Recitales diminutos: el éxito viral de los tiny desk concerts
Con la llegada de artistas latinos y de rango mainstream, el formato que genera un clima íntimo con el público amplió su circulación
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Un pequeño escritorio y, de fondo, una amplia biblioteca repleta de libros, CD, posters, portarretratos, gorras con viseras y objetos varios. En el medio, un músico o una banda largando al mundo su bien más preciado –es decir, sus canciones– sin otra intermediación que su instrumento, algunos micrófonos y una cámara de video. Lo que empezó hace trece años como una broma, un capricho, una reacción ante una mala situación vivida (ya ampliaremos), se convirtió con el tiempo en un fenómeno viral y real que no deja de crecer. La recuperación del hacer musical de un artista en su hábitat más íntimo y cotidiano. Lo más parecido a estar viendo cantar a un músico en la soledad de su cuarto.
Los recitales llevan el nombre de Tiny Desk y son eso: artistas tocando detrás de un “pequeño escritorio”. El que diariamente utiliza su anfitrión, Bob Boilen, para trabajar y producir su podcast multimedia, All Songs Considered (“Todas las canciones consideradas”), que sale por la radio pública NPR de Washington DC y que también tiene su público y su culto. De hecho, fue a partir de una mala experiencia que Boilen y Stephen Thompson, su amigo y colaborador, tuvieron yendo a cubrir para el programa a Laura Gibson, una poco conocida cantante folk, que surgieron los Tiny Desk. “Ella tocaba en un bar horrible”, rememora Boilen en las notas cuando se lo consulta por el episodio que disparó la idea. “El bullicio era insoportable, la gente solo le prestaba atención a un partido de basket por televisión y Laura tenía una voz bella y tranquila. Pero apenas podíamos escucharla”.
De vuelta a su casa y enojados con la experiencia, a Boilen y Thompson se les ocurrió invitar a la cantante a su oficina de la radio para que repitiera el show. Pero esta vez en un entorno silencioso y con la posibilidad de subir la grabación a YouTube. “Le dijimos medio en broma: ¿querés venir a tocar a nuestra oficina? Y ella aceptó”. Tres semanas después, Laura Gibson se presentó en la emisora, entre varios hicieron lugar en el espacio del escritorio, colocaron dos o tres micrófonos, y filmaron la actuación en bruto, sin adulterar, para luego subirla a internet. La precariedad en aquella producción fue total. Pero fue justamente eso lo que convirtió a ese show–y la gran mayoría de los que vinieron después– en algo especial. “Sucedió algo ahí que nunca nos hubiésemos imaginado”, relata Boilen. “Tal vez fue la intimidad, que no hubiera nada entre ella y los espectadores. Que no hubiese reverberación ni sutilezas de estudio, solo su voz sobre un micrófono humilde. Pero funcionó”.
Desde entonces, los Tiny Desk se multiplicaron por centenas y sus visitas en YouTube alcanzaron los varios millones. El formato se convirtió en una marca y a la vez en una de las grandes sensaciones virales del último tiempo. Porque si bien es verdad que la repercusión fue alta o muy alta desde sus inicios en 2008, el encierro compulsivo producto de las cuarentenas en todo el mundo (que resultaron en la variante “Home”, “desde casa”) y la introducción reciente de artistas latinos de rango mainstream, propulsaron aún más el interés de estos mini recitales y acentuaron su circulación superando barreras idiomáticas o generacionales.
Así, con nombres que van desde Coldplay, Lenny Kravitz y Sting hasta Dua Lipa, Karol G y C Tangana, pasando por leyendas como Tom Jones y Laurie Anderson o infinidad de artistas indies como Bill Calahan, Calexico o M Ward, los Tiny Desk se volvieron parada obligada para músicos de todos los géneros y tendencias con ganas de mostrar su último material o recuperar una conexión más íntima con su público. O como señaló el crítico Zachary Crockett en la revista Vogue: “En el mundo digital actual donde muchos millennials afirman sentir algún nivel de desconexión en el plano físico a partir del uso de plataformas y redes sociales que tuercen, manipulan y ‘botoxean’ la realidad para que parezca mucho mejor de lo que realmente es, Tiny Desk nos recuerda nuestra propia desnudez, nuestras propias vulnerabilidades. Y, a su manera, nos dice que estamos bien como estamos”.
En la era de –hasta hace poco–los megafestivales esponsorizados y multitudinarios, de los shows con toda la parafernalia de sonido y vestuario, los Tiny Desk se erigen como su opuesto: la conexión directa del músico en su medio más íntimo y cotidiano; la recuperación de lo pequeño, lo artesanal y lo imperfecto como valores artísticos que estaban en el origen de las experiencias en vivo. Explica Crockett: “Gran parte del atractivo de estos mini recitales es lo que Boilen llama una ‘intimidad especial’: capturar una actuación con sus imperfecciones y contratiempos para conseguir lo opuesto a una superproducción de estudio. Hay algo en este tipo de experiencias que nos recuerda a nuestra propia vulnerabilidad y al mismo tiempo la hace emocionante”. O, dicho de otro modo, recuperar del momento único pero efímero su aura.