Son remeros y le ganaron un juicio a Zuckerberg. Los mellizos Winklevoss: "Unos tipos parcos", dice el mendocino que los derroto en los Panamericanos.
Por
En los Juegos Olímpicos de Pekín 2008, Usain Bolt fue el viento; Michael Phelps, el maremoto; Lionel Messi, la estética supersónica; Yelena Isinbayeva, los ojos; Kenenisa Bekele, la locomotora humana; Andrés Nocioni, la adrenalina; y los hermanos Cameron y Tyler Winklevoss, los cerebros ignorados. ¿Estuvimos en presencia de los deportistas más inteligentes de la historia y nadie lo advirtió? El dato, insospechado para los 1.200 millones de personas que siguieron los Juegos por televisión y los 21.600 periodistas acreditados en China, recién se hizo masivo a partir de la película The Social Network, estrenada en la Argentina a finales de octubre (y reestrenada esta semana). El filme cuenta el trasfondo conflictivo en la creación de Facebook y presenta a los mellizos con una triple vocación pocas veces entrelazada: la tecnología, los negocios y el deporte.
Los Winklevoss fueron los estudiantes de economía de la Universidad de Harvard que en 2003 imaginaron la red social que, siete años después, ya reúne a más de 500 millones de usuarios en todo el mundo, pero al mismo tiempo, son dos remeros de excelencia que compartieron la Villa Olímpica junto con Bolt, Phelps, Messi, Isinbayeva, Bekele y Nocioni, sin que nadie supiera lo que habían creado. O, mejor dicho, lo que habían mandado a inventar: a los mellizos se les ocurrió el proyecto y le encargaron su programación a uno de sus compañeros universitarios, Mark Zuckerberg, que poco después intentó desligarse de los fundadores originales. Pero ésa es otra historia.
"Los Winklevoss son tipos parcos, de pocas palabras incluso entre sus compañeros de equipo. Es su idiosincrasia", los define el remero mendocino Horacio Sicilia, que, junto con su comprovinciano Maximiliano Martínez, el barilochense Joaquín Iwan y el bonaerense Diego López, podría jactarse de un título con gancho: "Los argentinos que vencieron por 12 centésimas a los inventores de Facebook". De suceder en estos días, sería una noticia de impacto patriotero, y con el plus agónico de haber sido en una regata de 2.000 metros definida en una última remada y por apenas 65 centímetros de distancia en la punta de la proa. Pero pasó en los Panamericanos de Río de Janeiro 2007, cuando los mellizos todavía estaban a un par de años de ganarle a Zuckerberg un juicio de resarcimiento por 65 millones de dólares. En definitiva, los diarios argentinos ni siquiera incluyeron en sus crónicas los apellidos de los estadounidenses vencidos por los nuestros.
– Con los Winklevoss nos saludamos e intercambiamos alguna frase de ocasión apenas terminó aquella regata en Río. Creo que ellos quedaron algo tocados. Los estudiantes de Harvard suelen tener una gran cultura de remo y muchos de ellos llegan a la selección de Estados Unidos. Aquella vez, les ganamos con un bote que recién había pasado la aduana el día anterior –recuerda Sicilia, que, a sus 36 años, acaba de retirarse.
Brando: ¿Cuándo volviste a ver a los Winklevoss?
Sicilia: última vez fue en junio de 2010, en la regata de Henley, en Inglaterra, que es la misma que se ve en la película, un evento muy tradicional, con 180 años de historia, una especie de Wimbledon del remo. La gente ya sabía quiénes eran. Fue la comidilla del torneo: se decía que habían ganado una fortuna. Y yo recién ahí me enteré de que habían inventado Facebook.
Brando: ¿Son buenos remeros?
Sicilia: Excelentes. No cualquiera llega a un Juego Olímpico. Y ellos fueron sextos en Pekín, en la categoría Dos sin Timonel.
En realidad, los Winklevoos, que el 21 de agosto pasado cumplieron 29 años, habían estado muy cerca de su primera participación olímpica en Atenas 2004. Entonces, tenían 22, y pocos meses antes le habían pedido a Zuckerberg, un joven tres años menor pero que ya era un genio informático, que programara una red social que mantuviera en contacto a los estudiantes y a los egresados de Harvard. Sin saberlo, habían creado la génesis del Facebook, mientras, simultáneamente, el zurdo Cameron y el diestro Tyler sumaban triunfos como remeros, se ganaban un nombre en el deporte de su país y conseguían una chance para llegar a los Juegos 2004.
"La regata que se muestra en la película es la de Henley en 2004, que era clasificatoria para Atenas: los Winklevoss la pierden por muy poco contra unos holandeses que, ya en Grecia, ganan la medalla de plata. Por eso creo que, de haber ocupado ese lugar, los hermanos hubiesen peleado el podio de 2004",
interpreta Sicilia.
La revancha de los mellizos fue en Pekín 2008,
previa clasificación en el Mundial de Munich, en donde el mendocino y sus compañeros, lejos de los días felices de Brasil, quedaron eliminados.
En China, los estadounidenses se instalaron en la Villa Olímpica y, como suele pasar, se hicieron amigos de deportistas de otros países. Para seguir en contacto, la solución fue un golpe al orgullo: mientras continuaban su juicio por resarcimiento, tuvieron que abrir sus cuentas personales de Facebook, ( Cameron y Tyler ) la web que a esa altura ya había dejado de ser un sistema utilizado por los estudiantes de Harvard, primero, y por el resto de los universitarios norteamericanos después, para pasar a ser utilizada por la décima parte de la población mundial.
Ya multimillonarios, la última aventura comercial de los mellizos fue Guest of a Guest, una red social que usan las celebridades de Nueva York para mostrar sus fotos, sus fiestas, sus lugares privados y sus vidas nocturnas. Otro negocio olímpico, de acá a la China, de los hermanos que mejor interpretaron el triángulo deportes-negocios-tecnología.
LA NACIONMantente al tanto de las actualizaciones de ConexiónBrando.com a través de Twitter. Seguinos en @ConexionBrando
Temas
Más leídas de Lifestyle
Para considerar. El alimento que un cardiólogo recomendó no incluir jamás en el desayuno
Superalimento. La semilla que regula el azúcar en sangre, reduce el estrés y ayuda a dormir mejor
“Nunca dejó de ser un nazi”. La historia desconocida detrás de la detención de Erich Priebke: un pintor belga y una confesión inesperada