Le decían que podría lograr su sueño si nacía hombre en otra vida, siguió los mandatos, pero su infelicidad creciente la llevó por caminos inesperados y a luchar por ser dueña de su destino
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“Si hubiera nacido hombre sería marinero, lástima que por ser mujer no es posible”, solía lamentarse Guadalupe, con una sonrisa melancólica. “La verdad que sí”, manifestaban sus allegados. “Qué pena, no siempre se pueden cumplir los sueños; tal vez en la siguiente vida, si nacés hombre”.
Lo cierto era que allá, en Pergamino, Guadalupe había crecido convencida de que por su condición de mujer y por vivir en tierras pampeanas, las suyas eran fantasías imposibles, que debía satisfacer a través de las novelas y cuentos.
Desde muy pequeña, cuando los libros ingresaron a su vida, el mar siempre había sido su compañero, su mayor escape para una niña cuya mirada se perdía en el llano horizonte, imaginando que enfrentaba las vicisitudes de vientos inesperados y grandes olas. Cada vez que podía, se sumergía en relatos de viajes y aventuras, en especial aquellas que incluían barcos piratas, marineros y tierras lejanas impregnadas de intrigantes culturas.
Pero a medida que los años fueron pasando, rodeada por una familia muy trabajadora y estudiosa, el mundo adulto se asomó apresurado: “¿Qué vas a hacer de tu vida, Guadalupe?”, ella no sabía y ante su indecisión, podía percibir cómo una angustia extraña crecía en su interior, implacable: “En el fondo no quería estudiar”, cuenta hoy, al recordar su historia. “¿Por qué no podía trabajar, ahorrar un poco y salir a ver el mundo para descubrir mi pasión en el camino? De esa manera, podría tener una mejor perspectiva”.
La fantasía de lanzarse a vivir en el mar seguía latente e, incluso, hubo una vez que coqueteó de cerca con el sueño. Guadalupe le confesó a su abuela – profesora de matemática- que iba a averiguar los requisitos para inscribirse en la Marina Mercante, sabía que aquel estudio exigía mucha matemática y ella la podría ayudar. Pero su abuelo, que estaba presente, la escuchó y la regañó, asegurándole que estaba loca, que allí quedaría embarazada de cualquiera y que la gente se reiría de ella: “Me pregunto qué hubiera pasado si ese día iba. Creo que hubiera sido un buen capitán. Hay un límite de edad para empezar con ese estudio en Argentina, eso sí queda para la próxima vida...”, expresa con lágrimas en los ojos.
Cabizbaja y sumida en una crisis existencial, Guadalupe siguió los mandatos. Aún estaba lejos de imaginar que algún día viviría en Suecia, un país en donde descubrió que las personas se permiten sus tiempos para decidir el resto de sus vidas, y que le ayudó a cumplir sus metas.
Seguir el mandato, aventurarse a Alemania y encontrar otra respuesta para un sueño
A los 18 se mudó a Buenos Aires para estudiar. Nunca le gustó la ciudad, tampoco lo que estudiaba, aunque jamás imaginó renunciar. No había otra carrera que la atrajera y la idea de dejar sus estudios en la Universidad de Buenos Aires le parecía un fracaso.
Tal vez -se dijo- ahora que estaba haciendo lo que debía, podría tomarse un “año sabático” para conocer el viejo continente, aunque no tenía idea de cómo costearlo: “Venía de una familia de clase media trabajadora, somos tres hermanos, uno con síndrome de Down”, rememora pensativa. “En casa no sobraba el dinero, pero contaba con la ventaja de tener pasaporte alemán por parte de mi madre”.
Decidida a cumplir su sueño viajero, Guadalupe se inscribió para trabajar de Au Pair en Alemania y consiguió un puesto, aunque sospechaba que cuidar niños no era lo suyo. Aun así, emocionada como jamás lo había estado, se lanzó a su primera aventura: “No era lo mío, duré poco y renuncié; el país germano no es para mí, no me llevé bien con tantas regulaciones, pero tuve la oportunidad de estudiar el idioma, y con lo ahorrado, viajar por Europa”.
Como en sus libros, la joven argentina emprendió una pequeña odisea, donde en la primera etapa de su recorrido descubrió que Europa no la fascinaba tanto y que extrañaba la amplitud de su aire pampeano. Sin embargo, todo cambió cuando llegó a Escandinavia: “Ansiaba conocer el lugar de donde venían los vikingos, siempre me atrajeron (aunque no vi la serie), no solo por aventureros, sino porque fueron grandes navegantes. Suecia me sorprendió, encontré una sociedad menos dramática y estructurada que la alemana”, asegura Guadalupe, quien por entonces tenía 21 años.
Buscar la felicidad por otros rincones argentinos
A pesar de su buena experiencia sueca, regresó a la Argentina creyendo que no volvería a Europa, con la intención de encontrar un rumbo “serio” para su vida. A pesar de su año sabático, se recibió en tiempo estipulado con diploma de honor y, para no dejar morir su amor por Escandinavia, estudió un cuatrimestre de sueco y noruego.
Pero, a pesar de sus esfuerzos por conformarse, Guadalupe nunca pudo resignarse a vivir en una infelicidad que la acosaba a diario. Comenzó a enseñar, pero no alcanzaba, miraba a su alrededor y podía reconocer a la gente que era feliz, y percibía que ella claramente no lo era. Sentía que debía haber algo especial en su camino y que, si no lo encontraba, era porque no estaba buscando bien o en el lugar correcto.
Entonces se dispuso a buscar su felicidad en otros paisajes argentinos, en especial en la Patagonia, un lugar que siempre había adorado. Aprovechó sus idiomas y decidió irse a vivir al sur, donde trabajó en turismo y llegó a instalarse en la mágica Tierra del Fuego: “Conocía bien el sur por mi mamá, geóloga, y por mi abuela, que nació en Santa Cruz. Vivir allí fue una experiencia increíble y, aun así, no sabía qué hacer de mi vida; una vida que me pesaba”.
“Restábale el mar”: viajar para escapar y encontrar respuestas
Una mañana fueguina, tras releer la serie de libros “Capitán de mar y guerra”, Guadalupe recordó una frase de otra obra preferida, “El capitán Blood”, que hablaba de un hombre que había buscado su destino por todos los rincones, sin éxito: Restábale el mar, que es libre para todos, especialmente para aquellos que se encuentran en guerra con la humanidad.
De pronto, supo que era tiempo de tomar el timón. Inspirada por la historia de una mujer danesa que conoció en su trabajo, se abrigó y salió al puerto de Ushuaia para ver si alguien la aceptaba como viajera dispuesta a ayudar en algún barco, sin importar a dónde fuera, ¿qué podía perder?: “Me acerqué a cada uno y la respuesta era no. Me estaba dando por vencida, cuando encontré un francés que estaba por partir a Tailandia, vía la Polinesia, y que en ese momento estaba solo y no se animaba zarpar, porque las cartas no son buenas en la zona y no es aconsejable emprender viaje sin compañía”.
Allí estaba al fin, sintiendo la brisa en su rostro y el aroma único de su querido mar. Día tras día, Guadalupe miró al horizonte y, en medio de la nada y la introspección, se confrontó con preguntas difíciles de contestar: “Me di cuenta de que seguía viajando para escaparme”.
Por semanas navegaron hasta que arribaron a puerto Montt, le ofrecieron seguir viaje hasta la Polinesia, pero ella se negó: “¡Qué fascinante sonaba!”, dice sonriente. “Pero sentía que tenía que volver a casa y responderme a la pregunta: ¿Qué vas a hacer, Guadalupe, con tu vida?”
Una revelación y un camino a Suecia: “No estaba orgullosa de quién era”
Regresó al hogar. En Buenos Aires buscó su título y en Pergamino, una vez más, buscó su propósito. Durante su vida siempre había pintado y pensó que, tal vez, era por allí. Casi sin buscarlo, su capacidad artística empezó a rendir frutos: “Mis cuadros comenzaron a venderse a pedido”, cuenta. “La gente veía que todo lo que encaraba salía muy bien, me había recibido con honores, y nadie comprendía por qué no era feliz”.
Un día de aquel invierno salió a caminar por el terraplén con su padre. En su charla, sus visiones diferían, pero, de pronto, utilizando argumentos antropológicos, él cambió de parecer: “¡Antropología!, pensé en ese momento”, cuenta al recordar la escena. “¿Cómo no se me había ocurrido antes, amaba la serie Bones. No estaba orgullosa de quién era hasta ese momento, entonces me visualicé como antropóloga y sentí cuán orgullosa estaría de mí si lo fuera”.
De inmediato, Guadalupe descartó la Argentina para estudiar. Al no contar con recursos económicos, noche tras noche investigó alternativas hasta dar con una licenciatura de tres años en Suecia. A la par, sus maestras de sueco del pasado -Johanna y Eva- brindaron su ayuda para acceder a una beca; la joven argentina se postuló y fue elegida para estudiar en la Folkhögskola, donde le informaron recibiría algunas coronas mensuales y alojamiento universitario.
Una Suecia descontracturada y amante de la naturaleza: “No son fríos; son tímidos y respetuosos”
Escandinavia amaneció tal como la recordaba, amplia, con poca densidad poblacional y su arquitectura fusionada con la naturaleza: “Ni en Estocolmo sentís que estás en una capital”, observa Guadalupe.
“Alguna vez pensé que iba a llegar de pistolera, pero arribé en un marco formal y me encontré con una sociedad que me gusta mucho. Me gusta cómo vive la gente, muy en la naturaleza, muy respetuosa hacia ella, y que, a pesar de ser un país frío, conforman una comunidad bastante descontracturada, que de cierta forma encaja bien con los argentinos. Manejan principios similares, como brindar educación y salud gratis, ¡el tema es que a ellos les funciona!”, manifiesta entre risas.
“Acá son muy pro derechos humanos, pro libertad; hay una ley muy linda que habla del derecho a acceder libremente a toda la naturaleza, sin importar si es tierra pública o privada, ¡no hay rejas, ni alambrados!; por ley, por más que un terreno sea privado, tenés derecho a pasar, incluso acampar, siempre que no molestes a los dueños. Es hermoso, en Argentina siempre odié los alambrados: ¡la tierra es de todos!”
“Descubrí cosas en las que me parezco mucho a los suecos, costumbres normales acá, pero que son raras en Argentina. En ese sentido me encuentro muy cómoda. El país me abrió sus puertas y dejó que todo fluya mejor: en nuestra nación pareciera que siempre hay que luchar más”, continúa pensativa.
“Evert Taube, un poeta sueco, llegó a la Argentina a principios del siglo XX y se radicó ahí, pero regresó más tarde a Suecia con canciones escritas en nuestra tierra, muy populares acá. Una es de un sueco que en el Samborombón se enamora de Carmencita. ¡Encantadora! Así descubrí que acá escucharon hablar de las pampas y del Río de la Plata y les fascina. Vos decís que venís de ahí y te aman. Lo asocian con el calor, con la buena onda y lo latino. Nunca me sentí incómoda. A los suecos los percibo como gente cálida, no son fríos: son tímidos y respetuosos”.
La libertad y la esencia que habita en el niño: una revelación definitiva
Durante el primer año, Guadalupe se focalizó en estudiar sueco. Había llegado con un conocimiento muy básico, pero pronto comenzó a dominarlo, gracias a su alemán e inglés: “Por otro lado, uno aprende rápido lo que le gusta”.
De la mano de sus cuatro lenguas, consiguió un trabajo en turismo, en safaris de ballenas en mares picados y muy bonitos. Fue entonces que, rodeada por aquella atmósfera, su sueño latente emergió inevitable: “Vi a los de la tripulación y me dije: qué lindo trabajo, qué lindo el mar”.
“¿Te hubiera gustado ser marinera? ¿Por qué no lo hiciste? ¿Qué tiene que ver que seas mujer?, exclamaron sus amigos suecos, mientras la miraban extrañados, sin comprender los impedimentos. “Ojo, no estamos tan mal en Argentina con el sexismo, creo yo, y Suecia también tienen sus cosas, pero evidentemente están más abiertos a las posibilidades, nos falta en ese sentido. Ya llegaremos”, agrega hoy Guadalupe.
De pronto lo supo: su fantasía de la infancia jamás había desaparecido, tan solo estaba cubierta por excusas. Sin embargo, ignoró una vez más el “llamado” y aceptó trabajar dando apoyo idiomático a los extranjeros recién llegados. Al año, le ofrecieron renovar el contrato universitario, pero esta vez dijo que no. Esa niña aventurera, la esencia de Guadalupe, surgió con fuerza para despertarla a su realidad: ella necesitaba acción.
“Fue entonces que me lancé a buscar trabajos en barcos y encontré dos puestos de grumete (aprendiz de marinero) y entré en ambos. ¡Resulta que nadie quería ese trabajo porque cruzaba el Báltico y era muy movidito! Lo pasé genial y me trataron como a un igual. Éramos una tripulación de cuatro: capitán, primer oficial, marinero y grumete”, sonríe con orgullo.
La joven no lo podía creer. Tal vez había llegado tarde, pero había llegado y había comenzado a vivir su sueño. A ese empleo le siguió otro menos satisfactorio a nivel humano, pero no importaba, por fin tenía en claro que el mar había sido siempre su gran amor: “Llegué diez años tarde a lo que suele estilar, pero por suerte no morí sin saber lo que se siente”, se emociona. “No fue fácil y al principio comprendí que no sabía nada, pero hoy estoy segura de que este es mi propósito”.
Suecia y el regalo más preciado: encontrar paz
Ya pasaron cuatro años desde que Guadalupe vive entre Suecia y el mar. En este tiempo ascendió de cargo, se perfeccionó, hoy es marinera de segunda línea, y con el tiempo subirá de rango; trabaja en el archipiélago de Estocolmo y se siente feliz. También es miembro de una asociación que mantiene y tripula un barco vikingo que recorre paisajes inolvidables, ¡como en sus sueños!
A la par, le reconocieron materias de la UBA, se recibió de antropóloga y está realizando un máster: “Hoy estoy tan orgullosa de mí. Si hace cuatro años hubiese sabido que iba a conquistar tantos sueños...”, Guadalupe realiza una pausa larga y se conmueve. “Mucha paz, eso siento. En el fondo buscaba eso, estar bien conmigo misma, estar en paz. La logré gracias a Suecia, aunque no veo la hora de volver a la Argentina y llevarme esta paz para compartirla con mi familia, los paisajes, la luz especial de mi tierra pampeana”.
Un pedido a la RAE, un anhelo argentino y un aprendizaje: “Cuando alcanzamos nuestros sueños, mejoramos como individuos”
Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma, escribió William Henley. A Guadalupe, como a muchos otros seres de este mundo, le costó comprenderlo, pero, finalmente, dejó los prejuicios y mandatos atrás, miró su sueño a los ojos, y se transformó en la protagonista de su propia novela y conductora de su destino.
“No es que me quería ir de Argentina, pero supe que hay cuestiones existenciales que jamás hubiese podido resolver ahí. Abrirte a otras culturas te confronta con pensamientos y respuestas diferentes”, reflexiona. “Suecia no es mejor ni peor. La diferencia la establece el hecho de cómo uno creció y eso sienta las bases de lo que uno extraña. En mi caso, me fui de Argentina porque no era feliz y no entendía por qué. Algo no encajaba, pero ahora me encantaría volver, poder establecerme y trabajar de lo que me apasiona, no pido mucho de mi país”, expresa Guadalupe Canale, quien hoy tiene 30 años.
“De hecho, estoy arreglando mi CV para enviarlo a Tierra del Fuego, ¡lugar mágico en el mundo!”, agrega. “Pero saben, cuando busqué en la RAE la traducción de grumete, decía hombre o muchacho, ¡me pareció salvaje para esta época! Me contacté con ellos y les dije que podrían usar `persona´ y que deberían arreglar todos los términos que encasillan de esa forma sexista y que, sin notarlo, comienzan a aniquilar los sueños de muchas niñas desde la infancia”.
“Con esta historia quiero transmitirles a todos los seres de este mundo que nada es imposible, que se sacrifican cosas cuando uno lucha por un sueño, pero que se puede. Probar y fracasar es mejor que no intentar. Agradezco haberme animado a conquistar mis metas. Cuando alcanzamos nuestros sueños, mejoramos como individuos y podemos ayudar a los demás”.
“Y espero que los que nos fuimos, pronto podamos volver con todo este aprendizaje para ofrendarlo a nuestro país. Siempre pienso: algún día voy a regresar y llevar a mi tierra toda esta experiencia vivida. ¡Estoy tan agradecida a Suecia!, son muy generosos. Ojalá todos en el mundo pudiéramos ser más así. Y ojalá seamos capaces de tomar lo mejor de otras culturas y fusionarlo con nuestras maravillas argentinas a fin de formar un país mejor. Argentina tiene todo el futuro”.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, NO LOS PROTAGONISTAS. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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