Rafael Spregelburd: "Soy un pesimista por naturaleza"
Dramaturgo y director, dio que hablar con su impactante puesta de La terquedad y ahora se luce con Cuando llueve, de Anthony Black
Rafael Spregelburd –dramaturgo y director a quien por destreza, capacidad y obra le cabe el justo uso de la palabra genio– no para. Luego de cumplir la cuenta pendiente de estrenar La terquedad, la última pieza de su heptalogía alrededor de El Bosco que se pudo ver hasta hace poco en una puesta a todo dar en el Cervantes, ya arrancó con Cuando llueve, del canadiense Anthony Black, en el Teatro 25 de Mayo. "Al principio solo me iba a ocupar de traducirla, pero en el transcurso de la tarea nos hicimos amigos con Anthony y terminé sumándome al elenco", cuenta. "Es una obra con un montaje muy particular y con un humor muy afín a mi escritura. Toca temas como el azar, la probabilidad, la desgracia", valora Spregelburd a quien por estos días también puede vérselo en Cetáceos, la ópera prima de Florencia Percia. Y que años anteriores obtuvo reconocimiento y cierta masividad con ficciones en el prime time como Guapas y películas recordadas como El hombre de al lado o Días de vinilo.
–Ya son muchos años de trabajo casi ininterrumpido. ¿Cómo vivís el paso del tiempo?
–Cuesta reconciliarse con el tiempo, no ceder a la nostalgia. El tiempo avanza en una sola dirección mientras uno se mueve en muchas. En mi caso, me cobro venganza en mis espectáculos donde el tiempo es objeto de estudio. Pero también hay respuestas más sutiles y profundas. Por ejemplo: aprender algo nuevo. Siempre quiero ser alumno, hasta que me muera.
– Cuando terminaste el secundario evaluaste seguir física nuclear. ¿Cómo fue eso?
–Sí, terminé el secundario muy cansado porque estudié todo lo que me pusieron sobre el pupitre. Y como era muy bueno en matemáticas tuve la idea de estudiar física nuclear en el Balseiro. El tema es que era muy joven para irme a vivir tan lejos de mi casa y mi familia. Entonces pospuse la decisión. Me tomé un año sabático para pensarlo bien y mientras tanto di clases de inglés y me anoté en un taller de teatro. A partir de ahí todo se fue dando naturalmente. Aunque siempre siento que en algún momento voy a volver a las matemáticas. Vivo cerca de la UTN, siempre fantaseo con entrar y anotarme en algo.
– ¿Qué de todo ese mundo de ciencias duras se podría vincular con tu teatro?
–Lo que me fascina es su abstracción. Por eso no me interesa tanto la comunicación y sí los lenguajes: cómo está estructurada una determinada lengua. Ese álgebra donde los números no son números sino letras. Creo que es un interés que está muy aplicado en mis construcciones dramáticas. Esa idea de obra como una suerte de rompecabezas, de catedral gótica apoyada en múltiples interrogantes.
– ¿Cuantos idiomas hablás?
– Desde muy joven hablo inglés y alemán. Después aprendí catalán, francés y un poco de esperanto y ruso. Y también italiano, que es fantástico porque se puede aprender casi sin estudiar. Entiendo el holandés y también estudié un poco de sueco y de galés. La fascinación del políglota no es estudiar para conocer muchos idiomas, sino poder encontrar la misma cosa que se repite invariablemente en varios. Me obsesiona la observación de esa repetición: qué le falta a un idioma y qué le sobra al otro.
– Se te nota una persona con humor. ¿Es algo que fuiste adquiriendo para sobrellevar la vida?
–Me parece que la construcción del sentido del humor está muy cercana a la desesperación. Es una de las formas de escape de la literalidad. Porque para manejar el humor primero hay que tener un enorme deseo de no estar ahí donde estás, que es lo que me pasa a mí. Creo que el mundo es horrible. Soy un pesimista por naturaleza. Y esto me lleva a una desesperada búsqueda de alegría que el optimista no tiene.
– Y siendo que sos así, ¿qué cosas te enojan, te sacan de tu eje?
–Yo vivo fuera de mi eje. Tengo una personalidad muy impaciente, muy colérica. Me puedo enojar fácilmente. Mucho más de lo que muestro en público. Me parece que vivimos en un momento de enorme violencia cotidiana. Es muy difícil no indignarse con las cosas que pasan, con lo que le ocurre a gente que querés y que son producto de una situación estructural. No es mala suerte. Como dice una pieza: "La suerte no es más que probabilidad tomada de manera personal".
– Entre el cine, el teatro, la escritura y la tele, mostrás una alta productividad. ¿Cómo hacés para cumplir con todo?
–Lo familiar desde que nacieron mis dos hijos es mi prioridad. Lo otro sigue el camino natural de la agenda familiar. De hecho, a partir de un premio muy importante que ganó mi mujer [Isol, reconocida ilustradora y narradora de literatura infantil] nos fuimos a vivir al campo. Vivimos en el monte gran parte de la semana. Es un cambio de vida fundamental. Se vive muy mal en la ciudad.
–¿En qué cosas se vive mal?
–Hay una violencia urbana que es propia de la acumulación indiscriminada de gente, unos arriba de otros tratando de llegar primero. Además hicieron que la ciudad sea intransitable. Toda la planificación y el reordenamiento de tráfico está hecho por Satanás. Es apabullante. Bicisendas que están hechas en las cunetas y son peligrosísimas. Calles que pasan a peatonales sin posibilidad de una alternativa. Hay una imposición urbana que en la vida de campo no tenés.
– Con Isol se conocen desde la facultad. ¿Cómo se enamoraron?
–Sí. Nos conocemos de cuando estudiábamos y compartíamos materias. Al principio fue complicado. Éramos un grupo de amigos y muy pocos los que en el CBC íbamos a seguir Artes Combinadas. Habíamos salido muchas veces y yo gustaba de ella, pero ella no de mí. Me llevó muchísimo tiempo que me diera bola. Creo que lo logré cuando una vez me vio bailar tango. Con otra, por supuesto.
–¿Qué rutinas tienen hoy como pareja?
– No tenemos rutinas. Nuestra vida es muy privilegiada: viajamos mucho, tenemos dos niños hermosos, siempre pensamos que nos vamos a despertar y nos van a decir que fue todo un sueño. Y aunque nos acompañamos mucho, tenemos poco tiempo para rituales de pareja. Hace bastante que no podemos ir al cine, por ejemplo. Tampoco pudimos terminar de ver Mad Men. Por ahí me escribe y me avisa que durmió temprano los chicos y se vio un capítulo sin mí. ¡Imaginate! Así todo.
Una elección salada y gustosa
A la hora de elegir una bebida favorita Spregelburd duda, piensa en el agua tónica, pero finalmente elige el jugo de tomate. "Me gusta porque es salado", considera. "Lo tomo cada vez que puedo. Naturalmente arriba de los aviones. Como paso bastante tiempo viajando, me doy el gusto seguido. Aunque hace poco descubrí una dietética que los vende y ahora dos veces por día trato de servirme un buen jugo de tomate".