Olga, Tatiana, Maria, Anastasia. Las cuatro hijas de Nicolás y Alejandra, los últimos zares de Rusia , conocieron el resplandor de una de las cortes más lujosas de Europa, pero también la abrupta llegada de la Revolución que terminaría con sus cortas vidas una noche de julio de 1918, en la siniestra "Casa del propósito especial" de Ekaterimburgo.
En busca del obligado heredero varón, Nicolás y Alejandra tuvieron cuatro hijas en seis años de matrimonio: Olga (1895), Tatiana (1897), María (1899), Anastasia (1901). En el vasto imperio ruso, fueron recibidas con entusiasmo decreciente: cuando nació la cuarta, hasta la gran duquesa Xenia -hermana del zar y madre de seis varones- exclamó: "¡Dios mío! ¡Qué decepción! ¡La cuarta niña!". Burton Holmes, el pionero estadounidense de la narrativa de viajes, que ese mismo año estaba recorriendo Rusia, aseguró que "Nicolás hubiera dado la mitad de su imperio a cambio de un niño imperial. ¿Acaso un día alguna de las queridas pequeñas duquesas subirá al trono de Catalina la Grande?".
La historia le dio una respuesta negativa. No solo porque tres años más tarde nació el esperado heredero, el zarevich Alexei, sino porque la llegada de la Revolución en 1917 barrió definitivamente con el viejo orden y se llevó de paso las ilusiones y sueños de las cuatro hijas de Nicolás y Alejandra, las fotogénicas adolescentes que quedaron fijadas en la historia como testigos de un tiempo trágico pero desdibujadas en sus personalidades como una fotografía desvaída por el tiempo.
Y no es que faltaran, precisamente, imágenes y fotos de la familia Romanov y de ellas cuatro en particular. Los investigadores Greg King y Penny Wilson recuerdan que Nicolás "había perdido el control de Rusia, había sido forzado a aceptar la odiada Duma y a inclinarse repetidamente ante los deseos de su mujer, y sin embargo había un área donde seguía siendo dueño y señor: la presentación de su familia a la nación y al mundo, y no era tímido en usarla -especialmente sus hermosas hijas y su apuesto hijo- para evocar el patriotismo y la lealtad al trono. Las descripciones de su sencilla vida familiar -complementada con declaraciones de que solo disfrutaban la comida rusa, encontraban consuelo en la Iglesia Ortodoxa Rusa y leían únicamente literatura rusa- modelaron una imagen que acompañó cientos de fotografías oficiales y postales, creando un culto a la personalidad que duró mucho más allá del final de la dinastía Romanov".
Las fotos, las vidas
Imágenes posadas de calendario, fotos en un bazar de caridad, perfiles para un camafeo en un huevo de Fabergé, retratos oficiales con el traje de la corte rusa, fotografías de su trabajo como enfermeras -íntegramente envueltas en un velo blanco- durante la Primera Guerra Mundial, y hasta sus retratos incluidos en la colección de personalidades europeas que adornaban los chocolates franceses Guérin-Boutron: Olga, Tatiana, Maria y Anastasia mostraban al mundo una imagen impecable. "Las cuatro princesitas rusas -cuenta la biógrafa Helen Rappaport- eran objeto de una curiosidad sin fin en las revistas femeninas de Europa y América", que se esforzaban en publicar sus fotos y, cuando crecieron, los rumores sobre sus posibles matrimonios con un pretendiente u otro del restringido círculo que podía aspirar a casarse con hijas del zar y bisnietas de la reina Victoria.
Puertas adentro, las cuatro hermanas formaban una alianza estrecha que en la familia se conocía como "la gran pareja" -Olga y Tatiana- y "la pequeña pareja" -Maria y Anastasia-. Entre sí eran OTMA, la sigla que usaban en conjunto para hacer regalos y firmar cartas: con apenas seis años de diferencia entre la mayor y la menor, compartían todo y habían sido acostumbradas a un modo de vida bastante espartano: dormían sin almohada en catres de campaña, se bañaban con agua fría por la mañana (el agua caliente solo se permitía por la noche) y se pasaban ropa y zapatos de unas a otras.
Con un padre siempre ausente -como gran concesión a sus obligaciones Nicolás podía pasar una hora con sus hijos cada tarde- y una madre enferma y devota que nunca se adaptó realmente a los brillos y licencias de la corte imperial rusa, la vida también podía ser opresiva para las cuatro grandes duquesas. "A pesar de todo su amor -se quejó una vez Alejandra en una carta al zar- los chicos tienen sus propias ideas y rara vez entienden mi modo de ver las cosas, incluso las más pequeñas; siempre quieren tener razón y cuando les digo cómo fui criada y cómo debe ser uno, no pueden entenderlo, les parece aburrido". Tal vez por eso la reina María de Rumania, prima del zar, contaba que las cuatro eran "naturales, alegres y agradables, y muy confidentes conmigo cuando su madre no estaba presente; cuando ella estaba allí, parecían en cambio estudiar cada una de sus expresiones para estar seguras de que actuaban según sus deseos". Olga, Tatiana, María y Anastasia vivían además pendientes de Alexei: si el niño atraía la atención puertas fuera por su condición de heredero y futuro zar, puertas adentro lo que desvelaba a la familia eran sus graves y frecuentes crisis de hemofilia.
- Olga, la mayor de las hermanas, se distinguía por el pelo castaño y los ojos azules, pero sobre todo por su personalidad, abierta y a veces brusca. Gran lectora, podía pasar horas con un libro en la mano y era frecuente que leyera las novelas de la mesa de Alejandra antes de que ella los hubiera leído: "Tienes que esperar a que lo lea para que vea si es correcto para ti", le decía cuando la sorprendían. Pierre Gilliard, el suizo que le enseñaba francés a los cinco hermanos, recordaba el día que Olga se encontró con la palabra merde mientras leía Los Miserables y, al no encontrar al profesor cerca, le preguntó al zar qué significaba. "Una palabra muy fuerte que no hay que repetir", fue la respuesta. Al día siguiente, Nicolás fue a ver a Gilliard para decirle: "Monsieur, le está enseñando usted un raro vocabulario a mi hija". Según recordaba el hijo del médico de los Romanov, Olga también "era la que mejor entendía la situación, incluso más que sus padres. Al final tenía la impresión de que ella albergaba pocas esperanzas sobre lo que el futuro les reservaba, y por lo tanto a menudo estaba triste y preocupada". Cuando llegó a la adolescencia, sonaron como novios de Olga el hijo del príncipe de Gales -el futuro Eduardo VIII, que terminaría abdicando por Wallis Simpson- y el gran duque Dmitri Pavlovich, primo hermano de Nicolás II, cuyas posibilidades se terminaron bruscamente el día en que se convirtió, junto con un amigo, en el asesino de Rasputín. Precisamente el consejero espiritual de Nicolás y Alejandra.
- Segunda de las cuatro, Tatiana era la más parecida a la madre y también la más apegada a la zarina. De pelo rojizo y ojos grises, amable pero reservada -"es imposible saber lo que está pensando", decían algunos allegados- para muchos era la más bella pero impresionaba sobre todo por la suavidad de su carácter y la tendencia a proteger a los demás, una característica que le valió el apodo de "la gobernanta". "Se sentía que era la hija de un emperador. No estaba a gusto con las artes. Tal habría sido mejor para ella si hubiera sido un hombre", creía uno de los coroneles que estuvo cerca de los Romanov durante el exilio en Siberia.
- María, la tercera de los seis hijos, sufría el síndrome de ser "la del medio". Convencida de haber sido no deseada, Alejandra no la ayudaba mucho a pensar lo contrario: y confirmaba su distancia comunicándose con María y los demás mediante mensajes enviados de una punta a otra del mismo palacio, demasiado exhausta o agotada como para mantener un contacto personal continuo. "Tu carta me puso triste. Querida, tienes que prometerme que nunca más pensarás que nadie te ama. ¿Cómo se te metió esa extraordinaria idea en la cabeza? Todos te amamos, solo cuando eres demasiado salvaje y traviesa tenemos que retarte". No pensaba lo mismo su primo Dickie, el apodo familiar de Luis de Battenberg (más tarde cambiado a Mountbatten), que vio a las cuatro hermanas en 1910, en una reunión familiar, y años más tarde diría de OTMA: "Eran encantadoras, tremendamente agradables, mucho más bonitas que en sus fotos. Estaba loco por María y decidido a casarme con ella. Era totalmente adorable". Hasta el último día de su vida Mountbatten -el último virrey de la India, asesinado en un atentado en 1979- conservó sobre la chimenea de su casa un retrato de María.
- Pero los vaivenes de la suerte quisieron que Anastasia, la menor de las hermanas, se convirtiera en la más célebre. De baja estatura, brillaba por el resplandor de sus ojos y su espíritu inventivo pero se la consideraba la única no agraciada. Rebelde, para algunos auténticamente salvaje, era el terror de sus profesores y una auténtica enfant terrible. Nastya, o Nastenka para la familia, jugaba sin temor a propinar patadas y arañazos; su indomable vitalidad dejó de ser un trastorno para convertirse en un soporte durante los últimos días de los Romanov en su prisión de Ekaterimburgo. Nadie saldría vivo de aquella casa, donde fueron fusilados en julio de 1918, y sin embargo -haciendo honor al significado griego de su nombre, "resurrección"- para Anastasia fue el comienzo de una nueva existencia, falsa e insólita, que se convirtió en la más famosa impostura del siglo XX. Pero esa es otra historia.
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