Sin estreno en salas argentinas, Netflix acaba de sumar a su programación el documental I called him Morgan, que explora la historia del asesinato del músico de jazz Lee Morgan en pleno show y a manos de su mujer.
Por Eduardo De Simone
En una noche helada de 1972, un fogonazo sacudió el salón de un conocido club de jazz de Nueva York. Lee Morgan, un trompetista destinado a quedar en la historia grande del género, se preparaba para retomar su show con la banda que lo acompañaba. No pudo ser. El disparo del arma que empuñaba su mujer, Helen, terminó con su vida y lo convirtió en leyenda.
El episodio, uno de los más misteriosos de la historia extramusical del jazz, es parte del elogiado y premiado documental I called him Morgan, dirigido por Kasper Collin y que -sin estreno local-, ya se puede ver por Netflix.
Esa muerte violenta, inesperada, abrumadora, privó al mundo de un talento excepcional. Lee Morgan tenía apenas 34 años, pero su vida fue un recorrido vertiginoso de éxitos y fracasos que dejó entre tantos testimonios uno de los discos más vendidos del sello Blue Note –The Sidewinder (1964)- y una legión de músicos que supieron asimilar su estilo.
I called him Morgan no es un policial amarillo sobre el crimen de un músico de jazz en plena función, aunque ese hecho bastara para imaginar una película. Tampoco pinta a su pareja Helen como una mujer arrebatada por los celos y dispuesta a evitar como sea que su marido se refugie con su amante. El film, con un estilo sobrio pero oscuro, recoge en paralelo los caminos que llevaron a Lee y a Helen a encontrarse en una Nueva York atravesada por la excitación del jazz, a la vez que explora la posibilidad de encontrar algún fundamento para entender algo siempre inexplicable como un asesinato.
Lee Morgan irrumpió muy temprano en la escena neoyorquina, proveniente de Filadelfia. El gran Dizzy Gillespie lo sumó a su big band cuando contaba con sólo 18 años, impresionado por su estilo provocador. Dizzy toleró su rebeldía para tocar y hasta para vestirse acaso porque lo imaginaba su heredero. Pero Morgan fue algo más. Exploró el hard bop desde diferentes abordajes y encontró en su costado soul una veta para ampliar su sonido y, por qué no, también su audiencia. “The Sidewinder”, su hit de los 60 que desbordaba swing y convocaba al baile, le dio fama y presencia comercial. Hasta una automotriz lo reclamó para un anuncio.
Pero la precocidad a veces traiciona. Cuando surgió como un joven talento la adoración fue total. Dos años después ya muchos lo acusaban de ser una mera copia de Clifford Brown, otro trompetista brillante al que un accidente de tránsito le arrebató la vida en 1956. Tenía 25 años.
Las críticas estimularon a Morgan a desarrollar su propio estilo, que se asentó obviamente en sus referentes: Dizzy, Clifford y Fats Navarro. “Pero yo nunca los emulo de manera consciente”, aseguró por entonces. Cuando John Coltrane lo eligió en 1957 para participar en Blue Train, su álbum debut como líder para el sello Blue Note, quedó claro que era algo más que un prodigio adolescente. Su intervención en la front line de ese disco histórico –junto a al saxo de Coltrane y al trombón de Curtis Fuller- resultó vital. Basta con escuchar la intensidad y profundidad de su solo en el primer tema, justamente “Blue Train”. Es lo que habrá hecho seguramente el baterista Art Blakey cuando más tarde decidió convocarlo para integrar una de las primeras formaciones de sus legendarios The Jazz Messengers, con Wayne Shorter en saxo, Bobby Timmons en piano y Jymie Merritt en contrabajo.
La gloria no duró. Sus problemas con las drogas lo borraron de los escenarios por dos años. El documental registra esas turbulencias sin morbo ni indulgencia. No se ve aquí el tratamiento rutinario del estilo “artista derrumbado por la heroína”, pero sí hay espacio para conocer cómo influyó Helen para rescatar a Morgan y regresarlo a la adrenalina del jazz. Curiosa paradoja: lo arrastró fuera del pozo y lo volvió a encumbrar, pero poco después lo dejó fuera del juego.
El gran atractivo de I called him Morgan es la palabra de la propia Helen, reacia siempre a hablar y hasta a ser fotografiada. Pagó el crimen con la cárcel y sepultó su historia hasta que en 1996, un mes antes de morir, concedió una entrevista a un educador y productor radial de Carolina del Norte que permiten hilvanar el relato de un drama humano que, como muchos otros, se alimentó de sentimientos cotidianos. Ternura, compasión, ira, ambición y egoísmo son la banda de sonido de un retrato sin estridencias. Se trata de la vida y la muerte de un trompetista. Podría ser la de cualquiera.
Hay otro acierto notable: la versión de músicos que compartieron con Morgan escena o salas de grabación y fueron testigos de sus encumbramientos y tropiezos. Esos colegas y amigos son gigantes del jazz que aún fatigan clubes, teatros y festivales. Wayne Shorter, Billy Harper, Jymie Merritt, Bennie Maupin y Larry Ridley, entre otros, contribuyen con emoción pero con equilibrio a trazar una historia envuelta hasta hoy en tinieblas, que muchos prefirieron olvidar en homenaje a un extraordinario legado musical.
Los discos de una década explosiva
La segunda mitad de la década del 50 y, naturalmente, los años 60 fueron explosivos para el jazz. Se grabaron discos icónicos que fijaron huella, muchos de los cuales se reeditaron hasta el cansancio en todo tipo de formatos. Lee Morgan debutó en Blue Note en 1956 con Indeed!, que lo reunió con otros grandes como Benny Golson, Donald Byrd y Horace Silver. Grabó como líder unos 30 álbumes que dejaron en claro que además de un trompetista brillante fue un compositor nato. Clásicos como The Sidewinder, Cornbread, Caramba! o The Procastinator marcaron a varias generaciones posteriores y fueron suceso a lo largo de los 60. Cada disco suyo es la esencia misma del hard bop, con el horizonte ampliado hacia el soul, el funk, el calypso o el boogaloo. La historia del jazz no sería la misma sin su impronta, siempre rodeado de grandes como John Coltrane, Art Blakey, Wayne Shorter, Hank Mobley, Joe Henderson, Grant Green, Barry Harris, Kenny Drew, Herbie Hancock o Billy Higgins, entre muchísimos otros. Con los Jazz Messengers del baterista Art Blakey grabó cerca de 20 discos, entre ellos Moanin´ y The Big Beat. En 1971, poco antes de morir, le dio forma a su último disco en estudio para Blue Note, junto a un seleccionado entre los que figuraban Billy Harper (saxo), Harold Mabern (piano), Jymie Merrit y Reggie Workman (bajo) y Gracham Moncur III (trombón). Se tituló, premonitoriamente, The Last Session.
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