Para su cumpleaños número 40 quiso hacer algo diferente; y tuvo una idea un tanto especial.
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Se define como un oficinista común y corriente, de aquellos que trabajan de 9 a 18, de lunes a viernes. Con más de una hora de viaje desde su domicilio hasta la sede de la empresa que lo emplea, al cumplir los 40, soltero y sin hijos, decidió hacer algo distinto en su rutina. “Darse un gustito” y cubrir, en bicicleta, de un tirón, los 5.200 kms que separan a Cabo Vírgenes, en la provincia de Santa Cruz, de La Quiaca en el norte jujeño, por la ruta nacional 40.
El trayecto demandaría como máximo cuatro meses para un ciclista amateur que quería, además, conocer los lugares por los que pasaba. De modo que Tadeo Pueyrredon pidió ese plazo en su trabajo, en las oficinas centrales de un grupo papelero, con una licencia sin goce de sueldo. Su sorpresa fue grande cuando no solamente le dijeron que sí, sino que le regalaron la mejor bolsa de dormir para iniciar la travesía.
Luego de cerrar todos los preparativos y dispuesto a comenzar la aventura, voló a San Salvador de Jujuy. Allí lo recibió el gerente de la papelera, comió con él y su mujer en su casa y luego de la cena, un ómnibus lo dejaría a Tadeo y su bicicleta en La Quiaca, a las 5 am y con una temperatura muy por debajo de los 0 grados. “Los primeros dos días fueron de aclimatación, al tercero probé la bici y las alforjas yendo con todo el peso a Yavi ida y vuelta desde La Quiaca”. Llevaba dos alforjas Ortlieb traseras, dos delanteras y una mochila mediana de mochilero sobre las dos alforjas traseras. La idea era no cargar peso en la espalda. “Ahí me di cuenta de que llevaba peso de más y que sería imprescindible despojarme de lo que no fuera absolutamente necesario si quería no morir en el intento de recorrer toda la ruta 40 pedaleando”. Por eso, esa misma tarde despachó una encomienda de más de 10 kilos a Buenos Aires.
Llevaba bolsa de dormir, carpa, cocina a gas, celular con cargador externo para cuatro días, colchón aislante inflable, ropa de ciclista, comida y agua suficiente para llegar cómodo al siguiente pueblo. En el celular tenía los mapas de Google Maps, Maps.Me y la aplicación Windy que le fue muy útil para tomarle el tiempo a los escasos momentos sin vientos fuertes en la Patagonia. También la aplicación iOverlander ayudaba a Tadeo a buscar buenos lugares para acampar y la app WarmShowers en las grandes ciudades le permitió dormir en casas de otros ciclistas.
De tal palo...
Suena un proyecto descabellado, pero Tadeo Pueyrredon había mamado de la fuente de la aventura desde muy temprana edad. De chico su padre lo llevaba a escapadas mochileras a la montaña. Acampaban, paseaban en kayak, subían montañas y recorrían a dedo gran parte de la Patagonia argentina y chilena. “Él siempre fue un amante de los viajes y me lo contagió. Siempre se hacía amigo de extraños y se interesaba por conocer lugares y gente nueva. También era un gran apasionado por los caballos y llegó a tener seis en su chacra de Pilar. Hasta que un día, cuando tenía aproximadamente 70 años, se los robaron y decidió comprarse una bici. Se hizo un grupo de amigos de bici y en las vacaciones hacía cicloturismo con su gran amigo Mariano Petroni. Llegaron a filmar un documental llamado Plan C-14. Una vez más, mi viejo me estaba marcando un mundo desconocido y apasionante”.
Con la experiencia que le había dejado su padre, Tadeo no perdió la oportunidad de hacer el Camino de Santiago de Compostela recorriendo Francia, España y Portugal en bicicleta en el año 2012. En 2015 se animó a visitar Cuba sobre ruedas y, en 2017, junto a su padre de entonces 83 años, recorrió gran parte de la carretera austral chilena en el año 2017. En 2019 también fueron juntos desde Bariloche a San Martin de los Andes en bicicleta, por el famoso Camino de los Siete Lagos.
Tadeo sabía que algún día querría recorrer su propio país. Y la ruta 40 era el mejor medio para lograr su objetivo. Le divertía hacerlo a los 40 años. “La 40 a los 40″, pensaba. Hasta que un día descubrió que un amigo del colegio mayor que él había tenido la misma idea, aunque en otro formato. Rodolfo “Pollo” Rossi que cumplió su sueño de correr por la Ruta 40. “Por eso cuando llegaron mis 40 no me podía echar atrás. Si bien había corrido la maratón de Buenos Aires, había sido un esfuerzo desgastante para mí y no me imaginaba corriendo una maratón por día hasta alcanzar los 5194 kms que separan a Cabo Vírgenes de La Quiaca. Y como estaba fanatizado con la bici decidí hacerlo así. Creo que todo argentino que esté por cumplir los 40 años se lo tiene que, al menos, plantear”.
Comenzó con salidas en bicicleta desde Retiro, en la ciudad de Buenos Aires, a Boulogne, donde viven sus primos. Luego, gracias a su padre, descubrió que se podía hacer Carmelo-Colonia en bicicleta (100 kms con lomadas) en un fin de semana común. Hizo ese recorrido unas ocho veces invitando a distintos amigos y parando siempre a dormir en Conchillas, a mitad de camino. También se sumó a un equipo de entrenamiento
“La gente en general aprende de bici antes de salir a rodar, que es lo sensato. Yo, en cambio, soy medio kamikaze. Aprendí a cambiar una cámara en los Pirineos franceses. Creemos que controlamos la mayoría de las variables y lo cierto es que lo mejor que podemos hacer es relajar, rezar y disfrutar ayudando siempre a los demás y dando lo mejor de nosotros mismos. La Argentina para el cicloturismo es lo que Arabia Saudita representa para el petróleo. Y con Chile de vecino la región es insuperable”.
“Miedo me da vivir en el conurbano bonaerense”
Cuando tuvo todo listo para partir, la gente comenzó a preguntarle si no le daba miedo el viaje. “¡Miedo me da vivir en el conurbano bonaerense! Vivo en Villa Rosa, partido de Pilar. Es cierto que estuve inquieto los primeros momentos del primer día que acampé a la intemperie. Fue entre Coranzuli y Susques, a 4300 mts de altura, en la provincia de Jujuy. Había un cráter inmenso y entendí que era el único refugio para el viento”. El único contratiempo de esa noche fue despertarse con la boca reseca por la sequedad del ambiente. Salir de la carpa y ver un millón de estrellas en mitad de la noche fue uno de los tantos placeres que le deparó el camino.
También le costó adaptarse a la intemperie. No por miedo a que ocurriera algo, sino porque tuvo que aprender a guardar energía para cocinar, hacer la carpa y disponer de todo lo necesario para no pasar frió a la noche. “La experiencia, como dicen, es un peine que te da la vida cuando ya te quedaste pelado”. Por eso, en la Patagonia, ya más cansado, usaba el método “hop on-hop off”. Pedaleaba hasta donde más podía y fijaba la ubicación en el mapa. Luego hacía dedo a alguna camioneta con caja para que lo llevaran al siguiente pueblo. Comía, dormía y descansado, al día siguiente, hacía dedo hasta el mismo punto donde lo habían levantado el día anterior y seguía viaje. “La gente me preguntaba por qué lo hacía. Porque quiero hacer toda la ruta 40 en bici, pero no sufrir en vano. Así que cuando estaba cansado de pasar la noche solo, tenía ese truco, aprendido del caminante Juan Pablo Savonitti, quien caminó por los mismos lugares que yo pedaleaba”.
Tadeo atravesó todos los climas: seco en la Puna, aguanieve camino al Calafate, frío en el norte y el sur, calor en San Juan, vientos fuertes en la Patagonia… El viento fue en muchas ocasiones el factor determinante para elegir dónde dormir y para decidir si convenía parar o seguir. Cuando se ponía ingobernable, detenía la marcha y esperaba mejores condiciones”.
Hubo un día en la puna jujeña que no se cruzó con un alma. “Al día siguiente vi una persona en moto llamado Alberto y sentí necesidad imperiosa de hablar. Me invitó a dormir a la casa de adobe de su madre, dormí entre las cabras y las ovejas. ¡Es increíble con qué poco se puede ser tan feliz! Y es esperanzador el instinto de ser buena persona que tiene todo ser humano. Algunos solamente lo disimulan, pero siempre está”.
Tadeo pasó su cumpleaños número 41 justo a la mitad del camino, en Chos Malal. Esa noche, una pareja mayor que estaba hospedada en el mismo hostel que él, lo invitó a cenar. Y resultó que el señor había conocido a su padre en su juventud. Esa fue una coincidencia. Hubo otras: la primera persona que conoció en el camino era amiga de la última persona que le presentó la ruta 40. “Finalmente, al comienzo de la ruta 40 pedía para mis adentros una señal divina para darle inicio a la aventura. Me crucé con la primera capilla del camino San Judas Tadeo, mi santo, quien lleva mi nombre. Luego de mucho pedaleo, llegué contra viento y pinchaduras al faro de Cabo Vírgenes, justo para tomarme un avión de vuelta a casa y pasar con mi familia la última navidad pre-pandemia”.
Finalmente de regreso en la ciudad, confiesa que lo primero que valoró fue el confort de un inodoro. En lo externo, bajó de peso y el sol le dejó la piel curtida. Internamente, dice que volvió a valorar las cosas simples de su rutina: desayunar sentado en una silla, abrir una canilla y que salga agua potable, poder darse un baño caliente a la mañana, tener a la familia y amigos cerca, un trabajo y salud... “cosas que uno naturaliza y da por sentado”.
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