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En 1926, París se había enamorado del pintor, de su obra y de su historia. Los grandes cuadros, el ambiente portuario que retrataba, las combinaciones de colores virulentos atraían al púbico parisino a la exposición del argentino en la Galería Charpentier. Lo calificaban de simpático, cordial y exótico. Y se maravillaban con el relato que él mismo les hacía de su evolución personal.
Benito Quinquela Martín, el niño que había sido adoptado por dos ancianos, había aprendido a dibujar antes que a leer y escribir. Y antes aún, a trabajar. Don Chinchella, su padre adoptivo, era carbonero. El niño aportó los primeros pesos en la casa trabajando de estibador de carbón. Con ese material retrataba a sus compañeros o trazaba el febril paisaje portuario de La Boca. Poseía el talento, pero limitado al blanco y negro. Hasta que se compró una caja de crayones.
El autodidacta tuvo la dicha de que su arte fuera observado por las personas adecuadas y consiguió becas. Expuso sus representaciones del Riachuelo en la Galería Witcomb de Buenos Aires en 1918 cuando tenía 28 años y aún firmaba con su apellido original, Chinchella.
Con ayuda oficial, logró exponer en Brasil (1920) —ya era Quinquela— y en Barcelona, Madrid y Sevilla (1922). Regresó de España soñando un nuevo destino: París. Modificó su taller de la calle Pedro de Mendoza con el objeto de adaptarlo para las visitas y hacer ventas. Entre los benefactores del marinista figuró nada menos que el presidente de la Nación, Marcelo T. de Alvear, cautivado por la personalidad de Quinquela, las pinturas y la manera en que logró emerger desde los peldaños más bajos de la escala social.
Un año antes de París, en 1925, visitó la Argentina el Príncipe Eduardo de Gales, quien luego abdicaría para casarse con la estadounidense Wallis Simpson. El entonces candidato a la corona británica se llevó un par de cuadros del boquense, contribuyendo a su fama. Una de las pinturas pasó a decorar la Sala de Recepción del Palacio St. James, en Londres.
El gran pintor de la ribera logró vender la cantidad de cuadros necesarios para “emprender la conquista de París”, según sus propias palabras. En Europa se decía: “El éxito de Benito es un cuento de hadas”. Y se referían al triunfo de “un niño que nunca supo lo que era no tener hambre”. Resulta curioso que en la evocación de aquel viaje, Quinquela lo recordara como de éxito relativo, cuando las críticas y el público habían quedado encantados.
La próximas escalas fueron Nueva York y La Habana (1928), más Roma (1929). Por ser soltero y no haber formado una familia, tenía la posibilidad de ausentarse por largas temporadas, aunque su madre prefería que no viajara tanto. En 1930, lo convocaron desde Londres. El pintor arribó a la ciudad británica en abril. Su anfitriona fue la célebre artista Laura Knight. Mejor introducción al mundo londinense no pudo haber tenido. Eso sí: creyó que con su fugaz aprendizaje de inglés en Nueva York le permitiría entenderse con su nuevos anfitriones, pero no. Tuvo que acudir a un español afincado, Pedro Morales, para que lo asistiera como traductor.
Quinquela desconocía que en Roma se había dicho que no retrataba mujeres. El dato desconcertó a varios. ¿Acaso las detestaba? Las dudas acerca de su personalidad se disiparon en una magnífica recepción que le organizó Laura Knight. Esa noche, el maestro del paisaje portuario dio a todos una excelente impresión.
Mientras preparaba la exposición en la Galería Burlingthon, un periodista del Daily Express se acercó para hacerle una corta entrevista. Le preguntó por qué no pintaba mujeres, por qué no aprovechaba su talento para reproducir el desnudo artístico. Quinquela —traductor mediante— pretendió despacharlo con un simple: “Porque pinto barcos” que, a los ojos del artista, era razón más que suficiente. Sin embrago, el periodista insistió: “Es una lástima. Un pintor como usted debería realizar mujeres. Sería interesante ver cómo las interpreta”. Más preocupado por liquidar el tema que por pensar la respuesta, el argentino respondió: “No pinto mujeres porque no he encontrado la mujer ideal”.
El Daily Express habló de un famoso pintor que recorría el mundo en busca de la mujer que le sirviera de modelo. Además, el diario se preguntaba si la hallaría en Inglaterra y lanzó una campaña para encontrar “la mujer ideal” para Quinquela. Incluso, entusiasmados con el proyecto y el deseo de colaborar con el pintor del Riachuelo, un periodista concurrió a la casa del escultor Jacob Epstein para que les brindara pistas acerca de “la mujer ideal”. El artista lo despachó alegando que no iba a responder semejante tontería.
El periódico no se dio por vencido y continuó con la cruzada. Por su parte, el argentino comenzó a recibir cartas y cartas de aspirantes: la mayoría enviaba su foto para mostrar los contornos inspiradores. Superado por la situación, ya que el Daily seguía con el tema, optó por seleccionar a una llamada Gladys. Su elección fue muy aplaudida. Prometió volver al año siguiente para retratarla. Sin embargo, nunca más pisó Londres. Es más, regresó a La Boca y dio por concluidos sus viajes al exterior.
En octubre de ese año, accedió a un reportaje de la revista El Hogar y, en forma breve, relató su experiencia en Londres. El periodista, Pedro Alcázar Civit, le preguntó si había encontrado a la mujer ideal. Quinquela respondió: “No, porque la mujer ideal, si existe, habla en criollo”. Lo dijo un observador experto.
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