Rambo, en un país de armas tomar
"Se dio cuenta de que no se comportaba normalmente y no se tomó el trabajo de averiguar por qué. Usted dijo que era un vago. ¿Acaso podía ser otra cosa? Perdió tres años de su vida para participar en una guerra que creía que podía ayudar a su país y el único oficio que aprendió fue cómo matar. ¿Dónde cree que podía encontrar un trabajo que requiriera de ese tipo de experiencia?"
Así interpela el capitán Trautman a Will Teasle, el jefe de la policía de Madison, Kentucky, quien ha decidido lanzar una cacería sobre ese muchacho desgreñado que llegó sin aviso al pueblo y que se le volvió en contra apenas intentó echarlo. El argumento de Teasle es que no quiere que atrás del muchacho lleguen a alborotar Madison otros "vagos" como él. Lo que no sabe Teasle, al principio, es que el chico es un veterano de guerra y, sin una completa conciencia de esto, le estaba dando el mismo trato que Estados Unidos le prodigaría a buena parte de los muchachos que regresaban de Vietnam: el desprecio, el rechazo, la negación.
La escena fue publicada por primera vez en 1972, cuando el desastre del sudeste asiático todavía seguía su curso, y pertenece al libro Primera sangre, opera prima del escritor canadiense David Morrell que una década más tarde llegaría al cine y se convertiría en un fenómeno mundial, bajo el nombre de su protagonista, un muchacho de pelo largo, sin afeitar y de dudosa higiene que, recién regresado de la selva, tras una experiencia traumática con los Viet Cong y ahora expulsado en su propio país, se lanza a otra guerra, a escala; esta vez, la guerra-en-casa: Rambo.
Treinta y siete años después, aquel libro pequeño y contundente que constituía en sí una experiencia autónoma y más bien conclusiva (el protagonista moría al final, ejecutado por el mismo orgulloso capitán que lo había creado como máquina de matar) ha dado lugar a cinco películas. La última de ellas llegó a los cines del mundo por estos días, con un título –Rambo: Last Blood– que resulta significativo porque remite al que le dio origen, aunque toda la carga de sentido y el espíritu de su tiempo que lo animaron en los 70 y principios de los 80 haya dejado paso a infinitas derivas políticas e ideológicas, a veces signos de sus respectivas épocas –volvió a Vietnam, combatió a los rusos en Afganistán y, terminada la Guerra Fría, se convirtió en un mercenario que da por azar con una causa "justiciera" en Birmania–, otras pura deformidad argumental impulsada por la ambición comercial, al punto de volverlo casi irreconocible. Lo que no ha cambiado desde entonces, por supuesto, es que el tipo que le pone la cara al atribulado guerrero, y su principal factótum, sigue siendo Sylvester Stallone, de 72 años, con varios mitos a cuestas y una conciencia brutal de lo que fue y que aún puede ser en la cultura popular de Occidente.
El destrato a los veteranos
La saga Rambo se desplegó dentro de la era Reagan con tres películas, en 1982, 1985 y 1988. El libro había sido comprado para su adaptación el mismo año en que apareció, 1972, pero el estudio Columbia pronto se lo sacó de encima vendiéndoselo a Warner, que a su vez empezó a demorar el proyecto hasta congelarlo. El motivo: sus ejecutivos consideraban que era un tema profundamente impopular. Según recuerda Ted Kotcheff, director de la primera Rambo (First Blood, título original fiel a la novela), el hombre que encabezaba el estudio de Bugs Bunny, Bob Shapiro, le argumentó en 1980 que no querían hacer la película porque Vietnam era uno de los peores desastres militares en siglos, y todos odiaban la guerra: "La derecha cree que los veteranos son un montón de perdedores y la izquierda los llama 'asesinos de bebés'. Ahora que Ronald Reagan está en el poder, ha vuelto el patriotismo a la vieja usanza, y este no es un film patriótico". Finalmente, WB le vendió los derechos a Carolco, naciente productora de dos aventureros, Mario Kassar y Andrew Vajna, que llevaron todo el asunto adelante.
Con una carrera que hoy lleva casi 50 años, cerca de 30 libros publicados (buena parte de ellos, thrillers) y una larga experiencia como profesor de literatura estadounidense en la Universidad de Iowa, David Morrell nunca se desentendió de su creación y es posible ver y leer online múltiples entrevistas recientes en las que recuerda cuál fue el (hoy muy lejano y medio difuso) origen de su personaje más perdurable. "Durante la guerra, a los veteranos de Vietnam que regresaban a Estados Unidos literalmente los escupían –escribe Morrell–. Los insultaban y les endilgaban a ellos las decisiones políticas de quienes los habían enviado a la guerra. Creo que una de las cosas que logró Primera sangre fue cambiar la percepción que la gente tenía no solo de los veteranos de Vietnam, sino de todos los veteranos que regresaban. Suele reconocerse que, gracias a la simpatía que generaron los ojos de Sylvester Stallone en la película, eso cambió para siempre, ya no ocurre más ese destrato a los veteranos. Así que ha sido todo un viaje, esto de haber creado un personaje que produjo este cambio en la sociedad, aunque existan dos historias distintas".
La referencia a los dos historias no solo es por la novela y los films, sino también a cómo continuó la saga. "La primera Rambo es una película bastante buena, de la que ciertamente no voy a quejarme –continúa–. Soy el padre de Rambo, pero como pasa con los hijos, este creció y siguió su camino y no está bajo mi control lo que ha ocurrido con él, aunque no deja de ser interesante ver cómo ocurrió".
Una de las características definitorias del personaje de Rambo en el libro es que sufre estrés postraumático como consecuencia del tiempo que pasó en cautiverio, torturado por el Viet Cong, trauma que se narra, en libro y película, a través de flashes. Era un asunto que Morrell había aprendido hacia 1968, cuando, con 25 años, consiguió un cargo docente en la universidad estatal de Pennsylvania. "Algunos de los estudiantes eran veteranos recién regresados de la guerra, que tenían como mucho la misma edad que yo, y que me preguntaban qué hacía yo dándoles instrucciones cuando debería haber estado en Vietnam con ellos. Yo les contaba que, en primer lugar, era un ciudadano canadiense, y que estaba casado y tenía una hija pequeña. Cuando entendían que no era un desertor, se abrían y me contaban cómo se sentía haber vuelto, incluyendo los síntomas de lo que hoy llamamos desorden de estrés postraumático: las pesadillas, el sudor nocturno, las dificultades en la relaciones, la bebida. Ellos me hicieron entender ese mundo. En algún lugar de mi cabeza, yo pensaba también en los centenares de manifestaciones que tenían lugar en muchos lugares de Estados Unidos. Veía los noticieros y sentía que era como si la guerra se hubiera trasladado a casa. Y las dos ideas se juntaron: ¿qué pasaría si alguien que regresa de la guerra se vio radicalmente cambiado al darse cuenta de que es bueno para matar gente? Y cómo, debido a eso, una pequeña versión de la guerra de Vietnam estaba ocurriendo dentro de Estados Unidos".
Para la película se barajaron en su largo proceso de preproducción los nombres de muchos grandes directores –de Richard Brooks, que consideró a Lee Marvin y Burt Lancaster para hacer del sheriff y a Bette Davis como una psiquiatra, a Martin Ritt, Sam Peckinpah o John Badham– e infinidad de actores para interpretar a Rambo: Jeff Bridges, Robert De Niro, Michael Douglas, Paul Newman, Nick Nolte, Ryan O'Neal, Al Pacino y Dustin Hoffman. La industria consideraba que Stallone no había tenido un solo éxito fuera de los films de Rocky, pero cuando Kotcheff se puso firme en su elección, resultó clave para el éxito del film: fue Stallone quien reescribió buena parte del guion para convertir al protagonista en un personaje más empático, con el que el público masivo pudiera identificarse. Si en el libro es una auténtica máquina de matar que se carga a casi la totalidad de policías que van tras él, en la película solo mata a una persona, en defensa propia (un agente cae de un helicóptero, desestabilizado cuando Rambo le arroja una piedra).
Kotcheff le dio la razón: "Este personaje, boina verde condecorado con la medalla de honor, debería ser un tipo asqueado de la violencia y de ver morir a su propia gente; lo último que querría es volver a casa para matar". Con la misma lógica, Stallone decidió cambiar el final del libro: si el personaje había llegado hasta allí ganándose arduamente al público, lo más ingrato e impopular que podía hacer era matarlo. Morrell dedica en la penúltima página de su novela unas líneas breves y justas, de cierto poder lírico, pero muy gráficas, para describir cómo Trautman le vuela la cabeza al protagonista, conciente de que ya no hay vuelta atrás para él. Kotcheff y Stallone filmaron una versión de esa resolución –en la que Rambo lo fuerza a Trautman a dispararle–, pero luego la desecharon. Los motivos eran puramente narrativos y emocionales, porque aún no había nadie en la producción que creyera que aquel material daba para producir una secuela.
"La muerte del protagonista en la novela es una suerte de alegoría –dice Morrell–. El hombre que lo ha entrenado lo mata al final: es el propio sistema que creó a Rambo lo que lo destruye. En el libro tenía que morir, no hay discusión".
Hoy, críticos de cine de lo más exigentes consideran a aquella Rambo un auténtico clásico, por su ascetismo; porque cuenta mucho en apenas una hora y media; porque crea un personaje poderoso que casi no pronuncia una palabra en todo el film, y porque encuentra cierta nobleza en su abusivo némesis (interpretado por el gran Brian Dennehy), veterano condecorado de otra guerra. La virtual ausencia de muertes potenciaba la fuerza alegórica de esta guerra-de-un-solo-hombre y varias generaciones de espectadores recuerdan con más impresión la escena en la que Rambo se cose el brazo –con el kit que extrae del mango de su enorme cuchillo de caza– que las explosiones y los tiros, lo cual habla de su escala demencial, pero siempre humana.
La película fue uno de los mayores éxitos del cine norteamericano de 1982, pero algunos de los malentendidos comenzaron cuando Ronald Reagan dijo, entre muchas otras menciones al personaje: "Vi Rambo la otra noche: ahora sé qué hacer la proxima vez que tengamos una crisis terrorista con rehenes".
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