Le llevó más de dos años encontrar la forma de calmar su ansiedad. Los resultados fueron impensados.
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— Por favor, que se quede con vos. Su humana responsable me lo quiere dar para que lo adopte porque sabe que lo queremos mucho y que lo vamos a tener bien. Ella está desbordada por la situación: el perro se vive escapado a la calle, ya lo chocaron, lo mordieron y la convivencia se está haciendo peligrosa. Yo tampoco lo puedo tener en casa porque los de la manada están territoriales, le dijo esa tarde cuando se presentó en la puerta de su casa.
Le había llevado más de un año lograr instalarse en un espacio habitable para ella y para los perros que había dejado en la casa de su expareja, que ahora pedía ayuda para aquel animal tan especial. Lo habían conocido en 2018 cuando todavía era un cachorro de unos tres meses de vida, en la ciudad de Victoria, en Entre Ríos. La conexión fue inmediata. Héctor, el Dóberman era sorprendentemente y a simple vista idéntico a Beny, el perro de la misma raza que habían amado y que había fallecido hacía relativamente poco.
“Se presentaba por las mañanas o en algún momento del día en la puerta de nuestra casa o en la esquina. Llamaba mucho mi atención y la de mi pareja, no podíamos creer que estuviera paseando solito. Por supuesto siempre lo llamábamos, le invitábamos algo de comer y hasta lo dejábamos pasar a casa un ratito. Lo llenábamos de mimos y luego el seguía su camino y su paseo en solitario”, recuerda Luján Soto.
No tardaron en averiguar dónde vivía. La casa del perro estaba a unas pocas cuadras. “Le contamos a su dueña que ya éramos muy amigos del pequeño y que queríamos pedirle permiso para invitarlo a venir a nuestra casa de vez en cuando a jugar, que solo era para mimarlo un poco y luego se lo devolvíamos”. La mujer aceptó con gusto y les contó que se llamaba Héctor, que le gustaba mucho estar en la calle, que era inquieto, que a veces mordía y que intentaba siempre escaparse para poder hacer de las suyas.
“Lo vi crecer, pasar de ser un cachorrito a un perro adolescente torpe que no manejaba su cuerpo. Era bueno, muy bueno y sociable, siempre corría solo por la calle. A veces pasaba lastimado, a veces más flaco, a veces contento, a veces asustado, pero siempre hacía una parada en casa para jugar y compartir un ratito. Notamos que era un perro muy libre, y cada día se lo veía mas revoltoso y en problemas”.
Y de golpe se sumaron más obstáculos a la difícil situación. Porque Luján terminó la relación con su pareja de entonces y se mudó a un departamento pequeño. Dejó de ver a Héctor y al resto de los siete perros que formaban parte de su querida manada. Le llevó más de un año conseguir una casa donde poder retomar, de a poco, la vida que había conocido tiempo atrás y en la que los animales estaban, desde luego, dentro de sus planes.
La convivencia: una pesadilla
Fue en ese contexto que su expareja apareció una tarde con Héctor atado a la correa y le explicó que ya nadie podía hacerse cargo de él. “Mi situación no era la ideal pero tampoco quería dejarlo desamparado. Así que acepté y Héctor entró a mi casa para quedarse. Fue dura la convivencia. Héctor realmente se portaba mal, estaba muy estresado, era muy revoltoso. Aunque tenía un parque enorme, rompió todo en mi casa. También se comió mi equipamiento deportivo: mi casco de competición, mi traje de neoprene, las zapatillas para correr y, por supuesto, muebles y objetos de la casa, de adentro y afuera. Nuestra convivencia era una pesadilla. Yo era muy consciente de que mas allá del estado complicado emocional y mental en el que Héctor había llegado a mi casa, parte de la responsabilidad era mía. Yo no estaba pudiendo ayudarlo para que él se equilibrara. De hecho yo estaba más perturbada que él, tratando de entender para dónde iba mi vida. La realidad era que funcionábamos como espejo”.
Por ese entonces, Luján estaba considerando la posibilidad de retirarse del alto rendimiento deportivo. Había sido Campeona Nacional de Duatlón y, desordenada mental y emocionalmente, sostenía, como podía, las competencias con las que se había comprometido con sus patrocinadores, la Federación y Club de Atletismo. “Estaba en una gran crisis personal y depresión. No tenía ánimos ni fuerzas para entrenar. Trabajar, limpiar mi casa y hacer las cosas de la vida diaria eran un gran desafío para mi en ese momento. Tener que ocuparme de Héctor me resultaba casi imposible”.
Tomó entonces la decisión de empezar a salir a correr con Héctor para evaluar si podía mejorar su comportamiento dentro de la casa. No tenía dudas de que parte de su estrés se iría en el trote. “Así que puse una correa y nos lanzamos al paseo. Fue una pesadilla más: él no escuchaba mi voz, no hacía caso a nada, solo iba sacado hacia donde él quería como si nada mas existiera. Aún así, me obligué a sostenerlos con constancia”.
Pero no pudieron hacer grandes progresos. Luján no lograba enfocarse mientras trataba de descubrir cómo continuaba su vida. Abatida, había llegado a una de las determinaciones más difíciles. Irse de la ciudad y dejar el deporte de competición, todo se desmoronaba a su alrededor. Vendió y regaló todas sus pertenencias, dejó la casa en la que vivía y, con mucho dolor, dejó a Héctor de manera provisoria al cuidado de su exnovio.
Correr para sanar
Luján viajó a Ushuaia por seis meses. Y allí, en compañía de su padre, pudo sanar emocionalmente. “Lo único que me tenía mal y triste era no ver a mis perros, los extrañaba muchísimo. No dejé de hablar casi a diario con mi expareja preguntando cómo estaban los perros y, ya más confiada, decidí volver a Victoria a pasar el verano”.
A su regreso, hizo las paces con su exnovio y ambos aceptaron limar asperezas por el bien de los perros. Acordaron un régimen de visitas en los que ella los podía pasar a buscar, pasearlos, entrenar con ellos. Y se sorprendió de grata manera al reencontrarse con un Héctor mucho más tranquilo, que era libre de a ratos por el barrio pero que se mostraba mucho más empático y receptivo. “Me animé a empezar a entrenar con él, y a invitarlo a dormir conmigo un día cada tanto. Héctor estaba mejor, yo estaba mejor, podíamos compartir cosas y era maravilloso”.
Con el pasar de las jornadas, Héctor fue mejorando su actitud hacia los otros perros y también puertas adentro. Al poco tiempo Luján recibió la noticia de un embarazo. “Fui disminuyendo mi actividad y no pude focalizarme en los entrenamientos. Pero lo que sí hice fue trabajar aspectos como viajar en auto con el perro, dormir en un alojamiento desconocido, pasar tiempo con otros perros… Con tantos antecedentes de mala conducta, era algo que parecía imposible. Pero lo lograron, juntos.
Héctor hoy es un perro feliz con el programa de entrenamiento y visitas que le diseñaron sus humanos. Duerme relajado en su casa, y cada vez que ve a Luján salta de felicidad, busca el auto para ir al evento deportivo del día. Se volvió sociable y fuente de inspiración para muchos que quieren empezar a practicar mushing, una disciplina que incluye diferentes formatos y en la que perros y humanos conforman un equipo unido por una correa y la confianza mutua. El mes pasado, el binomio conformado por Héctor y Luján logró un segundo lugar en la categoría elite de canicross en su debut en el Dryland de Buenos Aires.
“Comprendí que cuando algo debe ser, simplemente sucede. Estoy desapegada de los resultados y de tanta planificación. No hace falta que viva conmigo, nuestro vínculo es más que eso. Él adora a mi bebé Valentina y ojalá en el futuro podamos compartir más de lo que compartimos hoy. Aprendí a aceptar que Héctor también adora a mi ex pareja y es su compañero de vida suya y de la manada en la que vive. Todo es importantes para que esté equilibrado, así que mi plan es respetar todas sus necesidades y amarlo cada vez más”.
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