Se convenció de que internet sería la ventana que lo sacaría al mundo, logró que le pagaran pasajes, vivienda y sueldo, conoció varios continentes, y encontró la fórmula para siempre volver.
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“La Argentina es un país maravilloso y por eso siempre vuelvo, y volveré, y algún día será para quedarme”. Quien lo afirma es Jorge Alberto Martínez, un salteño que se autodefine como cocinero e inconsciente aventurero.
Su historia comenzó en el año 2000, en épocas donde internet comenzaba a florecer y, en su camino, a abrir ventanas fascinantes hacia universos desconocidos. Jorge jamás olvidará aquella primera vez que vio las siglas “www” en una pantalla, extrañado, pero dispuesto a descubrir todo el potencial de la red informática mundial. Casi de inmediato, en sus pensamientos desfilaron tres palabras: sueños, propósitos, realidad.
“Me convencí de que internet sería la ventana que me sacaría al mundo”, recuerda emocionado. “Siempre veía y me llamaba la atención cómo sería vivir en otro país, cómo serían sus sistemas políticos y socioeconómicos. En Argentina estos aspectos siempre fueron difíciles y eso me motivaba a irme. Así que empecé a enviar currículums a diestra y siniestra”.
Un buen día, las búsquedas incansables de Jorge rindieron sus frutos. En septiembre del 2002, vio un aviso en el que pedían un cocinero para el extranjero, se postuló, y a la semana lo llamaron para una entrevista personal en Buenos Aires. Jorge viajó desde Bariloche -donde trabajaba en aquel entonces- esperanzado, a pesar de que le habían anunciado que había 110 candidatos. “El trabajo era en Corea del Sur para un restaurante argentino en la ciudad de Bung-Dang, al sur de Seúl”, revela.
Jorge fue seleccionado. Incrédulo, se lo comunicó a Carolina, su pareja de aquel entonces, quien lo alentó a que hiciera la experiencia, acordando que podrían mantener una relación a distancia. A partir de entonces, la vida del argentino cambió drásticamente de rumbo, superando cualquiera de sus fantasías. Tenía los pasajes cubiertos, vivienda y el pago era en dólares: “Ni lo dudé”.
Una aventura en Corea: ¿de guatemala a guatepeor?
Era noviembre y el frío le calaba los huesos. Corea emergió surrealista ante su mirada de viajero primerizo. Llegó a un restaurante que aún no lo era: solo había losa, “qué bien, de guatemala a guatepeor. Voy a tener que apechugar y ver qué pasa”, se dijo Jorge.
El impacto del cocinero fue enorme cuando, en menos de un mes, el local estaba listo y magnífico: “Increíble estos coreanos, el 15 de diciembre abrimos con gran éxito”, cuenta. “Para ese entonces llegaron más compatriotas a trabajar, en total éramos cinco argentinos y sumábamos doce empleados en total”.
El trabajo era arduo, pero aun así Jorge halló su tiempo para recorrer y observar otros hábitos, tal como añoraba desde hacía años. Seúl le pareció fascinante, con su cultura milenaria y sus habitantes increíblemente respetuosos y muy trabajadores: “En esa época trabajaban una media de ochenta horas semanales, con un día de descanso al mes, y siete días de vacaciones al año; ahora las cosas han cambiado, se redujeron por ley las horas semanales”.
Todo fluía muy bien en la nueva vida de Jorge, salvo por un detalle: los papeles no estaban en orden y aún no tenían una visa de trabajo. Los dueños del restaurante les comunicaron que esperaban que gane uno de los candidatos presidenciales, amigo del jefe, y que luego les tramitarían el permiso.
“Migraciones nos `pescó´ en el trabajo a mi compañero Darío y a mí. Los otros compatriotas se salvaron porque descansaban ese día. Estuvimos una semana detenidos, y después nos regresaron a casa vía Japón, Los Ángeles y Río de Janeiro. Fue una travesía muy cómica, salimos el viernes de Seúl y llegamos el domingo a Buenos Aires. Esta parte de la historia en Seúl, la de la detención, es muy divertida, daría para un libro”, revela Jorge entre risas.
Un camino hacia Colombia en primera clase, pero sin un peso
Antes de Corea, cuando viajar era un sueño a alcanzar, Jorge había descubierto una página llamada “afuegolento”, que lo convenció de que ese sería su nexo entre la Argentina y el mundo. Hacia aquel portal regresó para continuar con su propósito, había probado el sabor de viajar y conocer otra cultura, y quería más de aquellas aventuras: “Abarroté la página con mi CV y me llamaron de Colombia, de una escuela de gastronomía, para impartir clases de cocina”.
La institución le pagó un pasaje en primera clase y Jorge viajó a Medellín rodeado de comodidades, pero sin un peso en el bolsillo: “Si no encontraba a mi contacto en el aeropuerto, no tenía dinero ni para el pasaje de un bus, menos para un hotel”.
Llegó a medianoche y nadie lo esperaba. Corría el año 2005 y, por aquel entonces, el hombre oriundo de Salta no había podido costearse un teléfono móvil: “Mi sueldo en Argentina como cocinero en un importante restaurante en Palermo Soho no me alcanzaba para tener uno; con Carolina vivíamos con lo justo y al día, ya que ella estudiaba en la universidad”.
Ante el panorama, Jorge pensó en un plan B: dormir en el aeropuerto y esperar al otro día. Por fortuna, una hora más tarde encontró a Lucía y Fernán, ambos trabajadores de la academia: “Resulta que ellos me esperaban en arribos domésticos con un cartel gigante, por las dudas, y yo arribé en el lado de Internacionales. El plan B quedó descartado”.
Del país de la gente más sincera a una Europa paradisíaca
Colombia amaneció fascinante, así como sus personas. Jorge se integró rápidamente en una cultura que despertó su interés y a una población que halló maravillosa: “La gente más amable y sincera que he conocido, de hecho, siempre vuelvo a Colombia dos o tres veces por año”.
Medellín lo tenía enamorado, al igual que su empleo. Fue así que, al tiempo, decidió regresar a Buenos Aires para arreglar sus papeles en el consulado a fin de radicarse en Colombia. Ese viaje, sin embargo, cambió una vez más su destino.
Durante sus días en Argentina, Jorge recibió una llamada desde Burgos, España, solicitándole realizar una entrevista virtual: “A la semana fui seleccionado para el puesto ofertado: dar clases en un hotel-restaurante-escuela”, cuenta. “Muy a mi pesar abandoné mi idea de volver a Colombia”.
El espíritu aventurero de Jorge había ganado, Europa emergía en el mapa y sabía que no debía desaprovechar su oportunidad. Llegó a Burgos en el verano del 2005, con un buen paquete laboral: pasaje pago, vivienda y manutención.
Se instaló en un pueblito cercano llamado Carcedo de Burgos, a veinte minutos de la ciudad y así, en un abrir y cerrar de ojos, comenzó su vida laboral en España: “Un país que considero súper generoso y amable para los argentinos. Pronto Carolina se vino, pero, en el 2006, cada uno siguió por su lado. Así que decidí irme de Burgos, un lugar donde los inviernos son muy duros, y el verano es plácido”, sonríe.
Jorge consiguió trabajo como jefe de cocina de un hotel frente al mar en Benidorm, rodeado de playas y montañas, “un paraíso”, y más tarde se trasladó a Barcelona. Dos años pasaron hasta regresar a suelo argentino, ese país amado que siempre lo veía volver.
Un mundo que se abre y una fórmula para acercar a la Argentina
Ya para el 2009, Jorge se trasladó a las Islas Baleares, contratado por una empresa hotelera mallorquina; ante su mirada encantada surgieron los paisajes imponentes de Menorca, Formentera, Ibiza y Mallorca.
Aquellas aventuras implicaron nuevas amistades, recorridos asombrosos, pero trabajo muy duro, como cierto invierno en el que decidió quedarse en Palma de Mallorca a producir comida para los quince hoteles de la compañía: “Una media de mil comensales por día en cada hotel durante los veranos, o sea, tres comidas diarias, desayuno, almuerzo, y cena. Sumados los quince hoteles, 45 mil comidas por día, una locura”.
Tras aquel invierno, Jorge decidió trabajar solo en los veranos españoles y regresar cada noviembre a Buenos Aires hasta abril, para luego retornar a las islas. Y por aquel camino descubrió que cuánto más se abría al mundo, más cerca estaba de la Argentina.
Algunas temporadas pasaron hasta que la empresa trasladó a Jorge a las Islas Canarias, un nuevo paraíso de playas y montañas, bendecido con un clima increíble todo el año. Luego le siguió Port Aventura, un parque temático situado en Salou, al sur de Barcelona, y su último destino español en el año 2021.
Como cada noviembre, Jorge regresó a su patria, una que parecía poseer el portal hacia las experiencias más exóticas e inesperadas: “Estando allí me salió una oferta para trabajar en Túnez, al norte de África. Pero esto ya es otra historia, de hecho, estoy en esa historia que, por cierto, es apasionante”, asegura complacido.
“Salir al mundo te enseña a ver lo increíble que es nuestro país”
Veintidós años atrás, en un tiempo donde internet asomaba un tanto tímido, pero firme, Jorge Alberto Martínez halló por aquella vía su portal mágico que lo llevó a conocer el mundo.
Explorador, aventurero de paisajes y sabores, no extraña Argentina, porque Argentina nunca se fue. Jorge logró transformar, resignificar su patria; comprendió que el planeta Tierra es un lugar mágico, fascinante, digno de ser descubierto y, que, por ese camino, su suelo patrio se reafirma cada día más como su hogar, ese del que alguna vez se quiso ir, pero al que hoy siempre desea regresar.
“La verdad, soy un afortunado por poder trabajar de esa manera, poder regresar y disfrutar de los afectos. La Argentina es increíble y por eso siempre vuelvo, y volveré, es donde están los amores más fuertes, el mate, el fulbito, la cumbia, el rock nacional, las charlas con una cervecita, el buen vino, el asado, las frutas y verduras (tienen un sabor único), y me refiero a las verduras y frutas porque nuestra tierra es especial, y nos damos cuenta recién estando a más de 10 mil kilómetros de distancia”.
“Y también está Salta, la provincia donde nací”, agrega. “Esa tierra es única en el mundo, y por mi trabajo, antes de salir al exterior, recorrí toda la Patagonia, pasando por Bariloche, Río Gallegos, Ushuaia, El Calafate, y por supuesto Buenos Aires, ¡todos lugares maravillosos!”.
“Salir al mundo te enseña a ver lo increíble que es nuestro país. Y un día volveré para no salir más de mi amada Argentina”, concluye emocionado Jorge, quien en marzo regresará por unos meses a su tierra querida.
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