Dos veces al año en Reino Unido se entregan una serie de honores para reconocer los aportes extraordinarios y el servicio al país de personas de diferentes ámbitos
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Cuando en su adolescencia Alejandro Madrigal iba de puerta en puerta vendiendo ropa y zapatos para ayudar a mantener a su familia poco se imaginaba que sería condecorado por la reina de Inglaterra. “Tuve que buscar todo tipo de oficios”, cuenta este doctor mexicano. “Pero fue un período que me ayudó mucho y vino la medicina a buscarme”.
Y se “enamoró” de ella. Las ganas “locas” por estudiar no se comparaban con las que frustró un maestro de primaria que le pegaba con una regla por escribir con la mano izquierda. Con su “zurdera y dislexia” llegó a universidades como Harvard, Stanford, University College London, y se convirtió en una eminencia mundial en el trasplante de médula ósea.
Y es su aporte al campo científico el que le abrió un espacio en la lista de figuras cuyos logros y servicios al país son reconocidos por la monarca. “No lo podía creer, uno nunca espera que estas cosas lleguen”, le dice Madrigal a BBC Mundo con la carta en la mano.
En la misiva se le informaba que su nombre le había sido “recomendado a su Majestad la Reina para el honor de Oficial de la Orden del Imperio Británico (OBE) en la lista de honores del cumpleaños de 2022″. OBE significa: Officer of the Most Excellent Order of the British Empire y es una de las categorías de un sistema de reconocimiento a la labor extraordinaria de civiles y miembros de las fuerzas armadas.
Madrigal fue el fundador y director científico, por 27 años, del Instituto de Investigación de la fundación británica Anthony Nolan, que se especializa en combatir el cáncer de sangre. Como investigador y profesor hizo contribuciones en el campo de la hematología en el University College of London (UCL) y en el Hospital Royal Free de la Universidad de Londres.
Lideró la Asociación Europea de Trasplante de Médula Ósea y recibió múltiples distinciones. Esta es su historia.
El recuerdo del maestro
Madrigal creció en Ciudad de México y tiene recuerdos muy bonitos de su infancia en familia, no así de la primaria. “Llegué muy emocionado y contento al primer día de escuela porque veía que mi hermano mayor regresaba muy feliz a la casa”.
“Cuando el maestro Méndez me vio agarrar el lápiz con la mano izquierda, me dijo que eso no lo podía hacer en su salón”. Intentó escribir con la mano derecha, pero inconscientemente pasó el lápiz a la izquierda, algo que el docente interpretó como un “acto de rebeldía”.
Le arrebató el lápiz y le dijo que no toleraría a “insolentes”. “Además, con la dislexia empecé a tener problemas para escribir ciertas palabras. El maestro me ponía en el pizarrón a escribir horas y horas con la mano derecha”. “Me decía una frase que siempre me molestó: ‘La vergüenza la llevas en la suela de los zapatos’ y me hacía sentar en el fondo del salón, viendo a la pared”.
Los intentos de escribir con la mano izquierda terminaron muchas veces en insultos, en golpes con una regla sobre la palma de la mano y en días sin recreo. “Con suerte la educación cambió, pero fue un período bastante difícil que me llevó a un inicio en el sistema educativo muy complicado”.
“Odiaba la primaria, no me sentía diestro en muchas cosas, el fútbol no se me daba y la secundaria tampoco fue de lo mejor”.
Una misión
A los 17 años, sufrió “una de las pérdidas más grandes”. Su padre murió de un infarto cuando se encontraba en uno de sus tantos viajes por el país vendiendo diferentes tipos de productos. Como sus otros tres hermanos, tuvo que trabajar. Esa es la época en la que iba de casa en casa con un maleta llena de cosas, en la que fue mesero y en la que intentó abrir un restaurante con su familia que “fracasó”.
Se ganó una beca para estudiar computación y eso le permitió conseguir un trabajo en programación. “Empecé a estudiar como loco, terminé la preparatoria con grado de excelencia y luego vino la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México)”.
“Como Neruda dice en su poema que la poesía vino a buscarlo, yo digo que la medicina me encontró. Ya sentía que tenía una misión”. Con 19 años, iba a la universidad en la mañana y poco antes de las 3:00 de la tarde se salía de la clase.
“Tenía que recorrer prácticamente toda Ciudad de México para llegar al trabajo. A veces me tenía que ir de aventón porque no tenía para el camión”. Su jornada laboral terminaba en la noche y repasaba las materias en la madrugada. “Pero estaba enamorado de mi carrera”.
“La mejor universidad del mundo”
La situación económica en la casa comenzó a mejorar y las buenas calificaciones se volvieron, “para su sorpresa”, una constante. Se fue a Tijuana a hacer las prácticas en un hospital. “Un maestro me preguntó qué iba a hacer después y le respondí que quería ir a la mejor universidad del mundo”.
“Se rió y me dijo: ‘¿Y cuál es esa universidad?’ y le contesté: ‘Pues, no sé, ¿cuál sería?’ A lo que me respondió: ‘Harvard’ y le dije: ‘Ah bueno, esa, voy para allá’”.
El docente se volvió a reír y le dijo: “Alejandro, te estoy invitando a almorzar, tienes un agujero en el zapato y ¿vas a ir a Harvard?”. La respuesta fue un contundente: “sí”. Y lo consiguió. Harvard lo aceptó, tras ganarse una beca de la Organización Mundial de la Salud.
En la universidad estadounidense conoció a los profesores Baruj Benacerraf, premio Nobel de Medicina nacido en Venezuela, y Edmond Yunis, destacado investigador de inmunología y cáncer, que se convertiría en su mentor. “Llegué con un inglés básico, lo estudiaba cada vez que podía. A veces, no les entendía nada, la ventaja era que Edmond es colombiano”.
“Estaba en Harvard y era la persona más feliz del mundo”.
Como una margarita
Después vino el doctorado en la Universidad de Londres, el postdoctorado en la Universidad de Stanford y una oportunidad laboral que vio en un anuncio de la revista Nature y que terminó marcando su destino. Entre unos 60 candidatos, fue escogido para liderar, desde 1993, la investigación científica en la organización Anthony Nolan, creada en 1974.
El hijo de su fundadora, Shirley Nolan, había nacido con un raro trastorno sanguíneo llamado síndrome de Wiskott-Aldrich y la única manera de salvarlo era con un trasplante de médula ósea. Como ningún familiar era compatible, comenzó la búsqueda de un donante, pero no lo encontró y Anthony murió, a los siete años, en 1979.
En el proceso de búsqueda, Shirley ayudó a concebir un sistema pionero: el primer registro de donantes de médula ósea en el mundo para el tratamiento de leucemia y otros tipos de cáncer. De acuerdo con la organización, ese registro “ayudó a 22.000 personas a recibir un trasplante que les salvó la vida”. La flor favorita de Anthony era la margarita.
“Shirley la puso como símbolo (de la fundación) porque una margarita tiene muchos pétalos y, aunque le quites uno, seguirá siendo una margarita: puedes dar médula”.
“Ese mensaje lo llevé a todo el mundo, a las conferencias que iba, y empecé a generar registros, a ayudar a varios países a crearlos y actualmente hay 40 millones de donantes en todo el mundo”, me cuenta Madrigal.
Formando en el camino
El doctor también ayudó a establecer el primer banco de cordón umbilical de Reino Unido, con fines de trasplante e investigación. “En el Antony Nolan hay unos 10.000 cordones y eso permitió salvar a muchos pacientes”, indica Madrigal. En 2020, fue nombrado miembro honorario de la Sociedad Europea de Trasplante de Sangre y Médula Ósea en reconocimiento a sus aportes en el campo del trasplante de células madres hematopoyéticas (HSCT).
“Tuve la fortuna de estudiar en universidades muy reconocidas y por eso me dicen que tengo muy buen pedigrí, pero cuando me preguntan cuál es la universidad que más quiero, digo que es la UNAM”, cuenta Madrigal. “Me abrió las puertas y me cambió el universo”. El investigador publicó más de 500 artículos en revistas especializadas y dictó cientos de conferencias en más de 50 países.
En su casa nos muestra los cuadros que pintó y los dos libros que escribió: “Nosotros” y “Días de rabia”. Dice que su “pelea a muerte” es contra el cáncer. Actualmente, trabaja en un proyecto para desarrollar terapias celulares contra diferentes tipos de esa enfermedad, no sólo leucemia. Tras el retiro de Madrigal de Anthony Nolan, su directora, Henny Braund, ofreció un discurso en su honor.
Enumeró varios logros y añadió que su legado iba más allá de lo científico: “Más que cualquier cosa, su contribución al mundo de los individuos a los que se les dio una segunda oportunidad de vida directamente gracias a su investigación, no se puede subestimar”.
Y concluyó: “En nombre de Anthony Nolan, la comunidad científica global, los pacientes cuyas vidas has salvado, nunca serás olvidado. Gracias”.
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