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Era tan solo un pequeño pichón caído en la calle, en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires. Aunque se suele creer que los padres los rescatan de esa situación, la realidad es que muchos quedan a la deriva, sin nadie que los ayude. Pero el destino tenía otros planes para ese pichón.
Estaba completamente desorientado cuando llegó la ayuda. “Apenas nos miraba. En apariencia se lo veía bien, sin heridas ni golpes, pero no miraba ni intentaba defenderse cuando le arrimábamos la mano”, recuerda Clara Correa, Presidenta y fundadora de la Asociación Civil Pájaros Caídos, una ONG que se dedican a proteger, rescatar, rehabilitar, reinsertar todo tipo de aves.
“Tal vez alguien lo había pateado”
De inmediato llevaron al pichón al veterinario. Y allí supieron lo peor. Había quedado ciego como consecuencia de alguna caída o de algún golpe. “Una vez que empezamos a alimentarlo, notamos que, cuando nos arrimábamos, parecía percibir tenuemente sombras. Se alejaba, como con miedo, como si él sintiera que le íbamos a pegar, lastimar, o dañar. No había duda alguna: el comienzo de su corta vida había sido difícil: quizás había caído del nido y, una vez caído, alguien lo había pateado y condenado a no volver jamás a la libertad”.
Los primeros meses en su hogar de tránsito fueron complejos. Abby, como bautizaron al pichón de paloma, parecía triste y se mostraba sumamente desconfiado. “De hecho, pensamos que iba a ser muy difícil encontrar un ser humano que quisiera adoptarlo, ya que por lo general a la hora de abrir las puertas del hogar propio a otro ser, se piensa en que el animal adapte su vida al ser humano. Y en este caso, el ser humano debía adaptar su vida a la del palomo. Vivimos tiempos en los que no está de moda el altruismo y el amor más allá de las apariencias”.
Pero los días de desconfianza terminaron para Abby cuando Agustina Varennes se comunicó con la ONG y manifestó su intención de adoptar al joven palomo. “Cuando lo vi me dio mucha ternura, era una palomita asustadiza, ciega de un ojo y sin un par de uñitas. Me enamoré al instante. Cuando llegué a casa, la alegría me desbordaba. Estaba feliz con Abby y con la oportunidad de darle la mejor vida posible, ya que no puede ser reinsertado en su hábitat”.
“Tiene amigas que lo visitan todos los días”
Los primeros días de Abby en la casa de Agustina fueron de adaptación. Después de preparar y ambientar un espacio especialmente diseñado para él, la joven le presentó, de a poco, el resto de los ambientes. Al principio, daba vueltas en círculos por miedo, ya que el espacio donde iba a vivir desde ese momento es mucho más grande de lo que estaba acostumbrado. Sin embargo, la adaptación fue bastante rápida: pronto se dio cuenta de que era un lugar seguro para él y que no le iba a pasar nada.
Para sorpresa de todos, Abby desarrolló con los días un temperamento muy marcado. Es un ave que disfruta ser parte de las actividades diarias, y lo demuestra de varias maneras: picoteando el vidrio para que lo dejen salir, o mirando a través de la ventana lo que Agustina está haciendo. También sabe mostrar cuando no quiere algo. A la noche, Abby duerme adentro; cuando oscurece, deja el balcón y comparte el cuarto con Agustina para descansar.
“A veces no quiere entrar y prefiere quedarse en su casita afuera balconeando y si intentás agarrarlo para meterlo adentro, te picotea. Por la mañana, se despierta y empieza a hacer ruido para que lo saque. Si no me despierto, se encarga de hacer el ruido más fuerte que puede con su piquito hasta que me levanto y lo dejo salir. Una vez en el balcón, va a su casita y se queda ahí, tomando solcito y desayunando con sus amigas palomas que vienen a visitarlo todos los días”, dice Agustina con una sonrisa.
“Abby se baña todos los días”
No es la primera vez que la joven convive con un ave y por eso quiere desterrar algunos mitos que circulan alrededor de las palomas. Parte de la fauna urbana, las palomas son también habitantes de la ciudad. Llegaron con los barcos de los inmigrantes y siempre dependieron del ser humano para sobrevivir; por eso anidan en las ciudades. “Que son sucias es una mentira que se estableció en la sociedad desde hace mucho tiempo. La gente cree que las palomas son sucias porque las ven en la calle comiendo basura. Pero esa es la realidad de las que sobreviven en la ciudad, ¡comen lo que pueden!. De la misma manera que ellas se ensucian viviendo en la calle nosotros también nos ensuciaríamos si tuviéramos que sobrevivir en esas condiciones”, enfatiza.
Abby se baña todos los días; le gusta el agua y es un hábito que mantiene tanto en verano como en invierno. “Nunca lo vi sucio, con olor o manchado. Y si lo estuviera, se bañaría por su cuenta sin ningún problema. Disfruta bastante de chapotear en la bañera de mi casa”.
Abby es el compañero de estudio y de siestas de Agustina. Además le encanta observarla cuando ella se pinta las uñas o dibuja. “Me espía desde su casita, observando todo lo que hago. A veces no me doy cuenta, y cuando miro para arriba, está mirándome fijo mientras me pinto las uñas y chusmeando cada cosa que agarro”.
Agustina asegura que Abby es su compañía diaria; es un ave dulce y especial para ella. “Me recuerda todos los días que hay que seguir luchando por el amor y el cuidado de los otros animales. Es una compañía que le recomiendo a todo el mundo. Lamentablemente, las palomas son muy discriminadas por la sociedad. La gente no está acostumbrada a convivir con ellas, y realmente se pierden de una de las experiencias más hermosas. Aunque muchos no lo crean, las palomas son una compañía increíble, cariñosas, inteligentes, dormilonas y divertidas. Abby tiene una personalidad única. Hay días en que no quiere mimos, y otros en que busca amor constantemente. Son como nosotros, con días buenos y días malos. Eso es vivir con Abby. Tenerlo a mi lado en la cama, que me picotee cuando quiere volver a su casita, y que me pida besos en el pico cuando quiere cariño. Soy la persona más feliz del mundo con su compañía”.
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