
RAVES Las fiestas interminables
Desfiles de excéntricos de fin de siglo, maratones de baile, torneos de disc jockeys que tocan música tecno, son reflejo de un cambio polémico. Mucho individualismo, algo de droga y paz y amor, pero no como las de los hippies, sino con el siguiente sentido: déjenme vivir mi vida; no se metan conmigo
Ella baila sola. La música es una pared dura. Los decibeles martillan. Las luces escupen colores de show. Ella baila sola dentro de una piscina sin agua, repleta de gente. A su alrededor se sacuden rodillas, caderas, piernas, estómagos mojados. Las mejillas se le encienden. Lleva anteojos amarillos, boca flúo, uñas verdes y azules. Cierra los ojos. Está mejor en su mundo privado.
El parque Sarmiento es una discoteca deforme. En las pistas se retuerce una fiebre de cabezas que sudan al ritmo del tecno, bajan al ritmo del house. Todos bailan sobre los abrigos apilados en el suelo, sobre las latas de cerveza y las botellitas de plástico. A veces, cuando la música encuentra la frecuencia indicada, las bocas aúllan de entusiasmo.
El OVNI de las fiestas electrónicas desembarcó en Buenos Aires con el nombre de rave y con sus bailarines desenfrenados. El parque Sarmiento, el Buenos Aires Art Loft Center, la cancha de Ferro se acomodaron la capa holgada de estas fiestas con música hecha por máquinas, donde las estrellas son los disc jockeys y la consigna es bailar hasta que salga el sol.
-Fui a varias -dice Marisa López-. Me copa la música, pero no me copan las reuniones grandes. Como hay tantas pistas tenés que caminar un poquito hasta encontrar lo que te gusta. A la primera que fui, en el parque Sarmiento, bailé un rato con Audio Perú, y después con Javier Zucker, pero era todo tan grande que me perdía. En la segunda ya estaba más canchera. Pero la música mata. Ver la masa ésa de gente bailando es buenísimo, es grosso. Pero es la misma gente que va a bailar a donde yo voy: Ozono, Ave Porco, el Oval.
La historia empieza más o menos así. En los Estados Unidos, a fines de los años 80, surgió un tipo de música electrónica creada por los disc jockeys. Los muchachos sentían que a la música que pasaban en las discos le faltaba algo para hacer hervir las pistas. Ese fue el embrión del dance. La tendencia saltó el océano y se instaló en Inglaterra, pero la policía británica entendió que el ritmo inducía a ciertos excesos, y fue prohibido en las disco. Los miles de fanáticos del tecno y el house (las dos tendencias más fuertes del dance) ya habían probado el venenito y para despuntar el vicio empezaron a juntarse en fiestas que tenían el bestial encanto de la ilegalidad, organizadas en fábricas, quintas, campos, barcos. A estas fiestas enormes, fomentadas por el aliento fulminante del boca en boca, se las llamó raves. Por eso, los que saben aseguran que llamar rave a estas fiestas multipublicitadas, megaesponsoreadas y requeteavisadas que se hacen en Buenos Aires es un contrasentido.
-Decirles raves es tan incorrecto como cuando los surfers dicen: "Vamos a correr olas" -ironiza el disc jockey Carlos Alfonsín-. No corren olas, pero todos entienden qué quieren decir. Acá, rave es una fiesta grande donde suceden muchas cosas al mismo tiempo, pero en muchas la organización fue mala y eso ahuyentó a la gente. Los line up -el listado de DJ y en qué orden tocan- estuvieron mal hechos, no te lo daban cuando comprabas la entrada y eso es como ir a un recital de rock y no saber a qué hora toca el grupo que te gusta.
Las fiestas electrónicas avanzan a paso redoblado en la Capital y en el interior (hay algunas planificadas en Córdoba, y el dance es un éxito en La Rioja, Catamarca o Rosario). Se organizan en sitios enormes, duran muchas horas, hay demostraciones de skate, bike, puestos de comidas, tarotistas, tatuajes y venta de ropas, están atravesadas por la música electrónica bajo todas sus formas en multitudinarias y variadas pistas.
-Ahora le dicen rave a cualquier cosa -suspira el DJ Javier Zucker-. Le ponen rave adelante o atrás y arman una fiesta que es igual a cualquier otra cosa y no aporta nada de nuevo a la música electrónica. Yo creo que se va a terminar quedando la gente a la que le gustan la música y la onda.
El 27 de diciembre de 1997, en la fiesta organizada en el parque Sarmiento por la productora Bioma, se juntaron 5000 personas. Apenas tres meses después, en otra fiesta similar, el número creció a 15.000, y si bien a la última organizada por la misma productora en julio concurrieron 7000 personas, hay planificadas varias hasta fin de año. El dance, entonces. Una gigantesca nave que permaneció mucho tiempo -demasiado- suspendida sobre la ciudad, pasando peligrosamente inadvertida.
Un día de diciembre de 1997. Los autos en la Costanera Sur hierven de calor bajo la luna. El Instituto Goethe organiza una fiesta electrónica al aire libre, son las tres de la mañana y la gente está imparable. Las bicicletas playeras cruzan las rampas como flechas, los skates aterrizan desde los cuatro costados, la Fuente de las Nereidas mira cómo bajan seis de un Fiat 600 amarillo. Un risco de música se levanta hasta el cielo. La Costanera tomada por asalto. Y la mezcla: gente con jeans y remeras de Los Piojos, chicos de dreadlocks con saco, corbata y bermudas, chicas con remeritas ajustadas de colores estridentes, chicos con gorritas rastafaris. Muchachos a rayas, muchachas lisas.
Y cinco varones sentados en la vereda con la boca abierta. Frente a ellos, una chica rubia. Detalle: no usa bombacha, lleva una pollera negra, corta. De tul. Nada se interpone entre la piel y los cinco magníficos. No siente la mirada, o la siente y no le importa. Ni a ella ni a su novio, que le apoya una mano desmañada sobre el hombro. El chico usa un traje azul de Manliba y anteojos con cristales naranjas, cada uno del tamaño de una ventosa gigante. La chica pasea una mirada de leve desprecio sobre el mundo.
-Argentina, siglo mil -deletrea uno de los chicos en el cordón, con la mandíbula por el piso y un pedacito de tul negro flameando para siempre en la memoria.
Hernán Cattaneo, uno de los DJ más cotizados, asegura que sobre las fiestas electrónicas se ha hablado mucho y mal.
-La gente no sabe que nosotros pasamos música exclusivamente con vinilos. A veces, cuando venís de afuera con vinilos, en la aduana te dicen: "Uy ¿esto todavía se fabrica?" El vinilo es una cuestión de comodidad, de sentimiento. En Europa esto es un negocio perfecto. Las discográficas hacen 200 vinilos y se los dan a los 200 DJ más importantes, que los empiezan a tocar en las discos. Si funciona, mandan fabricar 10.000 más, para la venta, los empiezan a pasar por la radio y sólo ahí fabrican el CD. Acá es todo al revés. La música dance en Europa explotó en 1988 y acá nunca arrancó, quedamos unos pocos que nos gustaba esto y peleábamos. Nunca previmos que iba a estallar así, aunque estoy seguro de que de los 15.000 que van a las fiestas, 200 entienden y el resto no tiene ni idea. Lo que pasa es que muchos vieron el negocio y el público de las raves es la quinta esencia del público soñado: no se pelean, no toman tetra brik, bailan, no molestan a nadie. Siempre supimos que los rockeros nos despreciaban. Por eso no hay buena onda entre rockeros y dancers. El dance es una movida muy pacifista y tolerante. Es cierto que hay droga, pero no todo el mundo consume. Yo fumo tabaco y mi novia toma gaseosa, y baila toda la noche.
En Europa, las hordas siguen a los DJ de sus amores por las discos y los festivales como si se tratara de una banda exitosa. Las pistas se encienden, bien o mal, según quien toque esa noche. En Buenos Aires, son pocos los que saben diferenciar a un DJ de otro. Muchos más los que no gustan de la música electrónica y van a las raves para ver en qué consiste el carnaval multicolorido y escenográfico de estas fiestas de fin de siglo.
Porque cuando se encienden el parque Sarmiento o el BA o Ferro, el ritmo tribal de la música se escucha desde lejos y la primera bocanada llega directo hasta el estómago. Las imágenes se aferran a los ojos: personas cargadas de disfraces, ráfagas de colores nuevos, láser rápidos, ruidos de catástrofe. Un ambiente de manicomio fuera de control, de fiesta en una nave de combate, de baile en la Bóveda del Trueno.
-Me encanta esa cosa de mezcla de tribus, de espíritu de kermese- dice Grillo Ortiz con el pelo pintado de amarillo, la boca partida en una sonrisa de gato divertido-; la música no llegué a entenderla hasta que descubrí que era una cuestión de estímulos, que todo en esta fiesta se mueve por estímulo. Antes escuchaba esta música y me parecía un bodoque todo igual. Ahora voy aprendiendo a diferenciar climas, estilos. Decodifico. Me siento partícipe, bailo. Me encanta eso multitribal que al lado de una chica de El Cielo hay un flaco de los Redonditos, y todo en armonía. Al mismo tiempo ese espíritu de la kermese, de lo lúdico, donde la gente se produce y se disfraza y juega. Ver a los chicos con el skate, las bicis, es como una cosa carnavalesca. Me encanta además la ambientación de los megaespacios. Cuando fui a la última que hizo Grinbank en el BA, entré, vi toda esa gente subiendo la rampa y pensé "Uy, loco, es Blade Runner." Javier Zucker coincide con casi todos los DJ. Dice que en Europa el dance es la música que se ha llevado por delante al rock; se escucha en los supermercados, en la disco, en los desfiles de moda y en el jingle publicitario que vende la cerveza que hay que tomar.
-Acá estamos diez años atrasados con la música porque falta difusión -se indigna-. La difusión de la música electrónica es nula. En Londres un DJ es como una estrella, lo siguen como siguen a un grupo de rock, pero acá es todo el tiempo la música disco, o si no son las viejitas a las que les gustan los Rolling Stones. Los rockeros son muy prejuiciosos, pero yo creo que esto va a ir creciendo. Me parece que la gente se cansó de las disco y va a las raves porque no lo discriminan, puede ir vestida como quiere, puede hacer lo que quiere. Muchos irán a buscar chicas, otros irán a consumir drogas, pero estamos todos mezclados y en paz.
Una rave es una burla al sistema. Con lo cual, salvo algunas raras excepciones -como cuando el grupo de DJ Terrestres Anónimos desembarcaron en el Planetario con sus equipos sin avisar-, en la Argentina hubo muy pocas raves.
-Rave es un resultado, no una propuesta -se enfurece el DJ Dr. Trincado-. No podés convocar a una rave. Es un contrasentido. Para las personas que hace mucho tiempo que nos dedicamos a esto, termina siendo medio patético ver que ahora es un negocio de un montón de gente. Muchos DJ tomamos nuestro trabajo como un arte, no es solamente pasar un disquito; muchos creamos nuestra música, sacamos discos.
Los egos de los protagonistas del mundo dance en la Argentina tienen el tamaño de montañas. Se lanzan con celo a discutir quién es el mejor, el que hizo la primera fiesta, la más grande, la más auténtica. Pelean por el Santo Grial de la autenticidad.
-Muchos hicieron cuentas -dice el DJ Diego Ro-K-. Quince mil personas en una fiesta. ¿Cuántos grupos de rock meten esto de una sola vez sin apoyo publicitario en la Argentina? Todos se van subiendo al camión a medida que va pasando.
También está, claro, el folklore predilecto. El latiguillo que machaca que las nuevas sustancias que se trae bajo el poncho el siglo XXI sumadas a las que dejó la década del 60, producen resultados fulminantes.
-Creo que negar una relación de esta movida musical con el tema de las drogas sería ridículo -se ríe Diego Ro-k-, porque uno sabe que la música electrónica es bastante estimulante, sumado a que apareció alguna droga nueva, pero en estas fiestas no pasa sólo eso, y no es la mayoría de la gente la que está dada vuelta.
El universo dance, entonces. Unas pocas estrellas conforman la galaxia en Buenos Aires: la FM Z 95 hace algunos años, hoy la radio Energy y las discoOval, Ozono, El Observatorio, El Panteón, los grupos Audio Perú, Trineo, Frecuencia Infinita y un solo sello independiente, que existe desde 1991 y que lleva el nombre Oíd Mortales. Ezequiel Deró está al mando del sello con su nombre de batalla: DJ Deró. Edita quince discos anuales, y por estos días le dura la euforia de haber tocado en la apertura del Love Parade de Berlín, la fiesta dance callejera que existe desde hace diez años en Alemania y que en 1998, entre el 10 y el 11 de julio, arrastró a un millón de personas.
-Creo que la gente va a estas fiestas porque hay buena onda, no hay discriminación, van 10.000 y no hay incidentes. Si bien hay una moda, yo creo que esta música acompaña la llegada del nuevo milenio.
Martín Gontand está en el negocio electrónico desde hace muchos años. Trajo a la Argentina un par de giras de DJ a principios de los 90, cuando todavía nadie hablaba de las raves: la AD World Tour, que se organizó en New York City.
-Al que le gusta bailar, esto lo atrapa y no lo suelta más. El mundo cambia, y va acompañado de ciertos hábitos que tienen que ver con la tecnología, el diseño, la Internet, las computadoras...
El DJ Oliverio cree que después de la explosión viene la calma. Que de ahora en más, las fiestas serán en lugares chicos, donde irán apenas un par de cientos que sepan de qué se trata.
-Como en la Fundación Proa, que fue lo mejor del año -dice-. Era en La Boca, iban 150 tipos y bailaban desde las cinco de la tarde hasta las nueve de la noche. La entrada costaba tres pesos, y estaban todos mirando a ver qué hacías con los discos.
Horacio Acerbo y Eduardo Krumeholz están instalados en su oficina de Oval, el boliche que reabrieron hace algunas semanas. Ellos dicen que fueron los que empezaron en serio con las fiestas grandes. Que la Rave Sideral que organizaron en Cemento en 1996 dio la señal de largada.
-Reunimos DJs y músicos y a eso le agregamos música ambiente, tes energéticos, relajantes, hicimos un espacio donde se sirven bebidas para tomar antes de irte. Porque toda esta música tiene mucho que ver con los estímulos y las sensaciones. Después hicimos la Ultimate Rave, que fue en diciembre de 1997 en parque Sarmiento, y si a Cemento habían ido 1000, a esa fueron 5000. Hicimos una más el 14 de marzo de 1998, y pensamos que iba a venir un 20% más de gente. Bueno, vinieron 12.000. Después salieron muchos a copiarnos y todos pensaron que iban a ir 15.000 a cada una de estas fiestas y así les fue.
Los flyers (folletos de promoción) de las raves hablan de evolución, de exceso de información, de generación futura. Lenguaje oportunamente apocalíptico. Un chorro de ambiente futurista. -Esto es el suceso de la juventud de los años 90 -dice Miguel Silver 303 (el 303 es por la Roland 303, un modelo de caja de ritmos muy preciado en la música electrónica), uno de los ocho DJ que conforman la troupe de Urban Groove-. Mentes mucho más evolucionadas, que quieren otras cosas.
-¿Qué cosas quieren? ¿Más evolucionadas que quién?
-En los años 60, los hippies querían volver a la naturaleza y acá lo que decimos es: Déjennos en paz. El mensaje es paz y amor, pero no el de los hippies, sino: paz y amor, queremos estar tranquilos. Unidad por medio del baile, compartir algo sin que todo tenga que ser político como en los 60 y 70. Lo que importa es el estímulo. Número uno, no discriminación; segundo, paz y unidad, por que en este tipo de fiestas no hay porteros.
DJ Maggo, de la Urban, tiene 24 años. Se emociona cuando recuerda la Rave Sudamericana.
-No sabés lo que fue pasar música para toda esa gente. Se me pone todavía, mirá, la piel de gallina. Uuuuuhhhh.
-Nada más que cabezas saltando. Me sentí como Perón en el balcón -dice Gustavo López.
-Nosotros siempre fuimos esos chicos ruidosos a los que les gusta el ruido a lata -se pone irónico Luis Nievas-, pero ahora viene a vernos el que deja el BMW en la puerta, los que no tienen un mango, los que se tiñen el pelo de verde y los que se compraron las zapatillas con plataformas en Londres. Vienen, bailan todos juntitos. No hay diferencias sociales. Lo de las disco, con esa historieta del VIP, es re-ochenta.
-Sí, re-ochenta.
-Ochenta total
Ochenta total quiere decir: la modelo y un puñado de invitados VIP. A los Urban les salta la sangre al pensar que si el dance conquistó el mundo, bien puede conquistar la Argentina.
En la casa de la DJ Carla Tintoré hay un perro gigante y buenazo llamado Soho. En las escaleras de mármol todavía quedan bebidas de la última fiesta en Ferro que organizaron ella y Pato Domínguez. Sus fiestas, las de Underground Park, bajo diferentes consignas, se hacen desde el 21 de junio de 1997, pero empezaron siendo espontáneas, en quintas de Tigre. Ellos no las llaman raves, sino fiestas electrónicas. Algunas de las tarjetas que hacen las veces de entrada rezan: "Hoy bailamos para reflexionar sobre los miles de actos que cometemos en contra de la naturaleza y para encontrar una pequeña acción que podamos hacer desde ahora en su favor; por favor, se aconseja no ingresar con sustancias ilícitas, los que sean hallados consumiéndolas serán retirados de la fiesta.
-Después de la que hicimos en el parque Sarmiento el 21 de junio del 97 -dice Carla- a la prensa le llamó la atención que fueran 2000 personas a un lugar casi espontáneamente, sin promoción, sin publicidad, cuando ese mismo fin de semana en Cemento no sé qué megaestrella del rock apenas había metido la mitad de gente.
Invierno. Domingo de madrugada. El parque Sarmiento está siendo descuartizado por los cuchillos voraces de la música electrónica. Esta rave lleva un nombre, no importa cuál, tan espectacular y apocalíptico como todas: Sideral, Rave 2000, Ultimate Rave, Sudamericana. Las piscinas climatizadas no tienen agua. Están llenas de gente. En las pistas más despobladas algunos bailan solos. Una chica lleva cuernitos rojos flúo. Dos chicos se besan hondo contra una pared. Las chicas de la barra sonríen y esparcen tragos. El tatuador Mc Pío enseña cómo puede transformar una piel en un río de tinta. Un chico con el pelo naranja, vestido de blanco, se ha pasado la noche caminando tan duro como Frankenstein. En la muñeca lleva una luz de bicicleta. Se acerca a la gente, le toca levemente el cuello en ademán de estrangulamiento y entonces despliega una sonrisa helada. Es simpático. La gente le sonríe. Una chica lleva el pelo anudado en diversos ñoquis de colores. Usa un short plateado, portaligas, zapatillas de plataforma. Es altísima. Se besa con un muchacho vestido igual (incluido el portaligas) petisísimo. Hay chicas muy gordas con minifaldas plateadas y chicas muy famélicas vestidas de naranja, con tacos altos, peinados batidísimos, caderas anchas. Muchos usan anteojos con vidrios de colores y hay varios con antiparras de soldador. Nadie se pelea. En el baño, una chica vomita hasta los zapatos y cinco amigas se preocupan. Por una de las rampas de madera, sube una chica con un sombrero de medio metro de diámetro con forma de champignon. Hay alguien amarrado a una camilla. La camilla da vueltas sobre un eje y el chico, envuelto como una larva, asegurado por tiras, grita. Se divierte. Un hombre gira la manija que hace girar la cama de la larva. Da una, dos, tres vueltas.
-Basta, te va a hacer mal.
Dice. El chico se ríe. Se desata. Se ata el pelo largo con una gomita. Está eufórico. Quiere más.
-Qué groso, ves todas las luces en la pista, es un flash. Es una pepa, loco.
Son casi las ocho de la mañana. El sol empieza a aparecer. Bajo las glorietas del parque, un chico está acostado boca arriba, los brazos en cruz. Se ríe a gritos. Su novia se arrodilla. Parece besarlo. De pronto me mira. Aferrada a la cabeza lleva una máscara antigás.
-Parece el hombre elefante -dice alguien.
Un ruido ahogado.
La chica ríe debajo de la máscara.
Texto: Leila Guerriero
Fotos: Daniel Pessah