Carlos “Cacho” Fernández, el hijo del fundador de la empresa de alfajores habla de los inicios de la compañía, expone los pros y contras de la dinámica laboral en un negocio familiar
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El día que Amador Saavedra compró la panadería de la calle Doblas, en el barrio de Caballito, sintió que tocaba el cielo con las manos: al fin se había convertido en el dueño de su propio negocio. No imaginó que entre las delicias que elaboraba, se escondía la receta del éxito: unos exquisitos alfajores que se convirtieron en los favoritos de los clientes. Con la panadería en marcha, Saavedra advirtió que la venta de la golosina se incrementaba cada día más. Rápido de reflejos decidió dejar de lado producción de panificados y apostó todo a las dos galletitas unidas por dulce de leche bañadas en chocolate negro y merengue italiano. En 1960, para impulsar el crecimiento del negocio se asoció con José Fernández, un joven de 30 años que se dedicaba a la distribución de golosinas y productos alimenticios. Juntos dieron origen a una golosina que se convirtió en un símbolo popular: los alfajores Jorgito.
“Enseguida, después que se asociaron, se mudaron a Virrey Liniers 2020, en Parque Patricios, y montaron la fábrica de alfajores Jorgito. Desde ese momento Amador y mi padre se convirtieron en amigos inseparables y sus hijos nos criamos como primos”, dice Carlos “Cacho” Fernández (69), director de Ventas y Marketing de Alfajores Jorgito, hijo de Fernández y heredero de la pasión por el negocio familiar.
-Pasaron más de 60 años y se mantienen vigentes. ¿Cuál diría que es la clave de su éxito?
-Muchos dicen que les recuerda a su infancia... Yo creo, además, que tenemos un producto muy bueno en relación precio y calidad, somos uno de los pocos que bañamos el Jorgito blanco, el de merengue italiano, a mano, de manera completamente artesanal. Toda la materia prima es nacional, salvo el cacao porque no se fabrica acá.
“Buscando a Jorgito”
-La fábrica comienza a funcionar en 1960, ¿qué recuerdos tiene de aquel tiempo?
-Al principio eran solo alfajores blanco y negro con una elaboración muy artesanal. Los alfajores se envolvían en paquetitos de forma manual. Después, cuando vieron que el negocio crecía, decidieron comprar las máquinas. Yo venía poquito a la fábrica, cuando me traía mi viejo. Me encantaba jugar con Tony [Jesús Antonio Saavedra], el hijo de Amador, con las cajas de alfajores. Nos trepábamos y nos retaban porque aplastábamos todos los alfajores.
-¿Cómo se distribuían las tareas entre Amador y José, su padre?
-Amador estaba en la producción y elaboración y mi papá se dedicaba a la parte comercial y administración. También era un gran degustador de alfajores (ríe).
-¿Quién es Jorgito, el niño con jopo y sonrisa pícara que es la imagen de los envoltorios?
-Se especula mucho sobre ese tema... Lo cierto es que cuando Amador compró la panadería, la marca de alfajores Jorgito ya estaba y el dibujo del niño también. Con el tiempo lo fuimos adaptando, pero muy poco. Le sacamos un poquito de “jopito”, pero sigue manteniendo misma la cara. Ahora, quién es Jorgito... no lo sabemos, es una incógnita que en algún momento esperamos se resuelva. Quizás ahora con las redes sociales... Algo así como “buscando a Wally”, pero sería “buscando a Jorgito”. La idea más fuerte que circula sobre el tema es que el hijo del panadero se llamaba Jorge, pero nunca lo conocimos ni lo conoció nadie.
En los inicios, el público al que apuntó la empresa fueron los niños. “Vendíamos directamente a los colegios. Mucho después lo hicimos a través de los mayoristas de golosinas, autoservicios y las cadenas de hipermercados. Y en materia de publicidad nos orientamos a los deportes: participábamos mucho en fútbol y en automovilismo. Así nos hicimos conocidos y la marca caló profundo. Hay momentos que hasta nosotros nos sorprendemos del impacto que genera la marca en la gente porque hay consumidores que se fanatizan y algunos se tatuaron la cara de Jorgito. ¡Supimos de una familia entera que lo hizo! ¡Ni yo tengo tatuada la cara de Jorgito!”.
-¿Hasta que momento trabajaron los fundadores?
-Hasta que murieron. Amador trabajó hasta un par de días antes de despedirse, en el 2010, y mi viejo hasta un año antes de morir. Murió en el 2015, tenía 85 años. ¡Y lo que sabían esos dos! Era la vida.
-Entre todas las enseñanzas que seguramente le dejó su padre, ¿cuál es la que más valora?
-Ser responsable. Y eso lo que yo también trato de transmitirle a mis hijos y nietos y después, a querer la empresa, ese amor que le tenemos a la compañía creo que es lo marca la diferencia.
“Nos metieron esa idea con un taladro”
Actualmente la empresa esta a cargo de la segunda generación de la familia Saavedra y Fernández. “Con Tony empezamos a trabajar en 1976. Nuestros padres querían que nosotros trabajáramos en la empresa, nos metieron esa idea con un taladro en la cabeza. Yo terminé el colegio secundario y como no quería estudiar tuve que trabajar [risas]. Hice alguna experiencia afuera, pero casi nada. En 1980 ingresó Patricia, mi hermana, y Carlos, el hermano de Tony. Mi hermana trabajó hasta que nació su primera hija, al tiempo empezó su marido. Hoy el directorio está formado por los hijos de Amador, Jesús Antonio Saavedra, que es el presidente de la compañía, yo que soy el vicepresidente, y en el directorio están Carlos Saavedra y Salvador Trotta, mi cuñado, y mi hijo, Alejo, que está en planta”, cuenta.
-¿Cómo es la dinámica laboral en una empresa familiar?
-Tiene sus ventajas y desventajas. Creo que la ventaja es que tomamos decisiones rápido, no hay burocracia. Como trabajamos todos, todos los días, las decisiones son más rápidas que, tal vez, en una empresa donde tienen que juntar al directorio. Fuera de la empresa nosotros somos muy amigos y a la vez, nuestros hijos y nietos son muy amigos entre ellos.
-¿Y las desventajas?
-A veces quieren participar, segundas o terceras generaciones, opinando sin trabajar. Nosotros lo hablamos a nivel directorio, pero también lo hablamos a nivel familiar y concluimos: “¿Quieren opinar? Está todo bien, pero vengan a trabajar porque opinan pero se dedican a otras cosas...”.
Los ‘90, la década dorada
En la empresa, que comenzó con unos pocos de empleados, actualmente emplea a 250 personas que producen entre 500 y 600 mil alfajores por día. Aunque venden sus productos en todo el país, el director asegura que su “fuerte” es capital y GBA donde venden el 75 por ciento de su producción.
“Nuestra época dorada fueron los ‘90. En 1994 nos trasladamos a Boedo, a un espacio más amplio ubicado en la calle Treinta y Tres Orientales, y lanzamos el maxialfajor y los conitos. Posteriormente, surgieron otras variantes, como los alfajores triples y las bandejitas de alfajores mini, así como también las galletitas, pero nuestra especialidad siempre han sido los alfajores. Los productos estrella son el reconocido alfajor Jorgito negro y Jorgito blanco”, relata Carlos.
-Con los vaivenes económicos del país imagino que no es sencillo ser empresario en la Argentina.
-Es muy difícil, pero nosotros nunca nos involucramos políticamente con nadie y eso que han venido a pedirnos... pero elegimos no tener ninguna relación política con ninguno de los gobiernos.
-Sin embargo, cada vez es más común ver que los empresarios toman partido o aparecen apoyando a candidatos políticos
-Nosotros jamás dependimos de un gobierno para crecer, así la empresa ya lleva más de 60 años en el mercado. Vamos a seguir con esta postura. Claro que hubo momentos más difíciles... en algún momento, con los controles de precios, todo se complicó un poco, pero logramos adaptarnos.
-Hoy, ¿cómo está la situación de la empresa?
-Estamos, como todo el mundo, en una meseta esperando que se empiece a reactivar de a poco. El cambio de gobierno, a fin del año pasado, provocó un impacto en los precios de las materias primas, hizo que aumentara todo. Pero confiamos que se va a reactivar.
-Imagino que en todo este tiempo habrán recibido ofertas para vender la compañía
-Dos veces nos ofrecieron comprarla y en ambas la respuesta fue la misma: no. Una fue en la década del ‘90 y la otra después del 2000. Los interesados eran empresas grandes, pero nosotros no teníamos la intención de vender porque sentimos amor por nuestra compañía. Venimos todos los días a trabajar acá y nos gusta hacerlo, estamos cómodos.
-Pensando en el futuro, como lo soñaron los fundadores, ¿usted quiere que sus hijos continúen con la empresa?
-Obviamente. Nosotros tratamos de que nuestros hijos continúen, eso es lo que nos gustaría. Pero bueno, cada uno fue haciendo su camino y hoy son todos grandes. De la tercera generación está solo mi hijo y, hace poco, empezó mi nieto de 21 años, como asistente en producción. Él es cuarta generación. ¿Cuál va a ser el futuro? Qué sé yo... Nadie lo sabe, por ahora seguimos nosotros.
-Muchos podrían pensar que están en un momento de terminar con la etapa laboral y disfrutar la vida.
-Podría retirarme, pero ni siquiera me jubilé. No es algo que piense.
-Siguen los pasos de los fundadores...
-No... No creo que la segunda generación aguantemos tanto. No lo sé... sigo trabajando porque la realidad es que me gusta.
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