George Albert Cameron nació en Buenos Aires, pero sus raíces anglosajonas lo llevaron a enlistarse en el ejército británico, donde fue designado como tripulante de tanques de guerra, un puesto en el que vivió todo tipo de aventuras y penurias
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George Albert Cameron nació en Buenos Aires en 1915. Creció y se crio junto a su familia en la localidad de Hurlingham. Era egresado del colegio St. George de Quilmes, donde también participó con gran desempeño en el equipo de rugby de esa institución, el Old Georgians. Pero un día del año 1941, cuando tenía 26 años, sintió el llamado de sus raíces anglosajonas y marchó hacia Europa para enrolarse en el ejército británico y combatir bajo esa bandera en la Segunda Guerra Mundial.
Si bien fueron miles los argentinos que se embarcaron para participar en la contienda bélica, lo que distingue la experiencia de Cameron es que él luchó como tanquista. Y lo hizo en escenarios clave del conflicto como el norte de África, donde llegó a enfrentar nada menos que a las tropas del general Rommel.
Alejandro Prina, estudioso de la Segunda Guerra Mundial investigó el recorrido como soldado de este argentino y en diálogo con LA NACION cuenta los riesgos, victorias y desventuras que vivió el exalumno del St. George durante sus sacrificados años dentro de un tanque de guerra.
“El llamado de la aventura”
–Alejandro, vos que investigaste la historia de Cameron, ¿cómo es que un joven de Hurlingham termina peleando como tanquista en la Segunda Guerra Mundial?
–Cameron nació en Buenos Aires, pero era hijo de un padre escocés y de una madre neocelandesa. Su linaje se mezclaba en la Argentina con mates, asados y amigos. Su papá, Alexander, había llegado a fines del 1800 y fue administrador de estancias en Tierra del Fuego. De hecho, hoy una localidad de esa isla se llama Villa Cameron como reconocimiento a su tarea como pionero. A Albert y sus hermanos les inculcaron mucho la cultura de sus antepasados.
–En ese sentido, también iba a un colegio que tenía que ver con sus raíces.
–Claro, hizo la escuela en el St. George School de Quilmes y también allí desarrolló su pasión por el rugby. Después de egresar, incluso, continuó jugando en el equipo del colegio, el Old Georgians. Dicen que era muy buen jugador y quizás hasta le hubiese gustado vivir del rugby, pero era un deporte amateur.
–¿Cómo fue que se sumó a la Guerra?
-En 1941, Cameron estaba hojeando el Buenos Aires Herald y leyó un anuncio que cambiaría su vida: “El Reino Unido acepta voluntarios”, decía el aviso en inglés. Entonces, sin darle muchas vueltas, se dirigió al Consjeo de la Comunicad Británica -en Reconquista al 300- para completar los papeles de enrolamiento.
–¿Qué lo motivó a unirse al ejército en una empresa que podría costarle la vida?
–Creo que el llamado a la guerra en el Viejo Continente era sinónimo de aventura, algo que lo atrajo a él como a otros tantos jóvenes de su edad. También había un sentido patriótico. Por eso, semanas más tarde, se embarcó en el Highland Monarch rumbo a Londres. Era un buque de pasajeros, pero le habían sacado las comodidades para que entraran más personas y se movía como los mil demonios. Las náuseas y los mareos eran permanentes. No fue nada placentero el viaje. A lo que hay que sumarle que estaba el temor de ser atacados por submarinos alemanes, que por esa época andaban rondando el Atlántico. Finalmente, el 19 de noviembre de 1941 él arribó a las costas británicas.
Herido en el norte de África
–¿Cómo llegó a convertirse en tanquista?
–Recién llegado al país, fue asignado al 61° Regimiento de Infantería ubicado en Bovington, condado de Dorset, en Inglaterra. Si bien Cameron había hecho ya el servicio militar en la Argentina, allí recibiría el entrenamiento básico como soldado y unos meses más tarde lo trasladarían al Regimiento 52° de Entrenamiento de Infantería Mecanizada, donde se iba a convertir en tanquista o, como dicen coloquialmente, “Tankie”. En su duro entrenamiento aprendió que ese puesto tiene como pilares la camaradería y el trabajo en equipo. Además, en la ceremonia que oficializó su ingreso al universo de los tanques, internalizó una frase de oro: “Once a tankie, always a tankie”, es decir, una vez que sos tanquista, sos tanquista para toda la vida. Allí es asignado al Segundo Regimiento Real de Tanques, quienes son conocidos coloquialmente como “las ratas del desierto”.
–¿Cuál es su primer destino como tanquista?
–A Cameron lo mandan al norte de África para enfrentar allí a los Afrika Korps, las tropas de (Erwin) Rommel, el temible general alemán conocido como “el zorro del desierto”. Las “ratas del desierto” no tenían tanques muy buenos allá, eran tanques ligeros M3 Stuart, obsoletos por el poco blindaje y su armamento. En una de las batallas en las que participa en el norte de Egipto, creemos que en la segunda batalla del Alamein -entre el 23 de octubre hasta el 11 de noviembre de 1942-, Cameron cae herido.
–¿Qué pasó?
–Su tanque fue impactado por artillería enemiga, un ataque que mata a la tripulación del vehículo y a él lo lastiman muy feo en un brazo y la cara. Lo sacan de ahí, él no sabe cómo ni cuánto tiempo pasó. Cuando se recupera para volver al campo de batalla había terminado la guerra en el norte de África y Rommel había sido derrotado.
–¿Quién más iba con él cuando estalló la bomba? ¿Cómo es la tripulación de un tanque?
–Depende del tanque, pero suelen ser cuatro personas. El comandante, el conductor, el radioperador y el artillero. Él era artillero. Estaba cargando el cañón con una munición de 37 mm cuando fue la explosión que lo dejó fuera de combate y acabó con la vida de sus camaradas. Eso es lo poco que le contó el propio Cameron a su hijo.
Tras las huellas de Cameron
Alejandro Prina es un apasionado investigador, divulgador y educador en temas de la Segunda Guerra Mundial. Parte de sus indagaciones sobre hechos, combates y personajes de ese momento histórico están volcadas en su cuenta de Instagram segundaguerramundial_oficial, donde también integra en sus posteos sus habilidades como diseñador gráfico. Además, él es Magíster en Historia Militar recibido en el Iniseg (Instituto Internacional de Estudios en Seguridad Global) y miembro del Grupo de Investigación de Historia Militar de la misma entidad. “Lo que más me gusta de todo es la investigación -dice-, me gusta descubrir estas historias pequeñas de la guerra”.
Como hace cada vez que intenta conocer la biografía de alguien que batalló en aquella contienda, Prina se encarga de buscar las fuentes más directas. Para el caso de George Albert Cameron, este investigador hurgó (siempre con permiso) en los archivos del St. George, donde corroboró, en el Hall of Honour de ese colegio, la participación de este exalumno en la conflagración mundial. Prina también pidió documentación en organismos oficiales relacionados con las Fuerzas Armadas Británicas donde pudo hallar el tracer (recorrido) de este soldado porteño (”aunque no siempre los datos son exactos, especialmente al no tratarse de un oficial”, aclara) y las hojas de ruta de los batallones que integró.
Además, en este caso, el investigador contó con el inestimable aporte de los familiares de Cameron, especialmente su hijo Ronald. Ellos suministraron testimonios, fotografías y hasta le mostraron valiosas pertenencias del soldado, como sus medallas de identificación, una cruz que cargaba siempre con él que era de un compañero fallecido y hasta su uniforme. Sin embargo, los familiares del excombatiente argentino aclararon que tenían “baches” en relación al itinerario y actuación de Albert, básicamente porque “él no quería hablar de la guerra”.
Las penurias del desierto... y después, la jungla
–Más allá de los combates en el norte de África, sería también difícil pasar los días en esos espacios desérticos
–Terrible. Las noches eran frías y los días de un calor abrasador, que era un enemigo constante. Las tormentas de arena, además, eran regulares y lo más difícil era enfrentar la escasez de agua, no solo para tomar sino también para asearse. Si bien Cameron no hablaba mucho de la guerra, una de sus hijas recuerda que Daddy -así lo llamaban- contaba que en el desierto no se veía un solo insecto, pero cuando había heridas abiertas, o se llagaba la piel por la sequedad del ambiente, aparecían moscas por todas partes. Comer también era difícil porque venían nubes de moscas y si una mosca te toca la comida te podías agarrar disentería, que causaba fiebres, diarreas y vómitos.
–Y el calor dentro del tanque sería tremendo, ¿no?
–Sí, irónicamente para él y sus compañeros el mejor refugio durante la batalla era el más caluroso y pequeño. Imaginate además ahí adentro el olor a pólvora, aceite quemado, nafta y transpiración que se llegaba a concentrar.
–Dijiste que cuando Cameron se recuperó de las heridas la guerra en el norte de África había terminado... ¿Hacia dónde se fueron después las ratas del desierto?
–Meses después, Cameron y su regimiento parten en convoy cruzando el Canal de Suez con rumbo a Malasia, pero los desvían y llegan finalmente a la ciudad de Rangún, en Burma (actual Myanmar). Allí arribaron con el objetivo de frenar el avance de los japoneses, enemigos de los aliados, que querían hacerse de los pozos de petróleo de ese país. Otra vez las condiciones climáticas y el terreno fueron un enemigo silencioso para los tanquistas. La jungla densa, la humedad, los pantanos, lugares donde los tanques se atoraban, tenían fallas mecánicas. En cambio, los japoneses se adaptaban al terreno de manera alucinante. Como dato anecdótico, al llegar a Burma, las ratas del desierto se transformaron en las “green rats” (ratas verdes).
–¿Y cómo se dio la contienda en Burma?
–El avance japonés fue avasallador. Los hicieron pelota. Era como una guerra de guerrillas, no era a campo abierto. Solían atacar por la noche con una variedad de armas. Tenían desde bombas adhesivas, que era una mina magnetizada que se pegaba al blindaje del tanque, hasta las bombas Tich, que era una bola de vidrio o cerámica que se rompía al impactar contra el tanque y despedía un líquido tóxico que se gasificaba y mataba a los que estaban en el interior del vehículo. En casos extremos, también hacían ataques suicidas: el soldado japonés se sentaban en un hoyo de la carretera sosteniendo una bomba, esperando a que pasara un tanque.
La retirada hacia la India
–¿Cómo terminó?
-Después de tres meses de lucha agotadora y ya viéndose superados por el enemigo las green rats debieron emprender la retirada. En un momento se vieron obligados a abandonar los tanques, porque tenían que cruzar numerosos ríos. Su objetivo ahora era alcanzar la frontera de la India, con los japoneses pisándoles los talones. Cada soldado llevaba todo el armamento que podía cargar. Hicieron un recorrido de 140 kilómetros hasta llegar a la India. El mal tiempo los ayudó esta vez, ya que cuando andaban por colinas y montañas, las nubes bajas los ocultaron de la Fuerza Aérea Japonesa. En el camino volvieron a sufrir disentería y malaria. En este caso, George también cayó enfermo. Una vez arribados a la India, diezmados y exhaustos, las tropas se instalaron allí para recuperar fuerzas.
–¿Qué pasó después?
–Poco más tarde, George y su regimiento fueron enviados a campamentos aliados en Irak, después a Siria, Palestina y finalmente Egipto para reequiparse y realizar ejercicios y entrenamientos con los nuevos suministros y armamentos que fueron recibiendo, entre ellos el famoso tanque norteamericano Sherman y también los Stuart.
–Se preparaban para su próximo objetivo. ¿Cuál era?
-Italia. Desde Alejandría, en Egipto, el Segundo Regimiento Real de Tanques se embarca hacia Taranto (hoy, Tarento), en el sur italiano, donde llegaron el 4 de mayo de 1944. Las tropas de los tanquistas avanzan hacia el norte, conquistando pueblo por pueblo del poder alemán con el objetivo final de liberar Roma. El 3 de septiembre de ese año, George y su unidad llegaron al pequeño pueblo de Tavoletto, que formaba parte de la famosa línea Gótica Alemana, una de las barreras defensivas que iba de una costa a la otra de Italia que trazaron los alemanes para frenar el avance aliado. En este combate, Cameron es herido por una explosión de mortero, pero no debió haber sido muy grave, porque el 6 de ese mismo mes vuelve a estar presente en otra batalla, la de Gemmano.
Italia y el fin de la guerra
–¿En todos lo pueblos que mencionás estaban los nazis?
–Sí, generalmente eran paracaidistas de tropas muy especializadas y tropas de montaña que los mandaban y los tipos tenían la misión de defender esa línea Gótica. En Gemmano los alemanes tenían la ventaja de que estaban esperando a los aliados en un lugar estratégico de altura y los aliados subestimaron la situación y dijeron que no había nadie, cuando los esperaban unos 4500 alemanes súper entrenados. En esta cruenta batalla, también conocida como “mini Montecassino” o “la Montecassino del Adriático”, George volvió a ser herido. Pero no algo grave. El 9 de septiembre, finalmente, el pueblo es recuperado por los aliados.
–¿Cómo siguió la guerra para Cameron?
–Siguieron avanzando hacia el norte. En mayo de 1945, cuando los alemanes se rinden, George y su unidad están en la ciudad de Padua. Ahí es donde se termina la guerra para él.
–¿Entonces regresa a la Argentina?
–En 1946, ya nuevamente en Londres le dan de baja en el ejército con el grado de Sargento y el tanquista argentino regresa a su país.
–¿Qué fue de su vida en la Argentina?
–En 1948 se casó, un año después tuvo a su primera hija, trabajó un tiempo en el London Bank y después en la empresa Alpargatas. Vivió alternativamente en Hurlingham, en el Palomar y se estableció dos veces en Montevideo, Uruguay. Una vez en 1953 y luego en el año 1970, por su trabajo relacionado a una compañía de seguros británica. En la capital de Uruguay vuelve a retomar su pasión por el rugby. Juega en el Club Trouville de esa ciudad, equipo en el que, en 1954, obtuvo los tres lauros posibles en una misma temporada.
No hablaba de la guerra
–¿Hablaba de la guerra con su familia?
–No, no quería comentar nada. Tiraba esas anécdotas medio simplonas como las moscas del desierto, pero no hablaba. Lo que sí, te puedo contar una anécdota. Decían que George no faltaba nunca al trabajo. Nunca. Un día vuelve la hija del colegio y le dice: “Silencio que está Daddy en el living. No pases, está tranquilo”. Entonces ella se asoma y lo ve a su papá con una bolsa de hielo en la cara, con gesto de dolor. Después se enteran que él tenía muchos dolores, va al médico y le encuentran muchas esquils de metal producto de la explosión del tanque que le habían quedado en el paladar y el maxilar, y tuvieron que operarlo y sacarle todo. Muchos años después.
George Albert Cameron falleció en 1973. En diálogo con Alejandro Prina, Ronnie, uno de los cuatro hijos del extanquista recuerda cuando su padre le regaló una guinda de cuero roja con la que solían practicar rugby juntos. Y también rememoró los días festivos en que su padre lo llevaba ver desfiles de bandas de gaitas escocesas.
–Alejandro, ¿Qué te queda a vos cada vez que recuperás o descubrís una de estas historias como la de Cameron, que desde la Argentina llegó combatir contra las tropas del mismísimo Rommel?
–Lo que me queda y el objetivo de lo que hago es que estas personas no queden en el olvido. Quiero investigar a esta gente para rescatarla de olvido. Sobre todo como en el caso de George, que deja un legado de valentía y un ejemplo de los sacrificios realizados por aquellos que sirvieron durante el mayor conflicto bélico de la historia.