El reino de los afrobolivianos se encuentra a 100 kilómetros de La Paz y llevan una vida humilde relacionada a la agricultura
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A más de 3700 m sobre el nivel del mar, el aire de la ciudad de La Paz, en Bolivia, es frío y delgado. La altura deja a muchos visitantes sin aliento. Pero al dejar atrás el tráfico caótico, 100 km en dirección al noreste y descendiendo hacia los valles subtropicales, existe un grupo de pueblos escondidos en el bosque, conectados por un laberinto de caminos de tierra.
Allí, en los Yungas, entre los tapires, jaguares y osos de anteojos, se encuentra el reino de los afrobolivianos. Con aproximadamente 2000 habitantes, este reino oculto y humilde lo integran principalmente agricultores que viven junto a sus pequeñas parcelas, donde cultivan coca, cítricos y café.
En Mururata, una aldea de unos 350 habitantes, los pollos de corral cacarean ruidosamente en los caminos de tierra, los niños juegan mientras hombres y mujeres trabajan la tierra con azadones y emergen del bosque cargando leña recién cortada.
Otros se sientan frente a sus casas, saludan a los caminantes y esperan que las primeras estrellas aparezcan en el cielo al anochecer. Los afrobolivianos son descendientes de esclavos de África Occidental traídos por los españoles entre los siglos XVI y XIX para trabajar en las minas de Potosí, una ciudad en el suroeste de Bolivia que estaba más poblada que Londres a principios del siglo XVII.
Según el escritor uruguayo Eduardo Galeano, el trabajo en las minas cobró la vida de aproximadamente 8 millones de indígenas sudamericanos y africanos esclavizados durante un período de 300 años, muchos de los cuales murieron como resultado del exceso de trabajo, la desnutrición y el sufrimiento de la región muy fría.
En su libro “Los afroandinos de los siglos XVI al XX”, el exdiputado boliviano Jorge Medina, quien también es afroboliviano, explica que sus antepasados no pudieron adaptarse al clima frío de Potosí en las tierras altas del sur de Bolivia.
A principios del siglo XIX, fueron trasladados a los cálidos Yungas para trabajar en las haciendas de propiedad española. Fue aquí donde este “reino” no oficial se formó en 1820 entre un grupo de afrobolivianos esclavizados. Aunque esta minimonarquía siempre ha funcionado más como una tribu, después de 187 años, el reino finalmente fue reconocido por el gobierno boliviano en 2007.
Don Julio, el rey
Mururata es el centro de este reino y es donde el rey de los afrobolivianos, Julio Bonifaz Pinedo, vive y “gobierna” los 2000 habitantes de la comunidad. Sin embargo, sería difícil reconocerlo, ya que vive entre los demás aldeanos como uno más. De hecho, uno podría comprarle algo de fruta sin darse cuenta de su título, ya que administra un pequeño almacén desde su pequeña casa de ladrillo y cemento.
Su esposa también atiende el negocio. Ella es la reina Angélica Larrea. Desde su huerto también venden mandarinas, naranjas, conservas, refrescos y paquetes de galletas, entre otros insumos básicos. A sus 78 años, Pinedo todavía se mantiene ocupado, frente a su tienda, esparciendo hojas de coca sobre una gran lona azul.
“Estas son las hojas que he cosechado de mi pequeña parcela. Al ponerlas al duro sol del mediodía, las tengo listas en aproximadamente tres horas. Luego los pondré en sacos para los camiones que las llevarán a los mercados de La Paz”, explicó.
Durante siglos, los indígenas de los Andes han mascado coca y la han utilizado en tés para suprimir el hambre, la fatiga y ayudar a superar el soroche (mal de altura). Cuando Pinedo termina la tarea se sienta en una silla de madera a la entrada de su tienda mientras los vecinos lo saludan casualmente como “Don Julio”.
La reina, doña Angélica, se sienta detrás en las escaleras que llevan a su casa, desde donde mira una telenovela en un pequeño televisor colocado sobre un mueble alto. Nada es ostentoso en esta familia real. Su humildad les ha ganado un merecido respeto en la comunidad.
Un reino reconocido
Según el último censo boliviano de 2012, más de 23.000 personas se identifican como afrobolivianos, pero teniendo en cuenta a las personas cuyo origen es mixto, ese número probablemente sea más de 40.000, según Jorge Medina.
Si bien la diáspora afroboliviana se ha extendido por todo el país y el mundo a lo largo de cientos de años, sus raíces y su rey están aquí en los Yungas. Pinedo es el primero de los monarcas del reino registrado oficialmente por el estado boliviano. Se dio durante un reconocimiento más amplio de los grupos étnicos minoritarios de Bolivia, cuando Evo Morales se convirtió en el primer presidente indígena del país en 2006.
Tres años después, el país cambió oficialmente su nombre a Estado Plurinacional de Bolivia y se aprobó una nueva constitución reconociendo 36 nacionalidades (incluidos los afrobolivianos) tras un referéndum histórico que otorgó más poder a los grupos indígenas que estuvieron marginados durante mucho tiempo.
Los poderes del rey afroboliviano son similares a los de un jefe tradicional. Pinedo no recauda impuestos ni tiene fuerza policial. “Mi título es principalmente simbólico. No soy como estos ricos reyes de Europa, pero represento a la comunidad afroboliviana y esto es una gran responsabilidad para mí”, expresó.
Su esposa agregó: “Si hay un conflicto entre dos afrobolivianos pueden venir a pedirle consejo”, y explica que el linaje de Pinedo es muy antiguo: “Sus antepasados fueron reyes en África. Así es como empezó todo”.
Los orígenes
Según Pinedo, cuando sus antepasados llegaron a los Yungas en 1820, uno de sus parientes llamado Uchicho se estaba bañando en el río y otros africanos vieron que su torso tenía cicatrices que recuerdan a miembros de una familia real tribal.
Uchicho resultó ser un príncipe del antiguo Reino de Congo y fue reconocido como tal por las otras personas esclavizadas. Pinedo sacó un viejo documento de identidad de uno de los armarios. “Este era mi abuelo, Bonifacio, quien se convirtió en rey en 1932”, aclaró.
El documento mostraba una fotografía de un hombre vestido con un chaleco y un pañuelo atado al cuello. Dijo que nació en 1880, con domicilio en Hacienda de Mururata y que era labrador. El rey Bonifacio solo tuvo hijas, por lo que se saltó una generación, dejando el reino sin rey durante 38 años hasta que Pinedo fue coronado en 1992 por la comunidad.
En 2007, cuando el gobierno de Morales expandió el reconocimiento de las minorías étnicas de Bolivia, Medina presionó con éxito para realizar una ceremonia oficial de coronación de Pinedo en La Paz. A medida que se difundió la noticia del reconocimiento oficial de Pinedo por parte del Estado boliviano, también lo hizo la conciencia de la comunidad afroboliviana de la Nación.
“Filmaron un documental sobre nosotros y nos invitaron a nuestra familia a viajar a Uganda para ver la tierra de donde son nuestros antepasados”, dijo Pinedo. En este sentido, explicó que en las pocas veces que había salido de Mururata, se dio cuenta de que era una minoría en su propio país. Pero al ver a tantas personas negras que parecían miembros de su propia familia en Uganda, se volvió mucho más consciente de sus raíces.
El futuro heredero
Al ver desde cualquier lugar de Mururata se puede apreciar el verde de los laureles, helechos y otros árboles tropicales que cubren las colinas. En la cima de una de estas colinas se encuentra el Cementerio Real, que lamentablemente está en estado de abandono. Del mismo modo, las instalaciones de la antigua Hacienda Mururata, a solo unos minutos a pie de la plaza principal del pueblo, están abandonadas.
Pero mientras algunos restos del pasado se desintegran lentamente, el futuro del reino está tomando forma. Pinedo y Larrea tienen un hijo, el príncipe Rolando. A los 26 años, estudia derecho en la Universidad de Los Andes en La Paz y su futuro rol como rey es fundamental para sus ambiciones.
“Me gustaría seguir avanzando para que la comunidad afroboliviana sea más reconocida y visible, como lo ha hecho mi padre hasta ahora”, sentenció el joven. La pared junto a donde le gusta sentarse a Pinedo en su casa está decorada con documentos oficiales enmarcados, una fotografía familiar y calendarios que muestran sus ceremonias de coronación.
“¿Y dónde está la corona ahora? ¿Puedo verla?”, le preguntan. Humilde como es, Pinedo subió las escaleras y regresó con su corona escondida dentro de una caja de cartón para galletas.
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