Salió de Siberia para cumplir un sueño que pensó que le demoraría tres años; varios sucesos inesperados alargaron su viaje y el más atroz lo sorprendió en la Argentina.
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Cierta vez, Maxim se albergó en la casa de un buen hombre ubicada en un rincón de San Juan. Venía de recorrer una porción del mundo y de la Argentina con su bicicleta y su sed de libertad. Una libertad vedada en tantas ocasiones, una libertad que Rusia se empecinaba en negarle. Pero, en definitiva, una libertad que nadie podía robarle ya que equivalía a un estado del alma que trascendía cualquier encierro, cualquier exilio, o cualquier frontera que le prohibieran traspasar.
Invitándolo a compartir su mesa, el sanjuanino se dispuso a oír con atención las aventuras y desventuras de Maxim, un ruso que ya promediaba la tercera década de vida, se defendía con el español, pero que no terminaba de asombrarse ante los modismos y variados acentos que hallaba en su camino.
“¡Miércoles!”, exclamaba el anfitrión cada tanto, a medida que el relato de su invitado avanzaba. Maxim, contrariado, aguantó hasta que no lo soportó más: “¿Por qué sigues nombrando el día miércoles?” El sanjuanino le explicó y rieron por un largo rato.
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Érase una vez en Siberia un hombre que no quería abandonar su sueño: “Es ahora o nunca”
Cuando Maxim dejó Rusia en el 2016 tenía 29 años, un momento crucial en el cual los sueños de la infancia suelen ser reemplazados por el deber ser de la edad adulta. Había nacido en Stalingrado, pero la mayor parte de su vida vivió en Siberia, en la República de Jakasia, donde tenía un pequeño negocio y una encrucijada: o terminaba de aceptar que aquel era el lugar que ocuparía en el mundo con la consecuencia de traicionar los sueños de la infancia para siempre, o abandonaba el negocio y se lanzaba a vivir el deseo de aquel niño que aún vivía en él. Conocía la respuesta. Lo que quería era dar la vuelta al mundo: “Pensé, es ahora o nunca... Y decidí ir por el sueño”, cuenta, al repasar su historia.
Fue así que, divorciado, con ciertos ahorros y sin hijos, Maxim supo que era tiempo. Tampoco dejaba mucho más atrás. Sus padres habían muerto cuando tenía 16 años, su hermano mayor también había fallecido en un incendio, y que las cosas hubieran sucedido así lo había hecho comprender que su mayor posesión era la libertad: “Soy libre de hacer lo que considero necesario sin importar lo que nadie piense de mí”.
Para dar la vuelta al mundo su plan era salir del punto “A” y regresar a él, pero del otro lado de la Tierra. Comenzó su aventura en el sudeste asiático, les siguieron varios vuelos a los países insulares y llegó a Australia sin plata, donde enfermó gravemente: “Fue el momento más aterrador, estaba en un estado semiinconsciente”.
En aquel estado, Maxim trabajó bajo un sol abrasador en los campos, recolectando cebollas con los papúes, cerca de Brisbane. A Australia les siguieron Nueva Zelanda, Estados Unidos, Cuba y todos los países de América Central. A pie atravesó junto a un compañero de ruta el Tapón de Darién desde Panamá hasta Colombia, lo que tomó casi tres semanas: “Todo este tiempo caminamos por la selva, sin senderos, solo creando el camino con un machete”.
“Había decidido que me tomaría dos o tres años dar la vuelta al mundo, pero ya ha comenzado el séptimo año y todavía estoy en camino. Los contratiempos inesperados cambiaron los planes”.
Cuatro retrasos y un suceso inesperado en el fin del mundo: Argentina
El primer retraso se debió a un robo en Estados Unidos. Había hecho dedo y, tras ubicar su mochila, el conductor aceleró dejándolo sin sus pertenencias, sin dinero, ni documentos. Tras el incidente, Maxim tuvo que vivir en un monasterio, luego trabajó durante varios meses en una granja en California y, ni bien se hizo de una cantidad de dinero decente, viajó hasta el consulado ruso en Texas para tramitar los documentos.
El segundo contratiempo llegó en Colombia, junto a un compañero de viaje. En la provincia de Guajira fueron atacados por ladrones, quienes trataron de quitarles sus posesiones. Decidido a no atravesar por aquella pérdida una vez más, se involucraron en una fuerte pelea, ellos con sus machetes, los malvivientes con armas: “Recuperamos nuestras pertenencias, pero yo estaba herido y la bala colombiana todavía está en mi pecho”. Miércoles.
El tercer incidente se llamó pandemia y dejó varado a Maxim por casi un año en Santa Marta, Colombia.
El cuarto lleva, tal vez, el nombre más horroroso: guerra. “Debido a las sanciones que se impusieron a nuestro país, se me hizo imposible recibir mi dinero de Rusia y aún no se sabe qué sucederá”, revela.
Volver a su país, de pronto, había dejado de ser una opción. Casi sin dinero y con su patria en llamas, este último suceso lo encontró en Argentina, el fin de la Tierra y, según él, el mejor lugar en Latinoamérica donde le podría haber pasado.
Ganancias vedadas y una pesadilla: “Un día los ucranianos dejaron de ser llamados `hermanos´ y comenzaron a ser llamados `nazis´. ¡Increíble metamorfosis!”
Un escalofrío recorrió a Maxim cuando supo que Rusia le había declarado la guerra a Ucrania. No lo esperaba, se sintió aterrado, pero creyó que aquella locura no podía durar mucho tiempo más. Siempre, desde la infancia, le habían dicho que Ucrania y ellos eran la misma gente. ¿Cómo podía ser que ahora estuvieran atacando a su propia gente?
“Un día los ucranianos en la televisión dejaron de ser llamados `hermanos´ y comenzaron a ser llamados `nazis´. ¡Increíble metamorfosis!”, se lamenta Maxim, quien el 2 de marzo cruzó la frontera hacia la Argentina, días en los cuales el occidente impuso sanciones al sector bancario ruso, lo que generó que todo aquel que estuviera en el extranjero se quedara sin acceso a sus cuentas bancarias.
“¡Fue una pesadilla! Incluso Western Unión dejó de trabajar con Rusia. Seguir adelante se ha vuelto imposible”, asegura. “Sí, soy pobre, hago autostop, a menudo vivo en una tienda de campaña y no gasto casi nada. Antes podía ganar dinero en línea con mis blogs, que comenzaron a generar ingresos solo para mi sexto año de viaje, al menos 200 dólares al mes, ¡ahora también lo he perdido! Y luego, en Rusia, Instagram, Facebook, TikTok cerraron bajo la prohibición. ¡Perdí la mayor parte de mi audiencia que había estado reuniendo durante seis años! Y mi único salario”.
Cuando Maxim arribó a Córdoba se lesionó los tendones de la pierna y no pudo caminar por dos meses. Vivió en un albergue cuyo dueño se apiadó y le otorgó un descuento. Finalmente, tras pasar por el hogar del buen hombre sanjuanino y sin entender cuál sería su destino y el de su país, decidió solicitar asilo político en Argentina: “Lo que dije con sinceridad en las redes sociales es suficiente para que me encarcelen a mi regreso a Rusia, o tal vez prefieran enviar a matar a la gente que alguna vez para todos los rusos fue fraternal”.
Extrañas costumbres argentinas: “Consideran a Gauchito Gil como un santo. ¿Por qué?”
Argentina le abrió los brazos con sus bemoles, sus rarezas y costumbres tan alejadas de los hábitos propios. El mayor impacto llegó el primer domingo en algún rincón del interior. Maxim creyó que se encontraba en una película post apocalíptica: calles vacías, tiendas tapiadas, “solo viento y perros callejeros”.
“Por otro lado, esto es quizás una ventaja: debido al hecho de que la gente tiene mucho tiempo libre, los argentinos me parecen más relajados, abiertos, sonrientes”, observa. “Pero se percibe una pereza increíble. A la gente no le gusta trabajar aquí. Las instituciones públicas a menudo están abiertas solo hasta dos horas, los fines de semana generalmente están cerradas. ¡Los domingos absolutamente todo lo está!”.
“Lo que más me gusta de este país es el nivel de educación y el amor por los libros. Todos aquí tienen una idea de dónde está Rusia e incluso saben qué es Siberia. A menudo me dicen que leyeron a Fyodor Dostoievski, saben quién es Vladimir Lenin y tienen una idea de la Unión Soviética. ¡Es realmente genial!”
“Pero, al mismo tiempo, muchos argentinos consideran a Gauchito Gil como un santo. ¿Por qué? ¿Cómo fue que se convirtió en el patrón de los automovilistas? Después de todo, él es un bandido común, no es algo así como un santo, incluso tampoco una buena persona”, dice con una sonrisa. “O esos altares con una mujer muerta con un bebé. ¡Lleno de botellas de plástico! Cuando vi por primera vez estos altares pensé que era extraño: cómo un país limpio y cultural tiene un vertedero así. Resultó ser un lugar sagrado. Una actitud muy extraña hacia el lugar sagrado”.
“Por supuesto, no puedo dejar de marcar la cocina local. Me sorprende el amor total por la carne asada. Los asados son deliciosos aquí, pero ¿cómo se puede comer en tales cantidades?”, continúa. “Bueno, sí, sobre el amor de los argentinos por el mate se pueden hacer leyendas, sin embargo, en algunas regiones de Argentina beben tereré ¡mate con jugo! Es una locura, en serio. Solo sabe a jugo, que por alguna razón se bebe como mate”.
La calidad de vida y humana argentina: “La economía argentina es el único problema de este país”
Hasta el día de hoy, la mayor escuela de Maxim para comprender la situación sociopolítica argentina surge mientras hace dedo. Entre charlas suele percibir mucho descontento, en especial con el aparato estatal, con el hecho de que el poder del país esté en manos de ciertos clanes familiares sin prisa por entregarlo.
“Y es increíble escuchar que a muchos argentinos no les gusta el apoyo social demasiado fuerte hacia los pobres, ya que dicen que lleva al hecho de que simplemente no quieran trabajar”, agrega. “Los principales problemas son la corrupción y la inflación, pero, en cuanto a mi experiencia personal, nunca me he enfrentado a la corrupción, y cuando me comuniqué, por ejemplo, con la policía en las rutas, siempre me ayudaron en la medida de lo posible: con alojamiento, con enchufes y tanto más”.
“Pero la inflación y los precios de los productos importados son un horror. Para mí la economía argentina es el único problema de este país. Para las personas que reciben un salario en pesos, ¡todo sale increíblemente caro!”
“Y si hablamos de la experiencia de comunicarse con la gente común, los argentinos me parecen un poco más fríos que los brasileños, pero tener una conversación con un argentino vale oro... Todos ustedes son amigos. Y hacen planes juntos para el fin de semana. Eso es genial”.
Un país que permanecerá en el corazón: “Estoy encerrado, pero me alegro de que haya Argentina a mi alrededor”
En marzo de 2022, Maxim cruzó la frontera hacia la Argentina sin imaginar que se vería obligado a permanecer y a pedir asilo político. En su travesía parte de sus aprendizajes fueron comprender que salirse de las líneas del “deber ser” adulto implica darle comienzo a una vida, donde los planes son un conjunto de ideas que se hacen y deshacen en el camino. Casi siete años pasaron desde aquel 2016 que lo vio partir. Años en los que la premisa fue siempre una: honrar a su niño interior, a sus sueños y a su libertad.
“Después de dejar los límites de mi vida pasada, comencé una nueva historia no solo con una pizarra en blanco, sino con un cuaderno nuevo. Para mí es así, no hay pasado con el que pueda compararme. Simplemente hay un yo que ha vivido como todos los demás, y un yo que ha ido más allá de los límites convencionales, son dos seres diferentes”, reflexiona. “Repensar la vida de aquel que fui es más o menos lo mismo que repensar el pasado de un vecino que no tiene nada que ver conmigo, que vive una vida cotidiana. Extraño y poco interesante”, continúa.
“Y en estos tiempos y en este fin del mundo, vivo intensamente. Anduve abrazando la Araucaria en Caviahue, encontrando la Ciudad Perdida en Mendoza, viendo El Frey en Bariloche, asustando a los loros en Las Grutas, trabajando en la Colonia Menonita en La Pampa, mirando hacia el cráter del volcán en Antofagasta de la Sierra, subiendo a la cima de la duna más alta del mundo en Fiambalá, viendo la Garganta del Diablo, admirando las ruinas de San Ignacio, tocando su propio reflejo en el lago de las cuevas del Cerro el León, después de comer una tonelada de empanadas y asados”.
“Ahora estoy encerrado, como una vez estuve encerrado en Colombia por el coronavirus. Pero me alegro de que haya Argentina a mi alrededor: sí, no es un país ideal, tiene muchas desventajas, he conocido a muchos argentinos que querrían ir a Europa o a los Estados Unidos para ganar dinero, pero, de todos modos, después de haber viajado por toda América Latina, puedo decir que Argentina es el país más limpio, más seguro, más tranquilo, comprensible y benevolente del continente”.
“Puedo decir con certeza que, si me voy de aquí, una parte de mí permanecerá para siempre en Argentina y continuará vagando por los picos nevados, la interminable pampa, la fría pero hermosa costa argentina. ¿Me gustaría quedarme aquí para siempre? No lo sé. No estoy listo para quedarme en ningún lugar, todavía sigo empujado por un sueño, pero definitivamente me gustaría volver aquí, tal vez de visita, tal vez para siempre”.
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Argentina Inesperada es una sección que propone ahondar en los motivos y sentimientos de aquellos extranjeros que eligieron suelo argentino para vivir. Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com. Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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