A los dos años le colgaron una cámara fotográfica y su pasión por capturar imágenes lo llevó a recorrer parte del mundo; en el camino descubrió otra pasión y eligió vivir en un lugar de la Argentina con el que soñaba desde los cinco.
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Omar Castigliego se levanta cada mañana antes de las 6, disfruta de un abundante desayuno, y deja su hogar para dirigirse allí, donde el mar desafía y el horizonte es infinito. A sus 61 años, muchos océanos y ríos han atravesado su vida, pero aquella costa, la de su querida Mar del Plata, lo sigue conmoviendo indefectiblemente.
A la playa llega con su cámara en mano, dispuesto a disfrutar del amanecer, ese instante de génesis, un renacer que le viene a recordar que, mientras haya vida, todo es posible. “Y creo que siempre se puede estar mejor cada día”, suele pensar ante cada salida del sol. “Está en uno mismo el poder de seguir, siempre creyendo que la vida es una y que hay que disfrutar cada momento al despertar cada mañana, porque no sabemos cuándo dejaremos este frasco en el que vivimos”.
Y con estos pensamientos, Omar fotografía los paisajes que lo rodean, en especial a los surfistas que entran en comunión con la naturaleza a través de un deporte que él mismo vibra a través de su lente.
El consuelo para un niño que llora y el nacimiento de una pasión: la fotografía
Omar tuvo una infancia y adolescencia feliz, tiempos colmados de recuerdos hermosos en el barrio de La Boca y en su hogar sobre la calle Salvadores. Jamás olvidará aquella vez, siendo muy niño, cuando partió de viaje a Córdoba junto a sus padres. Se alojaron en un hotel y Omar no paraba de llorar. Aún estaba desconsolado cuando salieron del alojamiento y se sentaron en el último asiento de un colectivo, entonces el padre tomó su cámara Konica y se la colgó al cuello. El pequeño dejó de llorar instantáneamente. Apenas tenía dos años.
Se convirtió en fotógrafo profesional en su juventud, pero la pasión por capturar la magia a través de su lente formó siempre parte de su esencia, y aquella anécdota de la infancia había sido tan solo el primer indicio.
Ni bien culminó sus estudios se perfeccionó y comenzó a ejercer su profesión, dispuesto a atravesar todos los rubros relacionados a la fotografía. Y así lo hizo, entre casamientos, cumpleaños, modelos, escuelas, arquitectura, eventos deportivos, carnavales, medios, fauna, flora y paisajes varios. Y por aquel camino pronto descubrió que en él habitaba un nómade, que la fotografía tenía para ofrendarle sus mayores tesoros si estaba dispuesto a andar por el mundo.
Fue por aquellos años que adquirió uno de los mayores aprendizajes: para que todo sea posible debía aprender a despojarse y a encontrar belleza y felicidad en lo simple. Con aquel espíritu, Omar dejó Buenos Aires y salió a recorrer Argentina, luego América hasta aterrizar en suelo europeo.
La vida nómade como fotógrafo y la atracción por el agua: “Empecé a surfear con la imaginación”
Argentina seguía siendo un puerto de llegada, aunque cada vez más esporádico. Allá, por los años 90, Omar adoptó el hábito de sacar un pasaje hacia algún destino como Brasil y, desde allí, recorrer diversos rincones acompañado por su mochila: “Amo Brasil, en esos días me dedicaba mucho a fotografiar paisajes”, rememora.
Entre 1993 y 1995 vivió en Madrid, que se transformó en un punto neurálgico para conocer Europa y captar las imágenes fascinantes de la Península Ibérica y el viejo mundo: “Lo que más me impactó fue Toledo con sus castillos medievales por donde lo mires”, dice. “París... tan icónica con la vista impresionante desde la Torre Eiffel. Después Londres, Inglaterra en general. Hermoso, Europa ofrece arquitecturas impresionantes”.
Pero Brasil y el mar en general siempre volvían a atraerlo, con su energía magnética y sus deportes en conexión con la naturaleza. Omar había querido aprender a surfear a los 27, pero no lo hizo, en cambio, poco a poco y a medida que los años pasaban, comenzó a dejar de lado uno a uno los diversos rubros de la fotografía, para centrarse en uno: los deportes acuáticos, en especial el surf.
“Me empecé a conectar con mis trabajos en surf en Playa Grande, para las escuelas de surf y en campeonatos. Esto último, los campeonatos, fue lo que me empezó a apasionar hasta que, años más tarde, ya en el 2016/2017 me metí de lleno en el deporte a nivel competitivo”, cuenta Omar, quien en sus viajes se sumergió en las diversas culturas y arquitecturas, y capturó imágenes de otras actividades fascinantes como kitesurf, SUP Surf, y el Big SUP.
Y fue así que Omar comenzó a tomar sus mejores fotografías y, a la par, comprendió que había muchas formas de vivir y cumplir los sueños: “Empecé a surfear con la imaginación”, asegura.
Encontrar un lugar en el mundo: “Amo Mar del Plata”
Tras varios años de vida nómade, Omar decidió hallar un lugar donde anclar de manera un tanto más definida. La capital argentina ya no era una opción, él necesitaba de la brisa del mar y del desafío de sus olas. Así como su profesión había quedado definida a sus dos años, cuando su padre le colgó una cámara, encontrar su lugar en el mundo también se remontaba a sus días de infancia.
“Recuerdo cuando salí con mamá y papá del hotel Luz y Fuerza, ubicado en Colón y Las Heras. Le pregunté a mis padres cuándo nos veníamos a vivir a Mar del Plata. Tenía cinco años”, sonríe.
Cuarenta y cinco años más tarde, Omar decidió que era tiempo de cumplir aquel sueño y encontrar su cielo, su mar y continuar con sus pasiones en La Feliz.
“Asimismo sueño con vivir en otros lugares y, después de la pandemia, volví a Río de Janeiro en busca de olas y surf. Cubrí tres campeonatos con los mejores del mundo, vi a Filipe Toledo coronarse, participé en la liga WSL, entre otros torneos, fue un sueño cumplido”, revela. “Pero hoy elijo Argentina mientras sigo con nuevos planes de viajes por el mundo; amo Mar del Plata”.
Aprendizajes en el camino: “Nos vamos con las manos vacías después de que lo más preciado se haya ido: el tiempo”
Omar observa su camino recorrido con orgullo. Siempre se sintió atraído por los desafíos y hacia allá fue, sin miedo a lo desconocido, a conquistar sus metas.
Hoy, a sus 61 años, vive la vida que soñó en su más tierna infancia: es fotógrafo y tiene su hogar en Mar del Plata. Pero más aún, hace casi una década se dedica casi exclusivamente a capturar imágenes relacionadas a los deportes acuáticos, una pasión que nació gracias a animarse a explorar la vida, y que vive a carne propia a través de su lente. Para él, ningún sueño es imposible de cumplir, el secreto es entender que a veces se transitan de otras formas, a través de caminos alternativos.
Y así, cada mañana después de su desayuno al alba, busca los amaneceres, camina por el agua, captura postales con su cámara de fotos y conversa con los surfistas.
“Acción es pasión, te saca de la rutina”, asegura. “Pero hay que aprender a despojarse. Calidad de vida para mí significa vivir con lo indispensable, un techo donde resguardarte, una cama donde descansar, comida sana, buenos amigos. Simple”.
“La vida es un aprendizaje constante, llegué hasta aquí con 61 años y aprendí a vivir lo más relajado posible”, continúa. “Mi profesión es estar conectado todo el tiempo con la naturaleza. Los años me trajeron experiencias muy buenas y no tan buenas, la vida misma. Dos hijos hermosos a los que amo y disfruto cuando estamos juntos Mi madre, mi hermano, mis sobrinas, mis amigos. Me identifico con una frase que leí por ahí: `Quiero que mis manos se balanceen libremente en el viento para que la gente entienda que nacemos con las manos vacías y nos vamos con las manos vacías después de que lo más preciado se haya ido: el tiempo´”, concluye.
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