Sobrevivió a una de las más grandes tragedias del rock argentino y la experiencia lo transformó por completo.
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Fueron segundos que se sintieron como una eternidad. Se había cortado la luz y los gritos de desesperación que ensordecían, dejaron de escucharse. El silencio fue absoluto. Comprendió que la muerte estaba cerca. Se sacó la remera y se cubrió la cara para cubrirse del humo. Gateó, como pudo, hasta un cubículo escondido que había quedado debajo del escenario para protegerse de la media sombra derretida que caía sobre él. “La remera se me salió y, cuando quise ponérmela de nuevo, no tenía más fuerzas para levantar la mano. Me caí al piso y lo último que me acuerdo es que recé por unos segundos. La última sensación que tengo es que quería avisar que estaba vivo pero no podía”.
Hacía pocos minutos había comenzado lo que sería una de las más grandes tragedias en la historia del rock argentino. El 30 de diciembre de 2004 una bengala lanzada por un espectador en un show de la banda Callejeros desató un incendio que terminó con las vidas de 194 personas en Cromañón, un boliche que se ubicaba en la calle Bartolomé Mitre al 3.000, en el barrio de Once, en la ciudad de Buenos Aires.
“Caí en la cuenta de que me iba a morir”
Martín Cornide (33) asegura que recuerda todo con lujo de detalles. Cuando comenzó el incendio, él estaba atrás de todo, al lado de una salida de emergencia. “Todos estaban muy alterados intentando salir y yo muy tranquilo, así que -no se por qué- decidí caminar en contra de la gente, totalmente al revés, alejándome de la salida. Cuando llegué al centro de la pista miré para arriba y al ver el fuego tomé dimensión de lo que pasaba. Las salidas de emergencia estaban colapsadas así que intenté salir por detrás del escenario”. La valla era muy alta, de modo que, antes de cruzar, ayudó a varias chicas.
“De golpe se cortó la luz y todos se callaron. Caí en la cuenta de que me iba a morir y de que existía una comunicación entre todos que va mas allá de lo que imaginamos. Luego me enteré que la salida en la que yo estaba era una de las que estaba cerradas. Y si no hubiera ayudado a las chicas seguramente hubiera muerto porque la intención era trepar al escenario, y ahí arriba el humo era mucho mas denso que en el suelo en donde caí”.
Esa noche iba a ser especial para él. Tenía tan solo 16 años y su vida giraba en torno a la música. “Solo me importaba eso”. Había pasado por tres colegios. Del primero, aunque tenía muy buena relación con los profesores y sus compañeros, lo invitaron a retirarse. “Como me aburría mucho era de hacer bastante bardo, pero sin molestar a nadie”. Consiguió cupo en un colegio con orientación en arte y diseño. Se aburría menos pero viajaba en tren dos horas por día para ir. “Por lo menos hacía lo que me gustaba. El resto del día vivía en la calle y era amigo de medio barrio”.
Un vórtice de energía para los animales
Criado en Castelar, al oeste del Gran Buenos Aires, en una casa con jardín -pero también en una rodante-, sus recuerdos de la infancia están siempre vinculados a los animales. “Tuvimos tres conejos rescatados, que se transformaron en mas de cien. Y mi infancia después fue muy intensa: a los seis años tuve una enfermedad crónica, púrpura trombocitopénica autoinmune. Era un moretón vivo y hasta vomitaba sangre. Así que vivía entre animales y hospitales”. Los síntomas de la enfermedad incluyen la aparición de hematomas con facilidad, sangrado y manchas rojizas y moradas del tamaño de un punto en la parte inferior de las piernas.
Corrían los noventa, cuando en la comisaría del barrio apareció un lagarto. Como los oficiales no sabían qué hacer con el animal, la decisión fue matarlo. “Con mi viejo fuimos a rescatarlo y quedó viviendo en casa. A partir de ese momento se empezó a correr el rumor de que rescatábamos reptiles y la casa se transformó en algo como un vórtice en donde empezaron a llegar reptiles de gente que no los quería más o los tenía en mal estado. Tuvimos iguanas, serpientes, lagartos y hasta dos yacarés bebé. Una vez nos trajeron una pitón albina de tres metros y medio muy flaca y descamada, que también la transitamos y fue parte de la familia. La había comprado el frontman de un conocido grupo de cumbia de ese momento y la maltrataba usándola como vestuario para tocar en sus shows. Luego, por superstición dejó de usarla, y la abandonó en una jaula para perros en la casa de un asistente de su staff. Cuando la recibimos casi no se movía debido a que estaba enroscada en un espacio terrorífico para su medida, le faltaban escamas y no vivía con la temperatura adecuada para poder digerir. Le dimos una vida nueva y vivió feliz en un terrario gigante que nos donaron. Afortunadamente tanto a ellos como a los otros rescatados logramos reinsertarlos. Ahí entendí que tener animales en cautiverio es algo terrible”.
Despertó rodeado de muertos
Ese 30 de diciembre había ido a disfrutar de un recital de rock sin saber que en ese momento su vida cambiaría para siempre. Aunque es esfuerza por hacer memoria y recordar cada detalle, nunca supo quién lo encontró en un lugar tan escondido y a oscuras. “Dicen que fui de los últimos rescatados y que me salvé por no haber fumado nunca”.
Cuando despertó estaba en el piso del Hospital General de Agudos “José M. Penna”, rodeado de muertos y asegura que vivió hechos que describe como increíbles. “Uno, el haber estado mudo un par de minutos, esa es una sensación muy fuerte que no me olvido más. También estuve varios minutos totalmente convencido de que había sobrevivido a la guerra de las Malvinas. Hasta que recordé lo que pasaba y me puse a pensar en Pato Fontanet (el cantante de Callejeros) y de golpe pasó por delante mío. Ahí me saqué el respirador que me habían puesto y me salió la voz. Le pregunté cómo estaba. Me dijo que estaba destruido y que me pusiera el respirador. Le hice caso y después de un rato le hice la seña a un médico para avisarle que estaba vivo”.
Durante su recuperación Martín hizo un clic. Mientras estaba en uno de los balcones del hospital donde había sido trasladado y le daba de comer a una paloma, vio que de su mano se alimentaba la naturaleza entera. Ese flujo de energía resignificó su visión personal y comenzó a tener una sola bandera como estandarte: la de disfrutar cada momento y ayudar a los demás.
Después de esa experiencia, quizás como un trauma, comenzó a ver “Cromañones” en todos lados. Así que junto a Maxi, un amigo que luego se convirtió en su socio, comenzó a organizar tours para poder ver bandas de forma segura. La iniciativa creció, tomó forma y se convirtió en una agencia de turismo y productora de espectáculos multidisciplinaria que organiza todo tipo de eventos.
Como es adentro es afuera
Su interior también se transformó. “Los que estuvimos tan cerca de nuestra propia muerte, quizás pudimos vislumbrar en ella una claridad. Personalmente me emociona y me llena de amor hablar y pensar en la muerte, y la amo. No digo que sea fácil, pero gracias a ella, fui consciente de su propósito. La única seguridad que tenemos es que algún día nuestro cuerpo agotará sus recursos. No importa la especie, el sexo, la raza, el poder, la fama, la cuenta bancaria, ni nada; los ojos van a dejar de brillarnos a todos por igual en ese instante. Conscientes de eso: ¡deberíamos ya mismo estar preocupados solamente por vivir y hacer felices las demás vidas! ¡Es el recordatorio más fuerte que hay para disfrutar la vida!, pero como la negamos, vivimos atrás de una zanahoria y no vivimos a pleno el presente”.
En todo ese tiempo, Martín Cornide nunca dejó de dedicar tiempo a los animales. Trabaja como cualquier persona, pero el resto del día está abocado completamente a ayudar a todos los animales con los que se cruza. Su tiempo restante es para leer, meditar, hacer yoga, y dormir un poco -entre el cuidado en su propia casa de perros, gallinas y hasta un chancho de 140 kg discapacitado salvado de un matadero-.
“Me conmueven todos los casos por igual. Cada uno que se logra salvar, es una vida y vale lo mismo que otra. Pero, quizás el que mas me marcó fue Dique, un perrito raquítico que estaba viviendo atrapado en un islote de basura en el Dique Roggero de Moreno, una presa reguladora del cauce del Río Reconquista construida en 1972. Yo odiaba las redes sociales pero a partir de él decidí hacerme mi cuenta de Instagram (@martincornide). Fue hace un año y la intención fue poder visibilizar lo que hice durante toda mi vida. Gracias a él sentí que esto se podía contagiar y expandir, porque entiendo perfectamente que lo que yo hago es mínimo, lo importante es el efecto contagio, que veo que sucede a diario y es exponencial”.
Ese espíritu lo llevó al barrio Padre Ricciardelli, más conocido como “Villa 1-11-14″, frente a la cancha de San Lorenzo. Hace varios años Martín entra a hacer donaciones a vecinos del lugar. “Cada vez que pasaba por la zona veía perros en terribles condiciones. Un día no lo toleré más y decidí hacer algo al respecto. Conocí personas increíbles como Tatiana, Mónica y Ariel, que me ayudaron a recorrer la villa completa y ya llevamos mas de $150.000 invertidos en la atención de estos perritos. Nuevamente entiendo que es un problema que no voy a solucionar, pero lo que importa es la consciencia que estamos sembrando en mucha gente del barrio”.
“Cromañón fue lo mejor que me pasó en la vida”
No todos los animales son abandonados, hay muchos que sus responsable no pueden -o no saben- darles el cuidado que se merecen. Una gran cantidad necesita tratamiento por diversas enfermedades y la gran mayoría son perros comunitarios, es decir, los cuidan todos pero nadie a la vez. Hay perros con sarna, demodexia, minados de pulgas y garrapatas, heridos, con tumores, ulcerados, quemados, ciegos, etc. Dentro de las casas, hay muchos perros que sufren maltrato, atados, encerrados, y hasta raquíticos y desnutridos. Una gran cantidad de estos perros comunitarios son atropellados en las avenidas circuncidantes a la villa. Pero Martín advierte que el estado horrible que pasan muchos animales en ese lugar, no es puramente por maldad. En algunos casos es por desconocimiento, o por no tener los recursos. Por eso asegura que lo más importante para ayudar a los animales es la difusión ya que es un convencido de que transitamos una época en la que es posible salvar vidas literalmente con un par de clics.
“Lamento que, a diferencia de muchos sobrevivientes y familiares, Cromañón fue lo mejor que me pasó en la vida. Gracias a vivir tan cerca a la muerte entendí el valor de la vida, tanto la mía como la de todos los seres: desde un perro hasta una cucaracha. Nunca más maté un mosquito. Gracias a esa experiencia entendí que la muerte quizás sea nuestra aliada más grande en la vida. Si la muerte dejara de ser tabú y la amáramos, creo que todos viviríamos más felices y plenos en el cortito tiempo en el que estamos acá”.
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