Cuenta la leyenda, y esta es una provincia próspera donde las leyendas abundan, que un astrólogo le dijo: "Usted está llamado a las grandes cosas. Usted va a cambiar la historia". Y el arquitecto con ínfulas divinas (son muchos los arquitectos que se creen dioses: construyen edificios o planifican ciudades como quien crea mundos), ese mismo arquitecto que quedaría en la historia negra de la provincia, preguntó qué debía hacer y el vidente le respondió: "Nada, solo espere. Lo espera la gloria". Como tantos, yo también conocí el mito del arquitecto Francisco Salamone gracias a la titánica película Historias extraordinarias, en la que su director, Mariano Llinás, interpreta a X, un perito obsesionado que persigue la huella del arquitecto en la ciudad de Azul, a la que va por cuatro noches y se queda cinco meses.
En Azul, a 300 kilómetros de la Capital, un mito se renueva con cada visita: el del arquitecto Salamone y su obra monumental.
La parábola es conocida. En la década infame, Salamone pobló los caseríos menores y olvidados, desperdigados por el interior de Buenos Aires, con obras monumentales de sus rubros favoritos: municipalidades, mataderos y cementerios (y así trazó una elipsis de la vida de un pueblo: del registro civil, donde se anotan los nacimientos, hasta los templos del machetazo certero y el responso final). Sugestionado por su imaginería y su destino misterioso, porque un mal día Salamone simplemente desapareció, viajo 300 kilómetros desde Capital hasta Azul, corazón geográfico de la provincia. Me alejo del centro para ver de cerca las cuchillas afiladas que rematan el matadero y un hilo frío me corre por la nuca cuando admiro la entrada del cementerio: como una escenografía wagneriana, un gigantesco ángel de la muerte con cara y espada de piedra cambia de expresión según la posición del sol, congelado para siempre junto a tres letras de granito. RIP. Se dice que es la obra cumbre de Salamone y la sensación es apabullante. Paso la hora de la siesta en el cementerio (no diré jamás si llegué a cabecear entre las tumbas) y, cuando baja el sol, el rostro del ángel exterminador es ya tan siniestro que vuelvo con apuro al gran hotel en el que me hospedo. De pronto, estoy dentro de mi propia película: en el salón comedor, Llinás toma un café con leche, insólitamente transmutado en su personaje. Le pregunto qué hace allí y me cuenta una de sus historias extraordinarias: desde que filmó la saga de Salamone quedó herido por el filo de una espada azulina y vuelve una y otra vez, y así cinco meses se convirtieron en eternidad.
Es el mito del eterno retorno: a casi cien años de su desaparición física, el fantasma de Salamone sobrevuela el cementerio. "Parece construido por el diablo", le dijo el intendente municipal al inaugurar la obra. Y el arquitecto, para quien esos 300 kilómetros eran el tránsito de un mundo a otro, respondió: "No sea ingenuo, doctor. El diablo no habría llegado tan lejos".
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