Regazzoni: "Hablan de mí como si fuera un personaje porque no tienen lenguaje"
El excéntrico artista despotrica contra los críticos y los psicólogos. Mientras sueña con desarrollar El malón, una instalación en la calle Suipacha –que, dice, debería ser peatonal desde Avenida del Libertador hasta Santa Fe–, Carlos Regazzoni se detiene a contestar el Cuestionario Sehinkman con la lengua afilada y sin filtro.
–(Mostrándole el celular) Mirá lo que ofrecen en MercadoLibre: una serigrafía tuya donde dibujaste un paisaje ferroviario. 17.500 pesos. ¿Qué te parece?
–Bueno, yo no soy juez, pero si lo fuera, diría que es muy buena.
–¿Te gusta?
–No. Me gusta un culo, un bife de chorizo con papas fritas y perejil. El arte no es una cuestión de gustos.
–¿Qué es?
–Es la búsqueda de la belleza, un desafío a lo desconocido. (señala la pantalla) Eso lo debo haber hecho hace 25 o 30 años.
–¿Te lo comprarías por 17.500 pesos si no fueras Regazzoni?
–No, porque es muy barato (risas) Eso, hoy, vale 5 mil dólares. Yo no tengo nada de 17.500 pesos.
–Empecé con la serigrafía del paisaje ferroviario porque los trenes fueron claves en tu historia como artista. ¿Qué pasó una noche en Longchamps cuando vos tenías 35 o 36 años y estaban electrificando el tren Roca?
–Nací en Comodoro Rivadavia y me fui de joven a vivir a Longchamps. Yo empecé a pintar porque enfrente de las vías –yo vivía enfrente– un día veo un quilombo infernal: japoneses con casco que iban y venían, máquinas con luces de colores, levantaban 50 metros de vías y durmientes, parecían murciélagos. "¡Yo tengo que pintar! ¡Ni la foto es suficiente, tengo que pintarlo!". Y ahí empecé a pintar el universo ferroviario.
–¿Cómo se llama el tipo de arte que hacés, cómo lo etiquetarías?
–¿Qué es eso de etiqueta? Etiqueta dicen los que no tienen talento y no tienen nada que decir. El artista es un ser que tiene algo que decir y sabe cómo hacerlo. Si no tiene esos dos condimentos, no hay artista. Serán decoradores.
–¿Cómo creés que te ve la crítica local?
–Yo me cago en la crítica argentina. Siempre lo hice. Respeto a uno de los críticos más importantes del siglo en la Argentina, Raúl Santana, que me dio una gran mano cuando yo empecé porque me difundía. Después, por las batallas del destino, se peleó conmigo por una boludez. Y el otro crítico que se ocupó de mí fue Pierre Restany. Murió hace 5 o 6 años. Y él quizá sea el crítico de arte del siglo.
–¿Recordás qué cosa dijo de vos que te haya impactado?
–Dijo de todo, pero que hable otro de mí. Yo puedo hablar de mi obra. Esperá, yo te voy a decir quién soy. Una vez un poeta me hizo un poema y dice: "Regazzoni, flaco, anarco, turro y cagador... cuando hay que serlo". Me pareció extraordinario.
–Alguna vez te preguntaron si fuiste al psicólogo y dijiste: "No, porque analizarse es para boludos".
–El psicólogo es un gran egoísta porque vos vas con un problema y lo primero que te dice es "Salvate vos y los demás que se jodan". Es muy común la mujer que va y dice: "No soporto más vivir con mi marido". Y el psicólogo le dice: "Querida, te va a cagar la vida, tenés que dejarlo". Destruyen todo lo que está al alcance de la mano. Y en este caso, destruyen la familia.
–¿Te pasó de parejas tuyas que hayan ido a terapia y les dijeran "dejalo a Carlos"?
–Sí, dos veces. "Borrate de ese tipo porque no te sirve, es malo".
–¿Qué opinás de los que dicen: "Regazzoni tiene muchas obras, pero su gran obra es él mismo".
–Hablan de mí como si fuera un personaje porque no tienen lenguaje. El crítico no sabe. Si supiera, sería el poeta que puede decir en sentido bello una descripción de lo que está viendo. La descripción más bella que puede hablar sobre el Moisés de Miguel Ángel la hizo Sigmundo Freud, que no tiene nada que ver con la pintura, pero el tipo sabía escribir, tenía lenguaje. Entonces él hacía una descripción fuera de esas expresiones que vos me dijiste, lo del "personaje". Por ahí lo dicen de mí porque uno es excéntrico. Me tomo media cerveza y me mando un eructo que va de aquí hasta allá. Pero no me importa, no hago un dilema. A vos te doy un poco más de pelota porque me podés hacer pasar por loco o borracho, cosa que no soy. Entonces tengo que orientar un poquito para que me ubiques. Si vos me ubicás con sabiduría, yo podría decir que soy un gran tipo.
–¿Cómo se le pone precio a una obra?
–De acuerdo con muchas circunstancias. Si estás muerto de hambre, tenés que malvenderla. Pero a lo mejor te la compra un famoso, como por ejemplo Antonio Banderas, que me compró tres.
–Si vienen y te dan un gran cheque para una obra por la que serás siempre recordado, ¿cuál sería?
–Hay que hacer peatonal Suipacha [se refiere a Suipacha y Libertador, en subida hacia Santa Fe) Ahí pondría el malón [se refiere a una serie de caballos y jinetes de hierro que tiene lista en uno de sus galpones]. El caballo con la cautiva, el indio y los milicos. Cuatro o cinco dando vuelta por la esquina. Pero no, en Buenos Aires se la gastan en espectáculos.
–¿Podrías haber hecho otra cosa en tu vida?
–Un artista tiene un mandato interior muy profundo que lo exterioriza en su obra. El mundo en general cree que uno hace lo que le gusta y que todo es sonrisas y placeres. El artista hace lo que debe porque tiene un mandato. La genialidad, el talento, el desafío, no lo tiene cualquier persona. Yo vivo trabajando y por ahí me viene la inspiración. Yo no tengo que drogarme ni ponerme en pedo para hacer arte.
–¿Nunca usaste drogas?
–Jamás. Muchos artistas boludos quieren tocar a Dios con la mano y para eso se drogan porque dicen que "se liberan". Yo siempre viví liberado.