Él llegó un verano, se enamoraron y encontraron la forma de continuar un amor a distancia, hasta que una noticia cambió todo...
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Es el gran amor de mi vida, repite Gabriela sin dudarlo, mientras su mirada se pierde en los recuerdos y sus manos acarician la taza de té. ¿Puede el gran amor de la vida ser uno que nunca prosperó?
Gabriela conoció a Nicolás en una fiesta del pueblo, por entonces ella era la típica chica del interior con enormes sueños que trascendía las fronteras. Jamás olvidará aquella épocas en que se enamoró de Richard Gere en Reto al destino: “Muchos, pero muchos años más tarde, entendí que, al igual que las protagonistas femeninas de la historia, anhelaba ser rescatada del destino marcado que yo sentía que te impone el pueblo, donde te casás y tenés hijos de muy joven y los sueños de otra vida posible quedan enterrados”, dice.
Cuando los otros vienen a veranear: “A los del pueblo ya no les dábamos ni la hora”
La llegada de Nicolás al verano en las sierras fue como la de otros porteños que venían a revolucionar a la juventud del lugar. En los bares y boliches no faltaba “la pica” e incluso las peleas en la vereda, porque “estos flacos se creen re piolas y quieren robarnos a nuestras chicas”.
“Pero la verdad es que nosotras, las chicas, poníamos todos los ojos sobre ellos, los porteños que venían a pasar el verano. A los del pueblo ya no les dábamos ni la hora”, rememora Gabriela.
En esos tiempos, junto a sus amigas, la joven cordobesa pasaba horas frente al espejo decidiendo qué ponerse y añorando, sin saberlo, que llegue ese muchacho que revolucione su corazón y tuerza su camino.
El deseo cumplido: “Creo que estoy enamorado de vos”
Y cierto día de enero, los deseos se hicieron realidad para Gabriela, cuando vio a Nicolás, un joven más bien alto, de mirada profunda, pelo ensortijado y sonrisa cautivante: “Imposible no enamorarse”, asegura. “Hablamos por horas, bailamos, y a partir de entonces no nos separamos más”.
El beso llegó en un fogón a la vera del río. La noche era clara, se celebraba en luna llena, las “picas” parecían haber pactado una tregua y la juventud bailaba y reía. “Creo que me estoy enamorando”, le susurró él y Gabriela, con lágrimas en los ojos, le dijo que sentía lo mismo.
Aquella noche, Gabriela y Nicolás le dieron comienzo a su gran historia de amor. La magia del verano los acompañó en una sucesión de presentes que anhelaban que fueran eternos. “Podemos hacer de este verano uno interminable, si así lo queremos”, le dijo él. Y así fue hasta que dejó de serlo.
Una vida juntos y un viaje inesperado
Nicolás regresó en febrero, en Semana Santa y en todo feriado marcado en el calendario. Y en los días distanciados, las cartas contenían palabras tan bellas que conmueven a Gabriela hasta el presente. Letras de nostalgia y amor, de deseo y sueños, del día en que él terminara la facultad y ella su magisterio. No falta mucho, le decía él, ese día será el comienzo de una vida juntos.
El tiempo y espacio no parecía afectarlos, Gabriela lo recuerda como un tiempo dulce, “una bellísima relación a distancia” que supieron alimentar con una intimidad anhelada y palabras de amor, acompañados por regalos, llamadas costosas y poemas. Los te amo se sentían sinceros y eran una caricia para sus almas: “Lo que pasó después es casi inexplicable o, tal vez, tenga alguna razón de ser que nunca conoceré”, continúa Gabriela.
Todo cambió el día en que Nicolás llegó al pueblo de visita y le anunció con una mirada entre feliz y triste, que le habían otorgado una beca para estudiar en el extranjero. “Es un semestre y estoy feliz, será una gran experiencia”, le dijo. Gabriela lloró desconsolada, sabía que era una buena noticia para él, pero le compartió sus temores, su miedo a que se olvidara de ella. “Jamás, a mi regreso estaremos juntos”.
¿Puede el gran amor de la vida ser uno que nunca prosperó?
“Lo busqué por años”, revela Gabriela hoy, aún sin comprender del todo su historia. Ella hurga en su memoria, repasa las últimas cartas, en especial aquella última en la que él le decía que la amaba, que siempre la iba a amar, que tal vez algún día entendería, pero que debían tomar distintos caminos.
“Ni una explicación de por qué”, continúa ella. “Jamás regresó a la Argentina, jamás volvió a contactarse, ni siquiera argumentó que éramos demasiado jóvenes, algo que duele pensar, pero que hubiera entendido con el tiempo”.
Para Gabriela, el recuerdo del verano en que se conocieron y su amor a distancia, es el más dulce de su vida. Todavía hoy sueña con el reencuentro, con la vida perdida que podrían haber tenido.
“Es el gran amor de mi vida”, repite Gabriela. ¿Puede el gran amor de la vida ser uno que nunca prosperó? En sus recuerdos los besos, los paseos de la mano y las miradas viven fuertes; en sus cartas, las promesas y el romance en las palabras son su prueba de un amor eterno.
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