Meterse a Venus en el bolsillo es más fácil de lo que parece: basta con guardar una moneda italiana de diez centavos de euro, algo que millones de personas hacen todos los días seguramente casi sin pensarlo. Y sin embargo, ese pequeño disco de apenas cuatro gramos de peso y dos centímetros de diámetro carga mucho más que su valor nominal: lleva encima el peso del arte y de la historia. Porque la cabeza de mujer que representa, de ondulantes cabellos, es la réplica de la Venus de Botticelli, una de las pinturas más célebres de la historia universal, creada probablemente a imagen y semejanza de una de las más bellas mujeres de su tiempo. O, al menos, así lo aseguran la tradición, la leyenda… y unos pocos, poquísimos documentos.
¿Quién fue, entonces, la rubia tentación que aparece en un puñado de cuadros de la edad de oro del Renacimiento italiano? ¿Quién la mujer representada como la diosa del amor y como la primavera? ¿Quién la que fuera sepultada en la misma iglesia florentina donde Botticelli pidió ser enterrado a su muerte para no quedar lejos de ella por toda la eternidad?
La famosa Venus
Se dice que Venus tiene nombre y apellido (además de tener hasta páginas en Facebook e Instagram, testimonio de su fama imperecedera): ella era Simonetta Cattaneo, nacida en Génova en 1453, aunque muy convenientemente también se le atribuye la pequeña localidad del golfo de Liguria llamada Porto Venere -es decir, Puerto Venus- como ciudad natal.
Cuando tenía 16 años, la joven Simonetta se casó con Marco Vespucci, de su misma edad y pariente de otro icono del siglo XV: el navegante Amerigo Vespucci, que por los azares de la toponimia terminaría prestándole el nombre al continente descubierto por Cristóbal Colón. Quizá por eso el ensayista colombiano Germán Arciniegas, que tan fascinado con la figura de Simonetta le dedicó un libro entero, afirmaba: "En ‘El nacimiento de Venus’ veo el mapa de América".
Amores antiguos o modernos aparte, la historia precisa que los Cattaneo -cuyos negocios de piedras preciosas se habían visto afectados por la caída de Constantinopla el mismo año en que nació Simonetta- aprovecharon el flechazo de Marco Vespucci con la adolescente para emparentarse con una poderosa familia de banqueros florentinos.
En todo caso, la joven parecía sintetizar el emblema de la belleza renacentista. "La mujer, para ser definida bella, debe tener cabellos abundantes, largos y de un rubio cálido que se acerque al castaño; la piel debe ser brillante y clara, los ojos oscuros, grandes y expresivos, con un toque de azul en el blanco de la córnea; la nariz no aquilina, boca pequeña, pero carnosa; mentón redondeado con hoyuelo; cuello torneado y más bien largo; hombros anchos; pecho firme de líneas delicadas; manos grandes y mórbidas; piernas largas y pies pequeños". Salvo por algún detalle menor, el monje renacentista Agnolo Fiorenzuola podría estar describiendo rasgo por rasgo a Venus-Simonetta en su tratado "Sobre la belleza de la mujer".
Los amores de Venus
Simonetta y Marco Vespucci se establecieron en Florencia hacia 1469, el mismo año en que Lorenzo de Medici se ponía a la cabeza de la ciudad y la llevaba a la cumbre del poderío económico y artístico de la Italia del Renacimiento. El Magnífico y su hermano, Giuliano, organizaron una gran fiesta en homenaje a la pareja: ¿habrá sido allí que Giuliano se enamoró perdidamente de Simonetta?
La historia es, en este punto, tan oscura como rica en detalles de veracidad dudosa. Aunque, como dice el proverbio italiano, se non è vero, è ben trovato: si no es verdad, es un buen hallazgo. Tanto que el episodio amoroso entre ambos, muy comentado pero jamás probado, encontró un lugar en la serie anglo-italiana sobre los Medici que llegó a buena parte del mundo vía Netflix: y aunque la recreación televisiva de la relación entre Simonetta y Giuliano es sobre todo un prodigio de imaginación, nadie dejó de notar la semejanza entre Matilda Lutz -la actriz italiana que interpreta a la modelo de Botticelli- con la verdadera Simonetta, separadas por medio milenio de historia.
Cuentan las crónicas florentinas que en 1475 se realizó en la plaza de la Santa Croce florentina un torneo caballeresco para celebrar un acuerdo de paz entre las potencias italianas, alcanzado gracias a la intervención de Lorenzo el Magnífico. Al torneo acudió Giuliano de Medici con un gran estandarte donde Sandro Botticelli había retratado a Simonetta con los rasgos de Palas Atenea. Al pie, una frase en francés: "La Sans Pareille" (la incomparable). Para la ocasión, el poeta Angelo Poliziano escribió un composición celebratoria en elogio de Giuliano de Medici -que ganó la justa y consagró a Simonetta como reina del torneo- y su amor platónico por la joven genovesa, ensalzada en términos semejantes a su exaltación pictórica firmada por Botticelli.
No fue el único que puso su pluma al servicio de la rubia de largos cabellos:
- el poeta y músico Girolamo Benivieni le dedicó dos sonetos
- los hermanos Luigi y Bernardo Pulci le escribieron sonetos y elegías
- Francesco Nursio la evocó en una elegía aún más larga, y siguen los nombres de quienes cayeron rendidos a sus encantos.
- Entre ellos sobresale Lorenzo de Medici, que la evocó en varias composiciones poéticas con un nivel de idealización que recuerda a la Beatriz de Dante Alighieri.
La inmortalidad por el arte
Pero no solo los poetas cantaron los encantos de Simonetta Cattaneo-Vespucci. Gracias a Alessandro di Mariano di Vanni Filipepi -más conocido como Sandro Botticelli- sus rasgos atravesaron los siglos con el don de la eterna juventud. El maestro florentino retrató a Simonetta en dos de sus obras más célebres, que tal como confirma Giorgio Vasari en sus "Vidas" -la biografía de los más célebres artistas renacentistas- estuvieron alguna vez en la villa del duque Cosme de Medici: "Una es el Nacimiento de Venus, soplada hacia la tierra por las brisas, con cupidos; la otra es también una Venus en compañía de las Gracias, que la cubren de flores, representando la Primavera, expresada por el pintor con mucha gracia".
Una y otra vez, Simonetta -o su representación ideal- aparece en distintas obras, prestándoles el rostro a vírgenes y beldades.
Vasari no dice, en realidad, que el retrato en ambos casos sea de Simonetta: y es muy improbable que una dama de alcurnia hubiera posado desnuda para una obra audaz como el Nacimiento de Venus. Aunque sus rasgos son casi idénticos a los de un "Retrato" póstumo realizado por Botticelli después de la muerte de la joven y al cuadro conocido como "Retrato de Simonetta Vespucci como Cleopatra" de Piero di Cosimo. Una y otra vez, Simonetta -o su representación ideal- aparece en distintas obras, prestándoles el rostro a vírgenes y beldades.
Sin embargo, no son pocos los investigadores que, después de bucear extensamente en los archivos florentinos, se atreven a poner en duda las historias que adornan lo poco que se sabe de su existencia real. En la tesis "Simonetta Cattaneo Vespucci: Beauty, Politics, Literature and Art in Early Renaissance Florence", la investigadora Judith Allan cuenta "una nueva historia", tanto o más interesante que la biografía novelada de la joven que llegó hasta nuestros tiempos: la historia "de la transformación de la histórica monna Simonetta en un icono cultural, una construcción literaria y visual útil a las agendas ideológica, estética y pecuniaria de sus poetas y artistas".
Buscando a Simonetta
Las dificultades para hallar rastros de Simonetta -subraya- son numerosas: "No sobrevivió ningún registro de su nacimiento o bautismo, y hay que esperar a un documento de 1469-1470 para encontrar la mención de que Marco Vespucci, de 16 años, y su esposa Simonetta, también de 16, vivían en casa del padre de él: Piero Vespucci". ¿Y después? No hay evidencia de la fecha precisa del casamiento; tampoco es segura la ubicación del palacio Vespucci; no se conserva carta alguna y "ni siquiera sabemos realmente si sabía leer y escribir. Podemos imaginar un tipo de existencia ampliamente restringida, a partir de nuestro conocimiento -de todos modos parcial- de las vidas de las mujeres de la élite florentina a fines del siglo XV. Pero la experiencia real de Simonetta se ha perdido para nosotros".
La atribución de la Venus y la Primavera de Botticelli como Simonetta se confirma entonces como un mito, una leyenda que se remonta los críticos de arte John Ruskin, Walter Pater y Aby Warburg, responsables de haber rescatado al artista para la gloria desde principios del siglo XX en adelante: porque a pesar de la grandísima fama que lo acompañó en vida, la estrella de Botticelli se apagó tras su muerte y pocos hubieran imaginado que un día sus obras serían las estrellas que convocan a largas filas de visitantes antes las puertas de la Galleria degli Uffizi.
Warburg, en particular, aseguró que varias obras de Botticelli eran una celebración de Simonetta: se basó para eso en la semejanza de la Primavera con la descripción de la joven en el poema de Poliziano y otros indicios. Indicios, solamente, que desde entonces son leyenda.
¿No era Venus entonces la hermosa Simonetta?
Aunque la respuesta entra en terreno de la fantasía y el arte, bien vale recordar que la representación renacentista de la belleza no era tal como la entendemos en la era de la fotografía y el retoque digital.
En su "Tratado de la Pintura", Leon Battista Alberti escribía en 1435 que al pintor "le gustará no solo representar el parecido, sino además añadirle belleza (...) porque en un solo cuerpo no se encuentran bellezas acabadas, sino que están dispersas en muchos cuerpos, y hay que investigarla y aprehenderla aunque sea con gran fatiga".
Y agrega Umberto Eco en su "Historia de la Belleza" que "en el siglo XV, como consecuencia de factores distintos aunque convergentes" la belleza "se concibe en una doble orientación que a nosotros hoy día nos parece contradictoria, pero que, en cambio, a los hombres de aquella época les pareció coherente. En efecto, la belleza se entiende al mismo tiempo como imitación de la naturaleza según reglas científicamente verificadas y como contemplación de un grado de perfección sobrenatural, no perceptible visualmente porque no se realiza completamente en el mundo sublunar". La belleza suprasensible, que es la auténtica, se contempla así en la belleza sensible, aunque sea superior a ella: y todo su simbolismo neoplatónico se concentra, concluye Eco, en la imagen de la Venus de Botticelli.
Destinada a la inmortalidad, Simonetta murió muy joven: a los 23 años fue víctima de la tuberculosis. Y se cuenta que tan amada era su belleza que el día de su funeral el féretro fue llevado por las calles de Florencia con el rostro descubierto, para que la gente pudiera verla por última vez.
Simonetta Cattaneo Vespucci falleció en Florencia el 26 de abril de 1476 y, como documenta el Libro de los Muertos de la ciudad, fue enterrada al día siguiente en la iglesia de Ognissanti. Sforza Bettini, agente de Lorenzo de Medici, le llevó la noticia al Magnífico diciéndole que "el alma bendita de Simonetta se fue al paraíso: bien puede decirse que fue el segundo triunfo de la muerte, ya que habiéndola visto muerta así como era, no parecía menos bella que en vida".
En cuanto al último homenaje de sus admiradores, ya no puede ser en la iglesia de Ognissanti: si bien allí está sepultado Botticelli, tal como fue su voluntad, la tumba de Simonetta desapareció en una de las varias y destructivas crecidas del Arno. Quedan, entonces, las reverenciadas salas de la Galleria degli Uffizi, para una belleza de museo que sigue impresionando en el siglo XXI.
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