messieurs, el gran teatro del siglo XX –y del XXI, me temo– es la burocracia. Sellos, firmas, lápices, carpetas, hombres pelados y mujeres teñidas, teléfonos, computadoras, colas, timbres, escritorios, dependencias, señores de barba candado y señoras de perfume agrio, ficheros, títulos, copias, certificaciones, documentos, pagos, biromes, fotocopias, duplicados, triplicados, caballeros de garbo cansino y damas de trote nervioso, nepotismo, turnos, rúbricas, actas, plastificados, anillados, gestiones.
Llamo a Beatriz Chomnalez para decirle que estoy cocinando unas gírgolas con sal de Guérande y que la sal de Guérande me recuerda a ella. Me cuenta que hace unas semanas, cuando la nombraron Personalidad Destacada de la Ciudad, leyó un poema de Jean d’Ormesson que el público ovacionó. Sin conocerlo, ella le escribió una carta al escritor francés de 91 años diciéndole que los aplausos le correspondían a él y el autor de Historia del judío errante le contestó, emocionado, con unas sucintas palabras de puño y letra.
Busco online un libro que me recomendó Elisabeth Checa. Se llama, según recuerdo, Por qué a los italianos les gusta hablar de comida. Mientras tipeo el título, el ansioso Don Google se anticipa así: “Porque los italianos son morenos”, “porque los italianos emigraron a Argentina”, “porque los italianos son narizones”, “porque los italianos son tan guapos”. Intrigado por la cuestión de la nariz, hacia allá voy, pero las respuestas son un pelmazo. Vuelvo, entonces, al libro de Checa, y lo curioso es que fue escrito por una ucraniana.
Recién vuelvo del concierto de Tom Zé en la Usina del Arte. El bahiano es el más chiflado, rebelde y audaz de los músicos brasileños. En vivo, una cosa de locos: con 80 años, salta, grita, baila, ruge y seduce como un pendejo. Se pone una bombacha roja para unir masculino y femenino, olvida con la misma gracia de quien recuerda, canta en los bordes del ruido. Pensar que en 1989, cuando se volvía, cabizbajo, a su pueblo para trabajar en una estación de servicio, fue redescubierto por David Byrne en San Pablo.
Quisiera hablar del alcaucil, esa flor que en temporada degluto a razón de una por día. Pertenece al género Cynara Scolymus, descrito por Carlos Linneo en 1753, y toma su nombre de la gurrumina que enamoró a Zeus y que por despecho él convirtió en alcachofa, palabra de origen árabe que prefiero y significa lengüetas de la tierra. Verdes y pinchudas escamas por fuera, corazón tiernísimo y amarguidulce por dentro, se consumía en el siglo IV a. de C., es originaria del norte de África y hoy Italia lidera su producción mundial.