Remate
Cinco últimas ideas antes del final
Acodado en la barra del Plaza, por debutar como actor publicitario. Un gentío moviéndose a pura candela, extras que fingen una conversación y yo que tomo falso champagne (es agua saborizada: puaj). Despliegue de proporciones homéricas para sólo medio minuto de aire. Gritan “silencio”, “acción”, “reset”, “playback”, “corte”. De nuevo. Otra vez. Una más. Son las 5 de la mañana de un lunes raro. “Muevo el iris”, dice el camarógrafo. ¿Detrás de esto? Un flamante auto que hará las delicias de la clase media.
A la medianoche y cuarto, el papá de su mamá –caballero sirio de apostura elegante, timbero de ley, mostacho grueso, rey de bulevares– se cortaba un pelo de la barba y lo guardaba en un cacharro de marfil. Tenía la esperanza de que cada pelo se uniría a la punta de otro y así sucesivamente hasta desandar el camino que lo llevaría de vuelta a ---------- [completar con el nombre de la ciudad elegida] para encontrarse con la mamá de su mamá. Quisiera referirse a la calma volcánica, pero resulta imposible.
Fundo y fundo, de fundar y de fundir, de instituir y de derretir, en este solemne acto, el tremendismo, una corriente de pensamiento que se adivina desde el vamos con música del venezolano Simón Díaz –preferencia por El loco Juan Carabina–: la paranoia de quienes maman, por ósmosis, caos y catástrofe a diestra & siniestra (cómo no hay más accidentes de tránsito, cómo no se desploman más ascensores). Ya lo escribió Carlitos Gustavo Jung, ¿verdad?: “En todo caos hay un cosmos; en todo desorden, un orden secreto”.
De los Pensamientos de Pascal, fragmento 64: “Cuando considero la corta duración de mi vida, absorbida en la eternidad precedente y siguiente, el pequeño espacio que ocupo e incluso que veo, abismado en la infinita inmensidad de los espacios que ignoro y que me ignoran, me espanto y me asombro de verme aquí y no allí porque no existe ninguna razón de estar aquí y no allí, ahora y no en otro tiempo. ¿Quién me ha puesto aquí? ¿Por orden y voluntad de quién este lugar y este tiempo han sido destinados a mí?”.
Debía andar en sus 80. El uniforme: lompas, chaqueta azul de barrendero, zapatillas ortopédicas y bicicleta. Parecía un fotógrafo de guerra, pero era un fotógrafo callejero. Surcaba al trote las veredas de Nueva York, ciudad cuyas cinco últimas décadas de moda desfilaron antes sus ojos –o viceversa–. Coolhunter avant la lettre, vivía en un derpa sin armarios, cocina ni baño. Todo eso ¡y más! se pesca en Bill Cunningham New York, documental filmado en 2010 por Richard Press. Murió hace tres meses en sus 87.